miércoles, 29 de octubre de 2008

AROA

Inconscientemente resonaron sus viejos dedos en contacto contra la madera. Siendo éstos, agrietados, desgastados por las heridas del tiempo, no podían producir sino acordes sin ritmo, los cuales expansionados por el vacío fenecían contra las paredes.
Intentaba concentrarse, una vieja melodía resonaba en su mente. En su memoria el repiquetear de una campana perteneciente a una vetusta época le conmovía removiendo su memoria. Reiteró el acto, añorando aquella espléndida semblanza. Aquellos sutiles recuerdos de una adolescencia inalcanzable, volvieron a resonar en su mente. En un arrebato se levantó de la silla remisamente, apoyando ambas manos sobre los brazos de la silla. Erguida, caminó cojeando, ayudada de un báculo. En su mente, una imagen que le instaba a ejecutar su acción sin réplica alguna. Sus rugosas manos, víctimas de un tembleque, recogieron el cuadro contenedor de una vetusta fotografía, descubriéndose, un simple retrato, un joven apuesto, repeinado. Sintió nuevamente una sensación pérdida, casi olvidada por su avanzada edad. Iluminado su rostro con la dicha, desando sus pasos lentamente, mientras se aferraba con fervor al objeto. Repitió la misma operación a la inversa. Asentada, retornó con satisfacción a repicar sobre la mesa, mientras observaba con ternura el cuadro embelesándose con él. Recordó aquellos años de grata adolescencia en el instituto de la capital, con su ulular por los pasillos, con sus longevas tardes de estudio. Rebuscando entre la memoria, encontró el significado de su recordatorio, el momento exacto en el que todo quedó trastocado. Se hallaban en un patio trasero de dimensiones cuadrangulares, coronado éste por una fuente seca.
- Míralo… - Le señaló la localización con denuedo, obedeciendo su compañera, cercó con su vista aquella periferia. - ¿Lo ves? ¿Continúa mirándome? – Le cuestionó instintivamente, mezclando en su tonalidad la sorpresa de ser admirada con su dignidad como mujer. Un individuo coetáneo merodeaba, discurriendo continuamente por su mismo espacio.
- Sí…- Exclamó fascinada Marta, hipnotizada también por su presencia, percatándose de su frustrada vigilancia el interfecto le sonrió abiertamente a su observadora, mientras les contemplaba. Sonrojada, confesó a su amiga con timidez. – Nos está sonriendo…
- ¿Cómo? ¡Será fresco! ¡Pero que se habrá pensado! – Se giró bruscamente, hallándole con la mirada, oteó su desvergonzada actitud, pues le sonreía nuevamente. Confusa se vio abrumada, siendo capaz tan sólo de avistar su introducción en el instituto. Impactada, quedó durante unos instantes, vacilando acerca de que resolución elegir.
- ¡Aroa! ¿Estás bien?... – Le pregunto Marta con cierta socarronería. -Creo que te gusta… - Mencionó con énfasis, enmascarando su refocilación.
- No digas, eso… No me creas tan tonta de enamorarme de un chico por tan sólo su forma de contemplarme. – Le replicó, sintiendo cual la ironía abrazaba sus últimas dicciones.
- Yo no he dicho eso… ¡Lo has dicho tú! – Exclamó mientras se carcajeaba por el descubrimiento. Sonó la campana. Rápidamente aquel patio trasero, se rellenó instantáneamente de estudiantes, deambulando cual si fuesen un mare mágnum. Estudiaban en clases distintas. Presto su acompañante se marchó tras insistirle en que abandonarán ese lugar, eludió sus prisas, rehuyendo de aquellos pensamientos que le instaban a desertar. Quedó apoyada en la base de la fuente ruinosa, con sus codos posados sobre sus rodillas al mismo tiempo que sujetaban su rostro, intentando quimerizar nuevos encuentros con el sujeto que empezaba a obsesionarla. Abstrusa en esa intensa mirada azulona, conformada por un rostro angelical, se deleitaba con su reproducción incansables veces, definiéndose así un nuevo orbe. Ante ella el gentío indiferente, un patio despoblado, una realidad mezquina, desdeñable. Ante ella una sombra que vigila sigilosa rebotando entre la umbría de cada columna que encubren los soportales. Cabizbaja, se niega a partir, a pesar de las represalias, han tocado rebato, pero continúa con su obcecación, siente que no debe abandonar este lugar, que una razón que no comprende le obliga a su permanencia.
(Error estructural en los tiempos)
