viernes, 29 de octubre de 2010
Fin del juego - Mary Aranda
-En veinte minutos llegará otro- dijo el chófer.
”Demasiado tiempo”-pensó Emilia- Me voy andando o cojo un taxi. No conocía aquel barrio, a pesar de que lo atravesaba a menudo en bus camino a casa, pero eso no la detuvo. Hasta que empezó a llover.
”Lo que faltaba” se dijo para sí buscando un lugar donde resguardarse. En la esquina se veía una cafetería y hacía allí se encaminó tapándose las gafas con la mano a modo de visera.. El local no era muy grande. De forma rectangular con una barra en forma de ele que medio ocultaba las mesas del fondo, en las que se adivinaba una pareja. O eso creyó ver. Con el calor se le habían empañado los cristales de las gafas.
-Un café solo- pidió mientras las limpiaba.
-¿Algo para comer?- le preguntó el camarero.
Aunque eran las doce pasadas y no había desayunado dijo que no con un gesto de cabeza.
Ya con los cristales nítidos, se quitó el abrigo. Allí dentro hacía mucho calor y desde que paso de los cuarenta y cinco, su cuerpo no regulaba bien los cambios bruscos de temperatura. Igual le daba por congelarse como por sudar copiosamente como en aquel momento.
”Estoy menopáusica perdida” pensó mientras se fijaba en que el local. Estaba decorado en tonos blancos y rojos. De estilo moderno. Muy austero. Apenas un par de fotografías en la pared del pasillo que conducía hacía las mesas y a los lavabos, que como siempre estaban al fondo. “Quizás también a la derecha” pensó y se sonrió por la ocurrencia.
Aparte de la pareja, el camarero y ella no había nadie más en aquel momento. Y no paraba de llover.
La risa de la mujer hizo que se fijara en ellos. El le pasaba un brazo sobre los hombros y la atraía para besarla y ella fingía rechazarle dándole un pico mientras se separaba riéndose.
”Qué suerte tienen algunas” se dijo removiendo el azúcar de forma maquinal. José hace años que no le hacía algo parecido ni en público ni en privado. Y aunque nunca había sido demasiado cariñoso, ella siempre había pensado que con el tiempo cambiaría un poco. Pero la que había cambiado era ella. Se había vuelto más reflexiva y menos emotiva. Pero cuando veía a las parejitas haciéndose arrumacos no podía evitar sentir envidia.
No estaba cómoda. No solía frecuentar bares a no ser que quedará con alguien. Nunca le había encontrado sentido ir a tormarse algo fuera de casa ella sola. Así que busco algo para leer y vio una fila de diarios al final de la barra. Hacía allí se encaminó decidida. “Al menos leeré algo mientras espero que escampe. Menos mal que la comida ya esta hecha. Ya es casi la una y yo aquí” se dijo para sí misma.
Desde aquella esquina distinguía a la pareja con claridad, bueno más a ella que a él, ya que en ese momento él volvía a besarla y le daba la espalda. “Lleva un jersey como el de José -se sorprendió- ¡Menos mal que era original!” Todavía recordaba la cara de la vendedora cuando se lo dijo. “Debía ir a comisión” concluyó.
Lo cierto es que de espaldas tenía cierto parecido con su marido. “¡Qué curioso! -pensó-. Aunque dicen que todos tenemos varios dobles escampados por aquí y por allá”. Le picaba la curiosidad y mientras removía la pila de diarios buscando alguno que no fuera deportivo, miraba a la pareja de reojo intentando distinguir la cara de él. Estaba inquieta sin saber muy bien por qué.
“Debería irme, parece que esta dejando de llover”- pero no se movió de ahí-. Simulando ojear un diario siguió plantada ahí mientras el café se le enfriaba en la otra punta de la barra.
“Si al menos consiguiera verle” Pero él parecía muy aficionado a los labios que besaba y no se despegaba de ellos.
“¿Por qué estoy pensando cosas que no son? -se dijo- José sería incapaz de eso. ¡Con lo soso que es!” Pero la duda implantada, crecía. “Con esos horarios tan irregulares, sería fácil”. No era la primera vez que lo pensaba, pero siempre lo había descartado. Nunca le había dado motivos. Claro que, hacía tiempo que no se besaban, que no se tocaban y no podía recordar cuando fue la última vez que hicieron el amor. ¡Pero eso son cosas de juventud! La vida es trabajar y salir adelante. Y el amor es tener alguien al lado que te apoye y te escuche. Que más da que haya sexo o no. Aunque ahí estaba su amiga Marita, a sus cincuenta más fresca que una rosa y acostándose con cualquiera que se lo propusiera y le gustara. ¡Y sin complejos!. Si parecía que había rejuvenecido y todo desde que se divorció de su marido. “¡Es una fresca! -decía José- el pobre Antonio lo esta pasando muy mal y ella por ahí de picos pardos. Si ya se veía venir”. No sé de donde lo veía venir él. Yo siempre vi una pareja muy enamorada y formal. Como nosotros.
“Nada, que no hay manera de verles la cara” Emilia cogió La Vanguardia y regresó junto a su café, que por supuesto ya estaba frío. Se lo tomó de todas formas. Afuera el aguacero había aminorado y empezaba ha haber más claridad. “A ver si para del todo. José viene a comer a las dos y no se si llegaré a tiempo”. En el diario los titulares de cada día: política, crisis, corrupción, muertos en Haití, Iraq e Indonesia. “Qué poco valemos todos” -se dijo- dándose cuenta de la indiferencia que provocaba en ella esas noticias.
¿Me cobra?- le dijo al camarero.
Uno veinte- contestó este.
Mientras rebuscaba en el bolso buscando el monedero empezó a sonar su móvil. “Qué oportuno” -pensó mientras lo cogía- Era José.
¿Si?
Emilia, hoy no podré venir a comer, tengo una reunión a primera hora y no me da tiempo.
Vale, no pasa nada. Nos vemos luego. Emilia suspiró. “Siempre lo mismo” y colgó.
No había guardado todavía el teléfono cuando recordó que esa noche tenía cena de empresa. Marcó el número. Una melodía conocida se extendió por el local. El nudo del estómago regresó y se estrechó. No quería mirar pero no pudo evitarlo y su vista se dirigió a la pareja del fondo. Él de pie buscaba el teléfono en la americana que colgaba en el respaldo de la silla. Le temblaron las piernas y el móvil se le cayó al suelo. Se agarró a la barra para no caerse sin dejar de mirarle.
Señora, ¿Se encuentra usted bien?, señora, ¡señora!
José miró hacía la puerta y la vio. Blanca, pálida, con los ojos fijos en él. No supo que hacer y no fue capaz de moverse cuando ella se fue. Las cartas estaban al descubierto, se había descubierto su farol y había perdido. El juego se había acabado.
jueves, 28 de octubre de 2010
Dos Palabras - Juan José Piedra
La luz entra, desde la ventana; es mediodía; cielo azul; nubes de azúcar; olas en duelo; barcos aparcados; pueblo costero; casas de nata; abanico de flores; calles tranquilas; humildes habitantes; familia lejos; entorno perfecto.
David ronca; pies sudados; parco en palabras; cejas pobladas; lágrimas bloqueadas; sexo pobre. Lucía sensible; débil voluntad; silencio imposible; hombros caídos; anchas caderas; frágil estructura. ¿Pareja perfecta? Humanamente perfecta.
Habitación desordenada; persianas oxidadas; gaviotas molestas; motores ruidosos; viento incesante; insectos incontables; mujeres chismosas; hombres ignorantes. ¿Entorno perfecto? Humanamente perfecto.
David despierta; abre un ojo; lagañas rebeldes; ojos abiertos; la mira; ¿estará soñando?, ¿pensará en mí?; creo que sí; seguro que sí; diseña nuestra vida; imagina nuestro futuro; él sonríe; David la quiere; comparte sus sentimientos; la besa; se lava la cara.
Lucía se mueve; le busca; le encuentra; está ahí; como siempre; su mitad; su todo; su alter ego; es feliz; ahora sí; vacaciones increíbles; no quiere separarse; ella sonríe; Lucía le quiere; manda un beso; se duerme.
David vuelve; se acerca; se tumba; nariz con nariz; cierra los ojos; él su rey; ella su reina; se acarician; se tocan; se abrazan; se besan; hacen el amor; descansan; se visten; abandonan la habitación; salen fuera.
En la calle; de la mano; él se separa; va al bar; tiene sed; ella cruza; conductor despistado; encuentro fatídico; Lucía vuela; David se sumerge; asfalto boxeador; la golpea; le golpea; “Dios mío”; gente imantada; juntos de nuevo; se tocan; se miran; David estalla; es dolor; lágrimas desbloqueadas; ella murmura; dos palabras; “Te quiero”; ahora calla; no respira; almas partidas; mortales humanos; cortas vidas.
Destino cruel; canto de sirena; reloj incesante; David perdido; Lucía desvanecida; llega la ayuda; los trasladan; hospital cercano; es tarde; demasiado tarde; David se hunde; ancla en el mar; pasan los minutos; tres días; cuatro meses; una navidad; sin ella; sin ilusión; está deprimido; se siente angustiado; prisionero sin rejas; cárcel de tristeza; ardua resurrección.
David no se encuentra; necesita estímulos; humo y alcohol; blanco apoyo; negro porvenir; está desorientado; desea salir; también olvidar; quiere caminar; ¿pero sólo?; ¿cuándo podrá?; es difícil; quizás horas; quizás años; quizás nunca.
Hoy está leyendo; parque tranquilo; banco de madera; niños jugando; Lucía en el recuerdo; María se acerca; se sienta; ¿por qué junto a él?; parece simpática; ambos sonríen; ambos leen; diálogo inocente; inicio de amistad.
Lucía y María; mirada similar; cabellos opuestos; David desconcertado; amanecer de sentimientos; batalla en su mente; ¿es infidelidad?; ¿debo intentarlo?; ¿estoy preparado?; necesita ayuda; alguien comprensivo; su hermano Carlos; demasiado bufón; su amigo Juan; poco sensible; su hermana Eva; persona ideal; opina sobre María; “lánzate David”; se llena de osadía; mañana será el día.
Allá viene; María leyendo; no muy puntual; él impaciente; ella ignorante; David habla; ella sorprendida; gratamente sorprendida; es posible; cupido aparecerá; pasean juntos; quedan otra vez; comienzo de etapa.
