martes, 26 de abril de 2011
El aventurero (1º ejercicio)
Por fin, en el último momento, cuando ya parecía que se había dado por vencido, Matías se decidió a salir a la búsqueda de su aventura particular, la que había prometido escribir.
Como cada año por estas fechas su padre había organizado su gran día, se acercaba su 63 cumpleaños y la fiesta prometía…prometía para todos menos para Matías que estaba nervioso y enfadado consigo mismo. ¿por qué? ¿por qué me meteré yo en estos berenjenales? Se preguntaba todos los días desde que hiciera aquella promesa a su tío Daniel.
Después de mucho tiempo el tío Daniel, el que vivía en algún pueblo remoto, de esos que ni vienen en los mapas, había decidido visitar a su hermano y, por supuesto, asistir a su fiesta. Antes de dejarlo todo y retirarse a aquel pueblo perdido, el tío Daniel había sido profesor de literatura en el instituto donde Matías estudió bachillerato y aquí venía, una vez más, a removerle la conciencia, como siempre había hecho.
Por aquel entonces la gente del instituto se dividía en dos grandes grupos “los de ciencias” y “los de letras”. Matías era un buen estudiante y los “buenos estudiantes”, como no, pertenecían a la clase de ciencias, eran los futuros ingenieros, los que sacarían adelante el país. Los de letras eran los que, pobrecitos, si es que no les daba más que para “dedicarse al arte”.
Matías nunca había tenido muy en cuenta lo que le decía su tío. Cuando le reprochaba que no diera a las letras la importancia que se merecían. Siempre le pedía un poco más de esfuerzo en sus trabajos de literatura. No estaba bien visto entre los de ciencias dedicar mucho tiempo a “las letras”, era asignatura obligatoria así que se hacía lo justo y necesario y ni un poco más y Matías no iba a ser “menos” que sus compañeros (que “a letras” se dedican los que andan espesos en matemáticas, hombre).
Su tío Daniel, su profesor, sabía como hacía su sobrino sus trabajos de literatura y cuanto tiempo dedicaba a ellos. Siempre igual, siempre daba a sus alumnos una semana para entregar los trabajos y conocía la costumbre de Matías. Dejar sus trabajos de literatura para el último momento. Ultimo día, última hora, cuando ya había hecho todo lo demás, todo lo que consideraba importante para su gran futuro como ingeniero.
Así que cuando tocaba corregir los trabajos de Matías le picaba todo, sobre todo la moral. Esa imaginación, esa soltura para escribir, esa facilidad que tenía y el zopenco de él no se enteraba o no quería enterarse. No sabía como hacérselo ver, tal vez si hubiera habido una formula matemática que lo expresara, su sobrino sí hubiera entendido la impotencia que sentía él como profesor. No entendía el por qué de aquello. Daniel recordaba cuando el chico aprendió a leer y pronto empezó a subir a la biblioteca del abuelo a leer todo lo que caía en sus manos, por no decir las veces que su madre le había pillado bajo las sábanas, con la linterna, leyendo a escondidas a altas horas de la madrugada y cuando, orgulloso le había enseñado su primer cuento. Solo tenía 9 años y el niño disfrutaba escribiendo, leyendo y mostrándole sus trabajos.
Pero cuando llegó la hora de elegir Matías optó por la clase de ciencias, porque era lo que tenía que hacer, porque aquello era lo que se consideraba querer convertirse en “alguien de provecho”. Vas a comparar uno de ciencias con uno (pobre) de letras. Vas a comparar, un ingeniero con un (pobre) profesor de literatura que escribe en sus horas libres.
Había pasado mucho tiempo y cuando su tío le llamó para decirle que este año estaría para la fiesta de su padre. Le había pedido “por favor escribe algo para mi. Prométeme que vas a escribir algo para tu viejo profesor, una de esas aventuras que inventabas,…venga, sobrino, inténtalo chico, solo intentarlo, a ver que sale, venga que tienes todavía una semana”…. Matías fue incapaz de negarse y ahora se estaba arrepintiendo. No se sentía capaz de hacerlo, pasaban los días se acercaba la fecha y no encontraba el momento, ni las ganas… ni las ideas.
