miércoles, 29 de octubre de 2008

UNA MUESCA EN LA CULATA

Sonó el teléfono.
Raquel Hernández leyó ese nombre en la pantalla de su móvil y sintió un escalofrío recorrer la parte baja de su espalda.
–Hola cariño, soy Lucas
–Dichosos los oídos, subinspector.
Lucas sonrió –oye, necesito que me hagas un favor
–Lo que quieras.
El policía se alegró de oír eso y pasó a exponer su duda.
–Un segundo que te lo miro –Lucas escuchó a través del teléfono como Raquel tecleaba rápidamente, buscando el dato en su ordenador –Ese caso se ha vuelto a abrir –informó la agente.
–¿Que han reabierto el caso? ¿Cuándo?
–Ayer mismo
–Vale ¿quién lo lleva?
–Creo que los AI
–¿Asuntos Internos?
–Ajá
–¿Y por qué cojones Asuntos Internos ha reabierto un caso que lleva cerrado diez años?
–No lo sé, Lucas ¿Por qué utilizas tú ese tono conmigo?
–Perdona cariño, perdona, perdona,
–No importa.
–Vale, vale, vale gracias, gracias venga hasta luego.

Marta miró a Raquel desde su mesa. Eran compañeras en la comisaría del distrito de San Blas desde hacía años. La conocía muy bien y también sabía quién era Lucas Fernández. Al ver la radiante expresión de su compañera no pudo contenerse.
–No te emociones tanto, Raquel. Es un chulito.
–No te lo discuto, pero también es un buen hombre y tiene un gran corazón. Es Lucas. No hay más que hablar.

Nerea, la joven becaria de la unidad, veía en su jefa el perfecto espejo donde mirarse.
–Algún día tienes que acabar de contarme esa historia, Raquel –la alentó con simpatía.
–Tal vez algún día –asintió la mujer vagamente. Su mente viajaba de forma veloz al pasado.


Se conocieron, siendo ambos becarios. Más tarde patrullaron juntos un tiempo y se entendían bien. Los inexpertos Hernández y Fernández, los llamaban cariñosamente sus compañeros. No hacían mala pareja. Como en las aventuras de Tintín. Los dos prometían, cada uno en su estilo. Ella admiraba las ganas y el énfasis que él ponía en su oficio y Lucas agradecía la paz que ella le transmitía. Se complementaban a la perfección. Raquel era de manual y de saberse los códigos de memoria. Lucas era más de calle. Además de compañeros, eran amigos.
Un día acudieron a la llamada de una mujer que decía estar recibiendo malos tratos por parte de su exmarido. Lucas, después de identificarse, entró en el domicilio. Raquel lo cubría. Oyeron el llanto de un niño al fondo del pasillo y el joven policía corrió hasta allí. En ese momento, un hombre salió de la habitación más cercana a la entrada, agrediendo a Raquel por la espalda
–¡Suéltala ahora mismo, hijo de puta! –Lucas apuntó sin vacilar con su arma reglamentaria, al tipo que estaba reteniendo a su compañera.
El individuo liberó a Raquel y Lucas acudió a comprobar que ella estaba bien, durante unos segundos que el agresor aprovechó para escapar escaleras abajo.
En Comisaría, el Inspector Zabalza, su más inmediato superior, no daba crédito.
–¿Me pueden explicar qué coño hacían ustedes entrando en ese domicilio sin pedir refuerzos?
–Ha sido culpa mía, inspector, Raquel sugirió que esperásemos, pero yo insistí en entrar. Ese cabrón no es la primera vez que maltrata a su familia.
–Fernández, existe un procedimiento que usted no se puede saltar a la torera. Quiero el informe en mi mesa antes de mañana. Ahora apártense los dos de mi vista, por favor.
–Claro, jefe –contestó Lucas abriendo la puerta y dejando pasar a su compañera en primer lugar.


–¿Sí Raquel?
–Lucas, tengo la información que me pediste.
–Sí, lo de la cuenta bancaria. Dime.
–Se trata de un ingreso que se hizo el 25 del 11 del 97
–¿Estás segura?
–Segura Lucas ¿o no te fías de mí?
–Sí, claro, cariño.
Raquel colgó hipnotizada. Aún la llamaba cariño…
Se preguntó en qué andaría Lucas. Lo notaba preocupado y le estaba pidiendo ayuda con el caso que se abrió tras la muerte de su padre.