Una cita; una cena; cálido restaurante; lleno de parejas; todas ríen; todas alegres; María llega; bonito vestido; piden una copa; agradable conversación; ella se abre; cuenta su historia; niña traviesa; adolescente madura; mujer independiente; David serio; atentamente oye; no escucha; Lucía junto a él; dos personas; tres espíritus; David desconcertado; María desconoce; termina la velada; se despiden; se llamarán.
Esa noche; David no duerme; solo piensa; ¿está contento?; María no es Lucía; ni intenta serlo; María es agradable; lucía, compañera única; María es atractiva; Lucía, amante única; imposible comparar; quizás indebido; David no comprende; ¿amor dividido?; ¿corazón seccionado?; ¿cómo decidir?; aún la quiere; nunca la olvidará; lo era todo; María es aire; David decide; sí a Lucía; no a la vida.
Hola muerte; ¿cuándo quedamos?; por mí ahora; brindemos los dos; conduzco yo; mejor en tren; pastillas alegres; da igual; voy al puente; salto al vacío; adiós David; hola Lucía.
David abre los ojos; mira sobresaltado; sigue desnudo; sigue en la habitación; sigue estando con ella; Lucía duerme; ajena a la pesadilla; ajena a su amor; David ríe; David llora; se acerca a la ventana; día caluroso; mar reposado; va a su encuentro; la mira; la besa; la despierta; ¿qué quieres?; decirte algo; ¿el qué?; dos palabras.
jueves, 21 de octubre de 2010
Mis mareas - por Antoni
Como cada mañana despertó, pero esta vez una extraña sensación le inquietaba.
Creyó haber dormido mal, pero ya desperezado prestó atención a que aquello no era normal.
Una fuerza tiraba de él. Su piel se estiraba en dirección a una ubicación desconocida y sus músculos parecían seguirles. Desnudo se miro en el espejo y vio su rostro, extremidades, torso, alargados, estirados por aquella energía.
Pensó en ir al médico, pero les tenía fobia, así decidió pasar el día con el deseo que aquello cesara.
Durante la jornada hubo momentos que la fuerza menguaba y su cuerpo volvía a su posición normal, pero al atardecer llego lo peor. Aquella influencia se reactivo con poder sublime. Su piel, sus músculos y órganos querían abandonar el soporte de sus huesos. Los ojos se salían de su cavidad, la lengua se tensaba, su corazón ya latía a un palmo de él.
Se apresuró a buscar una explicación y entonces se dijo: “una nueva luna domina mis mareas”.
miércoles, 20 de octubre de 2010
ELIXIR DE JUVENTUD (Maria Maymó)
Si algo me deprime en esta vida, es cumplir años, o descubrir una cana alzándose retadora. Y justo recibí aquella invitación, cuando acabábamos de constatar que unas arrugas empezaban a hacer estragos en nuestras caras.
“Cata de vinos, esencia milenaria - Elixir de juventud” - Asista a nuestra cata de vinos, cosecha de cepas ancestrales, efectos antioxidantes.
Fue mostrártela y no te lo pensaste dos veces. Sin opción a negativa, aseguraste divertida que aquello era la solución a todos nuestros problemas. Me arrastraste y me vi obligada a acompañarte.
Estuvimos de suerte. Encontramos un aparcamiento a la primera.
A zancadas, haciendo equilibrios sobre los tacones, intentamos ganarle como siempre la carrera al tiempo; contigo era imposible llegar puntual a ninguna cita. A pesar de ello, la suerte andaba de tu parte, el evento llevaba retraso.
Se desarrollaba en un torreón a la vera del mar, antiguo fortín, defensor de piratas. Cruzamos el puente y nos adentramos en la penumbra salpicada de antorchas y luces indirectas. Las paredes de piedra albergaban años de historia y configuraban junto con las barricas y con los candelabros un perfil añejo del acontecimiento. Nos sentamos entre desconocidos a cual más avejentado, en sillas ordenadas frente al pequeño escenario e ignorándolos, aguardamos a que la joven sonriente de rizada y oscura melena que nos observaba desde la tarima, empezara su intervención.
La acústica era perfecta y la voz seductora de la muchacha se paseaba a lomos de la melodía de una guitarra por toda la estancia. Ella, sin una arruga por cierto, se autodefinió como una contadora de cuentos y nos descubrió su intención; deleitarnos con un cuento de vendimia. Mientras, una pareja solícita nos obsequiaba con una copa de vino a los asistentes.
Permanecí con mi copa en la mano, sospesando si debía catarlo, nunca bebo vino. Tú en cambio saboreabas con placer el purpúreo elemento y me animabas a hacer una excepción.
- Para eso hemos venido.
Acerqué la copa a mis labios y un aroma afrutado invadió sin mi consentimiento mis fosas nasales. Retiré un poco la cabeza para volver sobre mis pasos y tomar un sorbo que detuve sin tragar, paladeando su textura; lo encontré exquisito, a pesar de mi aversión al líquido más saboreado de todos los mortales.
Sentí calor en mis mejillas y abrumada, miré a mi alrededor por si alguien se había percatado del hecho; en realidad, nadie, todos atendían en silencio a la narración, excepto tú, que impaciente movías tu pierna izquierda insistentemente con ese tic que se adueña de ti cuando te pones nerviosa. Yo, había perdido el hilo del cuento, distraída entre la copa que sostenía en mi mano y tu temblor ansioso. De nuevo degusté el vino, me reconfortaba y me animé a terminarlo. Aproveché que tú habías hallado la forma de atraer la atención sobre los chicos ocupados en remplazar las copas vacías por llenas y me apunté a la cata de un nuevo vino.
No puedo discernir si este era mejor que el otro, en realidad de eso no entiendo, pero lo mecí como una experta, lo olí con los ojos entrecerrados y lo inspeccioné al trasluz como si esperara una revelación y finalmente lo dejé resbalar por mi garganta a cámara lenta. Me pareció que la temperatura ambiente se había elevado algún grado. La niña del entarimado seguía contando el cuento con una vocecilla dulzona. ¿La niña? ¿En qué momento esa niña sustituyó a la joven? No me di cuenta, si bien, mirándola con atención, tenían un parecido, probablemente serían hermanas.
U La joven me retiró la copa y me ofreció amablemente otra. Tú te echaste a reír, no sé porqué y me sugeriste la posibilidad de irnos.
- - ¿Qué dices? Con lo bien que lo estamos pasando. ¿Sabes qué tienes acné?
Por la cara que pusiste, no te gustó en absoluto que te lo dijera. Lo cierto es que yo tampoco lo entiendo, ¿cómo podías tener acné con cincuenta y tantos años? No iba a averiguarlo, en realidad me daba lo mismo, a mí lo único que me interesaba era probar ese nuevo vino; así pues, no le di tiempo a que se evaporara, me lo tragué de golpe.
Estaba del diez. Empecé a ver estrellitas y tuve la sensación de que estaba sentada en una mecedora o ¿quizás eran los demás los que se mecían? Era tan feliz y los veía a todos pendientes del parloteo de aquella niña que ya empezaba a hartarme, y tan callados que al poco, no sé cómo, me encontré de pie. Debí decir o hacer algo que no recuerdo, pues todas las caras estaban pendientes de mí, incluso la expresión atónita de la niña de la tarima me lo confirmaba. Y ¿sabes? Me gustó. De normal, soy siempre tímida, intento pasar desapercibida y esa sensación nueva de ser el centro de atención, era una experiencia agradable. Brindé por ello. Nadie me secundó, al contrario, me miraron con sonrisas burlonas y eso me enfureció. Les increpé y les solté un largo discurso. No sirvió de nada, sus rostros con descaro juvenil, digo juvenil porque me parecieron muchachos y muchachas, empezaron a ignorarme y tú, como si aún anduviéramos en la escuela me agarraste del brazo y eso sabes que no lo soporto.
Me solté enojada. Miré una vez más a todos, recordé que nos estábamos bebiendo el elixir de la juventud y me asusté, tiré al suelo la copa que aún sostenía en la mano y salí a toda prisa. Tropecé con una silla, las piernas parecía que no me obedecían y temí que hubiera rejuvenecido tanto que aún no hubiera aprendido andar, y así sería, porque se me aflojaron las piernas y caí al suelo. Aún pude escuchar a la gente gritar y ver tu cara sobre mí, moviendo los labios sin entenderte, después de eso, nada, los párpados dejaron de obedecerme, no podía abrir los ojos y me desesperé al tener la certeza de que posiblemente había vuelto al útero de mi madre.
martes, 19 de octubre de 2010
lunes, 18 de octubre de 2010
MI IPHONE ES MÁS RÁPIDO QUE TU.
Hermes no podía creer lo que escuchaba. ¿Cómo esa cosa inanimada y que desprendía colorines ridículos bajo el cristal podía ser más veloz que él, el emisario de los dioses? ¿Cómo era posible que ese trasto fuese más rápido que sus alitas en los tobillos o que su velocidad sobrenatural? Estaba indignado. Ser relegado así por una máquina al peor de los olvidos.
Y mientras el mundo se le caía a los pies, Afrodita y su voz aguda y orgullosa parecían reírse de él mientras toqueteaba distraída el aparato.
- ¿Ves? Ya está.
Su sonrisa fue una puñalada trapera en el inmortal corazón de Hermes que como un rayo se esfumó del templo celestial como alma que lleva el diablo. En ese instante su cabeza solo pensaba en dos cosas: la primera, cortarle al cero el cabello a la presuntuosa de Afrodita mientras dormía, pero a la muy todo le sentaba bien, o la segunda, vengarse del responsable de su desgracia, Hefestos, el cejijunto y cojo dios forjador, que aburrido de inventarse nuevas armas de destrucción masiva para dárselas a algún humano haciéndole creer que era él el inventor, le había dado por las telecomunicaciones.
Porque al principio le pareció gracioso que a su ilustrísima fealdad le interesara el cómo y el cuando de la recepción de mensajes y la comunicación entre los humanos pero ahora, cuando recordaba los interrogatorios a los que le sometía el muy ruin, le hervía la sangre. Y optó por lo segundo, porque eso no se le hace a un hermano.
