martes, 22 de julio de 2008

CHUPA CHUPS

Hoy mamá me ha comprado una chupa-chups. Me encantan los chupachups. Pero mamá nunca me compra, cada día al salir del cole se lo pido,a veces hasta lloro, pero mamá es invencible, cuando dice que no es que no.”Los bocadillos sí que alimentan y no esas porquerías” Me dice y me obliga a comerme uno de jamón al llegar a casa.Ni siquiera me deja quitarle la grasa.”No le hagas eso al jamón por dios! Y me la como. Pero hoy es diferente,hoy me ha comprado un chupa-chups.
Me subo en el asiento de atrás del coche, soy lo bastante mayor para sentarme delante, se lo digo a mamá cada vez que conduce, pero no me hace ni caso.Hace rato que damos vueltas por el centro. Damos vueltas porque es imposible aparcar y aunque mamá siempre dice que no se dicen palabrotas ya ha dicho “cabrón” tres veces y “hijo de” dos más por lo bajini.Se piensa que no me doy cuenta pero ya tengo 8 años. A partir de 8 años te das cuenta de esas cosas.Pero no le digo nada , porque esta enfadada.
Conseguimos aparcar. Lo hemos dejado al lado de un señor de esos que pide dinero porque es un pobre.Es la primera vez que veo a uno porque en mi calle no hay. Esta un poco sucio y tiene barba, como papa noel pero negra.Huele un poco a caca pero me aguanto, porque es la primera vez que veo a un pobre.No tiene dinero pero tiene tres perros super guapos a su lado.Y yo no tengo ninguno.Que suerte ser un pobre.Seguro que no tienes que ir nunca al cole. Estoy a punto de preguntárselo pero mamá me coge del brazo.”Ahh que me haces daño”, “Que cruz, que cruzz!”.
Llegamos hasta un portal, picamos al timbre y nos abren sin preguntar ni nada.Seguro que mamá les pega la bronca por ser tan descuidados.Subimos en el ascensor con una señora muy gorda que huele como el lavabo de casa cuando papá se está mucho rato.Suda un montón, veo como se le forman gotitas en la nariz. Por favor que no me de una a mi!Por favor que no me de una a mi!”Ay, que nene más mono”y me despeina la cabeza.Mamá me tapa la boca, ¿Cómo ha adivinado que le iba a preguntar si estando gorda se puede tener novio?Mami tiene poderes, lo sabía!Paramos en el piso tres y echo a correr hasta el final del pasillo y pico a la puerta, porque sólo hay una. Con la mano no llego al timbre, me parece que hay que tener por lo menos 12 o 11 y medio para llegar.Nos abre una chica mucho mas joven que mamá , casi no tiene ni una arruga, y nos espera detrás de un mostrador.No veo.Esta super alto. Por suerte soy el tercero que más salta de mi clase.Esquivo la colleja a tiempo porque también soy el segundo mejor en peleas de clase, solo me gana una niña que hace trampa porque siempre tira de los pelos.
Me he dado cuenta de que aquí huele como en el ambulatorio de mi calle, no me acaba de gustar xq la ultima vez que olía así me pusieron una inyección. Todo esta super limpio y lo mejor es que el suelo resbala y puedo patinar sin patines, si me tiro en plancha puedo recorrer toda la habitación sin frenarme.
Me estoy empezando a aburrir. Todo está pintado de blanco, hace que me aburra más.Empiezo a dar vueltas sobre mí mismo para divertirme, todo es blanco, todo es blanco, todo es blanco.Espera! Hay un acuario!Esta lleno de peces y en el fondo hay un montón de piedrecitas de colores.Pongo las dos manos y la cara contra el cristal para verlo todo mejor.Creo que los peces no pueden veme porque por su parte el cristal es como un espejo. El lado derecho de mi cara está congelado, no me había dado cuenta de que la pecera estuviera tan fría ,es como tener un montón de hormigas andando en mi moflete.
Mamá esta rara, me deslizo de rodillas a su lado, pero aún así sigue mirando una revista sin levantar la cabeza, seguro que se encuentra mal y por eso hemos venido a este medico, porque el de mi calle te pone inyecciones.
Como ya empiezo a estar super aburrido he pensado que podría abrir el chupachups aunque lo estaba guardando para un momento especial, como por ejemplo cuando a las 7:15 dan por tv3 Pokemon.Lo abro , es de mi sabor favorito: yogur de fresa, es mi favorito porque el sabor no se parece en nada al yogur de fresa, es más bien como cuando mamá prepara nata con fresas y sorbes el liquidillo que queda al final que es la nata y la fresa fusionadas.Más o menos. Cuando lo meto en la boca siempre tengo un problema, que quiero morderlo y comérmelo como si fuera un sugus pero entonces se me acaba en 1 minuto y aun no se cuando me van a comprar otro.
Me quedo sentado, porque no quiero arriesgarme a que se me caiga, y ahora que me fijo hay otra puerta justo delante mio, como también es blanca creo que es una puerta secreta. Pero yo la he descubierto. Por lo que ya no es secreta.Me acerco andando de espaldas para que se piensen que me estoy yendo.Se escuchan voces, esta lleno de gente al otro lado.Oigo un zumbido igual que cuando mamá ralla el queso con la maquina en la cocina. También he escuchado a uno que decía “Ah , ahh cuidado”y otro que le contestaba “Perdona ahora te acabo de inyectar la anestesia”. No!aquí también ponen inyecciones!Me deslizo en plancha hasta mamá para ahorrar tiempo y le agarro del brazo. “Mamá aquí ponen inyecciones!Tienes que salvarte!, vámonos! De golpe alguien abre la puerta secreta, es demasiado tarde ya nos han descubierto. Es como un medico pero lleva una especie de careta azul que le tapa la boca y un de gancho de hierro en la mano.Mamá está perdida, bueno no te preocupes la abuela también sabe hacer mi plato favorito y papá también sabe conducir y puede llevarme al cole, sabré cuidarme.
“Ernesto Herrera?Ya puedes pasar.” Ese soy yo .No ,no puede ser.Miro a mamá que ha levantado la vista de la revista.Y me mira.”¿Te has acabado ya el chupachups cariño?”


(Joan Tort telf 615303387 (antologia))

MONTAG


-Ni en sueños, de eso nada-
-No montes un numerito sabías que este día acabaría llegando-
-Para ti es muy fácil decirlo, ¿sabes lo que duele?-
-No,yo no siento dolor-
- Claro así cualquiera...¿Has visto el tamaño que tiene?¿Lo has visto?-
-No es tan grande, te cabe perfectamente-
-Pff perfectamente!, perfectamente!, si debe medir casi medio metro-
-Según mis datos son 203 milímetros. Se razonable no tienes más remedio que metértela-
-A ver, respóndeme con sinceridad por favor ,¿que pasaría si no me la inyecto?-
-Te explotaría la cabeza-
-Va no exageres, sólo lo dices para meterme miedo, por la cuenta que te trae-
-Mira si en 2 horas no te has inyectado el refrigerante me sobrecalentaré-
-Vale pero eso no significa que me vaya a estallar la cabeza-
-Por favor déjame terminar-Le rogó Dnomo-Primero me sobrecalentaré...empezarás a notar un pinchazo en la sien justo donde me llevas instalado.A los cindo minutos te arderá el ojo derecho, será algo parecido a un fuerte picor sólo que acabará derritiéndose . Pasados diez minutos, cuando el fallo de refrigeración sea completo, todos mis circuitos llegarán a los 300 grados y como estoy instalado en el interior de tu cráneo...-
-Que... que pasará...?-
-Pues que te freiré el cerebro y los dos dejaremos de existir.-
Freddy lanzó un suspiro de resignación y echó una mirada de reojo a la aguja de aquel chisme.Con el dedo índice palpó el orificio metálico de un milímetro de ancho que nacía tras su oreja derecha.
”¿Por qué diablos me habré instalado en la cabeza esta unidad de información?”Pensó.
-Porque un mercader espacial sería incapaz de realizar los cálculos de vuelo el solito, además Freddy, entre tu y yo,reconoce que eres un desastre.-Le recriminó Dnomo.
-¿No me puedes dejar en paz ni cuando pienso?-
-Sólo tienes que pasar a comunicación verbal.-
-Modo hablado-Dijo Freddy en voz alta.-

