ESMERALDA
Jon Igual Brun
Una soleada
mañana de mayo, en
el quinto piso de una casa
en obras, un albañil juega con un ladrillo. Lo sostiene con
una mano, lo lanza hacia arriba un palmo o dos y lo vuelve a coger. Al golpear
su mano hace un ruido seco. ¡Plaf! “Me la has jugado, tío, y a mí no me gusta que me la
jueguen”. ¡Plaf! La
persona que tiene enfrente, un chico más joven, parece algo nervioso, pues su
mirada no para de
ir del ladrillo a los ojos del otro. “Tú me la jugaste a mí primero...”
tartamudea, “no me habías contado todo el plan”. ¡Plaf! El ladrillo es agarrado con fuerza;
al ser desplazado hacia atrás roza el rostro contraído por la rabia del albañil
y es lanzado en dirección al joven. Avanza
decidido hacia su objetivo, pero los reflejos de éste son más rápidos de lo esperado y el
ladrillo choca con un andamio, se parte en dos, y mientras uno de los trozos aterriza sano y salvo en el suelo, el otro
inicia su descenso
hacia el parque que hay debajo.
Pasa el cuarto
piso, el tercero, el segundo... Atraviesa las ramas llenas de hojas de un árbol y vuelve a
partirse en dos al aterrizar en la cabeza de una señora que
pasea a su caniche. Uno de
los trozos del ladrillo sale rebotado y golpea en el cuello a la perrita.
Afortunadamente, tanto el collar como el cráneo de la dueña han amortiguado la
caída lo suficiente como para que
este segundo impacto
no tenga ninguna fatal consecuencia. Asustada, la perrita
sale corriendo sin más rasguños que los sufridos por la chapa que hay en su
collar, donde ahora cuesta un poco más leer el grabado que dice: Esmeralda.
Ajena a los
gritos de horror de
la gente, Esmeralda corre sin rumbo fijo. Esquiva como puede a las numerosas
personas que avanzan en dirección opuesta, atraídas por el tumulto de curiosos que se está
formando alrededor de su difunta dueña. “¡Que alguien llame a una ambulancia!
¡Qué horror!”, gritan a su paso. La perrita gira a la derecha, entra en un
jardín y se esconde debajo de unos arbustos. Una vez resguardada se relaja un
poco y echa una meada, descargando así parte de su tensión. Sin embargo su
momento de
tranquilidad no dura mucho, ya que un gran perro negro entra en su escondrijo
y empieza a olisquear el suelo recién regado por Esmeralda. Ésta, molesta, se
da la vuelta, gruñe, ladra, pero el otro perro más que intimidarse parece
divertirse. Salta hacia atrás, luego hacia delante, le devuelve los ladridos.
Entonces la perrita sale corriendo, mira hacia atrás y al ver que su nuevo compañero le
sigue, para su carrera
y vuelve a ladrarle. Esta vez el perro apoya sus negras patas en Esmeralda e
intenta inmovilizarla, pero la perrita muerde una de las patas y consigue
escapar. El juego continúa y el perro negro no cede en su empeño hasta que consigue
colocarse detrás y empieza a mover rítmicamente su cadera. A Esmeralda, que
parece que ya ha
superado la muerte de su dueña, no parece molestarle.
Sin embargo la
pareja es distraída por una piedra puntiaguda y de color naranja que cae a pocos centímetros de
ellos. “¡Cógelo, Rex! ¡Deja a la perra!”, grita un chico que no se ha fijado en las
motitas rojas que tiene la piedra que le trajo su perro hace un rato. Ahora que
la piedra ha entrado en escena, Rex
no sabe si
seguir con la tarea que tiene entre manos o saltar a por ella, pero en cuanto ve a
Esmeralda olisqueándola, toma su decisión y la coge antes de que la perrita
pueda evitarlo. Ahora es Esmeralda la que corre detrás de su pretendiente
mientras éste escapa divertido.
En su carrera se cruzan con un
hombre y una mujer que caminan a toda prisa. “¡Eres un imbécil! ¿Cómo se te
ocurre lanzar un ladrillo desde ahí arriba? Ahora, aparte de un ladrón ¡eres un
asesino!”, grita ella. “¡Cállate! No
te pongas histérica, el pringado de
Mario no dirá nada, me tiene miedo, nadie tiene porque enterarse”.
“¡Sí, ya! Igual que no
dijo nada de lo
del robo... ¡Eres un imbécil! No
sé cómo me convenciste para hacerlo. ¡Ya no quiero tener nada que ver con esto!”. La chica
se da la vuelta, pero el otro hombre la sujeta del brazo y le da un puñetazo en
toda la cara mientras grita: “¡Zorra!”. Un adolescente que acaba de presenciar lo
ocurrido, se acerca al hombre y dice: “¡Tranquilo, tío!”, a lo que el hombre
responde con otro puñetazo.
Al escuchar el
gemido de su amo, Rex para en
seco y, seguido de cerca por Esmeralda, comienza a correr de vuelta.
Suelta la piedra y se abalanza sobre el pie del agresor, que esquiva la embestida
en el último momento. El hombre aprovecha la oportunidad para darse la vuelta y
salir corriendo, sin embargo, en medio
de tanta confusión, tropieza con un trozo de ladrillo, pierde
el equilibrio y cae redondo al
suelo. Esmeralda, que se siente más valiente en compañía de su nuevo amigo ,
salta encima del hombre y le muerde en la cara. Sus gritos no tardarán en
llamar la atención de
los policías que están llegando al parque.
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