Así que siguiendo el protocolo clásico y lógico en estos menesteres y para no perder la costumbre hizo lo que todo buen hijo de Zeus hace: quejarse a su padre. A ver si el viejo le quemaba el culo a Hefestos con un rayo y se ahorraba el trabajo de tener que pensarse una buena represalia. Como era de esperar lo encontró en “Sodoma y Gomorra”, evidentemente muy bien acompañado; todavía no entendía como Hera se creía que ese lugar era un internado de señoritas pudientes, cuando antes no le pasaba ni una.
Se presentó frente al gran Zeus, una caricatura oronda de lo que fue antaño. Este, sonriente como un Papá Noel, miró a su hijo mientras se dejaba tratar como un bebé por una de aquellas chicas para acto seguido volver a prestar atención a sus cuidadoras.
- Padre, he venido a solicitar tu ayuda.
- ¿Qué ocurre, Hermes?- Alargó las palabras condescendiente.
- Hefestos, su intromisión en mis competencias me está perjudicando. Exijo que intervengas.
- ¿De que hablas?- Ahora dejaba que otra chica le diera de comer un fresón.
- Todos los dioses mandan sus misiones por mensajería instantánea, así no tengo trabajo.
- Hermes, hijo, ¿has escuchado la frase “Reciclarse o morir”?.
- Pero...
- Ahora estoy ocupado, mándame un mail y estudiaré el caso cuando pueda.
Si Hermes hubiera estado volando se habría caído de culo. Antes de que pudiera protestar ya estaba en la calle, así, por arte de magia, como solo sabía hacer el viejo. Apretó los puños, lleno de rabia, blasfemó un buen rato, increpó a los transeúntes que lo miraban como un loco con alitas hasta que la luz se hizo.
Semanas más tarde Zeus miró su correo. Por supuesto el mail de Hermes estaba ahí, ya ni se acordaba de la pataleta de su retoño. Echó un vistazo rápido a los demás mensajes, varias decenas, pero solo uno le llamó la atención. Lo mandaba Atenea, su hija predilecta y el asunto casi le hace echar rayos por la boca, literalmente.
“APROBADO PROYECTO PARA DERRIBAR EL PARTENÓN Y CONSTRUIR UN COMPLEJO DE APARTAMENTOS DE LUJO”
Al viejo dios, si hubiera sido humano, le habría dado un infarto. ¿Cómo tenían el valor de hacer tal cosa? El símbolo de su poder y presencia en la tierra, era patrimonio histórico de la humanidad, Atenea se había encargado de que así fuese. Enfadado e impaciente hizo llamar a Hermes con urgencia, debía dar un mensajito de su parte a los responsables de esa atrocidad. Pero el dios alado no acudió ni ese día, ni el siguiente. Zeus, furioso, mandó un mail a todo el Olimpo celestial para que el que lo viera, lo mandara urgentemente ante su presencia.
Así estaban las cosas hasta que Baco encontró a Hermes horas después de recibir el urgentísimo mail. Estaba tumbado al sol en una playa de Ibiza, con un bañador rosa y un mojito junto a él. Cuando se acercó este lo saludó animadamente.
- Hola, Baco, bienvenido. Acompáñame y cuéntame las últimas novedades.
- Todo el Olimpo te está buscando. Zeus reclama tu presencia con suma urgencia.
Hermes rió alegremente.
- ¿Tienes tarifa plana en tu móvil?- Baco asintió como si fuera obvio.
- Pues dile a mi padre que acudiré en cuanto mis asuntos me dejen tiempo.
Baco miró perplejo al dios y a las circunstancias que lo rodeaban.
- Hermes, ¿de que asuntos hablas?
- ¿No lo sabes? Ahora me dedico al negocio inmobiliario. ¿Quieres un apartamento de lujo con buenas vistas a Atenas?
Las alitas de los tobillos del dios se agitaron revoltosas mientras este se carcajeaba.
sábado, 16 de octubre de 2010
Le dieron 15.000 euros -Práctica 1 Curso Creatividad y Estructuras Narrativas-M. R.L.
Le dieron 15.000 euros de indemnización, un apretón de manos, y eso fue todo. Allí acababan dos décadas de trabajo en aquella empresa. Un expediente de regulación de empleo, los famosos EREs, se lo había llevado por delante en menos de un mes, al igual que a otros 59 compañeros. Ni siquiera había tenido tiempo para sufrir ni preocuparse, había escogido mantenerse ocupado hasta el último momento, para no pensar.
Luego vinieron meses de interminable ansiedad, el rastrear las páginas de los periódicos y de las bolsas de empleo de Internet en busca del empleo soñado. Y el llamar a todos sus conocidos, pero no había nada para él, le repetían una y otra vez. De hecho, no había nada para nadie, con la crisis económica. Menos mal que la transferencia del paro le seguía llegando puntualmente mes tras mes. Pero cada vez le costaba más levantarse por las mañanas.
Y fue entonces cuando se encontró a su amigo Mauricio. Había trabajado codo con codo con él en la empresa por muchos años, y lo conocía por eso mejor que a muchos de sus familiares. Sabía de su honorabilidad, de su buen hacer, de su inquebrantable sentido del deber. Él siempre había admirado a Mauricio, y lo había considerado un ejemplo a seguir. Pero igualmente a Mauricio lo habían despedido al mismo tiempo que a él, quizá resultaba demasiado intachable para los crápulas que gestionaban la empresa.
El Mauricio que se encontró parecía sin embargo algo distinto que aquel que recordaba de las largas jornadas de trabajo en la oficina. Más vivo, más alerta, y definitivamente también más contento, pero al mismo tiempo reservado, como un niño que guarda en la mano una concha preciosa que ha encontrado en la playa, y no quiere abrirla por miedo a que le quiten su tesoro.
Hablaron largo tiempo sentados delante de una copa. Pese a lo vacío de su vida en el paro, él parecía tener más que contar, más que desahogar que el otro, que todo lo callaba.
La reserva de Mauricio se vino abajo tras la tercera ronda, sin embargo. Era obvio que le había estado observando, y había detectado su desesperación. Mauricio siempre había sido un buen compañero, y ésta vez tampoco lo decepcionó.
Cuando le contó al fin su secreto, se horrorizó. Iba contra todo aquello que le habían enseñado. Pero por sorpresa de lo más hondo de su alma surgió también el rencor acumulado, contra aquellos que lo habían despedido sin piedad y sin una mínima consideración. Había jugado por las reglas y el resultado era que sólo los tiburones sin principios se habían beneficiado. Bueno, pues él se convertiría en tiburón, decidió.
Mauricio le enseñó todo lo que sabía en un par de horas. Los primeros días le acompañó a recorrer los barrios de gente bien de la ciudad. Llamaban a los telefonillos, decían que eran de una agencia de mudanzas, de la compañía de la luz o del gas, de una empresa de transportes, y los dejaban entrar. Luego robaban toda la correspondencia que podían de los buzones. Especialmente apetitosos eran las nóminas y los extractos bancarios. Allí podían encontrar información extraordinariamente valiosa. De esos papeles al alcance de cualquiera extraían números de cuenta y teléfonos, entidades bancarias con las que trabajaban los destinatarios de las cartas, su solvencia, e incluso en ocasiones sus números de teléfonos.
Datos en mano, Mauricio y él se situaban delante del ordenador y confeccionaban documentos falsificados gracias a un programa de edición de imagen. Aquellos apartados que no sabían rellenar los inventaban. Ambos habían sido siempre bastante habilidosos con la informática, modestia aparte, y habían saltado la brecha digital sin problemas. Ahora aquella capacidad les vino muy bien.
Con los documentos falsificados contrataron líneas prepago de telefonía móvil y solicitaron multitud de créditos rápidos y de baja cuantía. Usaban buzones de correo que sabían vacíos para recoger la documentación de los préstamos, y un teléfono móvil que era diferente para cada víctima como contacto. Mauricio había leído mucho sobre estafas en prensa, y había aplicado aquellos conocimientos para convertirse él mismo, con éxito, en experto en la materia.
Ambos querían dinero, y el dinero entró, a raudales y por cientos de miles, en sus bolsillos. Fueron tiempos felices aquellos. Establecieron una rutina de trabajo de lunes a viernes, porque ambos en el fondo eran animal de costumbres, y así se sentían más seguros. Por las mañanas se recorrían las calles y por las tardes manipulaban la documentación e informaciones de que disponían.
Él disfrutó en esa época del día más dichoso de su vida: aquel en que localizó el nombre de uno de sus antiguos jefes en el buzón. Había sido aquel cabrón el principal impulsor del ERE y ahora el destino le ofrecía la oportunidad de desquitarse. Lo dejó sin un céntimo, exprimió sus datos una y otra vez con una ansiedad mezquina. Sólo las súplicas de Mauricio lograron que parase al final. Mauricio, que se moría de miedo a que tanta inquina en el mismo sujeto acabara siendo su desgracia.
Finalmente de todas formas los localizaron. Fue por una minucia que la policía comenzó a sospechar, cuando un hombre manifestó que alguien le había cargado en su cuenta bancaria un gasto por valor de 954, 96 euros. Y desmadejando el ovillo, llegaron hasta ellos. Sólo que el policía encargado del caso se comportó de forma rara cuando vino a detenerlos. Como Mauricio aquel primer día en el bar. Y como él, también explotó y les contó: turnos interminables mal pagados; fines de semana de vacaciones, rotos de improviso por una llamada del jefe, en que le decía que había que hacer guardia, porque tocaba y tocaba, sin más; y otras mil afrentas sin cicatrizar.
Se habían manifestado, y habían organizado protestas, pero las fuerzas del orden, curiosamente, no tenían mucho impacto social cuando de mejorar sus condiciones laborales se trataba. Ellos eran los que rompían las manifestaciones, no los que las convocaban. Los dos antiguos empleados escuchaban en silencio. Como siempre, Mauricio fue el más rápido en reaccionar.
Al final, el trato no fue tan dañino para sus intereses. El policía se llevaba la mitad, pero con tal volumen de beneficios aún les quedaba una bonita renta para vivir como maharajás. Y la garantía de que el expediente se mantendría a buen recaudo en el fondo de un cajón de la comisaría. Por fin Mauricio, el policía y él eran tiburones. Como los demás.