Volvió a mirar la inyección y la tomó con una mano.
-De acuerdo dime que más tengo que hacer-.
-Busca algo de ropa y muérdela-
-¿Que?Te estás riendo de mí, me tomas por idiota?-
-Cuando acabes de inyectar el refrigerante me reiniciaré-
-Y?-
-Pues que todo tu sistema nervioso central también se reiniciará ¿entiendes?Apretarás la mandíbula con tanta que fuerza que te partirás los dientes.-
Antes de que hubiera acabado la frase un calcetín arrugado y maloliente ya colgaba de la boca de Freddy.
-Qwuew mashw?-Intentó pronunciar éste.
-Sólo relájate y ponte cómodo-Le contestó Dnomo con su tono de voz más calmado.
Freddy encaró la aguja con el orificio metálico.La jeringuilla le traspasó por el conducto hasta llegar a su sien.El nuevo refrigerante ya estaba en su sitio. El usado se expulsó un segundo después, un liquido negro y grumoso rellenó la inyección. Freddy la extrajo tirándola con furia por la ventanilla, preparándose para lo peor. Reclinó el asiento del conductor hacia atrás cerrando los ojos.Respiró hondo.Aguardó un minuto.No pasaba nada.¿Y si le estaban tomando el pelo?.”nooooooo.”Parecía decirle el zumbido que empezaba a latir en su sien derecha.
-Me duele, mierda, me duele-Gritaba Freddy sintiendo que le habían metido una moulinex en la cabeza.Abrió los ojos para ver como líneas de código corrían en horizontal allá donde mirara.
Rayos eléctricos le atravesaban la columna desde la base del cráneo.Las piernas le empezaron a temblar...finalmente perdió el sentido.
-Buenos días bella durmiente-Le susurró Dnomo.
-Que pasa? ¿Donde estamos?-Se desperezó Freddy.
-En Montag, venimos a traer unos pedidos, es a lo que te dedicas, ¿recuerdas?-
-Montag?Pedidos? Cuanto tiempo he dormido desde el reinicio?-
-Un minuto y cinco segundos-Le respondió con la exactitud de un reloj suizo.
-Un minuto...-Dijo Freddy rascándose la cabeza.-¿Cuantas entregas hay?-
-Diecisiete, corrijo dieseis, una de ellas fue anulada en los primeros doce meses de viaje es decir hace 23 años -
-¿Como que anulada?-
Freddy Conectó el panel multifunción del vehículo que después de unos parpadeos vergonzosos logró encenderse.Empezó a revisar los pedidos, su lugar de entrega y se concentró en la linea roja que subrayaba el encargo anulado.
-¿Por qué ?-
-Parece ser que alguien se nos ha adelantado, alguien de la competencia-
-No me digas que ha sido Prius por favor,-
-El portador ha sido...-Dnomo no pudo continuar, se quedó callado.Redoble de tambores.-John Spencer Prius.Vaya,Lo siento Fred.-
-No tranquilo si no pasa nada...-Dijo Freddy mientras aplastaba una lata de cerveza haciéndose un corte en la mano.
-Pero que haces,quieres matarnos?-Le dijo Dnomo cuyos sensores físicos, enraizados en el cerebro de Freddy habían cuantificado el daño corporal.
-Matar...matar que dulce palabra-Susurró.
-Pero que dices! él es tu compatriota, los dos soys hijos de Vieja tierra-Le recriminó Dnomo.
-No tiene nada que ver! Y deja de llamarla vieja tierra es LA TIERRA, el mejor lugar del universo-Gritó Freddy-Cuando aterrizó ese hijo de puta en Montag?-.
-Pues llegó con una diferencia de mas menos 17 parsecs de ventaja, según mis cálculos llevábamos un año y 10 meses de viaje a velocidad luz-Le respondió Dnomo casi esperando que su interlocutor tomara apuntes.
-Dnomo...-Intentó interrumpir.
-Bueno los 17 parsecs son solo una estimación, si tenemos en cuenta la desviación que se produce al pasar cerca de Centauri Alpha...-Continuaba embriagado de conocimientos.
-Dnomo en cristiano, hazme el favor!-Gritó Freddy .
-Prius llegó hace 60 años -
-¿Cual era la mercancía?-Continuó interrogando.
-La información no se puede consultar parece que es confidencial, en la etiqueta sólo hay escrito una palabra.-
-Cual?-
-Arcadia-
-Arcadia.... ¿que coño es eso?-
-Mi sistema no puede desbloquear la barrera de seguridad-Comentó Dnomo que iba trabajando por libre.
-No se...me suena de algo, aunque no recuerdo bien...de todas formas me la suda-Añadió Freddy mientras lanzaba un escupitajo por la ventanilla casi tan denso como el pavimento.-Cual es el siguiente encargo?-
-Unas semillas transgénicas tipo Star-fruit, hay que llevarlas a la 123 dx-Le explicó Dnomo.
Freddy activó el GPS.Un plano de la ciudad apareció en el panel: cientos de calles ordenadas en una cuadrícula perfecta.La luz roja parpadeaba sobre el destino, para alcanzarlo debían seguir los pasos que iba indicando una flecha verde que marcaba la dirección a tomar en cada intersección.
“En el siguiente cruce gire a la izquierda”, “Continue recto hasta tomar la próxima a la derecha”,
“Avance cien metros por la avenida principal, luego tome la segunda y a la izquierda”.
La voz del navegador iba tatareando la sinfonía del aburrimiento.El coche avanzó por una avenida, después deshizo un nudo de callejuelas antiguas, más adelante empequeñeció en el centro de una autopista de diez carriles, sin darse cuenta hacía de machete entre la maleza de una estrecha carretera infectada de ramas de árbol.
-¿Que es lo que pasa aquí?-preguntó Freddy.
-¿Te vuelve a fallar la memoria?-respondió Dnomo.
-No idiota, me refiero a la ciudad, que pasa con esta ciudad?-
-¿Que quieres decir?-
-Fíjate bien, cuanto tiempo ha pasado desde que aterrizamos en el planeta?-
-Tres horas,doce minutos y cincuenta y seis segundos-
-Bien y cuanto tiempo llevamos dando vueltas?-Continuó preguntando Freddy.
-Treinta y dos minutos con cuarenta segundos, exactamente-Le contestó con orgullo Dnomo.
-Y ahora intenta averiguar a cuantas personas hemos visto desde entonces-
Dnomo puso en marcha su chip de cálculo a máxima potencia.Los acertijos matemáticos le excitaban.Se estimuló con un par de ecuaciones, fregó su sensor del placer con varias integrales avanzadas,penetró sucesivamente en X Y y Z,finalmente consiguió eyacular el resultado:
-Cero Fred, no hemos visto a nadie desde que llegamos, es muy extraño, es ilógico-Se alarmó Dnomo.
-¿Ilógico?-Preguntó Freddy exigiéndole una aclaración con la mirada.
-Mis datos me dicen que en la ciudad viven cuatrocientos cincuenta y un millones,es imposible que no hayamos visto a nadie aún!Imposible del todo!-
-Busca posibilidades fuera de la lógica-
-Claro y luego me vendrán ganas de tomarme una birra y pegarme la siesta, no?-
-Eso sería pedir demasiado a un trozo de silicio no crees?-Apuntó Freddy con una sonrisa sarcástica.
-Hazme un favor: evoluciona-Zanjó Dnomo.
Durante el resto del trayecto ambos concentraron todas sus fuerzas en buscar. Freddy miraba a su alrededor, se esforzaba por ver una silueta humana a través de la ventana de un edificio, incluso en ocasiones tenía la sensación de que un coche aparcado a lo lejos empezaba a desplazarse, pero nunca obtenía más que ilusiones.Dnomo por su parte diseccionaba los datos visuales que le proporcionaba su huésped, se concentraba en las imágenes procurando repasarlas luego en cámara lenta, ampliando aquella sombra que a lo lejos le parecía humana, diseccionando los pixels con el bisturí lógico que siempre empuñaba,pero nunca obtenía más que errores.
Casi sin darse cuenta llegaron a su destino.El domicilio estaba en la zona comercial. Cuatro edificios-panel de cien pisos de alto rodeaban una plaza cuadrada. La cara frontal de cada uno de ellos servían de pantalla bidimensional repitiendo siempre las mismas imágenes sincronizadas:
En primer lugar un señor canoso, arreglado y encorbatado salía en el plano.Parecía explayarse con aires de suficiencia , derrochando gestos y muecas para luego ,al mutar en una sonrisa prefabricada, desaparecer en el fundido a negro de la pantalla. Sin tiempo para coger aire la cámara inmortalizaba la belleza de un playa virgen, escoltada por una linea de palmeras que se torcían en un intento eterno por tocar el cielo.
El sol quemaba sobre la arena, a lo lejos una pareja se perseguía chapoteando en las olas, huyendo el uno del otro, abrazándose, atrapándose y huyendo de nuevo, jugando sin saberlo al juego del amor ,rebozándose de arena, saliva y besos.
Con la visión de la playa aún impresa en la retina de Freddy, la pantalla enfocaba a una señora entrando en una inmensa joyería, una preciosa jaula de oro, plata y diamantes.La dama se probaba una gargantilla salpicada de zafiros mientras engrilletaba su muñeca a una pulsera sarpullida de rubíes azules.El precio de todas aquellas maravillas siempre en blanco.
Sin espacio para digerirlo, la cámara retrataba a un galán , un gentelman , la definición de ganador del diccionario, en el centro de una fiesta. Rodeado por decenas de mujeres, halagado por sus camaradas, alimentando su alma de una copa de champán tras otra, intoxicado por las risas que nacían de sus ocurrencias,elevado por cien manos que le arrojaban a la piscina en donde las sirenas querían oír sus cantos.
Con el corazón aún palpitante por la emoción ,sintiendo que el éxtasis se endurecía en sus pantalones ,Freddy leyó en la pantalla: “VISITA ARCADIA, SUMERGETE EN EL PLACER”.
-Que...que cojones...que cojones es Arcadia?!-Preguntó Freddy aún absorto en las imágenes que se reproducían en un bucle sin fin. -Dnomo búscalo en tus fuentes, inicia una búsqueda completa si hace falta-Continuó
-Completa?Puede llevar mucho tiempo...no digo que sea imposible pero...-Se justificaba.
-No me importa, búscalo-
Pese a todo continuaron con su encargo.Entraron en el edificio.Un olor a macarrones de hace diez días sacados de un tupper de plástico orinado por un gato les dio la bienvenida.
-Diossss....-Se lamentó Freddy con una mueca de genuino asco-¿Quien se ha muerto aquí?-Ironizó.
Durante su ascenso hasta la planta diez esperó que alguna mirilla parpadeara para chafardear al extranjero con ropas terrícolas que les invadía. Quizá no le hubiera sorprendido darse de bruces
con un diablillo de cinco años que jugase en el rellano de su casa.Una vez en la último piso, frente
a la puerta de su cliente sólo le invadía una certeza: no había nadie en aquel edificio.
-Estas seguro de eso?-Le preguntó Dnomo al verle entornar el pomo de la puerta.
-Cuatro años luz, ciento cinco de tiempo real tirados a la basura, surcando el espacio en esa lata de sardinas-Le fulminó Freddy mientras acababa de abrir.
-“Adelante, adelante pasad”-
Le dijeron diez tuppers de macarrones caducados orinados por un gato. Freddy contuvo una arcada con la mano.Levantó la mirada para ver como al fondo del pasillo una persona reposaba de espaldas en una butaca negra.En la cabeza vestía un extraño casco de color fucsia.
Una llama de esperanza se encendió en su pecho.
-Err...hola?...perdona que me cuele así en tu casa...es que bueno la puerta ya sabes..la has dejado abierta y claro...tengo muchos más encargos...eso que dicen que el tiempo es oro no?-Dijo rebuscando las silabas en su paladar.- Traigo las semillas de Star fruit...vienen directas desde la tierra...”ya era hora” deberás pensar pero claro ten en cuenta que hay un buen trecho...je-je ...ejem...
¿me escuchas?-
Su voz fue ocupada por un silencio incómodo.Un mal presentimiento le hizo cosquillas en la nuca.Sin determinación, impulsado por algún instinto primitivo empezó a recorrer el pasillo en dirección a su cliente.Trastabilló con una caja.La recogió , en su cubierta unas letras doradas y en mayúsculas:”ARCADIA PACK, EXPERIMENTA UN MUNDO DE PLACER”.
-Dnomo-Dijo en voz alta, casi orando al cielo.
-Estoy en ello, estoy en ello-Zumbaba.
Continuó avanzando hasta agarrar a aquel tipo por un hombro.Frío, como un cubito ,saludaba a un maldito témpano de hielo.De un movimiento brusco dio la vuelta a la butaca. La realidad dejó de darle la espalda.Cruzó la mirada con unos ojos ahogados en la niebla,ahogados en el velo blanco de la muerte:los de un cadaver.Un cuerpo sin vida que continuaba apretando la mandíbula en un rictus indeciso entre el extremo placer o la extrema agonía.Su piel ahora negra se desconchaba como la de un leproso ,en ella las larvas habían horadado su hogar desde el que saludaban curiosas.
Poseído por el pánico corrió,hasta abandonar el apartamento,hasta descender las diez plantas,hasta perder el aliento y sentir que por fin aquel fétido olor dejaba de taladrarle el cráneo.
Desorientado por el mazazo del horror se arrastró hasta el centro de la plaza, hundiendo la cabeza entre las manos, escondiéndose en el pequeño bunquer de cordura que aún se tenia en pie en su interior.
-Fred, Fred,reacciona!Me escuchas Fred?-Vocalizaba Dnomo en su cabeza.
Freddy se irguió para ver a lo lejos algo extraño.Una tienda de enormes proporciones, un letrero de neón rosa zumbante en cada intermitencia.Un efecto hipnótico le atrapó.No podía evitar
dar un paso tras otro, acercarse cada vez más hasta que la luz rosada le tintó la cara y pudo leer:
“ARCADIA STORE: AQUI EMPIEZA EL VIAJE”
-No entres-Le ordenó Dnomo.
-Respuestas, veo respuestas-
-Algo me dice que es un error, vámonos, enciende la nave ponla a máxima potencia y larguémonos ya de aquí-Le imploró.
-Algo,algo te lo dice...ahora me vienes con esas?tu?don “pobres humanos yo me rijo por la lógica”, venga no me jodas.Vamos a entrar-
-Haz lo que te de la gana-Se rindió Dnomo.
Una vez dentro de nuevo aquel olor, esas manos invisibles que te apretaban el cuello intentando estrangularte.Freddy dio un paso atrás reculando ante el ataque.Reunió el coraje necesario para recuperarse y continuar avanzando.Una nube negra le atacó, las moscas volaban de un lado para el otro, arriba y abajo, se enredaban en él hasta que, a manotazos,consiguió espantarlas.Aquel sitio estaba fraccionado en cabinas individuales. Entró en una y salió de ella con la cara desordenada por el miedo. Luego comprobó la de al lado , la de al lado de la de al lado, la de al lado de la de al lado de al de al lado, a la carrera , imbuido por la locura, resbalando y cayendo, volviéndose a levantar, parándose finalmente frente a la ultima puerta.
-Alguien, tiene que quedar alguien-
Entró.Esta vez no halló cadáveres con un aparato en la cabeza, sólo un paquete.Una caja blanca que conservaba el plástico de embalar.Un pack arcadia listo y por estrenar, la forma física del gran signo de interrogación que le obsesionaba.
-Que eres?-Preguntó mientras lo alzaba entre las manos.
-Eso no te va a responder, pero yo si-Le contestó Dnomo.
-¿Has acabado la búsqueda?Dime que has encontrado algo, dímelo!-Exigió Freddy lleno de júbilo.
-Lo he encontrado, lo he encontrado-Continuó Dnomo con aires de suficiencia-No hay de que preocuparse sólo es un juguete.
-Es un juguete?Sólo es un juguete!-Sonrió Freddy sintiendo que toneladas de peso se desprendían de su cuerpo.
-Exacto es un entretenimiento, un juego virtual ,un pasatiempo inofensivo-Rió Dnomo contagiado de felicidad.-Tantos quebraderos de cabeza cuando la respuesta estaba delante de nuestras narices.-Continuó.
-Delante de nuestras narices?Como?Que quieres decir?-
-De nuestro anterior viaje a la tierra Fred!-
-¿ De la tierra?-Preguntó Freddy frunciendo el ceño.
- Lo llevamos allá, transportamos el prototipo experimental desde la base industrial lunar,
no lo recuerdas?-