En una ocasión en que estaban tomando las huellas a un detenido, el Comisario Blázquez llamó a Fernández a su despacho. Raquel esperó fuera, con las manos en los bolsillos de los vaqueros. Expectante. No necesitó preguntar nada cuando lo vio salir de la oficina. La cara afligida de Lucas le indicó que algo grave había pasado. Su padre había muerto.
Raquel se ofreció para conducir hasta el lugar de los hechos. Los rayos casi horizontales del sol del amanecer impedían a la agente tener una visibilidad óptima, aún así la joven colocó la sirena en el coche patrulla y aceleró más de lo que tenía por costumbre, intentando reconfortar al hombre con delicadas palabras.
Más tarde lo ayudó con los trámites y no se separó de él hasta que finalizó el sepelio.

Durante una guardia en el coche patrulla, Raquel rompió el silencio.
–¿cómo te sientes, Lucas? – preguntó la joven.
Lucas la miró un instante con tristeza y luego, sin contestar, continuó mirando al frente.
–Estoy segura de que ahora mismo en tu corazón es invierno y que hace mucho frío.
–Un frío de cojones –aseguró Lucas con la voz entrecortada.
–Ningún invierno es eterno y tarde o temprano llegará la primavera para curar ese frío, créeme.
–¿Por qué tendría que hacerlo?
–Porque así es la vida. Porque hay que cosas que se escapan de nuestro control. Es la vida quien nos lleva y no nosotros a ella.
El agente se quedó pensativo un instante, luego se removió en su asiento.
–Una vez, cuando era pequeño –empezó a explicarle a su compañera –miraba desde la ventana como se agitaban los árboles. Le dije a mi padre que por qué no paraban de moverse y de levantar tanto viento. Él me contestó que, aunque no pudiera verlo, era el viento el que meneaba los árboles y no al revés.
Raquel lo escuchaba con atención. Lucas se quedó un instante pensativo y luego continuó hablando.
–Me alegro de que mi madre no haya vivido para verlo morir.
–¿Quieres hablar de ella?
–Era muy guapa, aunque siempre estuvo delicada de salud. Recuerdo que tenía unas manos muy finas. Cuando me peinaba antes de ir al colegio, con una sostenía el peine y con la otra me aguantaba la barbilla para que me estuviera quieto. Luego me acariciaba la cara con delicadeza –Lucas dio una calada al cigarrillo, sentía que fumando, el vacío se hacía menos doloroso.
Raquel observaba los largos dedos de Lucas sujetando el pitillo.
–Estoy segura de que sus manos eran muy bonitas.
Lucas la miró articulando un silencioso “gracias” con sus labios.
Ella, azorada, le devolvió una sonrisa tímida. Lo amaba desde hacía tiempo. Nunca se lo había dicho, pero trabajar a su lado era un regalo diario.


–Nerea, niña, ¿has almorzado? –preguntó Raquel a la joven, al salir de su despacho.
–No, creo que estoy a dieta.
–Déjate de tonterías, anda, que estás estupenda. ¿Me acompañas a La Cantina?
–Bueno, pero… ¿me hablarás de tu Lucas? ¡Por fa… venga!
–Hoy hemos hablado de nuevo ¿sabes?
Nerea soltó de golpe sobre la mesa, las carpetas que llevaba en la mano y corrió hacia la puerta, junto a su jefa. Le encantaba escuchar esa historia y no desfallecía en intentar convencer a Raquel de que tenía que intentar recuperar al hombre de su vida. Ella nunca había tenido una relación estable. A veces salía con amigos pero se sentía fuera de lugar. Eran unos críos que sólo esperaban el fin de semana para ponerse hasta arriba y tirarse a todo lo que se moviera.
Nerea creía ser de otro tiempo, porque anhelaba enamorarse y vivir una bonita historia romántica.