Fdo: María Rosario López
viernes, 15 de octubre de 2010
BACH Y LA DUDA
Óscar cerró la partitura de las variaciones Goldberg de Bach y se acercó a mirar por la ventana de su camerino. Faltaban pocos minutos para iniciarse el concierto y no encontraba el sosiego necesario que requiere este momento.
Su mente estaba atenaza por dos pensamientos que lo angustiaban: Su acalorada discusión con Olga, hacia unas semanas, y aquella obra mítica de Bach que suponía el gran reto en su carrera pianística.
A lo largo de la historia esa partitura había marcado a muchos músicos, pero sobre todo le había impresionado un personaje, de una novela de Thomas Bernhard, que por estas variaciones le llevaron al suicidio.
Habían pasado algunos días desde la separación con Olga, su matrimonio había fracasado y ahora tenía miedo de que esta partitura le hiciera fracasar profesionalmente.
Cuando Óscar inició el estudio de esta obra tuvo una revelación algo sorprendente. Empezó a darse cuenta que su vida con Olga tenía una estrecha relación con las Goldberg, donde la secuencia musical y la secuencia de su vida iban paralelas.
Su existencia en pareja había estado marcada por un fluir constante de emociones, sentimientos dispares, siempre juntos, sin interrupciones ni pausas. Nunca encontró una ocasión para la reflexión, no hubo espacios vacíos con ella, ni momentos de soledad para encontrarse consigo mismo.
Lo mismo ocurría con las Goldberg desde su inicio hasta el final esta música no deja un momento de silencio o una pausa donde pueda tomar aliento y dejar descansar por un instante a su mente del flujo incesante de notas. Aquello le producía un gran vértigo y se preguntaba si las 15.832 notas que tiene la partitura y que estaban almacenadas en la memoria de su cerebro, saldrían y se distribuirían de forma ordenada para ambas manos.¿Fracasaría en esta obra como en su matrimonio?
El día que conoció a Olga lo recordaba como un instante de gran calma. Igual que el aria con que se inicia la partitura de Bach. En las treinta variaciones restantes, como en la secuencia de su vida, hay momentos alegres, tristes, trepitantes, convulsos hasta llegar al final donde vuelve a repetirse la majestuosa aria del principio. Pero este aria final todavía no estaba escrita en su vida.
Golpearon la puerta del camerino y escucho una voz de dijo: - Tres minutos-. Al salir pidió que las luces de la sala estuvieran apagadas no quería saber si Olga había venido al concierto.
Entró en el escenario y se dirigió hacia el gran Steinway negro, se sentó pausadamente desatendiendo los aplausos del público y pulso la nota sol con ambas manos. Notó como su alma se derramaba con aquel sonido y al cabo de 65 minutos volvió a tocar la misma nota con que concluye la obra. Había visto su vida con Olga desde el exterior, con esa distancia que posiblemente sólo tengan las personas un instante antes de su muerte. Cuando escuchó la cerrada ovación del público, pensó que esta misma noche la llamaría.
Banda sonora
No tengo ningún recuerdo, por lejano que esté en el tiempo, que no vaya acompañado de alguna melodía. Con los años he llegado a tener una banda sonora completa que acompaña cada una de las etapas de mi vida. Como cualquier recopilación que se precie tiene sus hits. Canciones exitosas que siempre van conmigo y todos ellos son de Joaquín Sabina.
Le descubrí con “Una de romanos” y fue un amor a primera vista. Bien, eso no es del todo cierto. Verle, lo que se dice verle, ya lo había hecho y por cierto, mi impresión sobre él no era bueno, más bien al contrario. Calificativos como pedante, pesado, feo, quinqui, borracho… eran lo mínimo que se me ocurría al verle. Era aparecer en la tele (en las contadas ocasiones que salía) y cambiar de canal. Y eso ahora no tiene mérito pero en aquellos años de impuesta dualidad televisiva, en los que no existía el mando a distancia y el poder de decisión lo tenían mis padres, no era tarea fácil.
No sé porque aquella canción en concreto me llegó tanto, quizás porque no dejaba de sonar en los 40 Principales o tal vez porque tenía unos espléndidos dieciséis años, estaba o creía estar enamorada y en unos meses iba a ser mamá. Mi vida y mis hormonas estaban alteradas por igual y esa tonada me relajaba y emocionaba por igual.
Como no podía ser de otra manera, me compré el casete. En mil novecientos ochenta y ocho los cedé estaban todavía en pañales y quien más, quien menos tenía un walkman, antepasado de los reproductores mp3. Era el álbum “El hombre del traje gris”, y con él llegó el gran descubrimiento. ¡Sabina escribía sus canciones pensando en mí! Imagino que debéis de estar pensando: “Otra fan histérica”. Pues no. Bueno sí a lo de fan, pero de histérica nada.
“La gafitas de la pecas con complejo de muñeca desconchada. Frota su cuerpo desnudo, contra el lino blanco y mudo de la almohada. Invisible entre la gente,
condenada a ser decente según fama que del cuello le colgaron los que nunca la invitaron a su cama”. Así empieza lo que puede ser el resumen de lo que era mi vida hasta el momento, sin tener en cuenta el embarazo, claro. ¡Es tan fácil caer en las garras de alguien cuando se está acomplejada y falta de afecto como yo lo estaba en aquellos años!
El papel de patito feo no es plato de buen gusto pero solo los que lo hemos vivido en primera personas sabemos lo mucho que marca ir por la vida sin que nadie se fije en ti, o si lo hace, es para burlarse. El dolor que se siente siendo la carabina de tu amiga guapa –aguantavelas, lo llamaban- y que todos los chicos que la rodean te miren con lástima e intenten hacerse los simpáticos contigo para ver si de este modo, consiguen su objetivo: ¡Ligarse a la guapa! Durante mucho tiempo yo fui como la protagonista de la canción, una receptora de besos en la frente o cara pero siempre castos, puros y por supuesto, interesados.
Así pues, ¿cómo no iba a enamorarme del primero que me hizo sentir hermosa y mujer? Caí como la colegiala que era y le di todo lo que tenía y un poco más. Y la criatura que esperaba fue el resultado de tanto amor (y de la rotura de un condón, que eso a mi entender, también tuvo algo que ver).
Y en otro de los temas, la segunda coincidencia: “La chica de BUP casi todas las asignaturas suspendió el curso en que preñada aquel chaval la dejó. Y cuando en la pizarra pasa lista en profe de latín, lágrimas de desamor ruedan por la página de un bloc, y en él escribe ¿quién me ha robado el mes de abril? ¿Cómo pudo sucederme a mí?”.
¡Ya lo creo que me pasó! Y hubo boda o más bien bodorrio. Lloró mi madre, mi abuela y hasta el apuntador (no recuerdo si mi suegra también) pero yo estaba feliz y radiante, como cualquier novia que se precie. Y hubo noche de bodas pero no luna de miel, más bien fue de hiel. Y lo siguió siendo durante tres años más hasta que tanta amargura fue insoportable y me separé, divorcié y olvidé.
Durante esos años, como podéis imaginar empecé a recopilar los trabajos anteriores de Sabina sin descuidar, por supuesto, lo nuevo. En todos y cada uno de ellos había alguna letra en la cual mi vida se reflejaba. Unas veces para bien, otras para mal pero siempre íntimamente ligada a lo que esa voz ronca por no decir cazallosa pero a la vez acariciadora cantaba.
Joaquín habló de mi soledad: “Algunas veces vuelo y otras veces me arrastro demasiado a ras del suelo…”, “Vivo en el número siete, calle Melancolía. Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría. Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía…” Casi parecía que me estuviera pronosticando una severa depresión preludio de un suicidio pero no fue así. Conocí a Martín.
Martín llegó cargado de amor. Pero amor del bueno, de arrumacos y berrinches, de pasiones intensas y noches en el sofá. Y de nuevo las canciones: “¿Dónde queda tu oficina para irte a buscar? Cuando la ciudad pinte sus labios de neón subirás en mi caballo de cartón. Me podrán robar tus días… tus noches no.”, “Febril como la carta de amor de un preso. Así estoy yo, así estoy yo, sin ti.”
Y pasaron los días, meses, años… y el amor se fue marchando, casi sin darnos cuenta, como polvo a través de las ventanas. Un día le miré y no vi un amante, si no a un amigo, un hermano. Una nueva sonata entraba en mi vida: “Hace demasiados meses que mis payasadas no provocan tus ganas de reír. No es que ya no me intereses pero el tiempo de los besos y el sudor es la hora de dormir” y el adiós no se hizo esperar. Fue doloroso, nunca es fácil cuando aparentemente no hay motivos, la rutina es así, rastrera e invisible pero implacable y por supuesto, destructora.
Mi juglar ya tenía listo el nuevo hit parade ¿Alguien lo había dudado? “Tanto la quería, que, tardé, en aprender a olvidarla, diecinueve días y quinientas noches.” Y el tiempo pasó, el luto se alivió y yo ya no era el patito feo si no una mujer madura, con una idea clara sobre su vida. ¡Vivir y amar intensamente! Adopte un himno apropiado “Qué voy a hacerle yo, si me gusta el güisqui sin soda, el sexo sin boda, las penas con pan? ¿Qué voy a hacerle yo, si el amor me gusta sin celos, la muerte sin duelo, Eva con Adán”. Y así sigo hasta hoy. No me va mal. No me han faltado amores, ni amantes, ni tampoco alegrías adobadas con algún que otro disgusto. La vida es así y así la quiero tomar, sin censuras, ni placebos que me hagan sentir mejor.
Espero ansiosa cada nuevo trabajo de mi cantautor particular, segura de que sabe de mí y lo transcribe en cada una de sus letras, sin pudor y sin permiso. ¿Debería pedirle derechos de autor? Me sonrío al pensar la cara que pondría y en la nueva canción que me dedicaría.
Una más para engrosar mi banda sonora particular.
jueves, 14 de octubre de 2010
INMÓVIL
Ha tirado la toalla, toda su existencia la ha basado en la oportunidad del ahora que los humanos no han sabido apreciar, y que por el contrario, han conseguido hundirle en una frustración de la cual no le interesa salir.
El día a día no sucede, no hay movimiento de astros, pues el tiempo se ha paralizado para todo el Universo, no deviene la noche, las estaciones, ni tan solo los cambios climáticos. Todo parece tan perfecto, que los más escépticos creen que es un sueño. Pero el sueño no acaba.