-Nosotros llevamos esta cosa a la tierra?-
-Si Fred claro, justo antes de venir a Montag, cuando va a ser sino?- Contestó algo harto de la lentitud de su huesped.
-Nosotros llevamos esta cosa a la tierra-Repitió Freddy en voz baja para sí.
La imaginación se apoderó de él. Vio a sus padres con un casco rosa en la cabeza, a sus hermanos, a sus amigos, a todo el pueblo de Bangor, a la totalidad del estado de Maine, a todos los habitantes América y luego a los del mundo.Notó que le flaqueaban las piernas, que la conciencia le abandonaba, que la delgada línea que lindaba con la locura se diluía.
-¿Te das cuenta de lo que hemos hecho?-Dijo Freddy.
-Que?-preguntó Dnomo preocupado por el cambio de humor de su compañero.
-Tienes idea de lo que dejamos en la tierra?De lo que hicimos?-
-A que te refieres?-
-A que he asesinado a mi familia, a toda mi especie!Los he extinguido, la tierra es ahora un cementerio-
-Pero que dices Arcadia sólo es un juego.-Le corrigió Dnomo.
-Un juego,sólo es un juego, sólo es un juego, sólo es un juego, un juguete no?Un puto juego!La gente muere cuando lo usa ,acaso estas ciego?Esa cosa te engancha y no te suelta hasta que te consume el alma hasta que hasta que...- Y Freddy rompió a llorar a lágrima viva.
-Extinguidos...los humanos extinguidos...-Se decía Dnomo ante tal revelación.-Siento decirte que no me sorprende en absoluto.Piensalo bien, viajáis en naves espaciales, usáis computadoras, pero en el fondo que soys?-Reflexionaba.
-¿Que somos?- Se extrañó Freddy entre sollozos.
-Que soys Fred, que soys... animales, sólo animales. Necesitáis comer, beber y por lo tanto miccionar y defecar, no sólo debéis copular sino que además os obsesiona.Soys instinto Fred, puro instinto animal.Y que es el instinto Fred?-
-Que es el instinto,que es...?-Balbuceaba Freddy con la voz agrietada por el dolor.
-Pues yo te lo diré, el instinto es error, es ilógica es un cúmulo de fallos, la acción sin premeditación sólo tosca precipitación, el instinto solo lleva a una cosa Fred. Sabes a que?-
-El instinto... a que, a que conduce..?-Se preguntaba semiinconsciente.
-El instinto lleva a la extinción, a la extinción de una especie.-Sentenció Dnomo satisfecho de haber compartido sus mas profundas reflexiones con un pobre humano.
Freddy se desplomó sobre la butaca de la habitación.Se quedó mirando al techo unos segundos notando como el ácido de la culpa le corroía los huesos.De golpe tuvo una revelación, abrió los ojos como platos para decir:
“Dnomo siempre tienes razón”.
Agarró de nuevo el paquete, lo despellejó de su funda de plástico.Corrió hacia un lado el protector de poliexpán que cedió en un susurro.Extrajo el casco rosa y lo activó.
-Que se supone que haces?-Preguntó Dnomo.
Con lentitud, recreándose en el tiempo lo colocó sobre su cabeza.
-Para!,déjalo!,te has vuelto loco?-Imploró.
Las imágenes empezaron a fluir.Sus ojos se emanciparon de sus órbitas Su mandíbula se volvió acero.Sus labios se entreabrieron mientras unos hilos de baba blanca intentaban cerrarlos de nuevo.De las profundidades de su garganta, de lo más hondo de su interior salió un sólo sonido:
-Arcadia...Arcadia...Arcadia...-
(Joan Tort telf 615303387 (antologia))

martes, 15 de julio de 2008

Una noche más

Ya cholo, levántate, son más de las cuatro. Sí, se dice Pipo, son más de las cuatro y le entran unas ganas de contestar a mi qué chucha, la cama esta calientita y este invierno limeño me muele las coyunturas, como se lamentaba su padre cuando se vino del Ande porque en la capital se iban a hacer ricos. Al incorporarse el camastro cede y se inclina amenazando con mandarlo de cabeza al piso. Qué carajo, otra vez, es que no hay quién pueda meter un clavo bien puesto. Su mujer prefiere no escuchar, lo conoce, si protesta es por rutina, en el fondo ya estará pensando cómo arreglarla, todo lo arregla, lo suyo y lo de los demás, acaso no se trajo a los tres chicos de su hermano cuando quedaron huérfanos, y con los suyos ya son seis. Anda ven, te tengo un poco de agua para que te laves, y no la botes al final que ya nos subieron el precio del cilindro y yo la vuelvo a usar. Buena mujer, piensa Pipo, mientras abandona las cuatro esteras que conforman su casa, afuera lo espera la batea de agua y un plato de trigo guisado con su poquito de ají. El Jonny estuvo por los alrededores del molino y esta vez, cuando los choros se bajaron un costal del camión se reventó y él aprovechó para traerse casi un kilo, aclara su mujer. No está mal, reflexiona Pipo, pero que no se vaya a juntar con esos ladrones.

Terminada su comida se incorpora, con un adiós deja a su mujer y baja el cerro, toma el camino que cruza el cementerio clandestino, porque ni para morirse hay plata, cuñao. Ya abajo, entre calles no pavimentadas, avanza como quince minutos más hasta que llega al paradero de los microbuses de la línea 136. Se entretiene un rato con los muchachos hasta que su compadre Miracontruco, más bizco que un gato siamés, se aparece al volante de su destartalado vehículo y se estaciona frente a él. Mi hijo Ramón va de cobrador, compadre, le dice Miracontruco, y ya puedes salir pero cuídate que todavía no está suficientemente oscuro. Pipo toma las llaves y acompañado por el muchacho se sube al micro; al arrancar, éste se sacude, tiembla, expele un humo negro y asfixiante, y parte en un recorrido que le ha de llevar por los extramuros de la ciudad y no ha de terminar hasta que despunte el nuevo día.

Pero hoy va a ser diferente, hoy va a llenarse el bolsillo con un extrita. Desde hace tres días están remodelando una intersección muy importante y cierran el tráfico hacia una zona recientemente poblada no bien oscurece. Como el valle se cierra, a quienes viven por ahí sólo les queda dar un rodeo muy grande, es el momento de aprovechar. No es fácil llegar a donde quiere, los trabajos entorpecen el tráfico, si lo es encontrar una turba de gente que protesta por el cierre. Esos son, le indica a Ramón, quien presto se lanza a todo meter, Carapongo, tres soles, sólo tres soles, la respuesta no se hace esperar, sinvergüenzas, conchudos, ladrones, aprovechados. Condescendiente, Pipo hace una seña y Ramón corrige, ya pues, vamos por dos cincuenta, la rebaja anima a una pareja, les sigue una viejita, luego un joven y, al fin, la mancha se aproxima, apurándose algunos por ganar los pocos asientos disponibles. Pipo, feliz, parte hacia la carretera, regodeándose al ver como Ramón se las ingenia para cobrar el pasaje a las más de 40 personas que atiborran el vehículo; atrás, en un rincón, sobrevive olvidado el aviso que indica una capacidad máxima de 24 pasajeros.

Carretera arriba el micro parece ahogarse y puja por seguir avanzando, alguien protesta pero la mayoría sigue encerrada en sí misma, pensando en sus hogares, en lo tarde que van a llegar hoy día. De improviso el micro cae en un enorme bache, Pipo maniobra para no estrellarse contra un mototaxi que está recogiendo a un pasajero y, cuando ve que se le vienen otros carros por la bocacalle, acelera para evitarlos. Inoportuno, el muy odiado pitazo se hace escuchar, Pipo no tiene escapatoria, frena y se detiene en la berma, adelante el policía espera. Puta Pipo, la cagada, escupe Ramón, tú tranquilo replica Pipo, ya sabes cómo es, dame cinco soles. Los pasajeros se impacientan, ¿por qué demora?, se preguntan, que le de su coima y se apure, es tarde. Es que se pasó la luz roja, ¿se pasó la luz roja?, se asombra un señor, que barbaridad, acota una viejita, hay que ser huevón, exclama un joven, si ahí siempre hay tombos chineando, ya se jodió, ahorita se lo llevan, sí, los jodidos vamos a ser nosotros, ya no hablen tantas lisuras, se queja una señora, claro usted muy casta porque está sentada, le replica una joven que se ha venido parada todo el trayecto para regocijo de un universitario que no se le despega. En esas están cuando Ramón regresa y les dice, ya pues, hay que bajar, hay que ayudarlo, el tombo no atraca, ¿pero por qué?, cinco soles es suficiente, ¿qué pasó?, es que Pipo no tiene brevete. El silencio de muerte dura un segundo y es seguido por improperios contra ese miserable que conduce sin tener licencia, que se joda, exclaman, a la cárcel con él, pero la pregunta ¿y ahora qué hacemos? los hace reflexionar; poco a poco se filtra la idea que a todos les preocupa: llegar. Tenemos que bajar, dicen, hay que convencer al tombo, pero va a tener que darle algo más. Eso es lo que le preocupa a Pipo, si le da lo que pide se va a quedar con muy poco, buena parte de la noche perdida y en su casa esperan seis hijos, aunque tres sean postizos, y una mujer.

El microbús respira aliviado cuando son sólo tres o cuatro los que quedan, el resto se amontona alrededor del policía y trata de convencerlo. Jefe, sea buenito, él también tiene familia, mire como han subido las cosas con este gobierno de mierda, seguro que a usted tampoco le alcanza. El argumento es el de siempre, es el de todos ellos, es la miseria que los iguala y los hermana más allá de que uno sea policía y el otro chofer de micro alquilado, jefecito, ya pues, todos tenemos que vivir. El tombo, convencido, coge del brazo a Pipo y lo aparta del grupo, los pasajeros respiran aliviados y regresan al microbús. Al minuto, lo hace Pipo, algo contrito, algo molesto, toma el timón sin prestar mucha atención al pleito que se traen los que se han sentado, cuando venían de pie, con aquellos que se consideran desalojados de su cómoda posición. Pipo no escucha, al carajo con ellos, se repite una y otra vez, mientras retoma la ruta que por fin los ha de llevar a destino.

Al bajarse, la viejita le reprocha, también usted, cómo se le ocurre salir sin brevete, la próxima vez no se lo olvide; esta vez sí escucha Pipo y maldice a la patrulla que se lo secuestró hace como tres meses por llevar demasiados pasajeros y tener un faro fundido, maldita suerte la mía, tenía que haber un teniente entre ellos y ésos sí que no atracan. Ahora la multa es oficial y de dónde chucha va a sacar la plata para pagarla y rescatar su licencia. Tendrá que aguantarse y seguir trabajando de noche, que de día hay policias por todos lados y muchos ya lo conocen y todo el tiempo quieren la suya, felizmente el Miracontruco, su compadre, le es leal y le deja la máquina todas las noches que si no, mejor ni pensar. Por ahora mejor regresar a todo cuete que con suerte encuentran a más pasajeros en la intersección.

La claridad del día acompaña a Pipo cuando entra al pampón que funge de estación terminal. Con Ramón cuentan el dinero y se hace la repartición. Pipo se despide y parte hacia su hogar, son unos veinte minutos de caminata, demasiados para pensar. Antes de trepar el cerro se detiene en el mercadillo para comprar unos fideos, pan, y un sol de margarina, hoy habrá con que alegrar el pan, mañana quién sabe; si no fuera por el tombo conchasumadre les hubiera llevado unos huevitos. Una señora deja una flor de plástico a su muertito en el cementerio, casi en el límite alguien cava una fosa, un tanto más allá el cerro se puebla de esteras y cartones y se escucha el ladrido de los perros. Pipo se permite una sonrisa cuando los ojos de los seis chicos lo miran primero a él y luego, ansiosos, a la bolsa de plástico que trae en las manos. Se sienta a contemplarlos comer, a dejar que el cansancio le baje a los huesos, a esperar que recojan sus cosas de la cama donde ha dormido su mujer y las tres hembritas para ocuparla él. Ya recostado, esperando al sueño, se pregunta dónde dormiría si es que logra rescatar su brevete y consigue un micro para trabajarlo de día.

Alejandro Estrada Mesinas

lunes, 14 de julio de 2008

Atribuciones y sus definiciones según la RAE

Espero que os sea de utilidad. Sería buena idea que completaseis esta lista. Atte, Ana Marín

Admitir/Aceptar.- Aprobar, dar por bueno, acceder a algo

Asegurar.- Afirmar la certeza de lo que se refiere.

Aseverar.- Afirmar o asegurar lo que se dice

Afirmar.- Asegurar o dar por cierto algo. Dicho de una persona: Ratificarse en lo dicho o declarado.

Aclarar.- Abrirse o declarar a alguien lo que se tenía en secreto.

Aconsejar.- Dar consejo.

Apuntar.- Insinuar o tocar ligeramente algún tema.

Anunciar.- Dar noticia o aviso de algo; publicar, proclamar, hacer saber

Coincidir.- Dicho de dos o más personas: Estar de acuerdo en una idea, opinión o parecer sobre algo.

Considerar.- Juzgar, estimar.

Decir.- Manifestar con palabras el pensamiento. 2. tr. Asegurar, sostener, opinar. 3. tr. Nombrar o llamar.

Declarar.- Manifestar, hacer público.

Destacar.- Poner de relieve, resaltar.

Especificar.- Explicar, declarar con individualidad algo.

Explicar.- Declarar, manifestar, dar a conocer lo que alguien piensa

Indicar.- Mostrar o significar algo con indicios y señales.

Informar.- Enterar, dar noticia de algo.

Manifestar.- Declarar, dar a conocer.

Opinar.- Formar o tener opinión. 2. intr. Expresarla de palabra o por escrito.

