martes, 15 de diciembre de 2009

Aquel joven que se acercaba le recordó a alguien del pasado y tuvo un mal presentimiento.

-¿Se acuerda de mí? Soy el pequeño de los Gómez.

El viejo Sebastián levantó la vista del patatal y observó al joven que le tendía la mano.

-¿Y tu padre? -preguntó apoyando la azada en el surco y secándose la frente con un pañuelo.

-Murió hace unos meses. Tuberculosis. Vengo a arreglar el tema de la herencia. Y a cumplir su última voluntad -añadió misterioso tras una pausa.

El joven miró las hectáreas aradas.

-¿Las ha cultivado usted durante todo este tiempo?

-¡Qué otra cosa podía hacer! –se disculpó Sebastián cabizbajo-. Hemos pasado mucha necesidad. Sin trabajarlas, las tierras se hubieran echado a perder. Además –continuó-, no sabíamos cuanto tiempo iba a pasar tu padre en prisión.

-Comprendo-. El joven Gómez recogió la azada y pasó un brazo que parecía protector por los hombros del labrador.

-¿Sabe? Yo era muy pequeño cuando nos tuvimos que ir de aquí. No tengo muchos recuerdos. Pero mi padre siempre supo quién lo delató.


Ana Elorza

1 comentario:

CONRADO dijo...

Buenas tardes Ana. Sinceramente me gusta como se mueve la historia porque se crea una cierta intriga pero me parece el principio de algo. Me he quedado con las ganas de saber más, supongo que le encargas al lector que resuelva el enigma pero a mi entender faltan datos.
Hasta pronto.