Mientras en la Tierra, el tiempo no pasa, no existe el pasado y no se prevé ningún futuro, todo es presente. Los anteriormente llamados mortales no caben en sí de gozo. Todo es alegría y exaltación, la vida se ha convertido en fiesta tras fiesta para los más juerguistas y su estado natural ha pasado a ser el de embriaguez.
Los intelectuales devoran libro tras libro, sin percatarse en que no poseen retentiva alguna. Los niños juegan sin parar puesto que la noche no llegará nunca. Los más ancianos, aquellos aquejados de dolencias incurables, maldicen su suerte, sus dolores no cesarán jamás, porque lo finito e infinito ya no son antónimos, no poseen significado alguno.
El pasado se va desvaneciendo, todo lo que ha acontecido y aquellos que fueron recordados alguna vez, han desaparecido de todas las memorias. Las identidades se han perdido, así como los conocimientos. Los seres que habitan el Universo sufren una especie de involución, pero no hacia el pasado, ni hacia el futuro, tan solo se van desintegrando lentamente en la nada más absoluta.
Lúa
miércoles, 13 de octubre de 2010
LA MUERTE DE HELENA por Ferran Villergas Puig
Mario miraba el cadáver de Helena mientras la policía se lo llevaba detenido.
Cuando ya estaba en el furgón policial, con la mirada perdida, continuaba teniendo en su mente la imagen de Helena, en medio de un charco de sangre, con el rostro desfigurado por los golpes que le había propinado con su bate de béisbol.
¿Como había podido suceder esta tragedia? ¿ que sería ahora de sus hijos?
La historia se remontaba algún tiempo atrás. Su mujer, Sandra , con quien tenía tres hijos , dos preciosas niñas gemelas de cinco años y el pequeño de un año, era free lance y se ganaba la vida desarrollando informes económicos para Instituciones públicas.
Sandra era una excelente profesional, muy bien pagada y solicitada, que trabajaba mayoritariamente con INCADES. Con el tiempo esta colaboración acabo siendo exclusiva. Fue un grave error.
Eran tiempos felices, se casaron, después los niños….la vida era de color de rosa.
Que fácil es ser feliz cuado sientes la seguridad de controlar tu vida y no tienes ningún problema. Te sientes poco menos que Dios……..
Mario tenía un buen trabajo, que perdió con la crisis, pero Sandra sostenía económicamente el hogar y el se cuidaba de los niños, mientras soñaba con ser escritor.
Como se tuercen de fácil las cosas, cuando uno piensa que lo tiene todo bajo control… y lo peor estaba por llegar.
En INCADES se produjo una restructuración y ahora la nueva jefa directa de Sandra era Helena, la cual no sentía un especial afecto por Sandra.¿Por qué? ¿Quien lo podría decir? Tal vez porqué envidiaba los ingresos de Sandra , o quizás por orgullo cuando Sandra le reclamaba periódicamente los pagos incorrectos , siempre a la baja , y no se conformaba con sus cortantes respuestas. Nosotros no estamos aquí para revisar tus facturas, no se nos pueden dar lecciones de administración , no te debemos el dinero, o no tenemos tiempo para estos “temas menores” .La deuda crecía……..
De nada servían los buenos modales de Sandra, ni sus intentos de acercamiento amable ante tal nivel de odio irracional. La salud de Sandra se resentía de forma lenta pero imparable.
Esta misma mañana Sandra le comentó a Mario que el test de embarazo era positivo.
A pesar de la situación y dificultades, la alegría fue inmensa.
Entonces llamó el cartero , un burofax de INCADES , firmado por Helena . Sandra lo abre y se le descompone el rostro. Es la notificación de rescisión de contrato mercantil. Se acabó el trabajo, el dinero y con las deudas y los niños…….. Sandra cae fulminada, el corazón no ha resistido la impresión. De nada sirven los esfuerzos de Mario por reanimarla. La ambulancia se la lleva en un intento desesperado por salvar su vida , pero Sandra ya es un cadáver ….. y Mario también.
Mario deambula por las calles circundantes del hospital con la mirada perdida. Tan pérdida como la tiene ahora, mientras viaja en el furgón policial, mientras recuerda las últimas horas que han hundido su vida y la de sus hijos. Sus hijos, los que viven y el que no podrá vivir.
Entonces Mario pasa por delante de una tienda de deportes y ve en el escaparate un bate de béisbol. Lo mira fijamente ,le atrae como un imán. Ya sólo tiene una idea en la mente, MATAR , MATAR , MATAR A HELENA.
Compra el bate y va a INCODES , el corazón le late con fuerza , pero el no lo siente , no siente nada , no oye a quienes le gritan. Entra en el despacho de Helena y descarga una y otra vez el bate en su cabeza con rabia demencial. Sólo se detiene cuando el rostro de Helena, tendida en el suelo agonizando en un charco de sangre, no es más que una masa deforme ensangrentada.
Mario se sienta en la silla del despacho con la mirada fija en Helena, mientras esta exhala su último suspiro pensado en sus dos hijos de los que era madre soltera.
¿Que será de ellos ahora? Que absurdo es el odio irracional que sentía por Sandra. Ahora lo ve claro. Ahora que ya es muy tarde.
¡Meteoritos! - Antoni
Robert Dawson empujo la puerta del servicio de caballeros con todas sus fuerzas, pero ésta solo se abrió dos palmos, que volvió a cerrarse con la misma fuerza. Estaba enfadado, pues le habían hecho saber que durante el vuelo dispondría de desayuno, pero sin donuts y con cerveza sin alcohol. Volvió a empujar la puerta aún con más rabia y ésta por fin se abrió hasta golpear con la pared.
Algo le sorprendió. Un hombre, calvo y corpulento yacía en el suelo del servicio, un par de metros más allá de la puerta de entrada. Tenía la cara y la camisa empapadas de sangre y se tambaleaba intentando ponerse en pie.
Robert lo miró desconfiado, pues su madre le había inculcado que no debía hablar con extraños, y este le parecía todo un espécimen. A pesar de eso, la curiosidad pudo más. Era todo un experto en encontrar por Internet a gente rara, con aficiones extrañas, de esas llamadas “frikis” y esta la tenía delante y parecía necesitar ayuda.
– La puer…la puerta…un gol…un golpe…nariz. – era lo único capaz de balbucear el extraño.
– Ya entiendo, se ha dado un golpe con la puerta. – Dawson analizó la situación con su peculiar perspicacia. – ¿lo ha hecho adrede o aún anda borracho?, no me extrañaría viendo lo que le cuesta levantarse. Pues debe saber que si ha roto la puerta, el aeropuerto le podría demandar y cobrarle los desperfectos, lo vi en un capitulo de CSI. De hecho, le puedo buscar en Google lo que cuesta una puerta de estas características. ¿Sabe que en Google sale todo? Será mejor que avise a algún vigilante del aeropuerto para que sepa de los hechos, que aún seré yo el que se meta en un lío por no explicar lo que he visto. – pensó en voz alta.
El agente observó la situación, el hombre sentado en el suelo empapado en sangre, la maleta con las piedras…cogió la radio que llevaba colgada a la cintura y solicitó refuerzos, un altruista ciudadano había conseguido reducir a uno de los peligrosos contrabandistas de meteoritos que durante tanto tiempo habían perseguido.
En minutos, llegaron varios agentes que esposaron al contrabandista y se lo llevaron a rastras. Mientras, des del fondo de un urinario, Dawson, gritaba “¡no se olviden de hacer fotos de la puerta para cobrarle los desperfectos!”
viernes, 30 de abril de 2010
C'EST LA VIE (CONRADO SANCHEZ)
No debía haber venido —se dijo a sí misma. En ese instante Carlos se levantó de la mesa y se dirigió hacia la cocina brindándole una confidente mirada.
¡Por Dios Emma! ¡Levántate de la mesa y márchate antes de que sea demasiado tarde! —repetía en su interior. Pero sus piernas no obedecían a la razón, eran presa de quién sabe si el corazón o la pasión. No era propio de una cuarentona casada y con niños estar sentada en la mesa del apartamento de un compañero de trabajo, pero, ¿qué había de malo en ello?
Probablemente todo eran fantasías suyas. Carlos era un tipo especial. Un hombre de treinta y muchos, digamos que…del montón, con una media melena morena y muy, muy delgado. Pero lo importante no era su aspecto, lo importante eran su sencillez, su sensibilidad. Eso era lo que lo hacía especial. Sus conversaciones con él eran distintas. Eran casi como …“de mujer a mujer” —pensó. La entendía, la comprendía, la animaba, le hacía reir y nunca había tenido con él la sensación de que la acorralaba. Había visto en sus ojos, o había querido ver, como él la deseaba. ¿O era su deseo la que le hacía ver todo eso?
Su vida era una vida…feliz. Su marido era una estupenda persona al que sin duda quería con el alma; un tipo guapo, exitoso profesionalmente, y al que más de cuatro mujeres quisieran tener junto a ellas. Entregado por completo a su esposa y sus pequeños y sin embargo…Sin embargo Emma se sentía sola. No sola de compañía, sola de atención, de comprensión, de…Muchos días, recordaba con nostalgia, como él la había hecho sentir una princesa y ahora…
Emma, a sus cuarenta y…había empezado a sentir, casi de forma obsesiva, la necesidad de aprovechar la vida, de vivir la vida, de sentir la vida. Quizás, aquel episodio en que —aunque él lo negase—, Javier, su marido, tuviese aquel lío de faldas durante un viaje a Madrid, la había llevado a esta convicción, quizás...
Sin ser una top model, resultaba aún muy atractiva. Las continuas insinuaciones y alabanzas de amigos y compañeros de trabajo no hacían más que corroborarlo. De altura media, su melena rubia, sus acaramelados ojos y unos pechos desafiantes, no dejaban indiferente a casi nadie. Y su sonrisa, Emma siempre sonreía.
—¿Te gusta el chocolate verdad? —preguntó Carlos desde la cocina.
—¿Cómo…? Sí, si ..claro! —respondió Emma, como despertando de sus pensamientos. —No pasa nada Emma —se dijo a sí misma. —Un compañero de trabajo, con el que tienes una relación cordial, te invita a comer a su casa un viernes porque tú le has dicho que no tenías tiempo de ir a tu casa y volver al centro después a hacer unos encargos…lo más inocente del mundo. Carlos vive cerca del despacho y “sólo” has venido a comer y después te marcharás tranquilamente… Sirviéndose una copa de aquel buenísimo vino blanco intentó relajarse.