Llegó el último día a última hora, cuando ya había hecho todo lo demás, todo lo que consideraba importante para su presente como ingeniero, pobrecillo, el que iba a sacar el país adelante y se le quedó atrás, 12 horas de trabajo diarias en algo con lo que nunca había disfrutado la mitad de lo que lo hacía escribiendo…tan listo que era, de la clase de “los de ciencias”… había prometido escribir una aventura y por fin, en el último momento, cuando ya parecía que se había dado por vencido, Matías se decidió a salir a la búsqueda de su aventura particular, la que había prometido escribir.
Una vez más, poco tiempo para dedicarse a lo que a uno le gusta,…la aventura de su vida, la única que pudo encontrar. Para su tío, su profesor de literatura, una hoja escrita precipitadamente y solo una frase,”tío Daniel: ¿crees que será tarde para cambiarme a la clase de “los de letras”?
FIN
viernes, 8 de abril de 2011
Historia Lírica de la Locura
jueves, 7 de abril de 2011
EL SEMÁFORO
La lluvia lo tiene empapado, ni tan siquiera sus viseras lo protegen de las húmedas gotas que caen con tal la intensidad que es difícil distinguir los colores.
El viento sopla, sopla sin cesar, lo azota de un lado y luego del otro, haciéndole bailar al son de su música sin dejar de mostrar sus iluminadas intenciones una y otra vez.
Luz verde. Carcasa amarilla y rota por la parte inferior, sin ningún reparo en mostrar sus intimidades a todo el mundo, prácticamente hueco en su interior e iluminado con el color de una hermosa pradera.
Luz ámbar. Con grietas en su lente y prácticamente rota, deja entrever su transparente y encendida bombilla.
Baila y baila sin parar.
Luz roja. Añora la pasión de los primeros días. Ahora, destiñe un vago recuerdo de su pasado.
El viento sigue azotándolo caprichosamente hasta tal punto que no lo soporta más y cae.
Sigue cayendo, arrastrado por el viento hasta que impacta contra el suelo y se rompe en dos. Pero no se queda aquí, una de las partes se arrastra por el suelo hasta impactar contra la pared de un edificio. Allí se sumerge entre el polvo y los escombros. En el olvido.
La otra mitad sigue su recorrido calle abajo, dejando atrás su mitad. Cada vez se aleja más y más hasta donde alcanza la vista. Esperando encontrar a su mitad en el olvido.
domingo, 3 de abril de 2011
EL CASO DE LA ELEFANTE BAILARINA
Los extremos de la mesa estaban cubiertos por dos torres de papeles, enmarcando en el centro la figura del Juez, que le sonreía mientras jugaba con un vulgar boli bic.
- Veamos si usted es capaz de explicarme todo este lío, porque la declaración de sus compañeros los payasos, ha sido, y permítame la expresión “de chiste”. - y el juez estalló en risas girándose hacia su secretaria - ¿Lo ha cogido Jiménez?, payasos y chiste, ¿a qué es muy bueno?.
La secretaria esbozó una sonrisa cansada.
- Si Señor Juez, lo he cogido a la primera, y le recuerdo una vez más que Jiménez se prejubiló hace dos meses, no estaría mal que me llamase por mi nombre alguna vez. Me llamo A – NA.
- Ya se que usted no es Jiménez – ahora la melancolía nubló la cara del Juez – a Jiménez si le gustaban mis chistes.
Ana, alias Jiménez, movió con furia el ratón del ordenador.
- ¿Podríamos empezar ya con las diligencias?. Este señor tendrá cosas que hacer, y a mí me gustaría salir hoy un poco pronto, para variar. Tengo que hacer la compra y cocinar para toda la semana. Y sinceramente, con la declaración de los payasos ya he tenido bastante por hoy. - la secretaria colocó sus dedos sobre el teclado y lanzó una mirada amenazante al Juez.
El Juez centró su atención en el final del túnel de papeles, donde un hombre se comía las uñas con saña.
