domingo, 3 de abril de 2011

Buscando una respuesta

Empujaba el carrito de la biblioteca a última hora de la tarde, agradeciendo que no hubiese mucha gente presenciando sus esfuerzos para evitar que el carro se desviase tercamente hacia la derecha, por más que se intentaba mantenerlo derecho, las ruedas giraban y el carro avanzaba tropezando contra las estanterías: plack plack plack. Tan concentrada estaba por evitar colisiones, que tardó en darse cuenta de que alguien la seguía. Al principio fingía rebuscar entre los libros de idiomas, luego se lo tropezó vagando junto a las estanterías de cocina, poco después toqueteaba los lomos de los cómics, sin sacarlos de su sitio. Tras recorrer casi media biblioteca, optó por arrollarlo junto a los diccionarios. Y aprisionado entre el carro y un diccionario de antónimos y sinónimos, se atrevió a preguntar:

- ¿Puede ayudarme? He localizado una serie de libros en el ordenador, pero no los encuentro entre las estanterías -y añadió en voz baja como si fuese un estigma- es la primera vez que vengo aquí.

Ella le sonrió amable pero con firmeza, tal y como hacía con todos los chicos de Instituto, que llegaban desorientados buscando libros para sus trabajos académicos. Le miró de arriba abajo: menudo, con gafas, cara de tímido, vestido moderno pero sin pasarse. Lo suyo era el ordenador y no los libros, ahora le pediría “Platero y yo” especificando que era un libro escrito por un señor muy mayor, o algo así. Juventud: divino tesoro.

- Claro que te ayudo, y no te preocupes si vienes por primera vez, lo importante es que a partir de ahora seas asiduo.

El chico sonrió más tranquilo. Y le tendió una hoja pulcramente doblada en cuatro. “Amabilidad y firmeza, pensó ella sonriendo, y estos niños se te deshacen en las manos, aún haremos de ellos lectores ejemplares”.

La lista le cambió la cara, con letra caligráfica, a dos colores, ordenados alfabéticamente el joven lector solicitaba: “Vida después de la muerte”, “Comunicarse con los espíritus”, “Como usar la ouija”, así hasta 10 libros. Después de la sorpresa inicial sólo pudo pensar “Cuanto daño está haciendo “Crepúsculo”.

Le guió hasta la estantería y cuando estuvieron delante de ella, por primera vez al chico se le iluminó la cara:

- ¡Pero si tenéis muchos más libros! Vuestro buscador es un desastre, no se encuentra nada, si no llega a ser por tí, todo esto no lo veo - Extraía los libros entusiasmado, los ojeaba con ojo crítico y volvía a colocarlos, a toda velocidad. - ¿Cuántos puedo llevarme?

- Cinco.

- No son muchos, tendré que escoger muy bien.

- Bueno... cuando los devuelvas puedes sacar otros cinco, y así poco a poco ir leyendo lo que te interese.

El chico se detuvo un segundo para mirarla - lo que pasa es que no se si voy a tener tiempo.

- ¿Tiempo? Claro que vas a tener tiempo, te los prestamos 20 días, más que de sobra para que los leas y si no te da tiempo puedes renovarlos por 10 días más. - En eso si era igual al resto de los adolescentes: lo querían todo y nunca les bastaba el tiempo.

El chico la miró con cara “tu no lo puedes entender” y ella se encogió de hombros pensando “tienes razón, no puedo entenderlo, pero tampoco me interesa, con terminar de colocar los libros antes de la hora del cierre, tengo bastante”.

No volvió a verle hasta que el conserje empezó a apagar las luces, surgió de entre las tinieblas con los libros entre los brazos, gritando si aún estaba a tiempo para sacarlos. Ella suspiró, era la misma historia de todos los días: justo cuando estás apagando el ordenador, aparece el rezagado y no puedes salir a tu hora, con el frío que hace en invierno y las ganas que tenía de llegar a su casa para cenar y meterse en la cama.

Hizo un esfuerzo y sonrió, el chico era nuevo, y no quería que se llevase una mala impresión, por menos de eso se largaba la gente pensando “yo aquí no vuelvo, que la bibliotecaria es una borde”.

- Lo siento, es que me ha costado mucho decidirme, me habría gustado llevarme más, pero con estos tendrá que bastar.

Ella siguió sonriéndole distraída, pensando en cerrar el ordenador, coger el abrigo y salir corriendo hacia su casa.

- Ya te he dicho que puedes renovarlos, y el resto te seguirán esperando tranquilamente en su sitio. No es un tema del que haya mucha demanda, la verdad.

- No lo entiendo, ¿a tí no te interesa saber si hay algo después?.

Estuvo tentada de explicarle que a ella lo que le interesaba era largarse a su casa cuanto antes, y no ponerse a divagar sobre la vida y la muerte, si el chaval buscaba un interlocutor, que le diese la lata a sus padres.

- Bueno, ya sabes lo que dicen – empezó apagar el ordenador – nunca ha vuelto nadie para contarlo - Guardó los bolígrafos y le miró poniendo cara - eres muy simpático, pero ahora mismo sólo quiero irme a casa.

- ¿Te gustaría que alguien lo hiciese?. - El chico parecía no tener casa o pocas ganas de volver a ella.

- ¿Hacer qué?

- Regresar y contártelo.

- Pues claro – bromeó ella levantándose de la silla con cara de “vete ya, por favor” - siempre es interesante conocer cosas nuevas.

- Entonces volveré a verte – la puerta acristalada se cerró con un crujido metálico, y ella pensó “¡Por fin!”.

El primer día que encontró los cinco libros distribuidos por el suelo de la biblioteca, pensó que el chico tenía una forma curiosa de devolverlos, el segundo día estaban apilados sobre una mesa, justo debajo de la lampara de lectura, como si alguien los hubiese olvidado allí después de consultarlos, el tercero la esperaban en el carro junto al resto de los libros ordinarios, pero no fue hasta el cuarto cuando se enfadó de verdad: al mover su silla cayeron con estrépito sobre el suelo. Si aquello era una broma no le veía la gracia, ni la causa. Buscó sus datos en el ordenador y con la determinación que da el malhumor llamó por teléfono a su casa. Contestó un hombre de voz ronca, que la escuchó en silencio hasta el final, cuando arrastrando un poco las palabras respondió:

- Señorita, no entiendo nada de lo que me está contando, yo fui quien devolvió los libros, mi hijo se suicidó hace unos días.

Sentada con el teléfono en la mano, mirando los libros sobre la mesa le cruzó una idea “voy a tener que colocaros durante mucho tiempo”.


primer ejecicio del curso

Noemí Herrera

No hay comentarios: