lunes, 19 de octubre de 2009

LAIA LA CIGARRA

LAIA LA CIGARRA

Laia llevaba varios días sin cantar. Aquella tarde, sentada en la barra de la cocktelería siguió pensando en cómo resolver aquella situación. Era absolutamente injusto y estaba dispuesta a luchar por ello.
Jordi, el camarero, la conocía bien. Pudo ver su rostro de preocupación y no pudo evitar intentar ayudarla.
—¿Estás bien?
—Estoy hasta los cojones de esa puta historia
—Laia, el otro día cuando te vi discutir con aquellas hormigas me temí algo así. Sabía que te removerían las entrañas. No hace mucho que vienen por el local. Es muy extraño ver hormigas fuera de su ambiente, estas creo que andan metidas en política, movimientos antimonárquicos o algo así. En cualquier caso creo que no deberías darle más vueltas. Al fin y al cabo tú no tienes ninguna responsabilidad.
—Es evidente que no tengo responsabilidad alguna pero, ¿cómo te sentirías tú si todos los de tu especie estuviesen mal vistos porque a un gilipollas no se le ocurre mejor idea que hacer una moraleja sirviéndose de tu familia? ¿Y la puta hormiga? ¿Quién coño era aquella puta hormiga para joder generaciones y generaciones de cigarras? Y claro, a partir del puto cuento, del puto escritor de mierda, todas las cigarras somos unas gandulas del copón y las cabronas de las hormigas unas “grandes trabajadoras”. ¡Me cago en el escritor y en su puta madre!
Jordi asintió con la cabeza mientras le servía un dry martini. Al final de la barra, una liebre que, aún sin quererlo, había escuchado la conversación, se acercó discretamente a Laia.
—Disculpe pero no he podido evitar escucharles.
—No importa.
—Mi nombre es Elsa Conej, soy abogado y me gustaría ayudarle. Como sabrá mi especie también fue el objeto de una famosa moraleja como coprotagonista, junto con una tortuga, de un relato de un escritor “iluminado”.
—La recuerdo pero, ¿cómo podría ayudarme?
—Tenga mi tarjeta, llámeme y quedaremos en mi despacho. Daremos a las hormigas y a los escritores lo que realmente se merecen.
—Pero escuche, yo no tengo dinero, no podré pagarle.
—No se preocupe, sé bien quien pagará mis honorarios.
Elsa abandonó la coctelería y disimuladamente hizo un guiño a Jordi. El camarero le devolvió el gesto asegurándose de que Laia no los podía ver.

Varias semanas más tarde, en el juzgado, el magistrado Lousen preparaba junto a su secretario el juicio de esa mañana.
—Señor Centpeus, ¿ha revisado el expediente de las doce?
—Si señoría
—Señor Centpeus le he rogado en varias ocasiones que cuando selle los expedientes no lo haga con más de diez patas, ha puesto mi portafolios perdido de tinta.
—Disculpe señoría. En cualquier caso debería agradecer que alguien como yo haga este trabajo, si lo tuviese que hacer un humano como usted se eternizaría.
—Bien, bien. ¿Puede hacerme un resumen del caso de hoy?
—Por supuesto. Laia Chicharra, de la especie de las cigarras ha interpuesto una demanda por difamación y atentado al honor contra el colectivo de las hormigas.
—¿Cómo?
—Basa su acusación en el hecho de que, por medio de la fábula de la cigarra y la hormiga, se ha difamado y atentado contra el honor de varias generaciones. Argumenta que durante años la cigarra ha quedado a los ojos de niños, adultos y del resto de especies animales, como un bicho molesto, gandul y dado única y exclusivamente a la vida bohemia.
—Señor Centpeus le diré algo sin ánimo de ofender.
—Adelante señoría.
—Los juicios con animales me ponen muy nervioso, y éste concretamente creo que me sacará de mis casillas. En fin, ¿quienes son los abogados de las defensas?
—La defensa de la cigarra la lleva aquella liebre que ya conoce Vd…
—¿Elsa Conej? ¡Por Dios! La estupenda, la esbelta, ¡la impertinente Elsa Conej!, ya veo que esto no va a ser fácil; ¿y quién defiende a las hormigas?
—Laura Queen, también conocida como “la reina”. Según he podido saber, una hormiga con una carrera brillante, con despacho en el centro de la ciudad.
—Todo esto es surrealista señor Centpeus. ¿La formación del jurado?
—Si no hay bajas de última hora el jurado está formado por tres hombres, dos mujeres, una loba, una hormiga, una cigarra y un conejo señoría.
—Bien señor Centpeus, si todo está dispuesto convoque la sesión.
—Como mande señoría.