Puntualizar.- Referir un suceso o describir algo con todas sus circunstancias. 2. tr. Añadir una o más precisiones a algo con el fin de aclararlo, completarlo o corregirlo

Recomendar.- Aconsejar algo a alguien para bien suyo.

Resaltar.- Poner de relieve, destacar algo haciéndolo notar.

Reiterar.- Volver a decir o hacer algo.


Señalar.- Nombrar o determinar persona, día, hora, lugar o cosa
para algún fin.

Sostener.- Sustentar o defender una proposición


Otras atribuciones de uso frecuente:

Preguntar/Inquirir
Responder/Reponer
Insistir
Detallar
Gritar
Exclamar
Ordenar
Prevenir

sábado, 12 de julio de 2008

El fantasma de Yetser

Por Ángela Alonso Amador

Una joven de ojos verdes oteaba la comarca desde su ventana. Enojada, su madre le ordenó que corriera las cortinas y no se atreviera a tocarlas hasta que ella y su padre regresaran de su jornada en la granja. Ilith asintió con desgana. Aquella barraca en lo alto de la colina había sido todo su mundo desde que alcanzaba a recordar y nunca había cuestionado la decisión de sus padres de ocultarla allí, pero el deseo de traspasar el umbral de aquella puerta iba intensificándose con su juventud.

Décadas atrás, Yetser había sido uno de los reinos más prolíferos del viejo continente pero la muerte de Beth, la esposa del emperador, convirtió a aquella en una tierra gris y fría donde la belleza podía pagarse con la muerte. Ilith no era la única muchacha que vivía entre sombras. Numerosas historias de jóvenes degolladas y quemadas en la hoguera retumbaban en los oídos de muchas que, temerosas de engrosar esa lista maldita, se veían forzadas a cortarse el pelo al cero y cubrir su cuerpo con vestidos deslucidos y sin forma.

Las viejas de la comarca gustaban de relatar a los niños el esplendoroso pasado de Yetser y cómo había llegado a convertirse en la afligida tierra que ellos conocían. Atem, el emperador de Yetser, era un muchacho alegre y aguerrido en el que su padre había abdicado convencido de su buen hacer, inteligencia y bondad. Cuando contaba con 17 años y, ya en el poder, Atem se enamoró de una misteriosa plebeya nacida en la comarca. Sus cabellos eran rojos y serpenteantes como la sangre que más tarde se derramaría en su memoria. Sus ojos, tan verdes como los campos que entonces parecían extenderse hasta el infinito y sus vaporosas prendas dejaban entrever un cuerpo nacido para el deleite de su amante. Su nombre, Beth. El matrimonio apenas había disfrutado de varios meses de convivencia, cuando las obligaciones de Atem para con su pueblo le obligaron a ausentarse durante largas temporadas para fortalecer los lazos comerciales con los reinos colindantes. La melancolía y soledad pronto hicieron mella en Beth, hasta tal punto que su salud se vio afectada. Sus doncellas se desvivían por alentar su interés en el mundo exterior y la acompañaban mañana y tarde a dar paseos, confeccionaban los más elegantes vestidos de seda para ella, ungían su piel con ungüentos perfumados, pero todo era inútil. Preocupadas por los extraños dolores que padecía, un mensajero fue a avisar al emperador de su estado. Éste no tardó en regresar al castillo acompañado por un médico de renombre. Pero al llegar, Beth ya había muerto.

Cuentan que Atem pasó dos días abrazado a su cadáver y que todos los habitantes acudieron al entierro portando ofrendas como muestra de respeto. Tan intenso fue el dolor sentido por el emperador, que la locura se adueñó de su alma y promulgó un decreto por el cual todo habitante estaba obligado a permanecer de luto hasta el fin de sus días. Toda muestra pública de júbilo sería condenada con la muerte, toda muestra de belleza y color sería eliminada y, por ello, las casas serían pintadas de gris, las gentes vestirían a todas horas ropas oscuras, las mujeres se raparían el pelo al cero y no volverían a perfumarse ni maquillarse jamás. Toda fiesta sería retirada del calendario y toda celebración prohibida, bautizos y bodas incluidos. La juventud pasaba a ser considerada una enfermedad y su antídoto, los trabajos forzados. Y Beth sería un nombre sagrado e innombrable.

Tal fue su obsesión por que el pueblo compartiera su miseria que ordenó a su séquito inspeccionar casa por casa para asegurarse de que todos cumplieran su decreto. Las casas fueron pintadas de gris; las ropas de color, las flores y la hierba, quemadas; y las cabezas de las mujeres y niñas, rapadas. Aquellas que se resistieron a perder su cabellera, sus productos de belleza o vestidos fueron degolladas sin piedad o quemadas junto con sus posesiones. Durante aquellos días, ni siquiera el cielo lució su habitual color azul, intoxicado con el gris procedente de las hogueras y Atem se granjeó para la eternidad el odio de sus súbditos.
Ilith guardaba un inquietante parecido con la difunta Beth y, conscientes de ello, sus padres decidieron mantenerla alejada de las miradas de los vecinos desde muy pequeña, pues, aún con la cabeza rapada el parecido era incuestionable. Por ese motivo, habían decidido mudarse a la destartalada barraca en lo alto de la colina. Sin embargo, ajena a sus preocupaciones, Ilith aprovechaba la menor ausencia de sus padres para correr las cortinas de la casa y disfrutar de las caricias del Sol.

Una mañana, un grupo de cazadores repararon en aquella musa despreocupada que peinaba sus cabellos tras la ventana y creyeron ver en ella al fantasma de la añorada Beth. Pronto corrió la voz entre las gentes de la comarca de que Beth vivía en lo alto de la colina. El rumor no tardó en llegar a oídos del emperador, quien, tan enamorado de su difunta esposa como seguía, no tardó en enviar allí a varios de sus hombres de confianza para comprobar qué había de cierto en aquellas habladurías. Cuando éstos regresaron días más tarde confirmando la asombrosa semejanza, Atem se convenció de que Beth había regresado de entre los muertos para salvar al muy desmejorado reino de Yetser y a sí mismo. Ansioso por poseerla de nuevo, anunció a sus hombres su intención de dirigirse él mismo hacia la colina para pedir su mano. Éstos, sin embargo, le disuadieron de embarcarse en semejante empresa, puesto que la misteriosa dama vivía con sus protectores padres, quienes la mantenían encerrada en aquella modesta choza mientras se ganaban el jornal en una granja distante. Mas el emperador no aceptaba un no por respuesta y, tan acostumbrado como estaba a acabar con vidas de inocentes, les ordenó regresar a la colina al amanecer para asesinar a los padres de la joven en su camino al trabajo y traerle a la reencarnación de su amada sana y salva.

Cuentan que al verla, Atem cayó al suelo de rodillas y de sus labios brotaron tantos balbuceos incomprensibles como lágrimas de sus ojos. Ilith le observó perpleja y no supo más que dedicarle tímidas sonrisas. Durante sus primeras semanas en el castillo, ésta alternó su fascinación por las lujosas atenciones que el emperador le procuraba con insistentes súplicas por ver a sus progenitores, de quienes había sido separada tan repentinamente. Atem la persuadió de que sus padres estaban ahora bajo su protección y habían sido trasladados a un pequeño castillo de otra comarca donde no tendrían que trabajar nunca más. La joven no supo más que agradecérselo y así, día a día, el emperador se fue ganando su cariño hasta que, al fin, contrajeron matrimonio. La ausencia de sus padres en el festín empañó levemente la felicidad de la novia, pero su inocencia y amor creciente por el emperador le hicieron creer a pies juntillas sus endebles pretextos.

Gracias a Ilith, las leyes promulgadas tras la muerte de Beth fueron abolidas y, desde entonces, contó con la adoración de las gentes de Yetser. La hierba volvió a crecer en los campos más verde y alta que antes. Los colores volvieron a inundar las calles y casas del reino y sus habitantes, a celebrar fiestas y ceremonias. Las mujeres recuperaron sus prendas ceñidas y alegres, sus perfumes y ungüentos y dejaron crecer sus cabelleras, recuperando así la feminidad y juventud perdidas. También gracias a Ilith, Atem recobró ilusiones perdidas y todos reconocieron en él al hombre enamorado que un día gobernó el reino con tacto y cordura. Sin embargo, la desconfianza de sus súbditos permaneció intacta, tal había sido el daño provocado por su anterior locura.

La nueva emperatriz consorte gustaba de pasar tiempo con sus doncellas, especialmente con Orli, una joven trabajadora y pizpireta con la que había trabado una gran amistad. A menudo la acompañaba mientras ésta se ocupaba de las tareas diarias y conversaban sobre los temas más diversos. Fue durante de uno de los tediosos viajes de negocios del emperador cuando Ilith descubrió la aterradora verdad que el emperador le había ocultado. Orli se disponía a hacer la colada cuando descubrió un bulto en una de las casacas del señor. Era un viejo reloj de bolsillo en cuya tapa de plata ennegrecida podía leerse T.L.M. Orli bromeó acerca de la naturaleza descuidada del género masculino mientras entregaba el objeto a su dueña. Ilith acarició las iniciales con la yema de sus dedos y lloró desconsolada. Aquel era el modesto reloj que su padre atesoraba y llevaba consigo a todas horas, heredado generación tras generación. Devastada, se maldijo por haber sido tan cándida y confiada. Sus padres no vivían en ningún castillo lejano ni en ningún otra parte y ella se había casado con su asesino.

La noche en que Atem regresó al castillo, sólo Ilith y Orli sabían que aquella sería su última cena. Ante el generoso despliegue de manjares servidos en la mesa, el emperador degustó complacido cada uno de los platos, todos ellos preparados con miríadas de especias para forzarle a beber de aquel vino envenenado. Tras el banquete, le acompañó hasta su dormitorio, donde éste se desplomó sobre la cama para nunca más despertar.

Ilith y Orli nunca comentaron lo sucedido y el día en que enterraron al emperador, las gentes de Yetser contuvieron su satisfacción por respeto a su viuda, sin saber, que ella era quien más se alegraba de su muerte.

viernes, 11 de julio de 2008

Premonición

Por Laura Trotta

“Sólo si eres capaz de entrar en relación con la irrealidad y con lo inapropiable te será posible apropiarte de la realidad y de lo positivo”. Juana abría sus ojos lentamente, temerosa de ver a quien oyera en sus sueños. Se incorporó en su lecho y por la ventana el sol quemaba haciendo brillar su piel húmeda por el calor. Pensó que podía ser su padre, de Arco, ya muerto, quien le hablara, pero no reconocía esa voz. Una vez escuchó que unos soldados ingleses hablaban del demonio meridiano, que aparecía sobre el mediodía. Era una de las figuras de orquesta del séquito espectral de Hécate, que aparece a esa hora, y escoge a sus víctimas entre los de alma pura, los asalta cuando el sol cae sobre el horizonte y les transmite la acidia, uno de los siete pecados capitales. En la acidia está la tristeza.

La acidia genera malicia y el ambiguo odio-amor por el bien. Y rencor, el revolverse de la conciencia malvada contra aquellos que buscan el bien; y la desesperación, la terrible certeza de estar condenado por anticipado y hundirse complacientemente en la rutina como si ni siquiera Dios pudiera salvarlo.

Juana desesperadamente no quiere ser ella misma y desesperadamente quiere ser ella misma.

Juana se incorporó y salió. Sintió sus pechos húmedos, miró su ropaje, y había una aureola a la altura de ellos. Rozó con su mano derecha la prenda y subió sus dedos hasta los labios, los lamió. Una secreción desconocida que le aparecía como las voces de los sueños. En el infinito campo, con el sol del mediodía sobre su cuerpo la sombra de su figura en el pasto formó una línea eterna, no veía el fin. “Un límite” le dijo esa voz. Juana quiso ver dos bandos, uno a la derecha, otro a la izquierda, podían ser Francia e Inglaterra, podía ser Hombre y Mujer. Y su secreción, marcando el límite niña, mujer la horrorizó.

Había que buscar alguien que aclarara tanta confusión, el rey de Francia.

Partió hacia él y sus voces la guiaban “eres como las sibilas, estarás inspirada por los dioses, sólo que tú responderás a Cristo. Cortarás tu cabello, vestirás como un hombre, y en la liberación de Francia encontrarás tu liberación. Morirás en la hoguera y sólo tus entrañas y tu corazón resistirán a la llama que ya arde en ti y no podrás frenar, eso harás con la mujer que nace en ti, serás la única en la historia de la humanidad que la Iglesia condenará, rehabilitará y canonizará, sólo deja que tu bilis, abundante y caliente te vuelva guerrera”.

