martes, 23 de febrero de 2010

Miradas inocentes

El alba gris se alzaba perezosamente sobre la tierra dormida. Era pronto, tan pronto que posiblemente ni el tiempo había despertado. A través de la ventanilla del tranvía que me llevaría a la estación de autobuses y de allí, al aeropuerto, podía ver cómo el viento helado sacudía las hojas caídas de los árboles, arremolinándolas, dándoles vueltas, alzándolas y dejándolas caer, como si estuvieran escenificando una especie de danza fantasma. Súbitamente, los relámpagos comenzaron a destellar en un cielo progresivamente más oscuro, mientras el sol, que apenas había salido aún, se hundía de nuevo como una canica de oro tras las nubes grises. Yo cada vez me sentía más triste. Y el frío se colaba dentro de mí y corría por mis venas hasta llegar a mi corazón. Y sentí que mi tristeza estaba congelando el mundo.

Era el día de Año nuevo, y ahí estaba yo, una española perdida en Hannover, regresando a mi casa de Barcelona después de una estúpida pelea con mi novio, que era alemán. En realidad, no había sido sólo una pelea estúpida. Habíamos roto. Definitivamente. Para siempre. Y ya no había esperanza ni manera de coser con el hilo dorado de mis sueños los pedazos de nuestra historia, que habían quedado bañados, asfixiados, por el gris metálico y mediocre de todas las cosas, ese gris invernal que parecía proyectar cada amanecer sobre nuestras siluetas. Nunca había sido demasiado optimista. En realidad, nunca había sido más que una escéptica, una persona extraña, alguien que ilusamente creyó que podría obtener el material necesario entre sus propios delirios para maquillar la suciedad que cubría el mundo, esa suciedad que indefectiblemente terminaba por cubrirlo todo y eliminar toda la pureza, la hermosura y la esperanza del amor, de los sueños, de la vida en sí. Y ahora, esa vida estaba vacía, y se me había acabado la esperanza que había ido guardando en una cajita para esos casos especiales.

El sonido de unas voces infantiles me distrajo de mis lamentables pensamientos. Alcé la mirada, curiosa, cuando tres niños de unos 6 años entraron ruidosamente en el compartimento -hasta entonces, sólo ocupado por mí- y se acomodaron en los asientos que había enfrente del mío, apretujándose entre grititos de alborozo. Eran dos niñas y un niño, los tres con esos adorables mofletes infantiles enrojecidos por el frío. El niño tenía los cabellos de un rubio casi blanco que le hacía parecer albino y las dos niñas lo tenían de un tono castaño muy claro, casi dorado. Una de ellas, que sujetaba la mano del niño como si temiera que se le escapara, llevaba la cabeza cubierta por una gorra rosa que hacía juego con su abrigo y con la mochila que, tras sacarse apresuradamente, había apoyado entre sus diminutas piernas. La otra niña, que aparentaba ser un poco más pequeña que sus compañeros de viaje, parecía divertida por todo el entorno y sus ojillos azules curioseaban el vagón ávidamente, mientras los otros dos se miraban y se reían alborozados como si acabaran de oír el mejor chiste del mundo. Carraspeé para llamar su atención:

-Hola -De inmediato, el niño y la niña más mayores me miraron, mientras que la pequeña seguía absorbiéndolo todo con los ojos, moviéndolos a un lado y a otro como si fueran peonzas-. ¿Qué viajáis solos?

-Nuestros padres están en otro compartimento -contestó el niño al punto, con una seriedad insólita, tan graciosa al ser balbuceada por aquella voz tremendamente infantil.

-No es cierto -exclamó la niña más pequeña entre risitas, que súbitamente pareció despertar de su hipnótica fascinación y giró la cabeza súbitamente hacía mí-. ¡Van a casarse!

-¡Anna Bell! -exclamaron furibundos los dos niños, mirándola con reproche.

-¿Qué pasa? -replicó la pequeña, saltando sobre sus pies y mirándoles con los brazos en jarras-. Si no me dejáis decir lo que quiera, no pienso ser tostiga de vuestra boda.

-Se dice testigo -la corrigió pacientemente la otra niña, que se parecía mucho a ella, ahora que la miraba bien. Tal vez fueran hermanas. Alzó la mirada, desafiante, y me perforó con sus brillantes ojos azules-: Sí. Mika y yo nos vamos a África, a casarnos -Dicho esto, tanto Mika como ella alzaron la cabeza orgullosamente, y se miraron, destilando tanto amor a través de aquellos ojos inocentes que se me habrían saltado las lágrimas de no estar tan estupefacta.

