viernes, 15 de octubre de 2010

Banda sonora

Decir que me gusta la música es decir poco. La música soy yo sería más adecuado por pretencioso que pueda sonar.
No tengo ningún recuerdo, por lejano que esté en el tiempo, que no vaya acompañado de alguna melodía. Con los años he llegado a tener una banda sonora completa que acompaña cada una de las etapas de mi vida. Como cualquier recopilación que se precie tiene sus hits. Canciones exitosas que siempre van conmigo y todos ellos son de Joaquín Sabina.
Le descubrí con “Una de romanos” y fue un amor a primera vista. Bien, eso no es del todo cierto. Verle, lo que se dice verle, ya lo había hecho y por cierto, mi impresión sobre él no era bueno, más bien al contrario. Calificativos como pedante, pesado, feo, quinqui, borracho… eran lo mínimo que se me ocurría al verle. Era aparecer en la tele (en las contadas ocasiones que salía) y cambiar de canal. Y eso ahora no tiene mérito pero en aquellos años de impuesta dualidad televisiva, en los que no existía el mando a distancia y el poder de decisión lo tenían mis padres, no era tarea fácil.
No sé porque aquella canción en concreto me llegó tanto, quizás porque no dejaba de sonar en los 40 Principales o tal vez porque tenía unos espléndidos dieciséis años, estaba o creía estar enamorada y en unos meses iba a ser mamá. Mi vida y mis hormonas estaban alteradas por igual y esa tonada me relajaba y emocionaba por igual.
Como no podía ser de otra manera, me compré el casete. En mil novecientos ochenta y ocho los cedé estaban todavía en pañales y quien más, quien menos tenía un walkman, antepasado de los reproductores mp3. Era el álbum “El hombre del traje gris”, y con él llegó el gran descubrimiento. ¡Sabina escribía sus canciones pensando en mí! Imagino que debéis de estar pensando: “Otra fan histérica”. Pues no. Bueno sí a lo de fan, pero de histérica nada.
“La gafitas de la pecas con complejo de muñeca desconchada. Frota su cuerpo desnudo, contra el lino blanco y mudo de la almohada. Invisible entre la gente,
condenada a ser decente según fama que del cuello le colgaron los que nunca la invitaron a su cama”. Así empieza lo que puede ser el resumen de lo que era mi vida hasta el momento, sin tener en cuenta el embarazo, claro. ¡Es tan fácil caer en las garras de alguien cuando se está acomplejada y falta de afecto como yo lo estaba en aquellos años!
El papel de patito feo no es plato de buen gusto pero solo los que lo hemos vivido en primera personas sabemos lo mucho que marca ir por la vida sin que nadie se fije en ti, o si lo hace, es para burlarse. El dolor que se siente siendo la carabina de tu amiga guapa –aguantavelas, lo llamaban- y que todos los chicos que la rodean te miren con lástima e intenten hacerse los simpáticos contigo para ver si de este modo, consiguen su objetivo: ¡Ligarse a la guapa! Durante mucho tiempo yo fui como la protagonista de la canción, una receptora de besos en la frente o cara pero siempre castos, puros y por supuesto, interesados.
Así pues, ¿cómo no iba a enamorarme del primero que me hizo sentir hermosa y mujer? Caí como la colegiala que era y le di todo lo que tenía y un poco más. Y la criatura que esperaba fue el resultado de tanto amor (y de la rotura de un condón, que eso a mi entender, también tuvo algo que ver).
Y en otro de los temas, la segunda coincidencia: “La chica de BUP casi todas las asignaturas suspendió el curso en que preñada aquel chaval la dejó. Y cuando en la pizarra pasa lista en profe de latín, lágrimas de desamor ruedan por la página de un bloc, y en él escribe ¿quién me ha robado el mes de abril? ¿Cómo pudo sucederme a mí?”.
¡Ya lo creo que me pasó! Y hubo boda o más bien bodorrio. Lloró mi madre, mi abuela y hasta el apuntador (no recuerdo si mi suegra también) pero yo estaba feliz y radiante, como cualquier novia que se precie. Y hubo noche de bodas pero no luna de miel, más bien fue de hiel. Y lo siguió siendo durante tres años más hasta que tanta amargura fue insoportable y me separé, divorcié y olvidé.
Durante esos años, como podéis imaginar empecé a recopilar los trabajos anteriores de Sabina sin descuidar, por supuesto, lo nuevo. En todos y cada uno de ellos había alguna letra en la cual mi vida se reflejaba. Unas veces para bien, otras para mal pero siempre íntimamente ligada a lo que esa voz ronca por no decir cazallosa pero a la vez acariciadora cantaba.
Joaquín habló de mi soledad: “Algunas veces vuelo y otras veces me arrastro demasiado a ras del suelo…”, “Vivo en el número siete, calle Melancolía. Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría. Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía…” Casi parecía que me estuviera pronosticando una severa depresión preludio de un suicidio pero no fue así. Conocí a Martín.
Martín llegó cargado de amor. Pero amor del bueno, de arrumacos y berrinches, de pasiones intensas y noches en el sofá. Y de nuevo las canciones: “¿Dónde queda tu oficina para irte a buscar? Cuando la ciudad pinte sus labios de neón subirás en mi caballo de cartón. Me podrán robar tus días… tus noches no.”, “Febril como la carta de amor de un preso. Así estoy yo, así estoy yo, sin ti.”
Y pasaron los días, meses, años… y el amor se fue marchando, casi sin darnos cuenta, como polvo a través de las ventanas. Un día le miré y no vi un amante, si no a un amigo, un hermano. Una nueva sonata entraba en mi vida: “Hace demasiados meses que mis payasadas no provocan tus ganas de reír. No es que ya no me intereses pero el tiempo de los besos y el sudor es la hora de dormir” y el adiós no se hizo esperar. Fue doloroso, nunca es fácil cuando aparentemente no hay motivos, la rutina es así, rastrera e invisible pero implacable y por supuesto, destructora.
Mi juglar ya tenía listo el nuevo hit parade ¿Alguien lo había dudado? “Tanto la quería, que, tardé, en aprender a olvidarla, diecinueve días y quinientas noches.” Y el tiempo pasó, el luto se alivió y yo ya no era el patito feo si no una mujer madura, con una idea clara sobre su vida. ¡Vivir y amar intensamente! Adopte un himno apropiado “Qué voy a hacerle yo, si me gusta el güisqui sin soda, el sexo sin boda, las penas con pan? ¿Qué voy a hacerle yo, si el amor me gusta sin celos, la muerte sin duelo, Eva con Adán”. Y así sigo hasta hoy. No me va mal. No me han faltado amores, ni amantes, ni tampoco alegrías adobadas con algún que otro disgusto. La vida es así y así la quiero tomar, sin censuras, ni placebos que me hagan sentir mejor.
Espero ansiosa cada nuevo trabajo de mi cantautor particular, segura de que sabe de mí y lo transcribe en cada una de sus letras, sin pudor y sin permiso. ¿Debería pedirle derechos de autor? Me sonrío al pensar la cara que pondría y en la nueva canción que me dedicaría.
Una más para engrosar mi banda sonora particular.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy interesante
Enhorabuena
Ferran Villergas

Aula de Escritores dijo...

¡Un trozo de vida plasmada en pantalla!
Lúa

Aula de Escritores dijo...

ME ENCANTÓ TU RELATO. REALMENTE PROYECTAS MUY BIEN AL PERSONAJE, SUS ESTÁDOS DE ÁNIMO Y CLAR, LAS CANCIONES DE BUEN JOAQUÍN SABINA.

FELICIDADES!