Un día, después del turno, Raquel visitó la casa de su compañero.
–¿Necesitas alguna cosa, Lucas? Si necesitas ayuda con algo, sólo tienes que decirlo.
–Creo que no, gracias, estoy bien. ¿Quieres entrar y nos tomamos una cerveza? –la invitó Lucas amistosamente.
–¡Venga! –asintió la joven.
Primero fue una cerveza, luego fueron varias… mientras más bebía Lucas, más rienda suelta daba a sus sentimientos. Raquel era de las que con una cerveza ya se achispaba, así que dejó que fuera él quien bebiera y hablara.
Lucas lloró ante la foto que le entregaron entre las cosas de su padre. El Subinspector Tomás Fernández la llevaba en su cartera. Aparecían él y su hijo, con unos seis o siete años. Lucas sabía que su padre se sentía orgulloso de él y en esos momentos se lamentaba porque él lo idolatraba, pero nunca se lo había dicho.
Raquel ayudó a Lucas a levantarse y lo guió hasta el dormitorio. El hombre balbuceaba. Ella lo escuchó paciente hasta que por fin se durmió. Lo estuvo observando embelesada durante un rato hasta que cayó, vencida por el sueño, en la butaca de al lado de la cama.
Lucas despertó al amanecer y descubrió a su compañera dormida y con la cabeza ladeada en una postura bastante incómoda.
La miró durante un instante con agradecimiento, recordando lo bien que se había portado con él en las últimas semanas. Observó el rostro relajado de la mujer y sintió una gran ternura en su corazón. Fijándose en una belleza que anteriormente le había pasado inadvertida, acercó su mano hasta la mejilla de Raquel y la acarició despacio, sintiendo la suavidad de su cara y de su cuello. Luego, con delicadeza, rozó sus carnosos labios, notando en la yema de los dedos la cálida respiración de la chica.
La joven abrió los ojos lentamente experimentando una enorme alegría al ser la bonita sonrisa de Lucas lo primero que vio. Volvió a cerrarlos de nuevo, convencida de estar soñando.



–¿Qué era lo que más te gustaba de él? –Preguntó Nerea –¿Era guapo?
–Físicamente era muy atractivo, imagínate: veinticinco años, alto, esbelto y muy guapo. Tenía una manera de andar que me volvía loca. Su mirada era franca, te hablaba con los ojos y su voz era algo que me embrujaba… sabía modularla según las circunstancias. A veces gritaba como un poseso, amedrentando a los detenidos. Pero otras, en la intimidad… ¡uf! ¡Mira! –Raquel se señaló el antebrazo –aún se me eriza el vello al recordar aquellos susurros. Nunca olvidaré esa voz.
–¡Dios! ¡Qué hombre!
–Yo no sólo lo adoraba por su físico, Nerea, tuve el privilegio de conocerlo bien y te aseguro que nunca he visto a nadie más desprendido, generoso y noble. Amaba su trabajo porque no soportaba las injusticias. No era un gran conversador, pero con sus acciones te lo decía todo –Raquel hablaba con la vista perdida en un punto.
–Raquel, tienes que reanudar eso, te lo he dicho muchas veces.
–Nerea, bonita, como decía Azorín, yo vivo para verlo volver.


Una tarde de sábado de intensa lluvia, Raquel leía un libro estirada en el sofá. La sobresaltó el sonido del timbre y más aún abrir la puerta y encontrarse a Lucas ahí delante, con el casco bajo el brazo. Empapado de agua sonreía como un cachorrillo que esperase ser adoptado.
– ¡Lucas! ¿Qué haces así?
–¿Puedo entrar, cariño?
– Claro, perdona, pasa, pasa.
–Salí a dar una vuelta con la moto, ¡cómo iba a saber yo que caería el puto diluvio universal!
Raquel sonrío mirando la espalda de su compañero.
–Entra al baño y date una ducha caliente si quieres. Si continuas con esa ropa mojada, cogerás un resfriado. Ahora te traigo unas toallas.
–Gracias, preciosa –repuso Lucas agarrando a su chica por la cintura y atrayéndola hacia sí para besarla.
–Motorista, me gusta tu aroma, es tan…masculino.
El hombre la miró con una sonrisa y luego acercó su boca hasta el oído de la joven.
– ¿Te digo lo que me gusta a mí de ti? –preguntó en un susurro.
–Soy toda oídos –respondió Raquel temblorosa.
–Anda, ven aquí –Lucas llevó sus manos hasta las mejillas de ella y sujetándole la cara, la besó con esa tierna dulzura que a Raquel nunca dejaba de sorprenderla.



