miércoles, 27 de mayo de 2009

SIN TI, PODRÉ SER YO...

Amanecía y el sol despuntaba por la ventana de aquella habitación de hospital. Jaime yacía sobre la cama, se encontraba a oscuras y abstraído en sus pensamientos, por eso no escuchó entrar a Sonia, la enfermera del turno de mañana. Al verla se sobresaltó y ella le preguntó:
- ¿Qué tal Jaime? ¿Otra vez has pasado la noche despierto? El doctor te indicó, que si no podías dormir avisaras a la enfermera, que te administraría un sedante para ayudarte a descansar.
- Sí, ya lo sé, la próxima vez lo haré… -musitó con pocas ganas de entablar conversación.
- El doctor Pérez pasará por la tarde a verte –le dijo mientras le ponía el termómetro bajo la axila. ¿Sabes una cosa? creo que hoy es el gran día…- comentó Sonia sonriendo con intención de animarlo.
- Ah, vale… -contestó con aire distraído.
La enfermera se despidió, cerró la puerta y Jaime se quedó de nuevo solo, sumergido en aquellas imágenes de su vida que tanto le atormentaban y que deseaba fervientemente desaparecieran de su memoria. El causante de todo era Mario, su hermano gemelo, que lo había estado importunando y mortificando durante toda su vida.
Su madre les contó, que cuando estaba embarazada de ellos, las patadas en su vientre eran constantes y que cuando nacieron, el doctor le dijo perplejo que el pequeño Jaime, presentaba una costilla rota y varios hematomas en la espalda, producidos al parecer por los incesantes golpes de Mario, su hermano gemelo.
La vida en común se convirtió en un auténtico calvario.
Jaime se pasaba el día leyendo libros e imaginándose ser el protagonista de aquellas historias fantásticas, mientras que para Mario la única distracción era cómo lograr fastidiarle.
Cuando tenían que hacer algo juntos, como por ejemplo poner la mesa a la hora de comer, Mario dejaba caer algún plato o vaso y se las ingeniaba para que la reprimenda se la llevara siempre Jaime.
La similitud de su aspecto físico era asombrosa. Nadie era capaz de distinguirlos, no tenían una sola marca o lunar que les hiciera ser distintos. Precisamente por esa razón, Jaime fue tan desdichado.
Mario exprimió la particularidad de ser gemelo hasta el límite.
En el colegio, se peleaba con los compañeros haciéndose pasar por Jaime y poco a poco fue enemistándolo con casi toda la clase. Ya estaba cansado de esa situación pero era incapaz de hacer algo, era sólo un niño.
Se encontraba desamparado e indefenso, por mucho que se esforzara en demostrar su inocencia, nadie le creía porque Mario lo calculaba todo al detalle y siempre tenía una buena coartada para desviar sospechas.
Recordó cuando en el Instituto comenzó a flirtear con una compañera de clase y su hermano abortó cualquier intento de Jaime por salir con ella.
Ante tantos intentos fallidos por mantener algún vinculo de amistad con alguien durante tantos años, lo convirtieron en una persona triste y desolada.
Mario al cumplir los 25, lo contrataron como administrador en una Multinacional dedicada entre otras cosas a la construcción de edificios. El ingenio y las artimañas que había estado utilizando contra su hermano todos aquellos años, le habían hecho ir superándose a sí mismo, evolucionando hasta llegar a ser un experto en el engaño y el fraude.
Una de las funciones que tenía como administrador, era adquirir el material utilizado en la construcción de edificios. Lo compró de baja calidad y se quedó con dinero de la empresa. A los pocos meses de que uno de los edificios fuera habitado, se derrumbó como un castillo de naipes. Hubo numerosos heridos, algunos de ellos muy graves. Aquel hecho hizo correr ríos de tinta, todos los medios de comunicación se hicieron eco del suceso, se destapó la estafa de Mario y su foto apareció en los periódicos y telediarios de todas las televisiones.
Jaime se enteró de aquello por unos que le increparon por la calle diciéndole “asesino, estafador…”, él sin poder comprender lo que estaba ocurriendo, se marchó a casa corriendo muerto de miedo, ya que todo aquel que se encontraba con él, le insultaba.
Cuando llegó a casa, encontró a su madre llorando, Mario estaba en la cárcel.
Debido a la gran difusión de la noticia, Jaime no podía salir a la calle. El último día que se atrevió a hacerlo, unos jóvenes le estaban esperando en el portal de casa.
-¡Tú eres el desgraciado de la constructora! –le decía uno, mientras le clavaba un golpe de puño justo en el hígado.
-Por tu culpa, mi hermana está muy grave en el hospital… -dijo otro, golpeándole con un bate de beisbol en las costillas.
Jaime cayó violentamente contra el suelo, retorciéndose de dolor; ellos seguían aplastándolo como una cucaracha y él suplicando que dejaran de apalearle, era terrible, todos creían que él era Mario.
Después de aquello y tras recapacitar durante mucho tiempo, al final se decidió, era lo mejor para él. Había sufrido tanto por culpa de su hermano, que había llegado el día de poder liberarse de esa carga.
Eran las cinco de la tarde y unos golpecitos dados contra la puerta de la habitación, hicieron que Jaime regresara a la realidad. Se trataba del doctor Pérez que venía a visitarlo:
-Hola Jaime… ¿cómo te encuentras? ¿te sigue doliendo la cabeza? – le preguntó el doctor.
-Sí, aunque ya me encuentro mejor, gracias.
-Pues si te parece, procederemos a quitarte todo este vendaje, ¡espero no asustarme…! –apuntó el doctor bromeando, para quitarle importancia al asunto.
Poco a poco le fue retirando el vendaje de la cabeza.
Una vez finalizó, la enfermera le acercó un espejo a Jaime, que cogió con gran nerviosismo.
Se miró y no se reconoció. Era otra persona, totalmente distinto, por fin no se parecía a su hermano.
Lloró desesperadamente, lloró por sentirse liberado, por sentirse por primera vez único, por pensar que ya no recordaría a su hermano cada vez que se miraba al espejo, por dejar de ver esas facciones a las que tanto había llegado a odiar.
Cuando le dieron el alta en el hospital y salió, miró temeroso a ambos lados de la calle por si hubiera alguien acechando, pero lo único que encontró fue una leve brisa que acarició su rostro, cerró los ojos aliviado y protegido quizá por ese anonimato, pensó que la idea de hacerse la cirugía estética había salido como esperaba. Y satisfecho se encaminó a dar ese paseo que durante tanto tiempo deseó realizar.
-Ahora por fin podré ser yo y comenzar de nuevo… -murmuró para sí, ilusionado.