Situada en la primera planta del Palacio de Justicia, la sala de vistas ofrecía una aspecto imponente. Sus altos techos y sus grandes ventanales, daban sin duda, un aspecto majestuoso a la estancia. El magistrado señor Lousen se dirigió al centro del estrado mientras su secretario, el señor Centpeus se situaba en un sillón a su izquierda. Abajo, a la derecha, la representante del colectivo de hormigas junto con su abogada Laura Queen. A la izquierda, algo aturdida con tanto revuelo, Laia junto a su abogada Elsa Conej. En los bancos posteriores y de forma absolutamente simétrica, cientos de cigarras cubrían la espalda de Laia, mientras que a la derecha hacían lo propio un número indeterminado de hormigas. Junto a la puerta, dos guardias custodiando el acceso; en los laterales, diseminados, los representantes de la prensa ávidos de seguir el desarrollo de un juicio que, como poco, podía calificarse de “curioso”.

—¡Silencio en la sala! –ordenó el magistrado Lousen.
En unos instantes toda la estancia quedó sumida en un mutismo absoluto. El secretario, señor Centpeus, alargó una de sus patas y entregó todo el expediente judicial al magistrado; a continuación éste indicó que se acercaran al estrado a las dos representantes de las partes.
—Buenos días señoría.
—Buenos días señoría.
—Espero efectivamente que este sea un buen día señoritas. Como juez les exigiré que no utilicen tácticas que se aparten de la legalidad, como ciudadano les solicito respeto a la justicia. A usted. señorita Queen no la conozco, espero que después de este juicio pueda decir que “ha sido un placer”; en cuanto a Vd. señorita Conej… ya nos conocemos de otros pleitos, le recomiendo que guarde “sus genialidades” para otros públicos. Ahora vayan junto a sus clientes.
Ambas se dirigieron hacia sus asientos, no sin antes dedicarse una inquisidora mirada.
—Proceda señorita Conej –indicó el magistrado.
—Con la venia señoría. Señoras, señores, miembros del jurado, como todos ustedes saben, a través de la famosa fábula de la cigarra y la hormiga, una maldita hormiga…
—¡Protesto señoría! —gritó desde su posición Laura Queen.
—Se admite la protesta –indicó el magistrado dirigiendo su mirada encolerizada hacia aquella liebre que, con ojos burlones, miraba al jurado como preguntando qué diablos podía haber ofendido tanto a aquel “hormiguero”–. Se lo advertí con absoluta seriedad al iniciar esta sesión señorita Conej –prosiguió el magistrado Lousen.– No dejaré que convierta esta sala de vistas en su escenario particular, una nueva salida de tono y haré que su título de abogado sólo le sirva para abanicarse. Prosiga.
—Disculpe señoría. Bien, como decía, a través de la citada fábula, mi cliente, y lógicamente toda su especie, arrastra durante generaciones la lacra de una etiqueta absolutamente injusta. La cigarra es un animal eminentemente dado a la vida artística, más concretamente en su vertiente musical. A lo largo de los tiempos ha deleitado con su bello canto a todos aquellos que se han acercado hasta ella. De una forma absolutamente altruista han compuesto, generación tras generación, bellas melodías que, lejos de elevarlas a la gloria, y ¡gracias a una triste fábula!, las ha hundido como al más vil de los criminales.