En su camino a Francia, en algunos instantes pensó, cómo sería si sus entrañas se quemaran como las de cualquier mujer que fuera a una hoguera. Debía alejar ese pensamiento, Dios ya la había elegido y no quería el camino de la acidia para ella. Cuando llegó y le abrieron las puertas para encontrarse por fin con “El Delfín” se sintió un poco triste.

miércoles, 9 de julio de 2008

El árbol con bigotes

Por Ángela Alonso Amador

Érase una vez un gigantesco árbol que vivía en la plaza de un pequeño pueblo. Se decía que tenía más de 300 años y era el orgullo de todos sus habitantes. El árbol no se aburría nunca y era feliz viendo pasar a la gente, generación tras generación. Al igual que las personas, los gatos merodeaban por la plaza a cualquier hora del día e incluso de noche, cuando sus amos dormían. Al árbol le divertía verles acercarse con sus andares majestuosos.
Sin embargo, había alguien que detestaba a los pequeños felinos. En el subsuelo del árbol, vivía un viejo brujo al que un mal conjuro había convertido en topo. Cada vez que hacían sus necesidades junto a la base del árbol, la tierra se impregnaba de un olor de lo más desagradable del que ni la lluvia lograba deshacerse y cuando se afilaban las uñas en el tronco del árbol las clavaban con tal fuerza que araban grietas en su corteza por las que se colaba la luz, que dañaba los ojos del topo. Harto de esta situación, el topo ideó una maléfica solución y una noche salió de su escondrijo para plantearle su idea al árbol.
- “¿Qué te trae por aquí?”-preguntó el árbol con desgana.
- “He venido a verte porque no hay quien viva ahí abajo. Como sabes mis ojos no soportan la luz del día y las grietas en tu tronco son más grandes con cada día que pasa por culpa de los malditos gatos” –se quejó malhumorado-. “Así que he ingeniado un plan perfecto para que dejen de molestarnos”.
- “A mí los gatos no me molestan. Les he visto crecer y sé que me aprecian y respetan”- contestó el árbol.
- “Sea como sea, tengo un plan infalible para que dejen de molestarme a mí. A partir de ahora, cada gato que se te acerque quedará atrapado para siempre en tu tronco”.
- “Pero no puedes hacer eso. ¡Morirán!” –replicó el árbol horrorizado.
- “Esa es la idea, viejo amigo” –dijo el topo mientras regresaba al subsuelo entre maléficas carcajadas.
Y así, para sorpresa de sus dueños, los gatos del barrio fueron desapareciendo uno a uno. Con cada gato que engullía, el tronco del árbol iba engordando hasta que en su interior, el espacio fue tan reducido que los gatos maullaban desconsolados mientras arañaban las paredes produciendo unos chirridos que sólo aumentaban su angustia y se retorcían como contorsionistas para no ser aplastados por otros.
Una noche, alarmados por los extraños sonidos que procedían del exterior, los vecinos del pueblo se asomaron por las ventanas de sus respectivas casas. Finalmente, decidieron salir en pijama a la calle y recorrer las calles del pueblo para dar con el lugar del que procedían aquellos ruidos. Al sentir sus pasos aproximándose, los gatos maullaron con más fuerza y los vecinos se dirigieron al centro de la plaza. Perplejos ante los maullidos procedentes del árbol se miraron los unos a los otros. Entonces alguien exclamó “talemos el árbol” y todos gritaron a una “¡sí, talémoslo!”. Minutos después, un vecino forzudo regresó a la plaza con un hacha de la mano.
Al cortar el árbol, decenas de gatos salieron corriendo despavoridos en todas direcciones y sus dueños brincaron de alegría al reconocerlos. Derrumbado en medio de la plaza, el árbol lloró amargamente. Al oír su llanto, uno de los gatos se acercó a su base y comenzó a escarbar hasta extraer al malvado topo que permanecía escondido en su interior. El topo comprendió sus intenciones e imploró clemencia: “No, por favor, no me comas. Todo esto ha sido un malentendido”. Pero el gato, ajeno a sus súplicas, lo engulló de un bocado. En ese preciso instante, una luz cegadora surgió de la base del árbol, que volvió a regenerarse ante la mirada atónita de los habitantes del pueblo hasta ser incluso más alto que antes. El árbol dio las gracias al valiente gato que había acabado con el pérfido topo y agitó sus ramas emocionado. De ella brotaron entonces nuevas hojas en forma de largos y finos bigotes que pasaron a simbolizar la eterna amistad entre el árbol y los gatos del pueblo.

Un hombre de verdad

Por Ángela Alonso Amador

Convertirse en un hombre de verdad lleva tiempo, pero nacer en un cuerpo adecuado para tal propósito ayuda a ahorrarse horas de desvelo, años de sufrimiento y piel dejada en la mesa de un quirófano.
Llegué a esta ciudad dispuesto a comenzar de cero en un lugar desconocido, donde nadie pudiera averiguar de antemano mi pequeño gran secreto. Alquilé un apartamento en una de las calles más bulliciosas del centro. Pese a ser un edificio en perfectas condiciones, no disponía de ascensor, por lo que tuve que resignarme a empujar mi maleta de treinta y cuatro kilos escaleras arriba, cargado con una pesada mochila a mis espaldas y con cuidado de no perder el equilibrio ante los empinados escalones. Al divisar el rótulo que anunciaba mi llegada al cuarto piso, me detuve un instante a recuperar fuerzas. Entonces, oí el chirriar de una puerta al abrirse y una muchacha de unos veinticinco años salió al descansillo enfundada en una gabardina de color hueso. Al verme en mitad de las escaleras, aborrajado de tanto esfuerzo, se apresuró a ayudarme. Tras darle las gracias, me presenté como nuevo vecino y, con una sonrisa, ésta aferró con ambas manos una de las asas laterales de la maleta.
- “Sexta planta, ¡por fin! Muchas gracias por echarme una mano, Carla”.
- “No hay de qué. Aún recuerdo el día en que me mudé y eso que yo sólo tuve que subir cuatro pisos…”
- “Te invitaría a pasar, pero el apartamento está completamente vacío. Tengo que comprar algunos muebles y adecentarlo un poco, pero, si te apetece, podrías pasarte el domingo después de comer a tomar café”.
- “¿Por qué no? Aquí estaré”.
Aquel domingo fue la primera de muchas sobremesas, en las que fuimos conociéndonos hasta compartir aficiones y chascarrillos como dos buenos amigos. Y como en ocasiones sucede con los buenos amigos de sexos (no tan) opuestos, los límites entre la amistad y enamoramiento se volvieron borrosos y no tardamos mucho en compartir cenas, sesiones de cine y salidas de fin de semana.
Carla era una chica muy sociable y apenas pasaba tiempo en casa, por lo que me sentía afortunado de que reservara parte de su tiempo para mí. Desde mi fuga en busca de anonimato, no había mantenido una relación con una mujer. Silvia había sido la última y entonces mi situación era diferente. Las dos teníamos cuerpo y nombre de mujer y, pese a que nadie lo veía con buenos ojos, podían sobrellevarlo. Después opté por revelar mi secreto y todos me dieron la espalda: familia, amigos y Silvia.
El día de mi 27 cumpleaños, invité a Carla a una fiesta en uno de los clubes más exclusivos de la ciudad. Era requisito indispensable vestir de etiqueta, así que me enfundé en un traje negro a lo agente 007 y ella llevó un vestido largo de corte imperio gris marengo. Tras degustar algunos aperitivos, nos dirigimos a la sala central, donde pasamos más tiempo en la barra que en la pista de baile, en la que la gente terminó bailando todo lo desinhibidamente que sus rígidos cuellos de camisa y trajes de seda dieron de sí. Pasada la medianoche, las parejas desertaron en dirección a los reservados y nosotros decidimos seguir al gentío para echar un vistazo y, de paso, aprovechar para relajarnos un poco.
- “¿Sabes?, tengo un regalo muy especial para ti”-exclamó Carla dirigiéndome una mirada coqueta-. “Pero, tonta de mí, me lo he dejado en casa, así que si quieres verlo tendrás que pasarte por mi piso luego”.
Una vez perdidas la noción del tiempo y la cuenta de las copas bebidas, regresamos a casa. Carla buscó a tientas su llavero en su bolso de mano. Nada más entrar, se descalzó lanzando los zapatos de tacón por el pasillo y, tambaleándose, se dirigió al salón y encendió el televisor para luego desplomarse en el sofá.
- “Anda, ven, siéntate aquí a ver la tele, que todavía no tengo sueño”.
- “Estás muy cansado, Clara. Será mejor que me vaya a casa. Ya volveré mañana a por mi regalo” –sugerí, consciente de que iba a quedarse dormida en cualquier momento.
- “No, de eso nada” –exclamó mientras se reincorporaba de un respingo y avanzaba hacia mí.
Tomándome de la mano, me condujo a su habitación y allí, antes de que pudiera rechistar, me besó. Aquel era el momento que llevaba esperando desde que nos conocimos y, sin embargo, todo parecía demasiado precipitado y me preguntaba si aquella efusividad no sería sino el resultado de las copas de más que llevaba encima. Cada una de sus caricias parecía resucitar inseguridades pasadas e intenté mantener sus manos de cintura para arriba. No podía dejar que Carla descubriera la verdad de esa manera, que se convirtiera en partícipe de mi pasado tan repentinamente y pasara a mirarme como a un ser incompleto e imperfecto, como a un hombre en vías de desarrollo. Pero todo esfuerzo fue en vano, su mano se deslizó frenéticamente por mi entrepierna para luego detenerse con una mezcla de sorpresa y repulsión. Sin decir palabra, la aparté de mi lado, corrí por el pasillo y subí las escaleras hasta llegar a casa, donde me derrumbé en el suelo y fui atrapado por un sueño pesado del que no logré escapar hasta la tarde siguiente. Aquella no era la manera en que me había imaginado nuestra primera noche juntos. Debería haber estado alerta. Cómo podría mirarla de nuevo, cómo fingir que aquello no había sucedido…
No supimos el uno del otro durante una semana, hasta que un encuentro fortuito en la escalera nos obligó a enfrentarnos cara a cara. En sus ojos la Carla de los primeros días, amable y cálida, había desaparecido; ahora su mirada era fría y hueca. Un insignificante “buenos días” sirvió para resolver la situación. Ella bajó las escaleras y yo me limité a verla desaparecer en silencio. Aquella misma tarde, un insólito impulso me obligó a presentarme en su apartamento. Para mi sorpresa, un hombre me recibió con cara de pocos amigos. Al oír mi voz, Carla avanzó hacia la puerta:
- “No te preocupes, cariño. Es sólo un vecino” –dijo mientras apuntaba al salón con la cabeza, invitándole a esfumarse-. “Has venido a por tus CDs, ¿verdad? Espera aquí un momento, que ahora mismo te los traigo”.
Perplejo, permanecí en el descansillo y recibí los CDs de vuelta con un escueto “gracias”, al que un de nada en forma de portazo sirvió de respuesta.
¿Acaso era aquel su novio? ¿Sólo llevábamos una semana sin hablarnos y a ella ya le había dado tiempo a conocer a alguien? ¿Le hablaría de mí o estaría demasiado ocupada entreteniéndose con su bragueta? ¿Y a santo de qué me devolvía aquellos discos? ¿Era aquella su manera de decir “esto ha sido todo, no vuelvas a dar señales de vida”? Quizás los meses anteriores no habían sido más que una farsa, ni ella era tan especial ni yo tan fuerte como pensaba. Claro que, él podía ofrecerle algo que yo no tenía. El haber dejado atrás años de vergüenza y culpabilidad no era suficiente; todavía era distinto al resto de los hombres. Con o sin ayuda del bisturí, siempre lo sería.
Muchos días rojos pasaron, en los que me dejé seducir por la autocompasión mientras oteaba la calle desde mi balcón en busca de su figura. Tras mucho pensar, una mañana decidí poner mi contador a cero una vez más y me prometí a mí mismo marcharme sin decir adiós. Pero al llegar al cuarto piso, un llanto descompuesto logró distraerme de este propósito. Dejé mis maletas junto a las escaleras y atravesé el descansillo para pegar mi oído a su puerta. Era ella, Carla, quien lloraba con semejante angustia. Mi dedo índice se posó en el timbre sin yo ordenárselo. Ring Ring. Los sollozos cesaron de repente.
- “Carla, sé que estás ahí. No es mi intención molestarte. De hecho, sólo venía a despedirme. Me marcho esta tarde”.
Paralizado, permanecí de pie unos minutos. Cabizbajo, recorrí de nuevo el descansillo para asir mis maletas y largarme rumbo a un destino incierto. En ese instante, el eco de un candado retumbó por las escaleras. Carla no me esperaba en el umbral, estaba en su cuarto, sentada en el suelo, en silencio, con la cara entre las manos.
- “Carla, ¿estás bien?”- pregunté mientras me arrodillaba para sentarme junto a ella.
Al tocar su hombro en señal de amistad, dejó su rostro al descubierto. Quise preguntar qué había pasado, pero no era el momento para hacerlo. Carla me miró y rompió a llorar de nuevo, abrazándome con fuerza. Sus ojos estaban inyectados en sangre y rodeados por sendos cercos amoratados. Con cientos de pensamientos bullendo en mi mente, la acogí en mi regazo, donde la acuné durante lo que parecieron horas.
- “Perdóname” –suplicó con un hilo de voz.
- “Shh, shh. No hace falta que digas nada. Somos amigos, ¿no? Iremos juntos al hospital, a la policía y luego yo…”
- “Álex”
- “¿Si?”
- “No te vayas”.
Sonreí con aquellas tres palabras anudadas en mi garganta. No-te-vayas. Por primera vez, me sentí un hombre de verdad.