–¡Qué bonito, jefa! ¿Por qué se acabó?
–Fui yo, Nerea.
–¡No puede ser! ¿Tú? –preguntó la joven incrédula.
–Ahora parece una decisión precipitada pero entonces fue lo mejor –aclaró Raquel con nostalgia.


Poco después a Fernández lo trasladaron de comisaría para entrar a formar parte de la unidad donde había servido su padre.
Al principio se seguían viendo, aunque la distancia no favorecía los encuentros. Lucas se adaptó muy bien a su nuevo equipo. Su superior siempre lo había tratado como a un hijo. Era un gran tipo. Pasó el tiempo y la relación con Raquel se fue enfriando.
Hasta que ella rompió.
Sufría porque él no estaba tan involucrado. No buscaban lo mismo. Ella quería algo más estable y, para él, lo que tenían era suficiente. Pero ella nunca le pidió nada, simplemente se retiró cuando creyó que el dolor de su ausencia era mayor que la alegría de los ratos que pasaban juntos. Nunca dejaría de quererlo. No se sentía triste por perderlo, sólo contenta por haberlo tenido.

Un día, tras unos meses sin saber nada de él, Lucas apareció por comisaría. Estaba radiante. Le explicó con una sonrisa en los labios que le iba muy bien, que tenía unos compañeros excepcionales y que lo ascendían a subinspector.

–Te lo mereces, Lucas, estoy convencida. Me alegro mucho, de verdad.
–Muchas gracias, cariño –contestó el policía con el afectuoso apelativo que solía utilizar mientras estuvieron juntos.
Raquel se ruborizó y bajó la mirada.
Lucas le subió la barbilla y la besó suavemente en los labios.
–¿Vendrás a la condecoración? –preguntó después con voz ronca, casi en un susurro.
La mujer sintió como las lágrimas acudían a sus ojos.
–Allí estaré –dijo asintiendo con un movimiento de cabeza.



–¿Entonces volvisteis? –inquirió Nerea con ilusión.
–¡Fue tan fácil recaer! Yo seguía amándolo y él estaba pletórico, contentísimo. Quiso compartir conmigo su alegría y fue maravilloso volver a tenerlo cerca.


Pasaron varios años en los que Lucas aún llamaba a Raquel de vez en cuando, casi siempre por motivos de trabajo.
Raquel se ponía nerviosa al oírlo, pero lo ayudaba con gusto. Conservaba por él ese cariño especial que no sabía explicar. Siempre le estaría agradecida por los mejores meses de su vida.

Más tarde, Lucas se casó con Silvia, una policía forense guapísima que lo amaba con locura. Lo pasaban bien juntos. Él la quería aunque no estaba enamorado.

Raquel seguía pensando en Lucas. Lo hacía muy a menudo. Le gustaba fantasear con imágenes que permanecían vívidas en su memoria. En todas las veces que sus manos habían recorrido la musculosa espalda de él y como le gustaba sentir la calidez de su piel morena. Se negó a olvidar esos recuerdos. Prefirió asumirlos. Vivir con ellos. Entendía que no volvería a tenerlo nunca, pero ella era la única dueña de sus pensamientos y ahí nadie podía entrometerse.
Su vida siguió adelante. El trabajo rutinario delante de un monitor o entre montañas de informes se veía salpicado de alegría cuando, esporádicamente, Lucas Fernández la llamaba para pedirle ayuda con alguna información. Oír su voz le animaba el día, la semana…
Él, por supuesto, no sospechaba nada de eso. Ni lo sabía, ni lo sabría nunca.

