miércoles, 10 de marzo de 2010

Hojas en el viento - fragmento (Myriam Oliveras)

Paseamos unos instantes en silencio, maravillándonos de la plateada belleza de la noche, de la quietud de la playa, con el eco de las risas y la música de los chiringuitos de fondo y el suave murmullo del mar rodeándonos. Bill me cogió dulcemente la mano y yo enlacé mis dedos con los suyos. Una punzante melancolía me invadió, mientras contemplaba su rostro perfecto bañado por la luz de la luna. Nunca sería más mío que en aquel momento, simplemente estando a mi lado, paseando en una playa cualquiera, perdidos en una ciudad que él pronto abandonaría. Y yo sería como otra de esas chicas dejadas atrás, sólo que yo no quería vender mi cuerpo y mi amor por él a un precio tan alto, y sabía que él tampoco lo deseaba, por más que todos los famosos fueran iguales. Yo le creía, sabía que él era distinto, lo sentía por la sinceridad que traslucían sus palabras, dulces y melodiosas, y su mirada de ángel.

Así que no, nunca sería más mío de lo que era en aquel momento. Su mano junto a la mía y el sueño de tenerle diluyéndose a cada minuto que pasaba. El dolor en mi corazón fue incrementándose, doliéndome a cada paso que dábamos, el uno al lado del otro, a cada respiración de mis temblorosos pulmones. La luna dibujando hermosos dibujos de sueño y plata sobre su rostro de seda y la brisa cantarina jugueteando con los diamantes negros prendidos en sus cabellos de miel y pino.

—¿En qué piensas? —susurró él deteniéndose y cogiéndome para mirarme frente a frente. Me puse tensa ante su proximidad. Su rostro caliente y suave estaba tan cerca del mío…

No pude evitar que los ojos se me llenaran de lágrimas, pero parpadeé para evitarlas y miré a lo lejos, suspirando. Una brisa más fría nos rodeó, como una mano de hielo cerrándose en torno a nosotros en el fuego de un desierto eterno.

—En nada —repliqué evasivamente. Mil respuestas pugnaban por salir de mis labios, pero los había tejido con una telaraña de dolor y resignación, de sueños rotos y amor frustrado, y dentro de mí se quedarían.

—Me gustas, Virginia —dijo Bill simplemente, muy serio. Me quede atónita y no pude reaccionar. Le miré fijamente a los ojos y supe que había sido un error, pues quedé prendida de ellos, de su magia dorada y oscura, como un cálido baño de chocolate que quería hundirme en su interior—. No puedo negarlo ni fingir que no es así. Pocas veces me sucede que conecte tanto con alguien.

—Sabes, Bill, tú también me gustas, pero… —Él me puso un dedo en los labios para acallarme, y me miró con una tristeza infinita impresa en la hermosura de sus ojos de topacio y café. Sonrió con una ternura desolada que me partió el corazón. Una dulce canción de guitarra sonaba a lo lejos, y cada acorde me destrozaba todavía más por dentro.

—No digas nada. No digas “pero”. Sólo vive. Nunca más existirá esta noche, ¿te das cuenta? Nunca más será hoy, 26 de junio de 2008, Bill y Virginia en la playa de Barcelona, una noche de verano con la luna sobre nosotros y la brisa del mar rodeándonos. Nunca más.

—Sería hermoso dejarse llevar —admití con una tristeza impresa en mis palabras que incluso a mí me sorprendió. La mirada de Bill me traspasaba. Levanté la vista y me perdí en sus ojos—. Bill, si supieras lo duro que es esto para mí… Quiero dejarme llevar, pero tengo miedo. Miedo de lo que pasará mañana.

—En la última época de mi vida he estado pensando como tú, asustado de cada paso que daba, temiendo enamorarme, temiendo conocer a alguien y que me hiciera daño cuando me demostrara que sólo le importo por mi fama. ¿Sabes lo que es eso? —Negué con la cabeza, sintiendo un estremecimiento en el alma, que se había hecho un ovillo a mis pies. Mi corazón a saber dónde estaba. Bill meneó la cabeza, se mordió los labios y prosiguió—: Temiendo no poder confiar en nadie, temiendo tal vez haber olvidado cómo hacerlo. Pero estoy cansado… La vida no se construye por pensamientos ni actos racionales. El futuro está en nuestra mente y lo que tenemos no son más que pequeños fragmentos que vamos uniendo poco a poco, tejiéndolos con el hilo de nuestras experiencias. Si no nos dejamos llevar, la vida pasará ante nuestros ojos como un espectáculo al que asistiremos como espectadores, y no como protagonistas.

—A veces la vida te arrebata las riendas de las manos… —susurré dulcemente, mirándole a los ojos con infinita ternura. Me sentía tan comprendida en aquel instante, tan dentro de él, tan solos en nuestro mundo, que sentí un escalofrío—. A veces —proseguí, envalentonada—, te enamoras de quien no debes y toda tu vida cambia en un solo instante. Y entonces eres como los granos de arena que la brisa marina levanta, o como las hojas caídas de los árboles, danzando llevadas por el viento.

—¿Y si ahora ya no sólo somos esas hojas? ¿Y si nos convertimos también en el viento, en los elementos y en la esencia pura de las cosas, y decidimos adónde iremos, hacia dónde queremos bailar? —Bill me seguía el juego, sus ojos agrandados por la sorpresa de encontrar a alguien que sentía como él.

Y yo sentía lo mismo, sentía tan parecido a él que me aterraba. Era como mi alma gemela. Me sentía como si fuésemos la misma estrella, caída a la tierra, y dividida en dos, y como si en ese momento estuviésemos uniéndonos de nuevo, y nuestro propio resplandor me cegara con su estela de oro y fuego.