Mal entendido

Por Carla Lopresti

Son las doce y media de la mañana y las persianas no dejan entrar aún el sol radiante que ilumina el día. En la oscura habitación, una mesa negra, sobre la mesa negra, una taza de café ya frío y al lado de la taza, un teléfono. Al lado del teléfono, el Gordo, esperando impaciente a que éste suene.
Ring ring. ¿Si? Soy yo Gordo, ya lo tengo. ¡Por fin! ¿Te vio alguien? Bueno, era un poco difícil que no me viera nadie. ¡Pero te dije que fueras discreto! ¿Qué pasó? Nada, no pasó nada, no te alterés por favor. ¿Cómo no voy a alterarme? ¿Qué pasó? Nada, tototodo salió como lo habíamos planeado, sasalvo que algunas personas me vieron. ¡Pero no te entiendo! ¿Qué es lo que no entendés Gordo? No meme grites. Sabía que no podrías hacerlo solo. Pero es mi culpa, no debí haberte encargado tal tarea a vos, ¡inútil! Gordo, no me digas inútil por favor. Que los dos últimos encargos no me hayan salido del todo bien no significa que en éste la haya cagado también. Si me estás diciendo que te han visto es porque te has vuelto a equivocar, ¡inepto! No te preocupes Gordo, está todo bajo control. No me llamés así por favor te lo pido. Soy torpe pero no tanto. Bueno, supongo que tendrás razón, contame. ¿Cómo es? Y, bubueno, qué se yo. ¡Cómo qué se yo! ¡Aunque sea decime si te gusta! ¿Y, qué te puedo decir? ¡Cómo qué me podés decir! ¡Si te gusta o no! Me estás gritando otra vez Gordo. ¿Cómo no te voy a gritar si me ponés de la nuca? Siempre me decís lo mismo Gordo. ¿Y qué querés que te diga si das mil vueltas y no me decís nada? ¡Seguro que la volviste a cagar! Pero Gordo, ¿qué querés que te diga si me preguntás si me gusta o no? ¡Yo qué sé! ¿Cómo yo que sé? ¡Escuchame, llevamos planeando esto hace meses y ahora venís vos y me decís que no sabés si te gusta o no! ¡Es el más grande y el más caro de Latinoamérica! Gordo, no tete pongás así, gragrannde sí que es, pero caro, no estoy muy seguro. ¿Qué tan grande es? Y, medirá más o menos metro ochenta, pero parece más de clase media baja. ¡¿Qué?! ¿De qué me estás hablando? Gordo no te entiendo, hace diez minutos que estamos hablando de lo mismo y ahora me preguntás de qué te estoy hablando. A ver, tranquilicémonos. Si yo estoy tranquilo Gordo, sos vos el que está alterado como siempre. Escuchame imbécil, el diamante mide como mucho un centímetro y vos me estás diciendo que mide metro ochenta. ¿De qué diamante me hablás Gordo? ¡Cómo que de qué diamante te estoy hablando! Ayer quedamos en que hoy irías a las once de la mañana a la joyería de la calle Alvear y te llevarías el diamante más grande que tienen. ¿Te acordás de esa conversación? ¡Me estoy poniendo loco! Decime, ¿qué es lo que te llevaste? (Unos segundos de silencio) ¿ Estás ahí? ¡Contestame! ¿Qué es lo que tenés? Gordo, no te enojés, lo puedo devolver. ¿Qué es lo que podés devolver? ¡Hablá! No me grites. ¿Qué te llevaste de la joyería? Una perpersona. ¿A quién? Crecrecreo que es el joyero. ¿Cómo que al joyero, estás loco? Sabía que no tendría que haber planeado nada más con vos, desde aquella vez en que en lugar de la hija del gobernador secuestraste a su gato y la otra vez en que machacaste a hachazos los jazmines del presidente, en lugar de matar a su esposa, Jazmín!¿Qué hago ahora Gordo? Ya estoy cerca de tu casa. Llego y pensamos qué hacer, pero no te enojes por favor. ¿Gordo? ¿Estás ahí? ¿Gogogordo? Tuc tuc (llaman a la puerta del Gordo) ¿Quién es? La policía, ábranos. ¿Gordo, Gordo? ¿Qué está pasando?¿Qué hago?

Mark Stevens

Por Carla Lopresti

Hola, mi nombre es Mark Stevens, y si no tienen nada mejor que hacer, los invito a que lean esta carta, en la que les contaré por qué me encuentro solo en este bar, y la razón por la que dentro de una hora estaré muerto.
El hombre con traje y sombrero negro y la mujer pelirroja sentados en frente mío me invitan a una copa, para que nadie sospeche, especialmente Phill, que están allí sólo para quitarme lo poco que me queda. Aunque ella me mira a través de sus oscuros lentes, puedo verle la misma mirada amenazadora con la que me miró aquella noche, hace ya un mes, cuando sentados alrededor de una mesa redonda, en aquel cuartucho húmedo y abandonado, y junto a cinco perdedores más, me arrebató lo poco que me quedaba de dignidad. Phill, el camarero, ajeno a lo que está sucediendo, me sirve un whisky con hielo. Sabe que es mi bebida favorita.
Acudí aquella noche a aquel antro convencido de que sería la última vez. Sólo deseaba, sólo necesitaba, ganar mi última partida para saldar todas mis deudas. No podía regresar a casa y decirle a Linda que había vuelto a perder. Que nuestra casa ya no era nuestra, que nuestro auto, ya no nos pertenecía. Pero es obvio que la suerte nunca me acompañó, y menos desde que la bebida se transformó en mi mejor compañera.
La tienda que se encuentra al frente del bar de Phill, es mía, es lo único que me queda, pero debo elegir entre la tienda y Linda, a la que ellos han secuestrado hace dos días. Y todo por no pagarles la deuda de aquella noche, iluso, pensando que me la perdonarían. Si le hubiera hecho caso a Linda cuando me imploró no seguir reuniéndome con aquella gentuza, y dejar la bebida, quizás ahora estaríamos juntos, aún tendríamos nuestra casa y seguiríamos trabajando en nuestra tienda. Quizás. Pero como de costumbre, la ignoré y me dejé llevar por las promesas irresistibles de una vida más cómoda y lujosa que me ofrecía aquella mujer, tan irreal, tan atractiva, tan endemoniada, que ahora no me quita la vista de encima.
Ya no me queda nada, sólo este vaso de whisky y la sonrisa amable de Phill. La calle oscura está desierta. No puedo salir corriendo del bar ni pedirle ayuda a nadie. Por una vez en la vida debo hacer algo de lo que Linda se sienta orgullosa, aunque no vuelva a verme. No puedo refugiarme en mi tienda, porque ya no es mía. Luego de entregársela a esta gente me dirigiré al baño de Phill.
Allí he dejado escondida mi pistola, detrás de la papelera. La colocaré justo en medio de mi frente, encima de mis ojos, y apretaré el gatillo. No creo que me sea tan difícil, ya la he usado otras veces, algo que Linda nunca sabrá de mi pasado.
La mujer de los lentes oscuros me hace la seña acordada, y yo le entrego a Phill un sobre en donde he guardado el poco dinero que me quedaba y la llave del local para que se lo alcance. La policía que hace su recorrido nocturno no debe sospechar nada. Debo mantenerme en calma. Con un pañuelo quito las gotas de sudor que me caen por la frente.
Phill le entrega el sobre a la mujer sin cuestionamientos. Esta mira al hombre de traje negro que se encuentra a su lado y murmura alguna cosa que no alcanzo a oír.
Ambos se ponen de pie, y luego de mirarme fijamente a los ojos, y esbozar una cruel sonrisa, cruzan la puerta del bar desapareciendo de mi vista.
Ahora sí, mi mujer será liberada. Podrá olvidarme y comenzar una nueva vida. Ya no la haré sufrir más.Saludo a Phill . Me marcho al baño.

lunes, 7 de julio de 2008

Homenaje a Cortázar

Tomo valor y cruzo la calle acompañado por Faraón. Eva me tiene advertido: mejor ni te acerques, es una casa tomada. La llave está en el lugar previsto. La introduzco en la cerradura y abro la puerta, Faraón lanza un par de gruñidos sordos y me abandona; a pesar de ello, entro en la casa.

La tarde cae y las sombras se anticipan a la noche. A través del cristal de la puerta diviso a Eva rondando la casa, sufro sus ojos desconcertados, escucho su voz llamándome. Al verla alejarse, desconsolada, estiro una mano que penetra el vidrio y se asoma al exterior. La ilusión de libertad dura un segundo, el vidrio se cierra sobre si mismo y me cercena el brazo. No tarda en aparecer Faraón, meneando la cola, olisqueando, y se devora tan apetitoso manjar.

Como todas las noches desde que habito la casa, atisbo con esperanza pero Faraón no ha dejado ni rastro para mañana, cuando vuelva a escuchar a Eva rondando por el jardín y mi brazo, ya regenerado, penetre el vidrio tratando infructuosamente de llamar su atención.

Alejandro Estrada Mesinas

sábado, 5 de julio de 2008

PÁNICO

Con esa edad el trauma fue tan duro que aún hoy, ya de adultas, no son capaces de dormir sin la luz de la lámparita encendida, de subir a un ascensor o de una cosa tan normal como ir en metro.
Eran tres hermanos,un niño y dos niñas; el niño vivía con los abuelos paternos y las niñas con lo maternos,en pueblos diferentes, ya que su madre había muerto y el padre estaba en el extranjero.
Los abuelos paternos eran unas personas indeseables, autoritarias, y por supuesto el niño era lo único bueno que existía en el mundo, las niñas eran un accidente para ellos.
Un día los abuelos paternos aparecieron en casa de las niñas con su gran coche, muy elegantes al igual que el niño; las niñas solo verlos se escondían detrás de las faldas de la abuela, les tenían pánico.
La abuela materna vistió a las niñas, se despidió de ellas y les dijo que se portaran bien, que quisieran mucho a su hermano, al que casi ni conocían, y a los abuelos, que solo estarían fuera un día.
El coche se puso en marcha y las niñas asustadas miraban hacia atrás viendo como desaparecían sus abuelos.
Llegaron a un pueblo mucho más grande que en el que ellas vivían y dejaron a los tres hermanos con una persona que las niñas no habían visto nunca, pero el niño se notaba que la conocía bien, ésta persona resultó ser una prima de los abuelos.
Todos los demás se fueron a una boda y ella se llevó a los tres niños a una plaza a jugar un rato hasta la hora de comer, al terminar de comer, llevó a las niñas a una habitación con una gran cama llena de muñecas viejas, en las paredes colgaban con un cordel algunos marcos con fotos antiguas de familiares en blanco y negro, descoloridas por el tiempo, en el fondo de la habitación había una ventana grande desde donde se podía ver el patio lleno de macetas; les dijo a las niñas que tenían que dormir la siesta y las dejó allí y ella se fue con el niño a su habitación.
Las niñas no estaban acostumbradas a dormir siesta y se pusieron hablar, a reír, a saltar encima de la cama, lo normal en los niños pequeños.
De repente oyeron unos pasos, rápidos , fuertes, vieron como se abría la puerta y se encontraron con ella, con cara enfadada, cogió a las niñas sin decir nada y las llevó al piso de arriba, las metió en una habitación y les dijo con cara de odio que no quería oír nada, que estuvieran calladas, si no sabrían lo que es bueno, con tono amenazador, se oyó como cerraba la puerta con llave y se marchaba.
La habitación era interior, sin ventanas, totalmente oscura, el techo era altísimo y colgaban unas barras de un lado a otro de las paredes que eran de color verdoso negruzco, donde antes se ponían a secar y curar los embutidos de la matanza del cerdo, estaba llena de trastos viejos, sillas rotas, trozos de camas, etc.. todo sucio y dejado.
Las niñas Solo gritaban y lloraban con todas sus fuerzas y chillaban !PERDONANOS! !POR FAVOR PERDONANOS! !SEREMOS BUENAS! !SACANOS DE AQUÍ!.
Acurrucadas juntas en un rincón en el suelo, agarradas la una a la otra con toda su fuerza, como si fueran siamesas, así pasaron unas dos horas.
En aquella habitación las dos niñas pensaron que allí se terminaba todo, solas, sin sus queridos abuelos maternos, para cuidarlas como siempre y defenderlas no podían hacer nada,que nadie excepto aquella prima y su hermano, nadie sabía que estaban allí cerradas y dos horas es mucho tiempo para dos niñas de tres y cuatro años, el pánico se apoderó de ellas y eran muy conscientes de que a los únicos que les importaban eran a sus abuelos.
Oyeron unos pasos, vieron como se abría la puerta y allí estaba ella, tan tranquila, como si nada hubiera pasado.
Las niñas tenían la cara desencajada, los ojos rojos, hinchados de tanto llorar, aterrorizadas pensando que les haría después de aquello.
Cogió a las dos niñas de mala manera y las llevó al piso de abajo, les lavó la cara y volvieron a la calle, al niño le compró un helado por haberse portado bien, para las niñas no hubo helado.
¿Porqué para el niño hubo helado por portarse bien? ¿Porqué durmió la siesta con el niño?
Seguramente no pasó nada, pero bueno vamos a dejarlo ahí...
Al llegar los abuelos a recogerlos con la familia, aún viendo como estaban las niñas nadie preguntó como habían pasado el día, ya que no conocían a nadie, que había pasado viendo que estaban aterririzadas y que habían pasado una experiencia traumática.
Nadie se molestó en mirar a las niñas y éstas solo querían volver a su casa con sus abuelos y sentirse seguras.
Nunca más volvieron a ver aquella prima hasta que pasados muchos años se encontraron en el entierro del padre de estas, ya adultas y con sus propios hijos, fueron hacia ella y le recordaron lo que les había hecho cuando eran pequeñas e indefensas,a su marido y sus hijos les cambió la cara y solo fueron capaces de bajar la mirada como reconociendo que seguía siendo la misma persona cruel de siempre