- Entonces, ¿usted es el domador de la elefante?. - Al pronunciar “elefante” el Juez sonrió urdiendo un chiste para sus adentros.
- No, yo no, yo soy sólo su cuidador, el domador es... bueno, era, mi hermano. - y añadió un poco más bajo – a mí no me gusta salir a la pista, tengo miedo escénico.
- ¿Cuánto tiempo lleva usted encargándose de … como se llama ... ? - el juez revolvió entre sus papeles.
- Ely – apuntó la secretaria – la elefanta se llama Ely, como la amiga de Pocoyó.
- ¿Pocoyó? - preguntó el Juez. - ¿Ese quién es? ¿Otro payaso?.
- No, es un dibujo animado que tiene por amiga una elefante rosa llamada Ely. A mis sobrinos les encanta. - la secretaria contestó sin separar la vista del ordenador, como si el diálogo no fuese con ella.
- Perdonen, pero se llama “Verbena”, Ely era su nombre artístico. - Puntualizó el cuidador tímidamente.
- Vaya, que curioso, no sabía que los animales tuviesen nombres artísticos – el Juez parecía a punto de estallar en risas, ante la mirada cada vez más severa de Ana. - Bueno, ¿Cuánto tiempo llevaba usted encargándose de “Verbena”?.
- Desde siempre, “Verbena” nació en el circo, como yo, mi padre me encargó su cuidado y educación, decía que era muy importante desarrollar lazos de afecto entre el animal y su domador.
- Pero usted no era su domador, ¿no?, no podía serlo porque tiene “miedo escénico”. - Señaló el Juez.
De repente el Juez dejó de parecerle al cuidador un tipo gracioso con problemas para recordar nombres, y en su cerebro empezó a percibir tenues señales de alarma.
- No, pero no me importaba, disfrutaba cuidándola, no hay nada mejor que recibir el cariño del animal, son seres puros. - al descubrir que ya no le quedaban uñas por devorar, el cuidador optó por apoyar las manos sobre la mesa, bien lejos de la boca.
El Juez contempló unos segundos los dedos carcomidos.
- Seres puros y maniáticos, o por lo menos “Verbena” lo era, según los payasos, nunca salía a escena sin fumar antes un cigarrillo, usando un cenicero propio al que estaba terriblemente apegada. Es una historia curiosa sin duda, una elefanta fumadora con un agudo sentido de la propiedad privada... no se ve todos los días. ¿Por cierto, cual era la opinión de su padre al ver que usted había convertido a un “ser puro” en una fumadora empedernida?.
- Mi padre murió hace un año, antes de que “Verbena” empezase a fumar, y se nos ocurriese la forma de sacar adelante el circo. - El cuidador se tapó la cara con las manos, al tiempo que se balanceaba atrás y adelante-.
Ni el Juez ni la secretaria parecieron sorprenderse ante el comportamiento del cuidador, uno porque estaba mirando hacia un punto invisible en el aire, pensativo, y la otra porque se limitaba a teclear mirando de vez en cuando al Juez con antipatía.
Repentinamente el Juez abandonó su ensoñación: - ¿Podría usted explicarse un poco mejor? ¿Contarnos la historia desde el principio, cuando su padre muere, y “Verbena” se convierte en la primera elefanta adicta a la nicotina?.
El cuidador vaciló, tomó aire, y tartamudeando aveces, casi sin respirar otras, contó su historia:
- Mi hermano y yo heredamos el circo arruinado, la situación era desesperada, fuimos vendiendo todos los animales hasta que sólo nos quedó “Verbena”, no podíamos deshacernos de ella, era una más de la familia, como una hermana pequeña un poco tonta, no se si me explico. - El Juez asintió comprensivo - Entonces, mi hermano, vio en la tele un programa infantil “Pocoyó” ¿lo conoce?, en el salía bailando un niño azul con una elefanta rosa llamada Ely, eso dio la idea a mi hermano, “Verbena” siempre había tenido aptitudes para el baile, le encantaba la música desde pequeña, sólo teníamos que cambiarle el nombre y pintarla de rosa. Nos anunciamos como “El Circo de Ely”, la idea era buena, atraía al público, pero teníamos un problema: “Verbena” se ponía histérica cuando la pintábamos de rosa, y más que bailar, correteaba como una loca por la pista. Buscamos mil remedios, pero no había forma, hasta que un día, no se como, alguien le dio un cigarrillo y... se relajó. Desde entonces, mientras la pintaba de rosa para actuar, ella fumaba.
