lunes, 22 de febrero de 2010

Fantasías

Cierro los ojos y allí estoy.

Lejos, muy lejos.

Columpiándome lentamente en un rayo de luna mientras la oscuridad danza a mi alrededor.

Seguro que no sabéis qué tacto tiene un rayo de luna, porque nunca os habéis balanceado en uno. Es frío, suave y resbaladizo, como el satén, y siempre tengo miedo de deslizarme por uno de sus extremos y precipitarme al vacío, pero nunca sucede. Sobre mí la Luna sonríe. No me dejará caer.

Así que me columpio cada vez más y más alto, hasta que el viento huracanado hace revolotear mi delicado camisón de seda blanca, arremolinándolo en torno a mi cintura. Me balanceo tan rápido y tan alto que salgo volando. No es que el rayo de luna me haya soltado, es que yo he saltado... a demasiada velocidad.

Y ahora caigo por el aire puro y transparente, mejor dicho, levito sobre él, y me veo atrapada por la caída de un crepúsculo surgido de la nada, que posa un delicioso beso sobre mis labios.

Mmh... ¿Alguna vez habéis probado el sabor del crepúsculo?

Sabe a oro líquido mezclado con fresa y nubes, y es muy cálido. No hay otra expresión que lo defina mejor.

Los rayos tenues del sol, de purpurina rosa y dorada, se disuelven lentamente en el aire, como una cortina que cae a mi alrededor, dejando una estela centelleante y danzarina. Se oye un sonido como de campanillas y xilófonos mientras los rayos terminan de desaparecer. Pero yo ya no veo el crepúsculo.

Estoy en un escenario, en una obra de ballet. Los focos me deslumbran y siento el roce de las plumas contra mi piel. Voy de cisne, de cisne blanco y puro, con un delicioso maillot blanco y un tutú a juego con plumas cosidas. Mis zapatillas de punta también son blancas, de un blanco reluciente, de satén nuevo. Las llevo firmemente atadas a los tobillos y no me hacen daño. Por una vez no siento ningún dolor, ni miedo, ni cansancio. Sé que no voy a perder el equilibrio. Lo sé porque es un sueño, MI sueño, y nada estropeará este baile. Así que comienzo a ejecutar pirouettes de una perfección asombrosa. Voy poco a poco incrementando la velocidad, utilizando fouettés para darme impulso. ¡Zas! ¡Zas! Giro tan y tan rápido que dejo de ver los rostros de los espectadores. Ahora el mundo ya sólo es una mancha borrosa ante mis ojos. Ya ni siquiera oigo la dulce y desgarradora música de Tchaikovsky.

Abro los ojos. Hace rato que ya no giro. Una imponente mansión de oscura madera bruñida se cierne ante mí, cálida y silenciosa. Bajo poco a poco las escaleras, cubiertas por una alfombra rojo sangre que hace juego con mi vestido granate de terciopelo. Todo es sobrio y antiguo, de estilo victoriano. Cuando termino de bajar las escaleras, llego a un gigantesco comedor. Una mesa de varios metros de largo me aguarda, con copas y platos de pura plata con incrustaciones de piedras preciosas.

¿Estoy sola en este paraíso antiguo perdido?

¿O hay alguien allí conmigo?

Veo una figura lejana, apoyada en la chimenea.

Está de espaldas, y viste un precioso traje negro de época, con chaleco, levita, pantalones muy elegantes y guantes blancos. Un sombrero y un bastón reposan a su lado, apoyados en la repisa.

Una y otra vez consulta un reloj de bolsillo dorado, sujetándolo por la larga cadenilla con sus manos enguantadas; luego vuelve a cerrarlo y lo introduce en su bolsillo.

Tal vez está esperándome.

Tal vez he tenido que atravesar todas estas fantasías para encontrarle.

Pero cuando corro hacia él, sintiendo como el corazón me late apresuradamente, desaparece. Se deshace en pequeños átomos que flotan suspendidos en el aire como destellos de oro y luego se va para siempre.

Me pregunto si aparecerá en mi próximo sueño.


Myriam Oliveras.

2 comentarios:

CONRADO dijo...

Alucinante viaje Myriam. Es un tipo de escritura como con magia, por un momento me ha recordado a Alicia en el país... Te transporta a un escenario surrealista.

Myriam dijo...

¡Gracias, Conrado! :) Me alegro de que te haya producido esas sensaciones, es lo que pretendía.