Tere Izquierdo

jueves, 3 de julio de 2008

Lintontown

Cuenta una leyenda urbana que bajo el suelo de cualquier ciudad se extienden otros cientos de ciudades, tenebrosas, sucias, oscuras, malolientes y llenas de gente a la que es mejor no tratar. Un día, yo descubrí una de ellas. Era miércoles y el metro iba a reventar, como cada día laborable en Unán. Sin que nadie supiera el porqué, el convoy en el que iba, se detuvo en mitad del túnel. Estuvimos allí casi 10 minutos hasta que desde megafonía escuchamos la voz del conductor que nos anunciaba que estaríamos allí al menos una hora más, que había un problema con el motor y que estaban esperando a los bomberos. Recuerdo que también dijo que los pasajeros teníamos dos opciones: quedarnos dentro del metro y esperar la ayuda que vendría más tarde o bajarnos e ir caminando a lo largo de la vía hasta el apeadero de Lintontown.

No había oído jamás hablar de ese apeadero. Ni yo ni ninguna de las 57 personas que íbamos en aquel vagón. Nos mirábamos con cara extrañada. Nadie parecía entender ni mucho menos moverse. Menos una chica de ojos verdes intensos. Me cogió del brazo y me dijo “bajémonos! Aquí no hay mucho que hacer menos esperar”. No sé si fueron los ojos o el tacto de su mano en mi brazo dolorido por un accidente reciente, pero le hice caso sin decir una palabra.

A los dos minutos de andar por la vía que se clavaba en mis viejas zapatillas y por extensión, en mis pies planos, llegué al apeadero. Lo primero que ví fue la oscuridad. No había luz que lo alumbrara salvo un pequeño fluorescente que parpadeaba, con ese efecto que daña la vista y los oidos. BRSSSSSSSSSSSSSS, BRSSSSSSSSSSSSS… También me di cuenta pronto que olía muy mal, a restos de orín y comida que alguien había tirado al suelo. La chica de los ojos verdes cogió una bolsa que había debajo del único banco de madera roñosa que había en el apeadero.

- Una hambuguesa!!! Genial, no me ha dado tiempo a desayunar.Y antes de que yo mismo fuera capaz de ver que realmente era una hamburguesa lo que había dentro de la bolsa de papel, se metió en la boca un trozo de carne.

- ¿Pero qué haces? No te comas eso, no sabes de donde viene.

Era tarde. La chica de los ojos verdes se comió la hamburguesa sin parpadear. Mientras el mal olor penetraba incesantemente en mi nariz, la oscuridad en mis ojos y el zumbido del fluorescente en mis oídos, unas nauseas me hicieron tener unas terribles ganas de vomitar.

- Tranquilo, morenito, que la hamburguesa no estaba mordida. Por cierto, me llamo Nia.Me extendió la mano, la misma que me había rozado instantes antes en el metro. La miré y la estreché con desconfianza. Ella aprovechó para empujarme hacia sí.

- Apuesto a que ésta es la mayor aventura que has corrido en tu vida, eh, morenito?
- No me llamo morenito. Soy James.
- Jim?
- No, Jim no, James.
- Apuesto a que ésta es la mayor aventura que has corrido en tu vida, eh Jim?

Me di cuenta de que no me escuchaba cuando una décima de segundo más tarde corrió hacia una puerta a nuestras espaldas. La empujó hacia adentro y desapareció, dejándome atrás, todavía con nauseas y descolocado. La seguí. Ya que había bajado en ese apeadero y no sabía cuanto tardaría el próximo tren en pasar, no iba a quedarme allí más rato. Además, tenía que salir a la calle para intentar llegar a mi trabajo caminando. Pero no sé por qué, aquello era lo que menos me importaba.

Entré detrás de Nia. La puerta daba a un tenebroso bar en el que apenas distinguía nada. No había nadie, estaba abandonado.

- Jim, ¿quieres un café? – Nia sacó la cabeza de detrás de la barra.- Por dios, qué susto. No, no quiero nada.- Vamos, Jimmy, un cafelito sólo, tomátelo conmigo anda. ¿O acaso tienes algo mejor que hacer?- Tengo que ir a mi trabajo.- ¿A qué te dedicas?
- Soy arquitecto- mentí.- ¿Arquitecto? ¿Y tu maletín? Pensaba que los arquitectos siempre llevaban maletín.- Todo lo que necesito lo tengo en mi despacho.
- Jimmy, Jimmy… no se te da muy bien mentir. Anda, siéntate.

A tientas, alcancé una silla. De pronto, una cegadora luz iluminó la sala.

Una barra enorme, llena de polvo y líquido pastoso, estanterías desprovistas de todo, cajones, sillas, mesas polvorientas, una fregona tirada en medio del suelo, una cafetera antigua, medio oxidada y poco más… Nia había dado la luz y se disponía a preparar un par de cafés.
El ruido de la cafetera era ensordecedor. Nia hablaba a gritos, explicándome cosas que me eran complicadas de descifrar.

- Sé que no eres arquitecto, Jimmy, pero ya me lo contarás cuando quieras. Sabes a que me dedico yo? Soy bailarina. Danza africana. Sí, un día de éstos te haré una exhibición. Te encantará.
Vino a mi lado, con dos cafés en la mano. Yo no era capaz de tomar ni un sorbo, pero ella casi me obligó.

- No he encontrado azúcar, pero está bueno – dijo tomando un sorbo.- No gracias, no… no me gusta el café.- Oh, Jimmy, de nuevo mintiéndome? Pruébalo, va…- No, de verdad.- TOMATE EL CAFÉ! – gritó – por favor – susurró.

Le di un sorbo. Estaba caliente pero no abrasaba, y, pese a que estaba amargo y la taza sucia, no sabía mal del todo. Se podía decir que el café me entró bien al cuerpo, dándome una cierta sensación de tranquilidad. Entonces, Nia me acarició la mano de nuevo y luego el brazo. Volví a sentir la misma sensación escalofriante que en el vagón de metro. Clavó sus ojos verdes en mi mirada oscura.

- Estamos en Lintontown, Jim. No sabes qué hay ahí fuera, verdad? No puedes ni imaginarte lo que hay ahí fuera. No puedes saberlo, tú, un simple peón de la construcción, que sueña con ser algo que jamás será. No, Jimmy no, no sabes qué clase de gente vive ahí fuera. Gente de la peor calaña, ladrones, estafadores, violadores, hombres que pegan a sus hijos, mujeres que prostituyen a sus hijas, asesinos psicópatas y de los que matan por odio… hace mucho frío, las calles están sucias, la comida rancia, el aire está contaminado, el dinero está manchado de sangre y no te puedes fiar de casi nadie. Pero todo lo malo de Lintontown no es importante. En esta ciudad, todas las personas son libres y nadie te hará daño siempre y cuando te mantengas fiel a tus principios y objetivos. ¿Sabes cuales son los míos? Abrir los ojos a gente como tú, muertos en vida en cárceles de cemento como tu ciudad. Decirles lo que necesitan oír aunque me chillen a gritos otra cosa. Descubrirles que pueden ser felices siendo lo que quieren ser y no siendo lo que tienen que ser.

Un ruido me hizo girar la cabeza. Era el sonido de un tren.

- Viene el tren, Jimmy. Tienes dos opciones. Seguirme por Lintontown o subirte en este metro y seguir siendo James.

Dudé unos segundos. Miré su mano extendida que me animaban a seguirla, las luces del metro entrando en el túnel del apeadero. Lintontown, Unán… mi cabeza me dio tres vueltas de campana y cogí su mano para seguirla en la mayor aventura que he corrido en mi vida.

Maite Fernández

El accidente

Después de 15 años viviendo en Europa, por fin iba a volver a la que era mi casa. Me había comprado un billete para Buenos Aires, escala Miami, un billete de retorno a mi hogar, un billete para dejar atrás una época de mi vida que ya se acababa. Subí al avión pasadas las tres de la tarde. Era uno de esos días de mucho tráfico aéreo, en pleno mes de julio, con medio mundo de vacaciones y el otro medio esperándolas. Había facturado dos enormes maletas en las que lo llevaba absolutamente todo. El resto de mis cosas las había vendido, ya no me quedaba nada en España. Mientras iba pensando en mis cosas, el avión se iba llenando. Cerca de mí se sentó un tipo muy alto. Dejó su chaqueta en el compartimento superior y se sentó, dejando vació el asiento de en medio. Al cabo de cinco minutos, ese asiento lo ocupó una mujer de mediana edad.

Despegamos de Madrid a las 4 de la tarde. El cielo estaba despejado. El hombre alto leía, mientras la mujer se entretenía haciendo sudokus. Las azafatas pasaron un par de veces con el carrito de los refrigerios y yo me pedí una manzanilla. Después pusieron una película y me quedé dormido. No fue hasta que noté la primera sacudida que no me desperté. Abrí los ojos y me encontré dos caras de pánico frente a mí: el hombre alto empezó a rezar en voz alta y la mujer se agarraba a los brazos de su asiento con la cara desencajada. El resto de pasajeros también empezó a gritar. Yo estaba aturdido por el sueño y no entendía nada. Esas turbulencias no eran normales. Miré por la ventana. El cielo que antes era azul ahora era gris y unas nubes enormes lo empapaban todo. Lo oscurecieron todo. Los pasajeros no cesaban en sus gritos, todos menos yo. No podía pensar, no podía reaccionar, pero no tenía miedo. Había asumido que con 68 años, cualquier día podía pasarme algo malo. La señora de mi lado me apretó el brazo y me miró a los ojos:

- Tengo miedo. No quiero morir, tengo miedo.

No supe que responderle. Yo siempre había sido un tipo de pocas palabras, así que sólo pude mirarla sin decir nada. Le quité instintivamente la mano de mi brazo al ver la máscara descolgarse ante mí. Me la coloqué como el resto de pasajeros hizo. Cerré los ojos. Si iba a morirme, quería que la muerte me encontrara con los ojos cerrados. Las turbulencias cada vez eran más grandes. El avión inició un descenso en picado. Los gritos volvieron a elevarse, las luces del avión se apagaron y los asientos empezaron a saltar. Oí chillar al tipo alto que tenía dos asientos más allá. No hubo tiempo para más. La montaña paró nuestra caída.



En menos de siete horas volvería a ver Miami. Volvería a ver a Reinaldo, mi Reinaldo. Lo había extrañado tanto. Sus caricias suaves, su sabor almibarado, su olor a canela… Subí a aquel avión ruidoso y maloliente por la tarde. Hacía un día espléndido, pero yo sólo podía pensar en que ese tiempo iba a ser mejor en Miami. Me quité la chaqueta y la puse encima de mi asiento. Antes de subir había comprado una novela, trataba sobre un tío que investigaba un crimen en el Louvre y no sé qué de la Gioconda… me entretenía leyendo esas tonterías, sin escuchar a las azafatas, esas que huelen a colonia barata y a acondicionador de peluquería. A mi lado había una señora de unos 45 años. Llevaba un maletín de cuero. La azafata se acercó para decirle que lo pusiera debajo de su asiento. Casi vomito por culpa de su perfume.