- Nunca había oído nada igual – el Juez parecía realmente sorprendido – Desde luego, el mundo animal es un misterio. Pero creo que ha olvidado mencionar un elemento importante en su historia: el cenicero.
- ¿Qué?. - El cuidador palideció. - Era un cenicero normal y corriente, de los chinos... no se que importancia puede tener.
- Según los payasos, el cenicero sí era importante. - la sonrisa había desaparecido de la cara del Juez mientras exhibía un papel en la mano.- En su declaración aseguran (sin dejar de reírse) que “Ely”, o “Verbena” como usted la llama, tenía obsesión por un cenicero determinado, si no se lo daban, se ponía furiosa y era difícil de manejar. Los payasos lo describen, y leo textualmente, como “una horterada azul oscuro con peces amarillos”. Sin embargo, en la jaula de “Verbena” encontramos este otro cenicero – y el juez alzó como un trofeo un cenicero azul pintado con flores. - Es parecido al habitual, pero no es el mismo, y el “accidente” parece indicar que “Verbena” descubrió la suplantación y se enfureció.
- No lo se, es posible. - balbuceó el cuidador.
- Según todos los testigos, usted era la única persona que accedía a la jaula de “Verbena”, y el que tocaba sus cosas. Por tanto, el único que pudo cambiar los ceniceros. - el juez inclinado sobre la mesa, se mostraba implacable.
- Es cierto, lo admito, sustituí el cenicero por otro parecido cuando se rompió, creí que “Verbena” no se daría cuenta, por amor de dios, no es más que un animal...
- Pero se dio cuenta.
- Sí, eso parece...
- Entonces, la pregunta ahora es: ¿Dejó usted salir a su hermano a la pista con un animal enfurecido?.
- No, yo no podría... yo quería a mi hermano y a “Verbena”. Nunca les haría algo tan horrible. Cuando se rompió el cenicero, mi hermano decidió comprar uno nuevo, parecido. Dijo que los elefantes no pueden distinguir unas flores de unos peces... el siempre tenía buenas ideas, era muy listo, y yo le hice caso. Antes de actuar, le dije que “Verbena” estaba muy nerviosa, y que deberíamos cancelar la función, pero no quiso, teníamos todas las localidades vendidas, habría sido un desastre.
- Entonces, ¿un domador experto como su hermano, se arriesgó a actuar con un animal nervioso?. - la incredulidad del Juez se palpaba en el ambiente.
- El pensó que cuando saliesen a la pista, “Verbena” olvidaría su cenicero, y actuaría por rutina.
- Pero no fue así – el Juez no daba tregua al cuidador que temblaba ligeramente y le costaba hablar.
- No... “Verbena” perdió la razón y …
- Le mató. Lo tiró al suelo y le pisó la cabeza, delante de cientos de niños histéricos. El Juez apoyó la espalda en el sillón, se colocó la chaqueta y la corbata en su sitio. Por unos momentos sólo se oyeron en el despacho las teclas del ordenador. - ¿Usted afirma que todo ha sido un accidente provocado por la imprudencia de su hermano? Dijo el Juez suavemente.
- Bueno... sí, yo le advertí, pero no me hizo caso.
- Entonces ya hemos terminado – dijo el juez, coreado por el suspiro de alivio de la secretaria. Salvo por un pequeño detalle. Si fue un accidente, ¿por qué escondió el cenicero dentro de un saco de forraje?. - como si fuese el triunfo de una partida de cartas, el juez arrojó sobre la mesa un cenicero azul con peces amarillos.
Noemí Herrera
ejercicio del binomio
Encuentros
Las puertas de cristal se abrieron de golpe produciendo el efecto de un pequeño terremoto: sillas bailando, movimiento peligroso de los cuadros, cortinas ondeando como locas, y en el epicentro del desastre: María agitando el movil con cara de loca:
- ¡Chicas! ¡No os lo váis a creer! ¡Me ha llamado un hombre!.