Carlos apareció de nuevo con una bandeja en el que se adivinaba una especie de bizcocho regado con chocolate caliente. El olor del chocolate inundó las sensaciones de Emma.
—La magia de este postre viene ahora —afirmó Carlos mirándola fijamente a los ojos.
—¿Magia? —preguntó Emma, entre curiosa e inquieta.
—Ja, ja, ja —rió Carlos. —Verás —dijo descorchando una botella que había traído junto al postre. —Se trata de una receta muy antigua, del norte, el bizcocho regado con el chocolate tiene una textura más bien seca, así que de lo que se trata es de tomarlo a la vez con este compuesto de hierbas que le da un toque especial.
—¿Pero…tendrá mucho alcohol, no? —preguntó Emma mientras lo miraba y sentía un irrefrenable deseo de abalanzarse sobre aquel tipo que siempre la hacía sentir como una reina. “Sentir” claro, esa era la palabra, durante toda la comida ella le había hablado de mil cosas y “sentía” que a él le importaban, “sentir”…
—¡Que va! —afirmó Carlos. De una forma casi instintiva, Carlos puso su dedo índice en el vasito en que había depositado el líquido y alzando la mano a la altura de la boca de Emma le dijo: —Toma prueba, ¿no me crees? Ja, ja, ja, ¿piensas que quiero emborracharte o qué?
Debo estar volviéndome loca —se dijo. Casi sin pensar Emma acercó su húmeda lengua al dedo de Carlos y probó tímidamente.
—Tenías razón, está bueno. ¿Así que no quieres emborracharme, no?
En ese instante Carlos la miró fijamente a los ojos, se levantó, se dirigió hacia ella y poniéndose a su espalda la cogió por los hombros. Ella notó como su aliento se acercaba a su cuello…La besó suavemente justo por debajo del lóbulo de su oreja, mientras sus manos acariciaban sus hombros y su cuello. Ella gritó hacia su interior. Un escalofrío le recorrió de abajo arriba la espalda cuando Carlos empezó a dar leves mordiscos alrededor de su cuello. Notó como sus pezones se endurecían como nunca lo habían hecho. Mientras seguía recorriendo su cuello con labios, dientes y lengua, Carlos deslizó una de sus manos entre sus pechos. El corazón le latía deprisa. Notó como aquella mano le acariciaba suavemente como una pluma primero, con energía después. Sin dejar de acariciarla Carlos hizo que se levantase y girándola hacia él la besó suavemente abrazándola fuertemente. En segundos sus labios y sus lenguas iniciaron un armonioso ritual que fue convirtiéndose en salvaje. Emma recorrió con sus manos la espalda de Carlos, con fuerza; sintió en el chocar de sus cuerpos toda la encendida virilidad de Carlos. Sin dejar de acariciarse, besarse, lamerse…se desnudaron, muy lentamente, eternamente. Emma se dejó caer suavemente en el amplio sofá tras la mesa. Carlos la siguió. Los rayos del sol de media tarde dibujaban la silueta de Carlos haciéndolo aún mas deseado. Situándose sobre ella, Carlos comenzó a lamer el cuerpo de Emma, mientras sus manos le sujetaban con fuerza por detrás de sus muslos. Poco a poco Carlos fue recorriendo con miles de pequeños besos primero los pechos, después el ombligo…Emma sentía como aquella boca la hacía estallar en mil pedazos, en millones de pedazos. Durante unos segundos se mantuvo absolutamente inmóvil, extasiada, sin necesidad alguna de bajar a la realidad. Carlos se tumbó junto a ella y empezó a acariciar suavemente su cabellera rubia, ella le miró sin verle… Fueron segundos, minutos o horas quizás las que Emma sintió esa sensación, no estaba sola… “sentía”. Se giró hacia Carlos, llevó con suma delicadeza una de sus manos hacia abajo y empezó a acariciar con suavidad el miembro que se le ofrecía arrogante, Carlos suspiró con fuerza apretándola contra él; Emma sintió como un torrente se apoderaba de ella, de nuevo su respiración se aceleraba, apartó su mano y manteniendo sus pechos deliberadamente a la altura de los labios de Carlos, se sentó literalmente sobre “él”. Ambos volaron apenas unos segundos, gritaron, sus cuerpos formaron un tenso arco justo antes de una explosión inenarrable, breve, apocalíptica…
CAPITULO II
Viernes, casi las nueve de la noche cuando Emma, con los nervios a punto de hacer estallar su cerebro en pedazos, entraba por la puerta de su casa. Al fondo del pasillo Javier, su marido, gritaba con Manel, el mayor de sus dos hijos, mientras el pequeño, Roger, lloraba.
—¡Manel!, con casi trece años deberías entender que tu hermano hay cosas que aún no comprende, ¿no crees?
—¡Estoy harto de ese enano!
—¡No le vuelvas a llamar enano!
—¡Es un imbécil! ¡No hace más que incordiarme!
—¡A tu cuarto ahora mismo!
—Pero…
—¡Manel, he dicho que a tu cuarto!
—¡Me cago en…—refunfuñó Manel por lo bajo.
—¿Qué has dicho?
—¡Nada! —contestó Manel tomando el camino hacia su cuarto y encontrándose de frente con Emma.
—¿Qué pasa? —preguntó Emma en tono conciliador abrazando a Manel.
—¡Eso es! —replicó Javier mientras cogía al pequeño Roger en brazos—¡Tú mímalo! ¡Después de que él no para de joder a su hermano!
—Vete a tu cuarto, ahora vendré —le susurró Emma a Manel. —Buenas noches cariño —prosiguió Emma dirigiéndose a Javier —Ya sabes como son los dos, sabes que Roger no es precisamente un santo…
Durante varios minutos, que a Emma le parecieron días, Javier insistió en que la educación de los niños era algo muy serio y que Manel debía entender que como mayor tenía que tener más paciencia con su hermano, y que…y que…El rumor de las afirmaciones de Javier seguían persiguiéndola mientras ella se dirigía hacia su dormitorio con una sola frase en su cerebro: ¿Cómo ha podido sucederme algo así?
—¿Te pasa algo? ¿Me estás escuchando? —le preguntó Javier con tono de reproche.
—No…no…no pasa nada, he tenido un día terrible en el trabajo y tengo un dolor de cabeza tremendo…Me voy a dar una ducha.
—¡Pues anda que yo! ¡Sólo me faltaban estos dos monstruos esta tarde! —replicó Javier. —Me arreglo y me marcho, ¿recuerdas que hoy tengo la cena del tenis verdad?
—Si…si claro…
Las sensaciones se agolpaban. Por un momento pensó que todo lo que recordaba de la tarde quizás no era más que una mala pasada de su mente. Sentada al borde de la bañera, sentía como su corazón se aceleraba.
Desde que había salido de casa de Carlos, sobre las seis, y durante casi dos horas, había estado en la cafetería del centro comercial reprochándose su acción y preparándose por si Javier notaba “algo”. Se había mirado mil veces en el espejo, eliminando, casi centímetro a centímetro, cualquier rastro que delatara su aventura. Se había maquillado y desmaquillado. Había examinado su ropa con la precisión del más audaz de los detectives. Lo había borrado todo. Todo excepto la imagen de Carlos en su cuello, en sus pechos, en su vientre…Todo excepto aquel nudo que le oprimía la garganta y amenazaba con hacerla estallar en cualquier momento.
Tras una ducha rápida, recogió toda la ropa y la puso a lavar casi con la cautela de quién traslada un cadáver. Después de despedirse de Javier pidió una pizza para cenar con los niños y una vez acostados se estiró en el sofá. De pronto sonó el móvil.
—¡Carlos, por Dios!, ¿ cómo se te ocurre llamarme a estas horas?
—Perdona, pero es que me he marchado de casa poco después que tú y me he olvidado el móvil; ahora he visto que tenía varías llamadas tuyas…
—Si, si, te he llamado porque quería decirte que…bueno que…en realidad esta tarde no ha pasado nada.
—Ah, si…claro, no ha pasado nada —contestó Carlos entristecido y disminuyendo el tono de su voz.
—Quiero que lo entiendas Carlos, no quiero que nos equivoquemos, es mejor así.
—De acuerdo Emma, si es lo quieres…
—Discúlpame Carlos, no estoy en mi mejor época, y esta tarde me he dejado llevar por la sinrazón. Soy una mujer felizmente casada y no sé bien que me ha sucedido, en cualquier caso gracias por entenderme. Por cierto, ha debido ser un tu casa que he perdido un pendiente, no tendría más importancia pero hace apenas una semana que me los regaló mi marido y…
—No he visto nada —contestó Carlos en un tono de voz aún menor que el anterior- pero no te preocupes, si lo encuentro el lunes te lo llevo al despacho.
—Gracias Carlos, buenas noches.
—Buenas noches Emma, un beso.
Después de colgar Carlos se llevó las manos a la cabeza. Durante toda la tarde había estado luchando entre un infernal sentimiento de culpa y una ilusión de quinceañero que ahora, Emma, con dos frases había destrozado literalmente. Nunca debí fijarme en ella —pensó—. ¿Pero acaso somos capaces de controlar el mundo? ¿Sentía ella más de lo que decía y sin embargo lo negaba? ¿Una mujer tan felizmente casada se entrega con la pasión que ella lo había hecho? —su cerebro se enzarzaba en una telaraña de preguntas sin respuesta y además le reprochaba:—“Apenas hace seis meses de la muerte de Olga y tú ya andas con otra”—“¡Olga era la mujer de mi vida pero murió! ¿acaso debo morir yo en vida? —se contestaba en gritos interiores—. Se dejó caer hacia atrás en el sofá, como intentando mitigar las sensaciones. Recordó a Olga, un noviazgo fugaz con trágico final. La conoció en París, el verano pasado. Todo fue muy rápido, se amaron hasta el alma; un alma sola eran; un alma que les duró apenas un año. Ella en París, el aquí, y un amor loco de ida y vuelta. Ilusiones truncadas victoria del tumor. Sueños rotos. Dolor. Macabra la vida. Ni siquiera le dio el tumor la oportunidad de que los padres de Carlos la vieran sonreir. Conocer a alguien el día de su funeral, sin palabras, victoria del tumor. Y ahora Emma. Seis meses después. ¡Sólo seis malditos meses después! Pero en realidad Carlos —se intentó grabar a fuego en el cerebro— “esta tarde no ha pasado nada”. Dos hilos de lágrimas recorrieron sus mejillas, agachó levemente la cabeza, abrió su mano izquierda, clavó fijamente su mirada sobre la blanca perla de aquel pendiente.