El tipo que se sentaba al lado de la mujer, un viejo gordo y sudoroso, se pidió una manzanilla. Odiaba a aquel tipo de hombres, tipos sebosos que no cuidan su imagen y que no se lavan lo suficiente. Otra vez la azafata se acercó a mí. Yo rezaba para que se fuera… finalmente, después de darle la manzanilla al gordo, Dios hizo caso a mis ruegos y se largó.
Pusieron una película, pero yo seguía leyendo. La mujer, que rellenaba crucigramas, alzó la mirada y se dirigió a mí con tono desconfiado:

- Señor, ¿tiene usted auriculares para escuchar la película?
- Tenga, señora.

Cualquier cosa para no volver a ver a las azafatas merodeando mi asiento. Le di mis auriculares. Pasó una hora más o menos cuando empecé a sentir las primeras sacudidas. El avión perdía altura y la gente empezaba a murmurar. La señora se quitó los auriculares y me dijo:

- ¿Qué está pasando?
- Señora, no se alarme, son solo turbulencias.
- ¿Qué no me alarme? ¿Cómo que no me alarme? Esto no es normal. Azafata!!!
- Maldita sea, señora, no llame a la azafata!!!

Ya era tarde, la azafata se acercó con cara de pocos amigos:

- ¿Qué está sucediendo, señora?

En aquel momento, una sacudida y la voz del sobrecargo:

- Señores y señoras pasajeros, mantengan sus cinturones de seguridad abrochados, estamos pasando una zona de fuertes turbulencias.

La azafata volvió a su sitio. El tipo gordo se despertó. La mujer le dijo no sé qué. Las turbulencias eran cada vez mayores. Yo empecé a rezar. Padre nuestro que estás en los cielos… y a pensar en Reinaldo, mi Reinaldo, en su sabor almibarado, su olor a canela… hasta que mi asiento saltó por los aires y un golpe secó contra el techo del avión paró mi caída.


No me gusta volar. Jamás me ha gustado. Ese día, tuve que coger un avión hasta Buenos Aires, escala Miami. Iba a ser un viaje largo para cerrar un negocio en pocas horas. Si llegaba a media hora, eso iba a ser mucho. Facturé mi maleta pequeña y me quedé con mi maletín para llevármelo abordo. Solo mi portátil, el dinero y un cuaderno de pasatiempos. Los sudokus me iban a relajar. Me había tomado una pastilla tranquilizante y ya no temblaba. Cuando subí al avión, tenía la mente más clara y despejada, pero seguía teniendo miedo.

Intenté que nadie notara nada de mi pavor a volar. Me senté entre un tipo alto y negro que iba leyendo El código da Vinci y un señor mayor y corpulento que ni me miró. La azafata me llamó la atención:

- Señora, puede poner el maletín debajo de su asiento?
- Claro que sí, señorita.

El chico negro puso mala cara. Yo le miré con recelo. No me gustaba su mirada. De hecho, no me gustaban los inmigrantes en general. Los negros en particular, aun menos.

Despegamos. El cielo estaba claro y el tiempo soleado. El señor de mi izquierda se pidió una infusión. Yo tenía mucha sed pero me resistí a pedir nada. Ya se sabe que la comida en los aviones está muy cara. Me sumergí en mis pasatiempos.

Al poco rato pusieron una película y ví que no tenía auriculares. Tenía dos opciones: preguntarle al señor mayor si tenía auriculares o al negro. Pensé “¿un señor mayor con auriculares? No”. Así que se los pedí al inmigrante. Mi educación fue máxima, no fuera a despertar a la bestia que todos llevan dentro. El chico me respondió con educación y me dejó unos. Así que, gracias a su inesperada amabilidad, pude escuchar la película.

Tom Hanks llevaba una hora hablando en un banco de la calle cuando noté una sacudida. Me asusté y empecé a sudar de nuevo. Había mantenido una calma tensa pero una calma al fin y al cabo hasta que empezaron las turbulencias. Me entró el pánico. Miré al negro:

- ¿Qué está pasando?
- Señora, no se alarme, son solo turbulencias.
- ¿Qué no me alarme? ¿Cómo que no me alarme? Esto no es normal. ¡¡¡Azafata!!!
- Maldita sea, zorra, no llames a la azafata!!!

El negro se había vuelto amenazante. La azafata se acercó justo cuando una nueva sacudida hizo chillar al resto del pasaje. La megafonía dijo no sé que de los cinturones. El negro dejó de preocuparme. Sabía que iba a morir… lo sabía. Miré al señor mayor:

- Tengo miedo. No quiero morir, tengo miedo.

El señor no me dijo nada. Creo que estaba tan asustado como yo. La gente seguía chillando y mis oídos me dolían. En un segundo el avión empezó a caer en picado y algunos asientos saltaron. El negro salió despedido. Yo me agarré fuertemente a los brazos del asiento. Un fuerte choque y el avión se partió en dos…

Ya no recuerdo nada más. Solo que me desperté en el hospital al cabo de tres días. Los periódicos hablaban de 9 supervivientes. Lo habían llamado un milagro.

Maite Fernández

miércoles, 2 de julio de 2008

MONOLOGO DE VIUDA

Veinte años o más, ya no recuerdo no cuando nos casamos.Demasiado jóvenes, ya aquel miraba en el altar y no sabía ni lo que estaba haciendo. ¿ Recuerdas la boda? Parecía que se día te casaba otra, porque entre las fotos ridículas y los familiares, las poses, los saludos, vaya diíta!!!
Suerte que yo me fuí a mi aire con los amigos, de vez en cuando venía mi padre porque había que saludar al señor tal o cual, ! a mí que me importaban aquellos ! Era mi boda y yo lo que quería era divertirme ! JA! ¿Y la noche de bodas? Eso sí fué la ostia, todos los amigos de juerga después del banquete y yo con ellos ¿y tú dónde estabas? Ya me acuerdo, me dijeron que estabas cansado, nos encontramos en casa después de terminar la fiesta porque a ti las fiestas no te gustan.
Buen comienzoo, sí señor! y así fué siempre tu por tu lado y yo por el mío, eso sí con un gran respeto el uno por el otro, hasta eso era dificil de entender para los demás.
De verdad es que las fotos de la boda ya eran una premonición.
Claro tu siempre en tu mundo absolutamente impenetrable y la familia, esa familia tan encantadora jajaja como la mía, las dos haciendo el paripé !!! pero que educados!!! La madre que los parió a todos.
¿Recuerdas la primera navidad? Ni tu ni yo nos poníamos de acuerdo donde tocaba comer, cenar y con que familia, tu madre decía que en su casa y yo que no, solución salomónica, cada uno con su familia, !solo hacía tres meses que nos habíamos casado! Hay que joderse no fuiste capaz de decirle a tu madre que tenías una mujer y te ibas con ella.
Yo continue estudiando mi carrera y la terminé, tu trabajando con tu familia en el negocio familiar, y recuerdas que querías estudiar veterinaria, al decirselo a tu familia, porque todohabía que preguntarselo a tu familia, te tomaron por un calzonazos ! eso es cosa de tu mujer que es una niña mimada!
Te quedaste sin tus estudios, seguramente la única cosa que te hacía ilusión en esta vida, pero "que hem de fer" ayyyy esta frase es lapidaria para ti, hasta he pensado en ponerla en tu lápida, la verdad no se si poner esa o "a na fen" lo pensaré porque ese es el lema de tu vida.
Y cuando me quedé embarazada Ja! recuerdo que yo estaba de vacaciones fuera de Barcelona, tu no tenías vacaciones aún, tu no querías venir cada día, mejor solo los fines de semana !la madre de Dios solo eran veinte minutos en coche! y preferías quedarte en Barcelona, con tu familia claro, para no tener que ir y venir cada día, recuerdas que te llamé y te dije que estaba embarazadacon toda mi ilusión, era un hijo deseado, buscado y muy esperado y lo ùnico que oí al otro lado del teléfono fué " esta bien".
La ostia que asco, te hubiera matado, en aquel momento te hubiera matado pufff.
Y cuando nació el niñoparecía que tu eras una visita más, supongo que pensabas que era lo normal, todo el mundo ha tenido niños, es normal, ni siquiera me diste un beso, pero era nuestro hijo.
Tantas y tantas cosas que recuerdo ¿seguro que eras humano? Ummm...
A las fiestas íbamos por separado, cada uno con nuestro coche !joder te dormías en plena fiesta!
Me setía como una imbecil y ademas tenía que dar explicaciones yo, porque a ti te importaba un bledo todo.
Cada día cuando llegábamos a casa, tu bien sabías que yo estaba cansada del despacho y de cuidar al niño, y seguro que tu también de tu trabajo, pero la única que preguntaba como había ido el día era yo y por respuesta recibía una alzada de hombro, eso sin dejar de mirar la teleo leer el periódico.
Para sacarte una frase había que estar rato y rato hablando, siempre yo sola delante de ti y tu sin mirarme y cuando estaba cansada de hablar y explicarte las cosas te preguntaba que pensabas y como siempre la respuesta "lo que tu hagas está bien" o dependiendo de la conversaciónsobretodo si era de familia la rspuesta era" mi madre ha dicho...". Leche las grandes frases que me costaba sacarte eran estas.
Otras veces, muchas otras veces hablando los dos en teoría, en la realidad yo sola, te levantabas y te ibas a la cocina, a la habitación y yo como un perrito detrás de ti para que me oyeras que no escucharme, porque escucharme no me escuchaste nunca.
Siempre callado, metido dentro de ti cada vez más y más cerrado, hasta que me cansé y ya no te explicaba nada ¿para qué? Para sentirme más frustada, más sola. No, todo tiene un límite, hasta yo lo tengo.
Nuestro hijo y yo por un lado y tu en tu mundo, solo apartado y de rebote muchas veces yo también apartada y aislada de todo y de todos, porque casados, los días de fiesta había que estar juntos, ósea en casa, callados cada uno a lo suyoy un paseito hasta el Paseo de Gracia, por el niño más que nada y a casa y otra vez al sofá, tu con el periódico y yo allí como un mueble más, aunque quizás el mueble eras tú.
!Coño veinte años así! eso no hay cuerpo que lo aguante...perdí mi juventud, mi paciencia, lo perdí todo, menos una cosa, la ilusión por la vida, eso no lo conseguiste ni tu, ni las familias.
Me era imposible aceptar, creer y sobre todo asumir que a los veinticuatro años hiciéramos una vida de abuelos, !No mentira los abuelos se lo pasaban mejor!
Una de las cosas que nunca olvidaré es la primera vez que fuimos juntos a una reunión del colegio del niño, a hablar con su tutora ! TE DORMISTE!, que verguenza pasé, los tres en aquella habitación y tu dormido y la pobre tutora... no sabía que hacer y yo la verdadesque en aquel momento ya me daba todo igual, lo que hicieras, simplemente me limité a decir que eras así, y continuamos la reunión tranquilamente, al menos yo. Nunca más volviste al colegio, ya lo hacía todo yo, para que ibas a ir tú como decías, si yo ya sabía de que iba todo, y así de paso te quitaste otra cosa de encima.
Joder que fácil es vivr así, cerrado aislado y que no te molesten, tu ya cumples con tu trabajo, tu horario y ya está.
Nunca tuviste la ilusión de mejorar tu vida, en buscar otro trabajo que te liberase de tu familia, no claro era más fáciltrabajar con ella, más cómodo y que más daba lo que yo trabajara, mis ilusiones, mis aspiraciones por estar mejor, por vivir mejor, que pudiéramos salir a comer fuera de vez en cuando, no pedía salir cada día ni siquiera cada fin de semana, solo de vez en cuando !pero no!. Siempre la callada por respuesta.
Y en la cama ummmmmm..., eso era para meterse monja o hacerse puta, asco, llegué a tener asco, tu a lo tuyo y yo cazando moscas con los dientes apretados.
Pero jamás te fuí infiel, eso es bien cierto y bien sabes que oportunidades no me faltaban, coño sólo tenía veinticinco años, pero respeté lo que tú representabas, eras el padre de mi hijo, !seré idiota! si a ti te daba igual, seguro, te daba igual, pero no lo hice.
¿Y ahora? Tengo que rehacer mi vida porque tu ya ni siquiera levantas el hombro cuando te hablo, pero no importa, aún soy joven, el problema es como borrar esos veinte años, quien me va a devolver mi juventud, quien me va a quitar de la cabeza que todos los hombres sois iguales, porque yo a los hombres los veo a todos iguales; y tú tan tranquilo ahí y ahora cerrado como tu siempre has estado pero esta vez nadie te molestará nunca más, como si nada hubiera pasadoy yo oyendo como la gente me viene e decir "con lo bueno que era" "lo buen padre y marido".
Coño cuando se muere alguien siempre es el bueno, a todos les da pena lo sola que te vas a quedar !pero si sola llevo veinte años!
Tere Izquierdo