ROSA GARCÍA CALLEJA
Alumna relato I

6 comentarios:

Mar dijo...

Hola Rosa,
tu relato es, en gran parte, un discurso indirecto, esto es, el pensamiento de Jaime. Eso en sí es superinteresante, pero creo que podrías hacerlo todavía mejor si consideraras que el lector no necesita tantas ayudas para entender la historia y en cambio necesita más para conocer a tu personaje. Al principio, por ejemplo, te detienes en que está en un hospital, bien, pero cuando uno está ingresado por lo menos está adolorido, ¿no? Pues eso no está. Y si encima ha cambiado de aspecto, bueno, no sé, pero por lo menos está inquieto y nervioso por saber cómo habrá terminado todo. Pues eso no se ve. El motivo de todo ello, que es el núcleo de tu relato, queda en un discurso indirecto en el que encuentro detalles supérfluos (séptimo mes, por ejemplo o la referencia a los calmantes...) y echo en falta sufrimiento actual o reciente.
Lo que quiero decir es que lamento que esta gran historia quede entorpecida por una multitud de detalles innecesarios que la entorpecen y la deslucen, apartando al lector de lo que tú querías contarle.
Feliz día.
Mar

Sandra dijo...

Hola Rosa, creo que tu relato está muy bien contruído, es una historia cruda donde claramente se ve la angustia sufrida por Jaime durante toda su vida, sobre el tema del embarazo no creo que sobre esa aclaración ya que con ese detalle nos da a entender que realmente ahí comienza todo. Me ha gustado muchísimo, es una historia original. felicidades

Judi Cuevas dijo...

Hola Rosa,

yo estoy de acuerdo con Mar. La idea está muy bien y desdeluego es una histora de Jaime es cruda y acarrea sufrimiento, pero esto nos lo haces saber y creo que quedaría mejor si nos lo hicieses ver.

Por ejemplo, cuando dices que le pegaron una paliza, lo explicas, simplemente lo dices y creo que sería mejor que se viese, que estos puntos "altos" de emociones sean narrados en escena y no en resumen. O también cuando se mira al espejo que se muestre más emoción: es lo que ha querido toda su vida y por fin lo ha conseguido!!

Un saludo

ROSA G.C. dijo...

Hola a todas, muchísimas gracias por vuestros consejos. Con este personaje, me he centrado basicamente en sus pensamientos y en su sufrimiento psicológico, en cómo ha sido anulado como persona por su hermano, en que la depresión hace que apenas sienta dolor físico. En concreto la paliza no la he narrado en escena porque la he puesto más como un detalle secundario, simplemente para hacerle creer al lector que se encuentra en el hospital por ese motivo. Gracias de corazón por haber leído y aconsejado con tan buen criterio.
un saludo

Juan M. dijo...

Hola Rosa, con tu relato me has hecho rememorar escenas de mi infancia, porque aunque no era mi gemelo yo tenía un hermano que me hacía la vida imposible. Es cierto que llega un punto en que necesitas liberarte de aquella carga que alguien te ha impuesto. está contado con mucha veracidad. Saludos.

Marien dijo...

Hola Rosa,
Tu relato está muy bien contado, es cierto que quizá des demasiadas explicaciones, y quedaría mejor si se dejara ver en vez de explicarlo, de ese modo se transmitiria más sufrimiento.(es mi opinion) Por lo demás me ha gustado la historia y tu manera de contarlo.