CAPITULO III
“Esta tarde no ha pasado nada”. Emma se aferró a esa idea como quien cierra los ojos con fuerza para anular una insoportable visión. Debía intentar dormir. Dormir, olvidar. Javier volvería tarde de la cena del tenis; esas cenas siempre acababan tarde y con alguna copa de más. Mañana sábado lo vería todo más claro, menos sombrío. Una voz, llegada quizás del mismo infierno, le recordó todo lo que había “sentido” con Carlos. Un remolino le removió las entrañas. La propia tensión la llevó allí donde nacen, y mueren, las pesadillas.
Entre sueños Emma notó como una mano se deslizaba suavemente por su espalda. Encogió el cuello hacia atrás en un escalofrío mientras Javier, su marido, le susurraba un “amor mío” al oído; la mano resbalaba hacia sus muslos delicadamente. Boca abajo, sintió el calor de los labios de él en su nuca. Entre caricias se fue despertando. Javier la giró suavemente y empezó a mordisquear suavemente sus pechos, su escote, arqueó su cuerpo, excitada buscó su boca y lo besó dulcemente primero, con fuerza después. Ambos se abrazaron y unieron, primero sus labios, después sus lenguas…Durante unos minutos sus dedos, sus manos, sus … dibujaron y recorrieron como fuego todos los rincones de sus cuerpos. Los alientos hirviendo como lava. Emma se hundió entre las piernas de Javier, él suspiraba, volaba. Con los ojos cerrados y absolutamente entregado a su diosa, acarició suavemente la melena rubia de Emma, que sentía como la respiración de Javier se sincronizaba con breves y enérgicos movimientos de cadera, vencido a sus caricias. Apretando con fuerza el miembro de Javier, subió serpenteando con su lengua hasta encontrar su boca, …le inundó con su lengua. —“Emma”— susurró Javier dejándola caer suavemente a un lado; se situó sobre ella, sus fuegos se aproximaron deseosos, se unieron con fuerza en un océano de olas de ida y vuelta…, Emma apretó fuerte sus manos a las caderas de Javier, como temiendo su retirada; Javier tomó con energía los muslos de Emma y lanzó toda su furia mientras veía como los ojos de Emma se perdían en la noche de los tiempos; el ardor se detuvo a contemplarlos …y un trueno los envolvió elevándolos por encima de sus propios cuerpos; …abatidos, sudorosos, extenuados, con la calma que sucede a la tempestad, se abrazaron, como el pétalo se abraza con la rosa.
—Te quiero como a mi vida Emma.
—Y yo a ti mi amor.
En pocos minutos Javier se sumió en un dulce sueño, mientras, Emma naufragaba a solas en su propio llanto. Y aquel pendiente…
CAPITULO IV
El sábado despertó misterioso. Las notas de una mágica canción, “Sharing the night together” de Dr. Hook, sonaban en el despertador. Eran las nueve de la mañana. Comprobó que Javier dormía plácidamente y se apresuró a parar la música a pesar de que aquella melodía le apasionaba.
En un vistazo rápido a la habitación comprobó como el tono pálido de la pared que tanto había lucido un par de años atrás, era realmente un pálido agotado; las cortinas quizás ya no colgaban, caían; la lámpara no iluminaba, deslumbraba…
“Anoche quisiste dormir para olvidar y te despiertas con más grises que blancos.” —Emma necesitas un café largo —pensó —y como por inercia puso rumbo a la cocina.
El día transcurrió como transcurren aquellos días en los que la vida es algo que se ve desde la platea. Emma intentó hacer una vida familiar “digamos” que normal, con aquellas cosas que hace una familia corriente un sábado. “Con aquellas malditas cosas repetidas de cada sábado” —pensó sin querer pensar. Las imágenes del día anterior iban y venían como potros sin control. De repente, al mirar a Javier, se imaginaba como encolerizado apresaba a los pequeños y corría gritando como un demente mientras ella los perseguía sin poder darles alcance.
“Anoche parecías otra cariño, has aprendido mucho últimamente…” le había susurrado lascivamente Javier hacia unos segundos. Su cerebro rememoraba las escenas de la noche anterior y le recordaba quien era el hombre al que ella veía durante todo aquel encuentro con su marido. Sintió como un latigazo recorría su espalda.
Una llamada al móvil la sacó de la pesadilla en la que llevaba todo el día sumergida.
—¡Emma!
—¿Qué dices Carlota?
—Bien ¿qué hacéis?
—Tú dirás…aquí de sofá, con Javier y los críos, después de comer…con ese sueño…
—Ya veo que como yo, ¡follando como una loca en la siesta del sábado! —gritó Carlota, al otro lado del teléfono, soltando una carcajada burlesca.
—Qué bruta eres, ¿estás sola verdad?
—Sola, sola…lo que se dice sola…—siguió divertida —Oscar ha ido a casa de su madre y yo aquí con mi amigo…¡a pilas! —volvió a gritar sin parar de reir.
—No cambiarás nunca joder. Y qué, ¿acaso me llamas para darme envidia?
—¡Claro! —prosiguió Carlota en el mismo tono. —Oye que no, ahora en serio, he hablado con Laura y hemos quedado para ir a cenar y después a tomar algo, por supuesto “sin mariditos” —haciendo servir un malévolo tono —¿Te apuntas?
—Creo que no estoy de humor…
—Eres una mustia, o es que tu amorcito¿no te deja, eh?
—Espera un momento boba. Javier — preguntó Emma dirigiéndose a su marido. —es Carlota, han quedado para cenar y me llama para que vaya, ¿qué te parece?
—Que peligro tiene la Carlotita esta —replicó Javier
—¡Javier que te va a oir! ¿Bueno qué, qué dices?
—Si mujer si, hacer lo que queráis, ¡al final lo vais a hacer igual!
—Está bien Carlota, ¿cómo quedamos?
—¡Bien por la mojigata! A las nueve en Granss ¿ok?
—Ok marquesa, hasta luego.
Ocho de la tarde. Desnuda, sentada frente al espejo. De fondo “Que tinguem sort” de LLuís LLach. Tras una ducha caliente que no ha conseguido sino hacer hervir más su mente, crema para suavizar la piel pero no los sentimientos, de nuevo un relámpago inunda su pensamiento, aquel pendiente…
Granss. Diez y media de la noche.
—Ya está, ya lo he soltado, no sé si lo queríais saber pero es lo que hay, y no hace falta que pongáis esa cara. —afirmó con rotundidad Emma.
—Vaya telita con la señora seria —replicó Carlota, acomodándose su larga melena morena y ajustándose su tremendo escote —unas llevamos la fama y otras…—remató cogiendo la copa de vino y llevándosela a la boca mientras movía sibilinamente la punta de la lengua.
—¿Y ahora que vas a hacer? —preguntó con candidez Laura, planchando con una mano una ligera arruga en su falda, y apartando de forma, entre coqueta e infantil, los rizos castaños que le tapaban sus pequeños y felinos ojos verdes.
—¿Que qué voy a hacer? Y yo qué sé —contestó Emma llevándose las manos a la cara y bajando el tono de voz infinitamente. —Yo quiero a Javier..
—¿Cómo que qué va a hacer? —dijo Carlota entrando de nuevo en escena. —De momento callar. No pretenderás que se lo diga a su marido ¿no? —preguntó mirando fijamente a Laura.
—No sé…pero creo que si está arrepentida quizás si se lo debería contar a Javier, él la quiere y seguro que la perdona.
—¡No te enteras de nada Laura! —replicó Carlota alzando los brazos en dirección a ella. ¿Qué coño va a tener que explicar? Si decide dejarlo todo por ese “maravilloso Carlos” ya veremos pero si no ¿para qué? ¿Para que la perdone? Que se perdone ella y en paz.
—Así que según tu Laura —continuó Emma pausadamente —debería decírselo a mi marido, ¿me puedes decir porqué?
—Creo que por una cuestión de honestidad, si no lo haces darás por sentado que la mentira forma parte de vuestra relación—contestó Laura a la vez que Carlota la miraba y señalando con el dedo índice su propia cabeza hacía ademán de que estaba totalmente loca.
—Emma y Laura, me vais a perdonar las dos —indicó Carlota ajustándose de nuevo el pronunciado escote —parece que el argumento de Laura va en defensa de la honestidad y por deducción de la “fidelidad”, bendita palabra. Responderme las dos, cuando os masturbáis, ¡si joder no pongáis esa cara! ¿pensáis en vuestros mariditos? —preguntó en un tono grotesco. —Veo que no tenéis ganas de contestar…¿y eso no es ser infiel? Porque, pregunto, si mientras estás allí “que te sales del calentón” y “dale que te pego”, apareciese ¡escucharme bien! el tipo que te estás imaginando bufffffff, quien de nosotras sería capaz de decir ¡atrás Satán! ¿quién?
—Eres increíble Carlota —le reprochó Laura.
—Ya, yo soy increíble, y tú eres una ingenua y esta una boba —replicó Carlota mirando a Emma. —Si efectivamente queremos creer en la fidelidad es porque queremos que nos sean fieles y eso nos obliga –al menos físicamente- a mantenernos apartadas de las “tentaciones”. Hasta ahí bien, “él que no toque a otra y yo no toco a otro” y felices, porque que creéis ¿que yo no amo con locura a Oscar? Pues sí, lo quiero hasta los huesos y ese es el pacto no escrito, “el no toca y yo no toco”, pero no me diréis que el camarero ese rubito no tiene un culín como para perder el oremus ¿no?. Así que Emma si sólo es un polvo, hazme caso y cállate.
Después del casi monólogo de Carlota las tres amigas se miraron fijamente y a continuación empezaron a reir mientras dirigían sus miradas hacia el “culín” del camarero rubito.
—Es un planteamiento razonable —comentó Emma interrumpiendo el espectáculo —además si hablamos de mentiras…podríamos decir que fingir un orgasmo también es mentir ¿no?
