martes, 15 de febrero de 2011

El elefante y el cenicero

Érase una vez, un elefante que caminaba felizmente por la senda de un bosque. El mamífero irradiaba pura felicidad y una inocencia jamás vista. El animal observaba todo lo que le rodeaba y experimentaba con todo. Desde oler una preciosa margarita, sentir la fresca brisa recorriendo su cuerpo, hasta detenerse y contemplar el paso firme y seguro de una hormiga que se cruzaba en su camino mientras hacía alarde de su fuerza transportando una enorme hoja.

El elefante quería aprender cada minúsculo detalle de todo lo que le rodeaba. Para él, el tiempo era abstracto y carente de valor, pensaba que podía aprender todo sin importarle el tiempo que necesitase. Cuando vio pasar la hormiga, reanudó su trayecto sin saber que algo le llamaría la atención por encima de todo.

Algo le sorprendió, un destello, un reflejo provocado por el juguetón del sol hacía aquel objeto de que estaba en el suelo, delante de él. Su innata curiosidad hizo que sus patas tomaran posesión de su cuerpo y se movieran hacia aquel objeto, acercándose para comprobar que era. Mantenía su cara de asombro y de expectación, mientras la ladeaba sutilmente y sostenía su trompa rígida, sin terminar de creerse lo que veían sus ojos. Aquel destello no le dejaba divisar con claridad, hasta que el sol dejó de centellear picaronamente sobre aquel objeto e incrementó su sorpresa cuando descubrió lo que era. ¡Un cenicero!.

Aquello no sólo era un objeto de cristal, sino que contempló estaba boca abajo y además, percibió que en su interior contenía un cacahuete. Su alegría fue inmensa cuando avistó aquel apetitoso majar. Su trompa fue descendiendo lentamente, acercándose al cenicero y en el preciso instante en que lo iba a tocar, este corrió varios metros alejándose del animal y llevándose consigo el preciado comestible.

El elefante, estupefacto, parpadeó varias veces mientras se le abría la boca sorprendidamente, siguiendo el recorrido del cenicero con la mirada y de cómo se llevaba el cacahuete consigo. Manteniendo esa misma expresión facial, el cuadrúpedo volvió a acercarse al cenicero y a su preciado tesoro, pero este inició su marcha cuando el elefante lo hizo, manteniendo las distancias y la velocidad.

El elefante se exasperó al ver que el cenicero no cedía, por lo que aumentó su velocidad y a su vez el cenicero actuó de la misma manera. Ambos empezaron a correr, uno detrás del otro. El cacahuete que transportaba el objeto de cristal daba vueltas en su interior como si estuviera poseído, divirtiéndose de participar en aquel espectáculo.
Hasta que el mamífero pisó su trompa, haciéndole perder el equilibro y dándose de bruces contra el suelo. Se quedó inmóvil, con los ojos cerrados y con una mueca de dolor.

El cenicero se detuvo en seco, daba la impresión que contemplaba al pobre elefante en el suelo y se acercó a él lentamente. Primero se puso justo enfrente de el, luego a un lado, luego al otro con movimientos pausados y calmados. Pero el elefante no reaccionaba.
El cenicero se detuvo otra vez, sólo un instante, para volver a correr enfrente del cuadrúpedo que estaba tumbado. Dibujaba círculos y figuras geométricas en el suelo, haciendo alarde de su agilidad y mofándose de la torpeza del animal.
Cuando de pronto el elefante alargó la trompa justo en la trayectoria del cenicero, haciendo saltar el pequeño objeto por los aires y también su valiosa carga que llevaba consigo. El cenicero cayó al suelo y se quedó al descubierto, estaba del revés y no podía darse la vuelta por si mismo para seguir corriendo.

El elefante se incorporó, miró al cenicero arqueando sus cejas y suspirando. Luego buscó el cacahuete, lo recogió con su trompa y siguió andando por el sendero mientras masticaba aquel suculento regalo y movía su cola alegremente.

De repente se detuvo, su cola dejó de moverse, el mamífero parecía una estatua, nada lo alteraba. Cuando al cabo de unos segundos, el cuadrúpedo dio un par de pasos para darse la vuelta, giró su cabeza y miró en dirección al cenicero, que seguía en el mismo sitio donde lo dejó, entonces se le dibujó en su boca una orgullosa sonrisa. Volvió sobre sus pasos para seguir andando por el sendero, movía su cola con total felicidad y siguió observando todo cuanto le rodeaba.

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