viernes, 4 de febrero de 2011

Un día como cualquier otro

Seguía absorbido por mi lectura, el libro que leía hacía desconectar mis otros sentidos, absorbiéndome por completo y haciéndome perder la noción del tiempo mientras sentía como éste se detenía.
No se cuanto tiempo pasó, desde que me pude sentar en el tren, después de una jornada de trabajo, y abrir el libro por la página por donde lo había dejado esta mañana, pero algo me despertó.
Confundido miré a mi alrededor y vi como los demás pasajeros hablaban entre ellos hasta el punto que el murmullo se hizo constante.

Empecé a notar cierta agitación colectiva cuando oí que el maquinista no se había detenido en la estación anterior y tampoco se detuvo en la siguiente que justo habíamos dejado atrás.
Con los años que llevo haciendo el mismo trayecto, de casa al trabajo y del trabajo a casa, esta era la primera vez que ocurría algo extraño.
Sentí como todo mi cuerpo se petrificaba, un escalofrío lo recorría sin dejar ningún rincón, por insignificante que fuera. El pánico se apoderó de mí al igual que a los demás pasajeros. Pensé en qué me ocurriría si chocase el tren o llegase a final de la línea.

Observé los rostros de las personas que tenía alrededor, como el pánico se reflejaba en sus ojos. Algunos lloraban, otros rezaban y otros no se movían por el terror y el shock que sufrían.

Un hombre se acercó a la puerta de la cabina, mientras hacía esfuerzos para mantenerse en pie, por culpa de las sacudidas del tren en cada curva.
- ¿Está ahí dentro? -. Dijo gritando mientras aporreaba histérico la puerta. – ¿Me oye? -. El silencio fue su única respuesta.

Sin pensármelo dos veces, me puse en pie y fui directo a la puerta de la cabina, sujetándome en los respaldos de los asientos para no perder el equilibrio.
Cada paso que daba sentía que el tren aumentaba de velocidad, el sonido de las ruedas metálicas en contacto con la vía se hacían cada vez más intensas, ensordecedoras y provocaban una reacción en los pasajeros de gritos y afirmaciones tan negativas que desanimarían al mismísimo diablo. No obstante, seguí firme en mis convicciones, quería salir vivo de allí y la única idea que me rondaba por la cabeza era desde los mandos de la cabina.

- Nadie responde -. Me dijo el hombre que instantes antes aporreaba la puerta.
- ¡Es igual, apártate! -. Dije en un tono severo y autoritario mientras me sujetaba al respaldo del asiento que tenía más cerca, levanté la pierna para descargar toda mi furia y adrenalina, cerca del pomo de la puerta, para hacer saltar el cierre y entrar.
El tren giró sutilmente en una curva y me hizo perder el equilibrio sin darme tiempo a golpear la puerta. Volví a arremeter contra la puerta, esta vez gritando histérico mientras mi pié conseguía destrozar el cierre y este saltar por los aires.

- ¡Lo has logrado! -. Dijo una voz femenina detrás de mí, con cierto tono de sorpresa, mientras entraba en la cabina.
Una vez dentro, vi al conductor, un hombre de avanzada edad con cabellos grises como nubes furiosas y preparadas para desahogar sobre todo aquel que se atreviera a seguir en la calle, echado encima del panel con la mano derecha sujetando una palanca.
- Esa es la palanca -. Dije en voz baja y totalmente convencido, siguiendo mi intuición y sin tener ni idea de cómo funcionaban todas aquellas luces y botones.
Fui directo a apartar la mano del mando y tirar, pero la mano estaba tan firmemente sujetada a esa vara que me tuve que emplearme a fondo para dejarla libre.

Acto seguido, moví el mando hacia mi recorriendo toda la trayectoria que permitía, miré hacia delante y observé. No pasó nada, ni tan siquiera se redujo la velocidad. Mi respiración se aceleró, volví a mirar la palanca, pero esta no daba más de sí, luego miré al conductor que tapaba todo el panel y no dudé en apartarlo, tirándolo al suelo sin ningún pudor para poder observar completamente el cuadro de mandos para encontrar algún indicio de me dijera que podía detener el tren por algún medio.
No podía aguantar más la angustia y el estrés de aquella situación, empecé a tocar todos los botones y ninguno daba señales de ningún tipo, parecía que nada hacía reaccionar le tren.
Con mis puños empecé a dar golpes encima del tablero mientras gritaba encolerizado, mis ojos no pudieron resistir la situación humedeciéndose por las lágrimas que empezaban a aparecer, cuando de repente un pensamiento pasó por mi cabeza.

- ¡Accionar el freno de emergencia! -. Grité con todas mis fuerzas mientras seguía mirando el cuadro de mandos, aferrándome a la idea, a la esperanza que funcionase y nos librase de un impacto seguro.
Di media vuelta y miré al hombre que estaba junto a la puerta, el mismo hombre que la aporreó un instante antes.
- ¡Junto a la puerta lateral, accionar el freno! -. Volví a gritar señalando fuera de la cabina mientras miraba a los ojos de aquel hombre, de pié y quieto como si fuera una estatua. - ¡Ahora, mueve el culo! -. Le insistí.

Al momento sentí una sacudida que me volvió y casi me hizo golpear la cabeza contra el cuadro de mandos. No comprendí que pasaba hasta que noté como el tren reducía la velocidad. Una inmensa alegría llenó mi cuerpo, me quedé atónito mirando por el cristal, observando como tanto el paisaje como mi corazón se movían cada vez más lento, mis músculos se relajaban y mi respiración se ralentizaba hasta que el tren se detuvo por completo. Volví a recuperar el aliento.

Grité de alegría mientras veía una luz delante del tren, parecía una estación y no estaba muy lejos. Avisé a los demás de mi hallazgo para que se pusieran en marcha y fueran a pie por la vía, mientras me arrodillé junto al conductor para comprobar su pulso. Estaba muerto, no me extrañó pensar en un ataque al corazón, pero el motivo del fallecimiento se encargaría los forenses.

Me dirigí a la puerta lateral para salir del tren y antes de bajarme me fijé en el freno de emergencia que había a la altura de mis ojos, sonreí al pensar que alguien me había oído o se le ocurrió esa idea.
Bajé del tren de un salto, suspiré mientras me relajaba y andaba hacía la estación, pensando en lo ajetreado del trayecto y las ganas que tenía de llegar a casa.

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