miércoles, 9 de noviembre de 2011

Noche fría. Cuando reprimirse no es una opción. Lusch

Aquella noche fría, mientras Paula se miraba en el espejo repartiendo el carmín por sus labios, le vio acercarse por detrás con los ojos llenos de ira. Pero no imaginó lo que traía entre manos, ni que su silueta nerviosa saliendo presurosa por la puerta sería lo último que vería. Sólo sintió un golpe y un mareo sin saber bien de dónde venían y vio el tibio charco que se iba dibujando bajo sus pies, cayó sin fuerzas de rodillas, y la barra de labios quedó atrapada en el creciente lago rojo.


Paula sonreía con los verdes ojos. Era un auténtico camaleón, por las mañanas con gafas de intelectual en la facultad, por las noches con sus libros como filósofa ocasional y los fines de semana con tacones promocionando un bar. Estaba criticando un libro tirada en el sofá con Claudia cuando Santiago la vio por primera vez. Irradiaba vida, libertad, y esa madurez desencajada con su edad. Y cuando él le expuso su mejor discurso argumental, algo en ella despertó: curiosidad. Pero Paula sólo jugaba a experimentar qué se sentiría al estar con alguien que le doblaba la edad y que además era un padre convencional. Y más tarde, en la antesala de reyes se presentaría Santiago en su portal con un regalo como excusa para verla: -¡Qué bonito reloj!-dijo ella. Santiago cogió su rostro con ambas manos, lo apretó fuerte y la besó. Y Paula pensó que había sido el beso más tenso que había probado; y si acaso había cubierto el gasto del detalle. Le daba la impresión de que podía cortar el viento con su cuerpo, sus manos, sus hombros, parecía un robot, era frío, y la espontaneidad le sabía a cortocircuito. Aún así, jugó a probar. Muchas charlas y tres visitas nocturnas más, con la confirmación de que hay a quienes los años y las enfermedades no perdonan; el cuerpo caduca, la mente también; le diría claramente sin dejarlo de mirar: ¡déjame en paz!, y tras cerrar la puerta y encender el ordenador, desatando los análisis típicos de su profunda observación, escribiría: Me es difícil escribir sin tanta subjetividad, quizá ahora la irritabilidad me precede y me muestro cruel, no es el caso. Me molesta tremendamente esas quejas infantiles de tía, sí, son las típicas discusiones y los letreritos de vendo pena, quería mandarlo a la mierda y hacer añicos su ridículo ego, a veces puedo ser tan villana… pero esa actitud tan pasiva y quejumbrosa, tan apática y evasiva, tan agobiante y ansiosa…sí, es un apego ansioso, como dicen los libros de psicología…He sido propensa a juntarme con personas así, quizá porque lo era yo también; pero hay máscaras que no me pienso volver a poner. Quería que se viera tal y como yo lo percibía, y hacerle ver lo absurdo y patético de su comportamiento, no sólo era infantil sino que era una conducta madurada en la culpabilidad suya y ajena de la cual hasta se sentía orgulloso… ¿eso es ser bueno? ¡Y una mierda! No tiene mérito parecer bueno por ignorancia e inconsciencia, y mucho menos por conocimiento e irresponsabilidad… Y luego pensaba que tenemos lo que nos merecemos, cosechas lo que siembras, siempre…

Unos días después, recibiría una llamada menos subida de tono, más pausada, de Santiago dejando de insistir y tratando sólo de retomar una amistad. ¿Por qué no? se dijo cuando aceptó verle. Esa noche hacía frío, Santiago llegó temprano, Paula era confiada y dejó que la esperase en su salón mientras se terminaba de arreglar para salir a cenar. Sólo sería eso pensaba, una charla y una cena, como viejos camaradas, no era tan villana después de todo. Así levantaría aquellos cargos de conciencia y llevaría la tregua en paz, así no perdería un amante, sino que hasta podría ganar un amigo.


A Santiago le adornaban cuatro canas la cabellera rubia que peinaba hacia atrás, los ojos azules y pequeños escondidos por asombros reprimidos acompasaban con la estampada sonrisa falsa. Pensaba que las desgracias que componían el currículo de su vida eran castigos no merecidos de un titiritero cruel y burlón al que despreciaba con furia. Tras las cicatrices del pecho, el corazón operado aún llevaba tiritas repartidas por un frustrado amor que nunca sanaría. Y en el maletero del coche guardaba las herramientas oxidadas para reparar un matrimonio de pantomima. Incluso los besos de buenas noches de sus hijas eran incapaces de darle un sentido más sentido a su triste monotonía. Y entre cafés sin cafeína oyéndola reír y conversar, quiso que Paula, compañera de su hija Claudia, decorase su vida con guirnaldas de sonrisas y camas desechas donde desfogar, sería la anestesia perfecta para aguantar su miserable rutina, y creyó que un par de frases sobrarían para sorprenderla, seducirla, retenerla.

Días más tarde, tras pasar por la joyería, le llevaría envuelto un presente, como se hacía en su época, detalles de caballero, presumía. Y después de horas enteras entre palabras, sabiéndola demasiado lista, demasiado sola, dejó colarse la oferta de un “déjame conocerte más”, y Paula accedería tan espontánea y cariñosa como era. Pero ni el tiempo invertido en largas conversaciones, ni las caricias con que ella cubrió su cuerpo gastado logró conmover a esa mujer de hielo en la que pareció convertirse cuando él quiso, después de unos encuentros, saciarse una vez más.

Santiago no pudo quitársela de la cabeza, su desnudez física y mental, su calidez y la frialdad con que le había tirado la puerta la última vez. Se mezclaban sentimientos de devoción, adoración y rencor, que envueltos en un remolino obsesivo de impotencia, fomentaba sus ansias de hablarle, verla, olerla y convencerla de ser el más idóneo para ella. Le insistió muchas veces con el mismo tema, volver, eso quería, continuar, pero no pareció funcionar -salgo con un hombre mucho más maduro que tú, y no hablo de edad, hablo de madurez mental, ¡crece y deja de molestarme!, tienes una familia, debería darte vergüenza- le había dicho a secas; y sonsacando a Claudia con excusas de curiosidad se había enterado que salía con un profesor de la universidad. Así de simple, así de fresca, como quien cambia de sombrero. Le había dicho que la quería, había sentido que era mutuo, ¿estaba fingiendo ella o era tal vez él engañándose a sí mismo? Ella, la cruel e inmadura aquí era ella, ¿estaba jugando con él? Ahora él jugaría con ella, se decidió.

Al cabo de unos días le pidió una última cita: sólo para conversar, aseguró, y ella accedió. Fue entonces a visitarla aquella noche fría. Paula aún se estaba arreglando cuando Santiago llegó, lo hizo pasar entre un saludo cordial y un espérame un ratico, y se desapareció en el pasillo que daba al baño y a la habitación que él perpetuaba con detalle en su memoria. En el salón el ordenador estaba encendido. Santiago impaciente volvió a quemarse por dentro por tenerla, unos celos lo invadieron pensando en que probablemente con otro, más tarde, se revolcaría. Se acercó a la pantalla con ansias de encontrar cualquier retazo de su intimidad: fotos, cartas, pruebas, el morbo le podía. Vio, para su asombro, un texto con su nombre y leyó. Fue la gota que derramó el vaso, quedó sorbido en la vergüenza y el atropellado orgullo. Venía con la intención de pintarle mariposas y ponerla a corretear tras ellas mientras él la atraparía en sus redes de don Juan, y otra vez sería suya, sí, suya. La odiaba entonces, la odiaba ahora más. La odiaba por haberlo rechazado, la odiaba por no quererlo, por no entenderlo, por su frescura para hacerle daño, la odiaba por todos aquellos que había odiado y tenido que aguantar. Quería que sintiese igual y hacerla pagar por todo cuanto había sufrido en su vida. No lo conocía, no lo comprendía, era como todos, una más. No lo soportaba más, todos esos silencios de repugnante condescendencia, todos esos desprecios, y todas esas risas imaginadas atolondrando su cabeza. Miró en la esquina unas pesas, se acercó sin pensar, seducido por la ira cogió una de ellas y se fue hasta el baño. La miro sonriendo por el espejo, tan suelta, tan sencilla, la odio aún más y sin temblarle el pulso levantó el hierro y lo volcó con rabia, asco y fuerza sobre esa melena oscura que nunca más vería.





3 comentarios:

Aula de Escritores dijo...

Hola Lusch,
Escribes muy bien y me gusta los dos puntos de vista de la relación entre la chica y el maduro. Quizás existe una desproporción entre la historia en sí y la parte descriptiva de los personajes. Tras leer el principio uno quiere saber porqué la matan y eso ya se intuye cuando describes las ideas de la chica. La parte del sr. maduro queda muy clicheada y no acaba de explicar el por qué un "encoñamiento" acaba así. Quizás faltan sucesos en el relato. Pero vamos tienes alma de escritor, y bueno.
Un saludo.

Lusch dijo...

Hola tú, ¿eres Ana o alguien más?
Gracias por tu comentario, una crítica, y sobretodo constructiva, siempre es bien recibida. He agregado unas líneas en la parte de "el maduro", como le has dicho tú. Espero sirvan para explicar ese "encoñamiento", aunque hay cosas que no podemos explicarnos de personajes un tanto desequilibrados ¿no?. Ja', excusa barata, el próximo será mejor.
Un saludo.

Aula de Escritores dijo...

hola Lusch, soy David Rubio Vidda
Un saludo