- ¿Me esperabas…? – Sintiendo entonces una dulce voz tras su espalda, nota como un escalofrío recorre su cuerpo, despertándola de su letargo. <<>> se repite así misma infantilmente. Presa de la indecisión, mecida bajo las circunstancias, siente como su cuerpo se queda paralizado por tamaña sorpresa. Paulatinamente, comienza a girar su rostro, impacientándose al no escuchar su respiración. Impactada asimila la situación, levantándose rápidamente, recorre la fuente entera, intentando darle caza, pero no lo encuentra, recorre entonces el patio entero, pero no le halla. Desconsolada, se desanima, tildando de desquiciante su actuación, regresa a la fuente para recoger el libro de texto que ha depositado en el suelo. Obsesivamente continúa divisando su rededor, esperando encontrarle. Percatada de su soledad, suspira, nadie le ha visto caminar en tan ridículo circuito, intenta recobrar la normalidad serenándose, alejando de su mente aquella voz fácilmente impuesta a un desconocido. Recoge el libro no sin avistar de soslayo, descubriendo vespertinamente mientras se iza, una anotación arrugada desprendiéndose de su interior. Asombrada, desenvuelve la parte doblada de la anotación, se trata de una octavilla, tan sólo reza una inscripción, una citación en letras grandes. El mensaje es contundente, pretencioso se diría, como su aparición.
Aún así, se halla entusiasmada con la dádiva, relanzando otra redada para descubrirlo, pero no lo halla. Cautivada se la lleva contra el pecho, abrazándola tenazmente, tras doblarla, la guarda con cuidado en un bolsillo de la chaqueta. Reflexiona en la insistencia del sujeto en acaparar su atención, dubitativa queda asaltada por las dudas, su sorprendente visión, su sonrisa embaucadora, se halla ante un dilema.
Se adentra en el interior del edificio, sumida en sus cavilaciones intenta asemejar normalidad, saluda a sus compañeros.
En la misma clase se encuentra ausente, no atiende a las explicaciones, se encuentra con una sensación de angustia que la corroe interiormente. Vespertinamente con cuidado deposita la anotación en su mano, visionando con intenso dolor su mensaje, se siente incomoda en el asiento, nerviosa no deja de removerse mientras sostiene aquel mensaje entre sus dedos. La angustia comienza a increparla, hallándose lívida, siente un imperioso deseo de sollozar. Su profesora advierte sus síntomas de malestar.
- Aroa, ¿te encuentras bien?
Escucha la voz de su profesora, cabizbaja, siente que no puede aguantar más los síntomas, que su estómago se revuelve, sus manos sudan, temblorosa, se siente incapaz de contestar. Vespertinamente se levanta del pupitre, la profesora le acompaña, siente entonces las afiladas miradas de sus alumnos (compañeros) acuchillándola, con sus cuchicheos sentenciosos, escucha las burlas, las sonrisas medianamente acalladas. La puerta se cierra, la profesora continua con sus clases. Siente ganas de vomitar, corre velozmente hacía los servicios, una vez dentro se encierra en el mismo, donde comienza a plañir desconsoladamente.
Aquella anciana de rostro afable, surcado por las arrugas que dotan la vejez, sonríe, recordando ahora con cierta resignación los avatares cargados de vicisitudes que aguarda el destino. Una presencia encorvada, de coetánea edad, de ojos azulados, camina hacia ella con su paso limitado, vislumbrando con satisfacción, el trofeo que sujetan aquellas manos temblorosas. Esboza una sonrisa su rostro, suspira, antes de abordarla, antes de enfrentarse a aquel apuesto joven, fiel reflejo suyo de su lozanía. Apoya entonces una de sus manos sobre el hombro de su amada, besando su cabeza, exclama emocionado con su voz envejecida, sosegada. -Siempre te he dado las gracias por haberme esperado

2 comentarios:

Aula de Escritores dijo...

Lo encuentro un poco denso para mi gusto. Puede que sea por el lenguaje (muy cuidado, por cierto) o quizá porque hubiera preferido una mayor brevedad.

Un saludo muy grande.
Manuel Santos.

Aula de Escritores dijo...

Cuento trabajado, cada uno tiene su estilo, pero, a mi modesto entender,me parece un ejercicio preciosista con un exceso de estupendas palabras EJEMPLO:¿Es correcto decir"vetusta época" hablando de personas, repetir en la misma frase dos veces la palabra memoria?¿Es correcta la utilización de la palabra vespertina en las diferentes frases en las que se utiliza?
No quiero que se me malinterprete, me parece una historia preciosa escrita por una persona muy sensible; pero a veces sé que el exceso puede arruinar el resultado.

Enhorabuena.

Antonio.