-¿Q-qué os vais a… África… a casaros? -balbuceé, absolutamente atónita-. ¿Y cómo pensáis llegar hasta allí?

Pacientemente, Mika y Anna Lena (que así se llamaba la supuesta "novia") me explicaron sus planes punto por punto. Se habían escapado muy temprano de la casa familiar, en la que vivían los tres, pues sus padres eran pareja y ellos eran hijos de matrimonios anteriores de cada uno, las dos niñas de la madre y Mika, del padre. Habían llenado una mochila con provisiones, algo de ropa y juguetes de playa, y habían decidido poner rumbo a África "porque allí hacía calor, y estaban cansados del frío". Lo mejor de la historia es que habían sido capaces de coger el tranvía, planeaban coger otro autobús hasta el aeropuerto y pese a todo, nadie parecía haberles informado de que no se podía volar sin billetes. Estaba intentando explicarles esto último cuando apareció de la nada un policía, acompañado de un revisor de aspecto bobalicón. Ambos nos miraron expectantes. En aquel momento me di cuenta de que nos habíamos detenido pues ya habíamos llegado a nuestro destino.

-Hola, niños -saludó el policía tratando de hablar con voz cariñosa y tranquilizadora, si bien los niños le miraron temerosamente-. Me han contado que viajáis solos. ¿Podéis venir conmigo un momento?

Los tres niños se levantaron resignados, y ya iban a seguir al policía cuando yo detuve a Mika, que iba el último de la cola.

-¡Un momento! -susurré, cogiéndole por el diminuto brazo-. ¿Por qué queréis casaros? Sois muy jóvenes todavía.

-Porque nos queremos -contestó éste sorprendentemente, tan convencido, con tal ardor impreso en sus ojos azules que me dejó de piedra. Tal fue mi estupor que sin darme cuenta dejé que su brazo se escurriera de entre mis dedos, y para cuando reaccioné ya habían abandonado los tres el vagón en pos del policía.

"Porque se quieren", repitió una voz en mi mente. "Apenas deben de tener 6 años y planeaban irse a África para casarse… porque se quieren."

De repente, el mundo pareció cobrar un nuevo significado, visto a través de aquel nuevo prisma, puro, transparente, profundo, resplandeciente, el prisma de los ojos de un niño. Una visión exenta de malicia, exenta de suciedad, exenta de la podredumbre gris que cubría el mundo y lo envenenaba todo.

-Perdone, señorita, tiene que abandonar el tren.

Alcé la mirada: otro revisor me miraba sorprendido desde la puerta.

-Sí, ahora mismo -respondí distraídamente, mientras me ponía en pie y recogía mi escueto equipaje.

Con una sonrisa en los labios, salí rápidamente del vagón y en cuanto hube puesto un pie fuera de la estación, sumergiéndome en la fría mañana de enero, saqué el móvil de mi bolsillo. Con el pulso tembloroso pero decidido, seleccioné aquel nombre que conocía tanto de mi agenda de contactos y le di al botoncito verde de llamada.

-¿Sí?
-Georg, soy yo… -Hice una pausa y respiré hondo. Una sonrisa iluminó mi rostro, y con ella, la luz gris del amanecer pareció fundirse y convertirse en fuego, en un fuego ardiente e irisado que lo cubrió todo, incluso a mí misma, dándome fuerzas para pronunciar las palabras que hasta entonces no había sido capaz de pronunciar, y de sentir lo que nunca antes había creído ser capaz de sentir, gracias a tres niños completamente desconocidos que habían querido cumplir sus sueños más descabellados.



Myriam Oliveras.

3 comentarios:

CONRADO dijo...

Ufffff Myriam, como en el relato que leí tuyo ayer consigues darle un toque mágico, como de cuento a la historia que transporta. Me encanta ese tono que utilizas. La profundidad y las reflexiones del adulto en ese entorno atrapa.
Enhorabuena!

Myriam dijo...

¡Muchísimas gracias! :)

Es genial que te guste, y sobre todo que le veas ese toque mágico... Se trata del relato basado en la noticia que teníamos que traer a clase, a ver si el viernes hay tiempo y puedo leerlo. La noticia en sí era que unos niños se fugaron para casarse con la hermanita como testigo, esa parte era real xD Qué curioso, ¿verdad?

Gracias por comentar y por la enhorabuena ^^

¡Un beso!

CONRADO dijo...

Hola Myriam he dejado un comentario para ti después del comentario que has hecho tu en mi relato de Dos amores.

Hasta mañana!