Tiempo después, tomaron una copa juntos, una noche que coincidieron en una celebración. El matrimonio de Lucas había sido breve. Lucas le contó a Raquel que estaba divorciado. Intercambiaron amables palabras. Raquel absorbía cada segundo, disfrutando con avidez de cada instante. Consciente de la fugacidad del presente.
Lucas bebía su cerveza y fumaba. Estaba como siempre. No. Estaba incluso mejor que antes. Raquel por un momento pensó en la posibilidad de sincerarse con él. Las piernas le temblaban. Notaba las manos sudorosas. No sabía por dónde empezar. Qué pensará él. Qué hago. Creerá que estoy loca. Cómo le digo que no he podido olvidarlo.
–Lucas…
–Dime –contestó el hombre, animándola seguir hablando.
Raquel leyó en sus ojos que se sentía ilusionado. Tuvo suficiente para alegrarse por él. –No, nada, perdona.
Decidió no intentarlo. Volvió a casa serena, tranquila. No iba a llorar.
Lo tenía superado.
¿Lo tenía?
Daba igual.



–No te dio igual. Estoy segura. Es el amor de tu vida y es libre. Tienes que decírselo, Raquel o si no, siempre te preguntarás qué pudo pasar.
–Ya pasó algo entre nosotros, amiga. Algo muy grande. No importa si lo veo a diario o no. No importa si oigo su voz a menudo o no. No importa. Él vive en mis pensamientos y, sobretodo en mi corazón.
–Raquel eso está muy bien, pero… ¿no crees que sería mejor si se lo dijeses?
Nerea le alargó el teléfono a su amiga.
–Sé que todo sería distinto si lo tuvieses cerca. No conviertas la distancia en una excusa. Le quieres ¿no? El mundo es de los valientes. ¿No dices siempre que lo jodido de Lucas es tenerlo lejos? Pues coge el teléfono y rompe de una vez esa distancia.
Raquel miró pensativa a su a amiga, mordiéndose el labio inferior.
–¿Sabes qué te digo? –Anunció la agente, con una amplia sonrisa – ¡Que tienes razón! Animada, marcó el número de Lucas y sonrió a su compañera al oír la conocida voz del policía al otro lado. Luego se alejó unos pasos, buscando algo de intimidad.


–Lucas, ¿qué tal? –Raquel tomó asiento, intentando controlar los nervios que le punzaban en el estómago.
–Bien, Raquel, ¿y tú? –contestó Lucas con tono amistoso.
–Muy bien…quería comentarte algo.
–¿Ah, sí? Qué casualidad porque yo también tengo algo que decirte.
Raquel dio un respingo en su silla. ¿Sería posible? Sus labios se curvaron dibujando una sonrisa en la cara. La repentina ilusión la hizo llamar a su compañera con un gesto de la mano.
–¿Qué es, Lucas?
–No te lo vas a creer, estoy enamorado como un idiota y ella de mí –A Raquel se le aceleró el pulso. Miró a su amiga con complicidad, tocándose el pecho, sintiendo en su mano el galope desbocado del corazón –Se llama Sara –añadió el hombre.

El impacto de una mágnum 44 la hubiera dañado menos. Tras unos dolorosos segundos logró reunir fuerzas.
–Me alegro por ti, Lucas –contestó sincera – y por ella.

Las lágrimas que llevaban un buen rato luchando por aparecer, brotaron en sus verdes ojos. Colgó el teléfono despacio.
Nerea, ansiosa por conocer el desenlace de la conversación, se acercó a su amiga.
–Bueno, ¿qué tal? –inquirió expectante.
Raquel se encogió de hombros, resignada y, secando sus mejillas con el dorso de la mano, intentó sonreír.
–Pues eso… Lejos. Lo jodido de Lucas es tenerlo lejos.




SOHO. Fan Fic. Taller de Escritura Creativa.

3 comentarios:

Aula de Escritores dijo...

Un poco previsible pero esta muy bien. Existe un tio como Lucas en la vida real? Enhorabuena.
Libertad Ordovas Joven

Aula de Escritores dijo...

Buena historia.Mala suerte tiene Raquel.


Antonio Vallejo.

Aula de Escritores dijo...

ES PRECIOSA LA HISTORIA, LO HAS COMBIANDO TODO PERFECTAMENTE Y ESO ES ALGO QUE ELOGIAR.
UN SALUDO.
... SOMBRAS...