—Pero el viento puede tomar las riendas de nuevo… —murmuré dudosa, casi jadeando por la proximidad cada vez más evidente de Bill, el miedo temblando en mi corazón, cobarde y asustado. El último velo de mi resistencia cayó cuando Bill acercó más su rostro al mío. Nuestras frentes estaban casi apoyadas la una contra la otra y ambos respirábamos fatigosamente.

—Nunca volveremos a vivir este momento —insistió él de nuevo, enlazando sus manos con las mías y me miró fijamente a los ojos—: Y… nunca volveré a desear besarte tanto como lo deseo ahora.

Sus labios, dulces y húmedos, atraparon los míos, y ambos se unieron en un círculo de azúcar y fuego, mientras nuestras almas parecían desprenderse de nuestros cuerpos y bailar dulcemente en el aire, suspendidas sobre nosotros, cogidas de la mano. Sus labios sabían a todas las cosas dulces del mundo, a caramelo y crepúsculo de oro, a sueño danzarín, a agua caliente; mullidos y ardientes, deliciosos y adictivos. Mi alma temblaba y pugnaba por huir de los límites opresores de la carne, como el sentimiento lucha cuando lanzan sobre él la red metálica de la palabra.

Bill me estrechó contra él, dejando escapar un suspiro, y me acarició el pelo y la espalda mientras seguía besándome dulcemente, cada vez más apasionado. Sus manos eran suavísimas y el modo en que se perdían en mi nuca, levantándome el cabello, me enloquecía. Yo también hundí mis dedos en sus cabellos suaves y flexibles, que estaban tiesos por el efecto de la laca pero en absoluto pegajosos ni enredados, sino sueltos, secos y bien cuidados, y luego las deslicé lentamente por su espalda esbelta, dejando que se perdieran por la curva de sus caderas y de su trasero. Él me apretó más contra él y sentí el calor de su cuerpo, de su piel deliciosa y resbaladiza como el satén. Todo él era duro y apuesto, delgado, de líneas perfectas y elegantes, y abrazarle era como rozar la perfección.

No sé cuánto rato estuvimos besándonos, perdí por completo el sentido del tiempo y olvidé mi propio nombre y mi vida entera, mientras él absorbía mi espíritu, mi esencia y todo lo que yo era a través de mis labios, como un ladrón de vidas ajenas. En algún momento nos dejamos caer sobre la arena fría y mullida, él encima de mí, cada curva de su cuerpo encajando sobre las mías. Mis manos se perdieron bajo su camiseta y cuando rocé su piel con las yemas de los dedos, creí enloquecer. Era seda, simplemente. Seda, satén, raso, terciopelo. Era agua, de tan resbaladiza. Era como apoyar la mano en un montoncito de harina, era como acariciar la espalda de un bebé, como rozar una nube, esponjosa y tierna. Era todo eso y mucho más.

Y su olor… Jamás se me olvidaría, nunca podría borrarlo de mis recuerdos. Aquel aroma embriagador, a bosque de pinos, a leña, a fuego, a canela, mezclado con frutas silvestres y salvajes, frutas prohibidas que él me daba a morder delicadamente de su boca de labios húmedos y sensuales, como una fuente de vida, como el aire que respiraba. Sus labios… no puedo describir cómo eran sus labios. Besarle era demasiado maravilloso. La de veces que había recreado escenas parecidas en mi mente, en mis fantasías más descabelladas, y ahora eran realidad. Estaba besándole. Ese cuerpo cálido y apretado contra el mío era el de Bill. No era un sueño.

Sobre nosotros, las estrellas fueron perdiendo paulatinamente su brillo, mientras Bill y yo nos besábamos y reíamos, reíamos y nos besábamos, hablando en susurros y acariciando en ocasiones nuestros rostros fríos y mojados por la humedad del aire, mirándonos solemnemente, sabiendo que estábamos viviendo un instante que no existía, perdido en el curso del tiempo. Y el cielo poco a poco fue volviéndose malva, y luego rosa, y luego naranja, y el aire resplandecía a nuestro alrededor mientras una explosión de magia, cobre y oro líquido parecía tener lugar en el cielo.

Cuando por fin nos levantamos, entumecidos y agarrotados por las horas tumbados en la arena, sobre nuestras cabezas despuntaba el brillo ardiente del amanecer. El amanecer más hermoso que había tenido el placer de contemplar en mi vida.

El sol apareció como una bola de fuego roja en el horizonte y comenzó a teñir el cielo con su resplandor, eliminando los últimos vestigios de la noche. En ese momento supe que, con Bill o sin él, el sol ya nunca volvería a ser igual para mí. Cada amanecer de mi vida, cada uno de todos los amaneceres que me quedaban por vivir, recordaría aquella noche eterna y aquel despertar a la vida, cálido e irreal, en los brazos seguros y tiernos de la persona que más amaba en el mundo.



Myriam Oliveras

6 comentarios:

Anónimo dijo...

mm buen relato, volveré por aquí.

Myriam dijo...

Muchas gracias, jordim :)

CONRADO dijo...

Bueno Myriam ya sabes que me encanta como escribes. Envuelves. Yo diría que es poesía escrita en prosa.
Felicidades de nuevo.

Myriam dijo...

También me gusta escribir poesía.... :) Qué bonito eso que me has dicho, me hace muchísima ilusión que lo pienses, de verdad. Gracias por todo ¡y hasta mañana! ^^

Txus Molina dijo...

La verdad es que es incleíble la facilidad que tienes para narrar, y más para ser tan joven...independientemente de la historia, te dejas llevar por la belleza estética de tus textos...¡Cuál es tu secreto! jejej
Me gusta la reflexión de Bill sobre ver tu vida como un expectador o ser el protagonista...

Myriam dijo...

Uy no había visto este comentario, mil gracias Txus ^^