–Abrevie señorita Conej –dijo el magistrado Lousen.
–¡Toda una especie calificada de gandula, molesta y holgazana! ¿Y porqué? Yo se lo diré señores y señoras, miembros del jurado, ¡por ser artistas! ¿Quieren realmente que, como ya sucedió en otros tiempos con otros artistas, no se las entierre en sagrado? Apelo a su sentido común. ¿Acaso hubiese sido justo calificar a lo largo de la historia a Mozart como un simple bohemio? Porque pueden ustedes decirme, ¿cuantos camiones descargó Mozart a lo largo de su vida?
–Le ruego que vaya finalizando su discurso –indicó el juez con cierto tono de impaciencia.
–Para finalizar esta exposición de hechos, les quiero rogar que piensen además en esa fábula con detenimiento. Una hormiga que trabaja durante todo el día sin prácticamente descanso, sin apenas derechos laborales, a las órdenes de una jerarquía superior que la domina y la utiliza para satisfacerse a sí misma; porque sepan ustedes que las hormigas, a diferencia de las cigarras, especie en que impera la libertad y la igualdad, son seres que clasifican a sus congéneres por clases sociales bien determinadas. Unas trabajan como esclavas mientras otras viven como “reinas”, y eso lo debe saber bien la señorita Queen…
–¡Protesto señoría! –gritó fuera de sí Laura Queen, clavando su mirada enrojecida en la esbelta figura de Elsa Conej, quien mirando hacia el jurado desatendía absolutamente la ira de su contrincante.
–¡Se admite la protesta!. Se lo he advertido señorita Conej. Antes de finalizar el juicio le indicaré cual es la sanción económica que “ha obtenido” por esta nueva falta de respeto ante este tribunal. ¡Retírese inmediatamente!
Elsa se apartó con sigilo del ángulo de visión del juez Lousen y se dirigió junto a su cliente. Orgullosa de su exposición miró a Laura Queen con cierto aire de desafío.
–Elsa has estado genial… pero me temo que tengo malas noticias.
–¿Qué quieres decir con malas noticias Laia?
–Mientras hacías tu brillante exposición me han hecho llegar esta nota.
–Déjame ver… ¡maldita sea!
–Habrá que dejarlo correr Elsa…
–No podemos abandonar ahora Laia, ¡de ninguna manera!
–¡Si no lo dejamos me matarán, lo dice muy clara esa nota! ¿Y si entregamos la nota al juez?
–Eso sería nuestro fin. Esas hormigas son muy listas, en especial Laura Queen, saben que si entregamos esta nota al magistrado, éste creerá automáticamente que es una estrategia montada por mi. Ya me imagino al juez : “Así que esta nota que leo literalmente –“O paras este juicio o eres cigarra muerta”- dice que se la han hecho llegar a su cliente en el transcurso del juicio. ¿Cree realmente señorita Conej que soy el juez más idiota del país?”. Créeme Laia, sería nuestro fin. Pero…cálmate, aún no está todo dicho.