Las chicas, acostadas cada una en un sofá, siguieron mirando hacia la televisión. Apenas un leve movimiento en los sofás demostró la existencia de vida inteligente en el salón, pero no su interés por como le había ido el día a su compañera de piso. María, insensible al fracaso, arrebató el mando a Clarita y con gesto decidido apagó la tele.
- Es encantador, listo, guapo y muy inteligente. Creo que es el definitivo. – muy satisfecha, María se sentó en una butaca tirando al suelo un par de cojines.
Clarita y Marga reactivaron sus neuronas y como dos sierpes se lanzaron sobre María intentando recuperar el mando.
- Esto te pasa todos los días, no es una novedad. – dijo Clarita con sinceridad aplastante mientras intentaba reducir a María.
- Además, ahora va a empezar CSI, y hoy va a ser muy emocionante. – Marga había agarrado a María por un pico del jersey y tiraba de él con tozudez. - Danos el mandooooooooooooooo, y no te sientes encima de el que lo vas a romper.
María se retorció como pudo, hasta que logró ocultar el mando entre unos cojines sobre los que se sentó sin perder la sonrisa:
- No os lo daré, hasta que os lo haya contado todo, veréis como es muy bueno.
Las chicas se dieron por vencidas. Después de un año de convivencia les había quedado claro que sólo la tozudez de María podía igualar a su capacidad de enamoramiento.
De dos tirones, Clarita se hizo con los cojines blandos mientras lanzaba la pregunta que María esperaba desde su entrada catastrófica en la sala:
- ¿cuándo has conocido a ese dechado de virtudes que te llevará al altar?.
Si alguien buscase en ese momento "satisfacción" en la wikipedia, habría aparecido al lado la imagen de María: sentada en una butaca, con las piernas cruzadas a lo buda, las manos sobre la barriga, y una sonrisa tan ancha como su cintura, contemplaba su auditorio esperando despertar la suficiente expectación. Enfadada, Marga le arrojó un cojín que fue atrapado limpiamente, y utilizado para acomodar la espalda por la protagonista del momento:
- Empieza ya a contar, encima de que te aguantamos, no te hagas la interesante. – Marga había empezado a limarse las uñas con rabia decidida a aprovechar el tiempo.
- Y cuanto antes empieces, antes acabas, y aún podemos salvar algo del CSI. – Clarita no se resignaba a perder la noche de televisión y vigilaba con disimulo el lugar donde el mando había sido sepultado.
- Vale, no os mato más de curiosidad: le conocí esta mañana en el metro. – María siempre había hecho gala de una espontaneidad rayana en la locura, pero aquello a las chicas las superó
- ¿Me estás diciendo que has dado tu teléfono a un desconocido que te lo pidió esta mañana en el metro?. Clarita había cerrado los ojos y contado hasta tres antes de abrir la boca.
- No, claro. – Contestó María - no estoy tan tonta.
Suspirazo de Marga:
- Menos mal, vaya susto.
- Yo fui la que se acercó a el, y le dio el teléfono. – explicó María.
- ¿Pero es que te has vuelto loca?. ¿Cómo se te ocurre acercarte a un desconocido y darle tu teléfono?. – la incredulidad impedía a Marga cerrar la boca.
- Y encima en el metro, a hora punta. – el horror de Clarita contrastaba con la tranquilidad de María, que les contestó haciendo uso de su lógica particular:
- Por supuesto que en el metro, y a hora punta, que es cuando van los chicos honrados y trabajadores. Os dije la semana pasada, que se habían acabado los vagos y maleantes en mi vida, a partir de ahora sólo hombres trabajadores, encantadores y guapos.
Marga empezó a recogerse el pelo con unas horquillas.
- Bueno, a hora punta, también van carteristas. ¿O no Clarita?.
- Muy cierto, recordad cuando me robaron el monedero y tuve que pedir prestado para volver a casa, fue horrible.