—¿Fingir un orgasmo? —espetó Laura con cara de sorpresa.
—No te digo siempre Laura, te digo alguna vez —aclaró Emma.
—¡No te digo yo que vive en otro planeta! —objetó de nuevo Carlota levantando las manos hacia el cielo como en señal de súplica. —Ahora no le digas que su marido “se toca”—prosiguió Carlota con un gesto inequívoco con su mano derecha — mientras mira películas porno y que no piensa precisamente en ella porque igual le da un” telele”.
—¡Carlota por favor! —le reprochó Emma.
—Déjala que diga Emma, en el fondo tiene razón, soy una ingenua. En cualquier caso creo en el amor y entiendo que los instintos nos puedan digamos que “invitar” a estar con otras personas que nos atraen físicamente. Yo si me veo capaz de gritar “atrás Satán”.
—Ayer —interrumpió Emma —pasó algo más de lo que os he contado…
Laura y Carlota le dirigieron una mirada con el alma en un hilo…
—Carlos me ha enviado varios mensajes durante todo el día en un tono muy tierno…creo que se está enamorando.
—¿Sólo lo crees? —replicó Carlota —mirándola fijamente y dando a su pregunta un tono de incredulidad —¿Y qué has hecho tú?, ¿que le has contestado? ¿No estarás enamorándote también?
Carlota miró primero a Laura, después a Carlota. Bajó la vista pensativa. —No sé que está pasando, os lo juro…justo antes de salir de casa he recibido el último de sus mensajes y le he contestado con uno que literalmente decía “déjame en paz por favor”.
—¿Y? —preguntó Laura con la candidez que la caracterizaba.
En ese preciso instante un sonido agudo hizo que Emma sintiese como un helor en la sangre. Comprobó con temor como Carlos le remitía un nuevo mensaje. Con el alma encogida se dispuso a abrirlo.
“Querida Emma, parece que definitivamente no quieres saber nada de mi, debí imaginarme que no era para ti más que un juguete que podías romper a tu antojo. Supongo que a tu marido le interesará saber porqué tu precioso pendiente está aquí, junto a mi almohada”.
Los focos de la zona restaurant de Granss se hicieron más tenues mientras se iluminaba levemente la franja destinada a pub, las notas de “On Broadway” de Georges Benson sonaban de fondo.
CAPITULO V
Domingo, once de la noche.
Emma enciende un cigarrillo mientras sus ojos se pierden en el infinito bosque en que se convierte el fondo frondoso de su pequeño jardín.
Lejana, la banda sonora de “Amelie”. La luna, serena, escucha atentamente sus pensamientos.
El pasado viernes viví un sueño, durante algunos momentos de este fin de semana acaso una pesadilla.
No ha sido fácil tomar una decisión. La pregunta clave era saber si me estaba enamorando de “él”, o de lo que “sentía con él”. La respuesta ha aparecido como aparece el alba. No en vano “sentir” es el fin último en esta vida. Y con él “siento”, “vibro”, “estallo”, “vivo”… la diferencia, y ahí está para mi la respuesta es que, las sensaciones son “con él”, luego no están en “él”, porque, probablemente, no estén en nadie sino en nosotros mismos.
Acabamos de hablar y le he perdonado su ataque de pánico. Mañana me entregará el pendiente. En los próximos días, meses, años quizás… nos entregaremos en cuerpo y alma de forma esporádica, furtivamente, en secreto… Intentando que el fuego no se apague, o al menos que su llama muera de forma más pausada…
¿Cuánto tiempo duraría la magia si huyera con él al fin del mundo?
¿Cuánto tiempo tardaría yo como princesa en perder el interés por ese príncipe?
Al fin y al cabo yo también tenía un príncipe y ahora…
Por otro lado está la gran diferencia entre la mujer y la madre. La mujer puede volverse loca y escalar los muros de la pasión hasta conquistar su cima, pero la madre… La madre tiene otros muros que conquistar, muros inexpugnables. En ocasiones, en muchas ocasiones, la condición de madre castra la libertad de la mujer que lleva dentro. Como mujer soy libre, como madre no. C’est la vie, y como versa la letra de aquella canción de Serrat: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.
Este es uno de los posibles finales para esta triste historia, y el único que yo, como mujer, me atrevo a vivir.
Perhaps love, versionada por John Denver sonaba de fondo cuando Javier, saliendo al jardín, susurró cariñosamente a Emma:
—“¿Baila princesa?”
martes, 27 de abril de 2010
"El mejor amigo de Lucy"
- Marta, haga pasar a los directivos a la sala de reuniones –agravando el tono de su voz-, estoy llegando.
El ascensor se detiene en la planta sexta. La chica se despide dando a Luis los buenos días. Él baja en la octava. Entra en una sala y ocupa uno de los escritorios. Se coloca unos auriculares lanzando un largo suspiro.
- Buenos días, mi nombre es Luis Rodríguez. ¿En qué puedo ayudarle?
- Verá, ¡hace ya cinco meses que contraté la línea ADSL y todavía no puedo conectarme a Internet!
- Bien, facilíteme su DNI. Le abriré un expediente sobre la incidencia.
- ¡Ya estoy hasta los cojones! Siempre me decís lo mismo. Ya es mi sexta llamada. ¡Lo que quiero es que me envíe un técnico inmediatamente!
- Bshh, bshh, bshh. Disculpe, creo que hay interferencias. No le recibo bien…
Luis cuelga algo aliviado. Y así se suceden las interminables nueve horas de su jornada laboral. Entre llamada y llamada se imagina cenando con Lucy bajo la cándida luz de unas velas, acompañados por un buen vino y un enorme “chuletón” de ternera. Sale del trabajo sonriente, fantaseando aún con la cena y se dirige al cajero más próximo, que para su sorpresa, tan sólo le escupe una notificación que desdibuja su sonrisa. No se explica cómo le ha durado tan poco el mini préstamo que solicitó hace unos meses. La verdad es que no se ha privado de nada, cada deseo de Lucy han sido órdenes para él. Desde que empezaron a vivir juntos, quiso que se sintiese como una reina, que jamás le faltase nada. Pero como más le daba, más caprichosa se volvía y con su modesto salario no podía asumirlo. Sale del cajero cabizbajo. Decide pasarse por la carnicería a ver qué puede hacer con lo que lleva en metálico.
Al llegar a casa se extraña de que Lucy no venga a recibirlo como acostumbra. La llama, pero no recibe ninguna respuesta. Cuando accede al salón descubre a Lucy aposentada en su sillón con el mando bajo su pata delantera, totalmente erguida, luciendo esas manchas negras que se extienden sobre su blanco pelaje del que se siente tan orgullosa. Luis la mira atónito. No puede creer lo que ven sus ojos. Ese es su sillón, ella ya tiene el suyo que por cierto le costó un ojo de la cara. La situación ha llegado demasiado lejos, se dice a sí mismo mientras se acerca a ella emitiendo una especie de sonidos guturales que intentan pedirle educadamente que le ceda su sitio. Ella le devuelve esa mirada altiva tan suya, que deja a Luis fuera de combate. Intenta recuperar el mando, pero ella se le adelanta desplazándolo con un sigiloso movimiento de su pata. Luis se detiene cabizbajo, intentando pensar una nueva estrategia. Abre la bolsa de la carnicería y saca un “chuletón” de carne. Lo deposita en uno de los platos de Lucy, cerca de la puerta que da a la cocina. Ella lo mira dibujando una sonrisa cínica. Luis baja la mirada, la ha infravalorado, ella no es tan estúpida como para ceder su nueva condición de poder a un precio tan bajo. Resignado, toma el sillón aterciopelado de Lucy y se acomoda a su vera. Se queda mirando fijamente el televisor sin percatarse de lo que se está retransmitiendo. Todavía no entiende como han llegado hasta tal punto. Constriñe los ojos con aire pensativo. Ya no recuerda exactamente en qué momento comenzaron a volverse las tornas. Tampoco recuerda cómo era su vida antes de que Lucy entrara en ella. Sólo tiene la imagen del día que la vio por primera vez. Vagaba solitario, un día gris, por las calles de la ciudad cuando pasó por la tienda de animales. Ella estaba ahí, luciendo su hermosa cabellera totalmente erguida y con la mirada altiva. Luis supo en ese instante que era ella lo que le llenaría su profundo vacío, y la conseguiría costase lo que le costase. Y la verdad es que no se imaginaba que le costaría tanto porque aún no sabía que era un perro de raza muy valorado. Pero en ese momento no le importó. Esos días fueron los más maravillosos de su vida. Paseando por el parque, todas las mujeres qué antes ni se percataban de su presencia ahora se volvían para mirarle. Cuando Lucy se paraba a jugar con otro perro, él tenía la excusa perfecta para entablar una conversación con su dueño o, todavía mejor, con su dueña. Definitivamente sus días de soledad se habían terminado. Y todo gracias a Lucy. Tal era su devoción, que no le dio importancia al hecho de que empezara a tirar de la correa con tanta intensidad que era ella quien lo arrastraba. Ella decidía cuanto duraban sus conversaciones con los demás transeúntes, y algunas veces ni le dejaba tiempo para sacar la cartera y comprar el periódico. Llegó hasta tal punto en que era ella quién decidía cuándo salían a pasear, posando sobre su mano la empuñadura de la correa. Pero nunca lo tomó a mal, más bien se sentía orgulloso de que su pequeña tuviera iniciativa y no fuera un simple perro estúpido.
El estómago de Luis emite una especie de ronroneo. Se levanta y se dirige a la cocina. En la nevera sólo encuentra unas albóndigas de su madre algo florecidas. Cierra la nevera y se dice “¡Que coño!” mientras vuelve al salón. Se agacha y recupera el “chuletón” del plato de Lucy. Ella se levanta del sillón y se dirige al perchero. Da un brinco y agarra su correa entre los dientes. Se asoma por la ventana con la mirada amenazante. Luis baja los hombros y le coloca el plato junto al sillón. Vuelve a la cocina y rebusca entre los armarios, pero no encuentra nada comestible. Detrás de la puerta, ve una bolsa de pienso entreabierta. Cabizbajo, se pone dos puñados en un bol, que rellena después con un poco de leche.
- Tal vez debería volver a terapia -se dice.