–Su turno señorita Queen –indicó el juez Lousen
–Con la venia señoría. Señoras, señores, miembros del jurado…no seré yo quien entre en la dialéctica falaz y demagógica de mi colega, la señorita Conej. Su discurso demuestra a todas luces una falta de solidez manifiesta y es por ello que intenta basar su defensa en un feroz ataque al inmejorable modelo social de mi especie. Sin duda, el hecho de que sus antepasados fueran motivo de otra famosa fábula, en que por cierto no quedaron muy bien parados, genera en la señorita Conej un alto grado de animadversión hacia mi especie…
–¡Protesto señoría! –replicó Elsa desde su puesto en la sala.
–Se admite la protesta. Señorita Queen, le recuerdo que este juicio lo protagonizan dos partes bien definidas, absténgase de hacer alusión a “otras fábulas” o a cualquier antepasado no relacionado directamente con la causa que nos ocupa. Prosiga.
–Con la venia señoría. Como les decía, el modelo social de mi especie es, por su alto grado de efectividad, motivo de estudio desde tiempos inmemoriales. Una sociedad entregada a sus componentes, con una visión de equipo; cada uno de sus elementos, destinado en un módulo de producción es esencial en el perfecto engranaje de la vida de cada uno de los hormigueros. Un modelo de sociedad prácticamente único, en el que el trabajo, la solidaridad y el esfuerzo es un todo y en el que la “holgazanería” no tiene cabida.
–¡Protesto señoría! –replicó Elsa Conej–, la señorita Queen intenta confundir al jurado llamando “sutilmente” holgazana a mi representada.
–Se admite la protesta –indicó el magistrado Lousen–. Cíñase a lo estrictamente delimitado sin entrar en descalificaciones de ningún tipo. No vuelva a pisar terrenos que no debe o le aseguro que no le quedarán ganas de encontrase ante mí en el futuro. Prosiga y sea breve.
–Disculpe señoría. Para finalizar señoras y señores, miembros del jurado, me gustaría que todos y cada uno de ustedes reflexionase sobre qué tipo de sociedad sería aquella en que se venerase a quien, en nombre del “arte” llevase una vida absolutamente improductiva, y se castigase a quien trabaja incansablemente a favor de “sus hermanos”. ¿Podría esa sociedad “comer arte”? La respuesta está en ustedes y la responsabilidad en su veredicto. Es todo, muchas gracias señoría.
—Llega el momento de que llamen a declarar si lo creen oportuno señoras letradas –dijo el magistrado señor Lousen dirigiéndose a las señoritas Conej y Queen.
—No llamaré a nadie al estrado –indicó con rotundidad la abogada Queen.
—Con la venia señoría, yo llamo al estrado a la hormiga obrera señorita Kram.
De entre la multitud, una pequeña hormiga con muletas, se encaminó con dificultad hacia el estrado ante la insidiosa mirada de la representante del colectivo de las hormigas y de su inseparable abogada Laura Queen.
—Señor Centpeus proceda. –indicó el magistrado Lousen.
—Como mande señoría. Señorita Kram, ¿jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? –preguntó con severidad el señor Centpeus.
—Lo juro –contestó la hormiga sin apenas levantar la vista del suelo.
—Proceda señorita Conej –indicó el magistrado
—Con la venia señoría. Dígame señorita Kram, ¿cual es su cometido en el hormiguero?
—Hasta hace unos meses mi cometido era recoger lo que mis compañeras transportaban hasta la puerta de acceso al hormiguero y distribuirlo entre los distintos almacenes.
—¿Y después de esos meses señorita Kram?
—Después me encomendaron la labor de adiestrar a otras compañeras más jóvenes para hacer esa labor, como a modo de instructora, hasta el día del accidente…
—¿Qué sucedió exactamente el día del accidente señorita Kram?
La hormiga bajó la cabeza y se llevó las manos a la frente como un gesto de sufrimiento.
—Señorita Kram conteste a la pregunta –indicó el magistrado.
Levantando la cabeza y mirando fijamente a Elsa Conej prosiguió. –Como otros muchos días, y sin que nadie lo supiese…paré unos minutos a leer un manual de música que tenía oculto en la galería.
—Aún a sabiendas de que eso está terminantemente prohibido para una hormiga obrera como usted, ¿no es cierto? –indicó con ironía la letrada señorita Conej.
—¡Protesto señoría, la abogada intenta hacer creer a este tribunal que entre nuestro pueblo se utilizan represiones de una forma totalmente infundada…
—¡Silencio señorita Queen! Se deniega la propuesta, -indicó el magistrado. –Prosiga señorita Conej.
—Como decía, usted paró a leer aquel manual sabiendo que estaba ¡prohibido!
—Así es.
—¿Y que sucedió después?
—Apenas había comenzado a hojearlo, cuando de repente oí pasos de varias compañeras que se dirigían hacia la galería en que yo estaba. Pensé que no me daría tiempo a ocultar el libro y me puse muy nerviosa, tropecé con unas cáscaras y empecé a rodar por la galería…
—Con el resultado de diversas contusiones, una pierna rota y una amonestación de por vida según consta en el parte que usted misma me entregó y que solicito que se incluya como prueba señoría.
—Que conste en acta –afirmó el juez Lousen.
—Pues ya lo ven señores y señoras del jurado –prosiguió Elsa Conej dirigiendo su mirada hacia todo el colectivo de hormigas congregado mientras la pobre hormiga Kram se derrumbaba y lloraba desconsoladamente. –esto es lo que fomenta el maravilloso mundo de las hormigas, trabajo, trabajo y más trabajo de unos pocos a los que ni siquiera se permite que lean o que dirijan su mirada hacia alguna forma de arte. Este es el resultado, infelicidad, frustración y castigo. No haré más preguntas señoría.
Mientras la señorita Kram se retiraba, Laia pudo comprobar, atónita, como las hormigas que la acompañaban eran las mismas con las que mantuvo la discusión el día de la coctelería.