Insensible a su hipotético matrimonio con un carterista madrugador, María seguía con su relato.
- Sois unas desconfiadas y unas amargadas, así no se puede ir por la vida, hay que ser más alegres, más abiertas de mente, más...
- ¿Aventureras? Las tres sabemos como acaban tus aventuras, pero si quieres te refrescamos la memoria.
- Equivocarse es la salsa de la vida, no podemos ser todos perfectos, como en esa película horrible que vimos ayer, y que al final eran todos extraterrestres, y así, claro, no se equivocaban. Porque, enteraos de una vez, (y aquí María cogió aire para que su teoría tomase más peso) los humanos nos equivocamos, y por eso somos humanos.
Clarita sacudió la cabeza mientras intentaba asimilar lo del desconocido hipotético honrado trabajador o malvado carterista, y la posible imperfección del ser humano que le diferenciaba de extraterrestres, para centrarse en un tema más practico:
- Entonces, te ha llamado. ¿Y que te ha dicho?.
- Ah, pues que con locas no queda, pero que tiene un amigo al que le gustaría conocerme.
Marga y Clarita preguntaron a coro: ¿Que vas a hacer?.
María estiró las piernas, tiró al suelo los cojines, y lanzó el mando hacia Clarita:
- Pues quedar con el amigo e intentar ligarme al otro. Desde luego hoy ha sido un gran día: con un simple gesto he conocido al hombre definitivo y a su maravilloso amigo. ¿Qué más se puede pedir de la vida?.
Noemí Herrera
Segundo ejercicio del curso
Buscando una respuesta
Empujaba el carrito de la biblioteca a última hora de la tarde, agradeciendo que no hubiese mucha gente presenciando sus esfuerzos para evitar que el carro se desviase tercamente hacia la derecha, por más que se intentaba mantenerlo derecho, las ruedas giraban y el carro avanzaba tropezando contra las estanterías: plack plack plack. Tan concentrada estaba por evitar colisiones, que tardó en darse cuenta de que alguien la seguía. Al principio fingía rebuscar entre los libros de idiomas, luego se lo tropezó vagando junto a las estanterías de cocina, poco después toqueteaba los lomos de los cómics, sin sacarlos de su sitio. Tras recorrer casi media biblioteca, optó por arrollarlo junto a los diccionarios. Y aprisionado entre el carro y un diccionario de antónimos y sinónimos, se atrevió a preguntar:
- ¿Puede ayudarme? He localizado una serie de libros en el ordenador, pero no los encuentro entre las estanterías -y añadió en voz baja como si fuese un estigma- es la primera vez que vengo aquí.
Ella le sonrió amable pero con firmeza, tal y como hacía con todos los chicos de Instituto, que llegaban desorientados buscando libros para sus trabajos académicos. Le miró de arriba abajo: menudo, con gafas, cara de tímido, vestido moderno pero sin pasarse. Lo suyo era el ordenador y no los libros, ahora le pediría “Platero y yo” especificando que era un libro escrito por un señor muy mayor, o algo así. Juventud: divino tesoro.
- Claro que te ayudo, y no te preocupes si vienes por primera vez, lo importante es que a partir de ahora seas asiduo.
El chico sonrió más tranquilo. Y le tendió una hoja pulcramente doblada en cuatro. “Amabilidad y firmeza, pensó ella sonriendo, y estos niños se te deshacen en las manos, aún haremos de ellos lectores ejemplares”.
La lista le cambió la cara, con letra caligráfica, a dos colores, ordenados alfabéticamente el joven lector solicitaba: “Vida después de la muerte”, “Comunicarse con los espíritus”, “Como usar la ouija”, así hasta 10 libros. Después de la sorpresa inicial sólo pudo pensar “Cuanto daño está haciendo “Crepúsculo”.
Le guió hasta la estantería y cuando estuvieron delante de ella, por primera vez al chico se le iluminó la cara:
- ¡Pero si tenéis muchos más libros! Vuestro buscador es un desastre, no se encuentra nada, si no llega a ser por tí, todo esto no lo veo - Extraía los libros entusiasmado, los ojeaba con ojo crítico y volvía a colocarlos, a toda velocidad. - ¿Cuántos puedo llevarme?
