jueves, 16 de octubre de 2014


ESMERALDA


Jon Igual Brun

 

Una soleada mañana de mayo, en el quinto piso de una casa en obras, un albañil juega con un ladrillo. Lo sostiene con una mano, lo lanza hacia arriba un palmo o dos y lo vuelve a coger. Al golpear su mano hace un ruido seco. ¡Plaf! “Me la has jugado, tío, y a mí no me gusta que me la jueguen”. ¡Plaf! La persona que tiene enfrente, un chico más joven, parece algo nervioso, pues su mirada no para de ir del ladrillo a los ojos del otro. “Tú me la jugaste a mí primero...” tartamudea, “no me habías contado todo el plan”. ¡Plaf! El ladrillo es agarrado con fuerza; al ser desplazado hacia atrás roza el rostro contraído por la rabia del albañil y es lanzado en dirección al joven. Avanza decidido hacia su objetivo, pero los reflejos de éste son más rápidos de lo esperado y el ladrillo choca con un andamio, se parte en dos, y mientras uno de los trozos aterriza sano y salvo en el suelo, el otro inicia su descenso hacia el parque que hay debajo.

Pasa el cuarto piso, el tercero, el segundo... Atraviesa las ramas llenas de hojas de un árbol y vuelve a partirse en dos al aterrizar en la cabeza de una señora que pasea a su caniche. Uno de los trozos del ladrillo sale rebotado y golpea en el cuello a la perrita. Afortunadamente, tanto el collar como el cráneo de la dueña han amortiguado la caída lo suficiente como para que este segundo impacto no tenga ninguna fatal consecuencia. Asustada, la perrita sale corriendo sin más rasguños que los sufridos por la chapa que hay en su collar, donde ahora cuesta un poco más leer el grabado que dice: Esmeralda.

Ajena a los gritos de horror de la gente, Esmeralda corre sin rumbo fijo. Esquiva como puede a las numerosas personas que avanzan en dirección opuesta, atraídas por el tumulto de curiosos que se está formando alrededor de su difunta dueña. “¡Que alguien llame a una ambulancia! ¡Qué horror!”, gritan a su paso. La perrita gira a la derecha, entra en un jardín y se esconde debajo de unos arbustos. Una vez resguardada se relaja un poco y echa una meada, descargando así parte de su tensión. Sin embargo su momento de tranquilidad no dura mucho, ya que un gran perro negro entra en su escondrijo y empieza a olisquear el suelo recién regado por Esmeralda. Ésta, molesta, se da la vuelta, gruñe, ladra, pero el otro perro más que intimidarse parece divertirse. Salta hacia atrás, luego hacia delante, le devuelve los ladridos. Entonces la perrita sale corriendo, mira hacia atrás y al ver que su nuevo compañero le sigue, para su carrera y vuelve a ladrarle. Esta vez el perro apoya sus negras patas en Esmeralda e intenta inmovilizarla, pero la perrita muerde una de las patas y consigue escapar. El juego continúa y el perro negro no cede en su empeño hasta que consigue colocarse detrás y empieza a mover rítmicamente su cadera. A Esmeralda, que parece que ya ha superado la muerte de su dueña, no parece molestarle.

Sin embargo la pareja es distraída por una piedra puntiaguda y de color naranja que cae a pocos centímetros de ellos. “¡Cógelo, Rex! ¡Deja a la perra!”, grita un chico que no se ha fijado en las motitas rojas que tiene la piedra que le trajo su perro hace un rato. Ahora que la piedra ha entrado en escena, Rex no sabe si seguir con la tarea que tiene entre manos o saltar a por ella, pero en cuanto ve a Esmeralda olisqueándola, toma su decisión y la coge antes de que la perrita pueda evitarlo. Ahora es Esmeralda la que corre detrás de su pretendiente mientras éste escapa divertido.

En su carrera se cruzan con un hombre y una mujer que caminan a toda prisa. “¡Eres un imbécil! ¿Cómo se te ocurre lanzar un ladrillo desde ahí arriba? Ahora, aparte de un ladrón ¡eres un asesino!”, grita ella. “¡Cállate! No te pongas histérica, el pringado de Mario no dirá nada, me tiene miedo, nadie tiene porque enterarse”. “¡Sí, ya! Igual que no dijo nada de lo del robo... ¡Eres un imbécil! No sé cómo me convenciste para hacerlo. ¡Ya no quiero tener nada que ver con esto!”. La chica se da la vuelta, pero el otro hombre la sujeta del brazo y le da un puñetazo en toda la cara mientras grita: “¡Zorra!”. Un adolescente que acaba de presenciar lo ocurrido, se acerca al hombre y dice: “¡Tranquilo, tío!”, a lo que el hombre responde con otro puñetazo.

Al escuchar el gemido de su amo, Rex para en seco y, seguido de cerca por Esmeralda, comienza a correr de vuelta. Suelta la piedra y se abalanza sobre el pie del agresor, que esquiva la embestida en el último momento. El hombre aprovecha la oportunidad para darse la vuelta y salir corriendo, sin embargo, en medio de tanta confusión, tropieza con un trozo de ladrillo, pierde el equilibrio y cae redondo al suelo. Esmeralda, que se siente más valiente en compañía de su nuevo amigo, salta encima del hombre y le muerde en la cara. Sus gritos no tardarán en llamar la atención de los policías que están llegando al parque.

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