—Genial Elsa —dijo Laia mirando a Elsa con cara de satisfacción —por cierto—prosiguió, —el día de la discusión de la coctelería…
—Elemental querida Laia –contestó velozmente Elsa. –Aquellas hormigas querían poner en evidencia su sistema de trabajo y sus condiciones de vida, así que pensaron que la mejor manera era que quien desenmascarase a su pueblo fuera precisamente el pueblo del que se habían reído durante décadas.
—Realmente genial. Me siento utilizada pero espero que todo esto valga la pena.
—¡Visto para sentencia! —dijo el juez Lousen dirigiéndose a la sala. —Que el jurado se retire a deliberar. A las cuatro en punto se reanudará la sesión para que nos comunique su conclusión —afirmó con contundencia.

Justo a las cuatro de la tarde el juez señor Lousen y su secretario señor Centpeus hicieron acto de presencia en la sala, seguidamente lo hizo el jurado. En la sala reinaba un silencio absoluto.

—¿Tienen ya el resultado de su deliberación?—preguntó el magistrado dirigiéndose hacia el jurado.
—Así es señoría—contestó levantándose de su asiento la loba en su calidad de portavoz.
—Proceda pues.
—Con la venia señoría. Habiendo escuchado a las partes, a los testigos y tras una larga y compleja deliberación este jurado establece: en primer lugar, ordenar al pueblo de las cigarras a no reclamar a nadie en concreto ni a la sociedad en general que les sea entregado bien alguno y se les recuerda que si no plantan trigo no pueden esperar que se les regale el pan; en segundo lugar, y respecto de la especie de las hormigas, se impone la obligación de facilitar a todas las obreras cuatro horas libres al día y a proporcionarles los medios para que adquieran una mínima cultura así como la actividad artística que cada una de ellas elija—un gran murmullo recorrió la sala mientras la abogada señorita Queen se llevaba las manos a la cabeza, desesperada.
—¡Silencio en la sala!—gritó el juez Lousen—prosiga.
—Gracias señoría—prosiguió la loba— a los escritores…que decir de un colectivo dado a la frivolidad, a la vida digamos…poco seria, amigos del alcohol, de los excesos…
—¡Protesto!
—¿Cómo?¿Quién ha dicho eso?—preguntó el juez alzando la vista al cielo
—Soy yo señoría, el escritor.
—¿Qué diablos?¿Cómo que el escritor?
—Con la venia señoría, me parece que el jurado está transmitiendo una imagen del escritor poco ajustada a la realidad.
—¡Cállese de una vez!—gritó encolerizado el magistrado.—Sepa en primer lugar que yo ¡si! estoy de acuerdo con el jurado, en segundo lugar que considero absolutamente impresentable su incursión en este juicio, tomarse la libertad de inmiscuirse en este relato lo dice todo de usted y de su colectivo. Siga escribiendo y calle si no quiere que tome medidas muy severas al respecto. ¡Inaudito! ¡Prosiga el jurado!
—Como decía señoría respecto de los escritores, y dado que nada hay que se pueda hacer con ellos, este jurado ordena a toda la población que juzgue con absoluto rigor y objetividad todo lo que lean y que analicen las consecuencias y los intereses que promueven los escritos. Es todo señoría.
—Señoras, señores, miembros del jurado, se levanta la sesión.
De vuelta a su despacho el magistrado señor Lousen dirigéndose al secretario preguntó intrigado:
—Por ciento señor Centpeus, ¿quién es el capullo que escribe y que se ha permitido el lujo de meterse en el juicio?
—Conrado Sánchez Ródenas señoría.
—Ahora me lo explico todo. Hasta mañana señor Centpeus.
—Hasta mañana señoría.






Conrado Sánchez Ródenas

2 comentarios:

CONRADO dijo...

PRUEBA

milagros dijo...

Me ha gustado mucho tu relato, el diálogo es muy ameno, y aunque al principio me daba pereza leer porque lo veía muy largo, me ha enganchado inmediatamente. Todo un vocabulario muy "legal" y bien colocado, con un argumento muy ingenioso. El final está muy bien.
Un saludo