- Cinco.
- No son muchos, tendré que escoger muy bien.
- Bueno... cuando los devuelvas puedes sacar otros cinco, y así poco a poco ir leyendo lo que te interese.
El chico se detuvo un segundo para mirarla - lo que pasa es que no se si voy a tener tiempo.
- ¿Tiempo? Claro que vas a tener tiempo, te los prestamos 20 días, más que de sobra para que los leas y si no te da tiempo puedes renovarlos por 10 días más. - En eso si era igual al resto de los adolescentes: lo querían todo y nunca les bastaba el tiempo.
El chico la miró con cara “tu no lo puedes entender” y ella se encogió de hombros pensando “tienes razón, no puedo entenderlo, pero tampoco me interesa, con terminar de colocar los libros antes de la hora del cierre, tengo bastante”.
No volvió a verle hasta que el conserje empezó a apagar las luces, surgió de entre las tinieblas con los libros entre los brazos, gritando si aún estaba a tiempo para sacarlos. Ella suspiró, era la misma historia de todos los días: justo cuando estás apagando el ordenador, aparece el rezagado y no puedes salir a tu hora, con el frío que hace en invierno y las ganas que tenía de llegar a su casa para cenar y meterse en la cama.
Hizo un esfuerzo y sonrió, el chico era nuevo, y no quería que se llevase una mala impresión, por menos de eso se largaba la gente pensando “yo aquí no vuelvo, que la bibliotecaria es una borde”.
- Lo siento, es que me ha costado mucho decidirme, me habría gustado llevarme más, pero con estos tendrá que bastar.
Ella siguió sonriéndole distraída, pensando en cerrar el ordenador, coger el abrigo y salir corriendo hacia su casa.
- Ya te he dicho que puedes renovarlos, y el resto te seguirán esperando tranquilamente en su sitio. No es un tema del que haya mucha demanda, la verdad.
- No lo entiendo, ¿a tí no te interesa saber si hay algo después?.
Estuvo tentada de explicarle que a ella lo que le interesaba era largarse a su casa cuanto antes, y no ponerse a divagar sobre la vida y la muerte, si el chaval buscaba un interlocutor, que le diese la lata a sus padres.
- Bueno, ya sabes lo que dicen – empezó apagar el ordenador – nunca ha vuelto nadie para contarlo - Guardó los bolígrafos y le miró poniendo cara - eres muy simpático, pero ahora mismo sólo quiero irme a casa.
- ¿Te gustaría que alguien lo hiciese?. - El chico parecía no tener casa o pocas ganas de volver a ella.
- ¿Hacer qué?
- Regresar y contártelo.
- Pues claro – bromeó ella levantándose de la silla con cara de “vete ya, por favor” - siempre es interesante conocer cosas nuevas.
- Entonces volveré a verte – la puerta acristalada se cerró con un crujido metálico, y ella pensó “¡Por fin!”.
El primer día que encontró los cinco libros distribuidos por el suelo de la biblioteca, pensó que el chico tenía una forma curiosa de devolverlos, el segundo día estaban apilados sobre una mesa, justo debajo de la lampara de lectura, como si alguien los hubiese olvidado allí después de consultarlos, el tercero la esperaban en el carro junto al resto de los libros ordinarios, pero no fue hasta el cuarto cuando se enfadó de verdad: al mover su silla cayeron con estrépito sobre el suelo. Si aquello era una broma no le veía la gracia, ni la causa. Buscó sus datos en el ordenador y con la determinación que da el malhumor llamó por teléfono a su casa. Contestó un hombre de voz ronca, que la escuchó en silencio hasta el final, cuando arrastrando un poco las palabras respondió:
- Señorita, no entiendo nada de lo que me está contando, yo fui quien devolvió los libros, mi hijo se suicidó hace unos días.
Sentada con el teléfono en la mano, mirando los libros sobre la mesa le cruzó una idea “voy a tener que colocaros durante mucho tiempo”.
primer ejecicio del curso
Noemí Herrera