Por Carla Lopresti
Son las doce y media de la mañana y las persianas no dejan entrar aún el sol radiante que ilumina el día. En la oscura habitación, una mesa negra, sobre la mesa negra, una taza de café ya frío y al lado de la taza, un teléfono. Al lado del teléfono, el Gordo, esperando impaciente a que éste suene.
Ring ring. ¿Si? Soy yo Gordo, ya lo tengo. ¡Por fin! ¿Te vio alguien? Bueno, era un poco difícil que no me viera nadie. ¡Pero te dije que fueras discreto! ¿Qué pasó? Nada, no pasó nada, no te alterés por favor. ¿Cómo no voy a alterarme? ¿Qué pasó? Nada, tototodo salió como lo habíamos planeado, sasalvo que algunas personas me vieron. ¡Pero no te entiendo! ¿Qué es lo que no entendés Gordo? No meme grites. Sabía que no podrías hacerlo solo. Pero es mi culpa, no debí haberte encargado tal tarea a vos, ¡inútil! Gordo, no me digas inútil por favor. Que los dos últimos encargos no me hayan salido del todo bien no significa que en éste la haya cagado también. Si me estás diciendo que te han visto es porque te has vuelto a equivocar, ¡inepto! No te preocupes Gordo, está todo bajo control. No me llamés así por favor te lo pido. Soy torpe pero no tanto. Bueno, supongo que tendrás razón, contame. ¿Cómo es? Y, bubueno, qué se yo. ¡Cómo qué se yo! ¡Aunque sea decime si te gusta! ¿Y, qué te puedo decir? ¡Cómo qué me podés decir! ¡Si te gusta o no! Me estás gritando otra vez Gordo. ¿Cómo no te voy a gritar si me ponés de la nuca? Siempre me decís lo mismo Gordo. ¿Y qué querés que te diga si das mil vueltas y no me decís nada? ¡Seguro que la volviste a cagar! Pero Gordo, ¿qué querés que te diga si me preguntás si me gusta o no? ¡Yo qué sé! ¿Cómo yo que sé? ¡Escuchame, llevamos planeando esto hace meses y ahora venís vos y me decís que no sabés si te gusta o no! ¡Es el más grande y el más caro de Latinoamérica! Gordo, no tete pongás así, gragrannde sí que es, pero caro, no estoy muy seguro. ¿Qué tan grande es? Y, medirá más o menos metro ochenta, pero parece más de clase media baja. ¡¿Qué?! ¿De qué me estás hablando? Gordo no te entiendo, hace diez minutos que estamos hablando de lo mismo y ahora me preguntás de qué te estoy hablando. A ver, tranquilicémonos. Si yo estoy tranquilo Gordo, sos vos el que está alterado como siempre. Escuchame imbécil, el diamante mide como mucho un centímetro y vos me estás diciendo que mide metro ochenta. ¿De qué diamante me hablás Gordo? ¡Cómo que de qué diamante te estoy hablando! Ayer quedamos en que hoy irías a las once de la mañana a la joyería de la calle Alvear y te llevarías el diamante más grande que tienen. ¿Te acordás de esa conversación? ¡Me estoy poniendo loco! Decime, ¿qué es lo que te llevaste? (Unos segundos de silencio) ¿ Estás ahí? ¡Contestame! ¿Qué es lo que tenés? Gordo, no te enojés, lo puedo devolver. ¿Qué es lo que podés devolver? ¡Hablá! No me grites. ¿Qué te llevaste de la joyería? Una perpersona. ¿A quién? Crecrecreo que es el joyero. ¿Cómo que al joyero, estás loco? Sabía que no tendría que haber planeado nada más con vos, desde aquella vez en que en lugar de la hija del gobernador secuestraste a su gato y la otra vez en que machacaste a hachazos los jazmines del presidente, en lugar de matar a su esposa, Jazmín!¿Qué hago ahora Gordo? Ya estoy cerca de tu casa. Llego y pensamos qué hacer, pero no te enojes por favor. ¿Gordo? ¿Estás ahí? ¿Gogogordo? Tuc tuc (llaman a la puerta del Gordo) ¿Quién es? La policía, ábranos. ¿Gordo, Gordo? ¿Qué está pasando?¿Qué hago?
Mostrando entradas con la etiqueta lopresti. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta lopresti. Mostrar todas las entradas
miércoles, 9 de julio de 2008
Mark Stevens
Por Carla Lopresti
Hola, mi nombre es Mark Stevens, y si no tienen nada mejor que hacer, los invito a que lean esta carta, en la que les contaré por qué me encuentro solo en este bar, y la razón por la que dentro de una hora estaré muerto.
El hombre con traje y sombrero negro y la mujer pelirroja sentados en frente mío me invitan a una copa, para que nadie sospeche, especialmente Phill, que están allí sólo para quitarme lo poco que me queda. Aunque ella me mira a través de sus oscuros lentes, puedo verle la misma mirada amenazadora con la que me miró aquella noche, hace ya un mes, cuando sentados alrededor de una mesa redonda, en aquel cuartucho húmedo y abandonado, y junto a cinco perdedores más, me arrebató lo poco que me quedaba de dignidad. Phill, el camarero, ajeno a lo que está sucediendo, me sirve un whisky con hielo. Sabe que es mi bebida favorita.
Acudí aquella noche a aquel antro convencido de que sería la última vez. Sólo deseaba, sólo necesitaba, ganar mi última partida para saldar todas mis deudas. No podía regresar a casa y decirle a Linda que había vuelto a perder. Que nuestra casa ya no era nuestra, que nuestro auto, ya no nos pertenecía. Pero es obvio que la suerte nunca me acompañó, y menos desde que la bebida se transformó en mi mejor compañera.
La tienda que se encuentra al frente del bar de Phill, es mía, es lo único que me queda, pero debo elegir entre la tienda y Linda, a la que ellos han secuestrado hace dos días. Y todo por no pagarles la deuda de aquella noche, iluso, pensando que me la perdonarían. Si le hubiera hecho caso a Linda cuando me imploró no seguir reuniéndome con aquella gentuza, y dejar la bebida, quizás ahora estaríamos juntos, aún tendríamos nuestra casa y seguiríamos trabajando en nuestra tienda. Quizás. Pero como de costumbre, la ignoré y me dejé llevar por las promesas irresistibles de una vida más cómoda y lujosa que me ofrecía aquella mujer, tan irreal, tan atractiva, tan endemoniada, que ahora no me quita la vista de encima.
Ya no me queda nada, sólo este vaso de whisky y la sonrisa amable de Phill. La calle oscura está desierta. No puedo salir corriendo del bar ni pedirle ayuda a nadie. Por una vez en la vida debo hacer algo de lo que Linda se sienta orgullosa, aunque no vuelva a verme. No puedo refugiarme en mi tienda, porque ya no es mía. Luego de entregársela a esta gente me dirigiré al baño de Phill.
Allí he dejado escondida mi pistola, detrás de la papelera. La colocaré justo en medio de mi frente, encima de mis ojos, y apretaré el gatillo. No creo que me sea tan difícil, ya la he usado otras veces, algo que Linda nunca sabrá de mi pasado.
La mujer de los lentes oscuros me hace la seña acordada, y yo le entrego a Phill un sobre en donde he guardado el poco dinero que me quedaba y la llave del local para que se lo alcance. La policía que hace su recorrido nocturno no debe sospechar nada. Debo mantenerme en calma. Con un pañuelo quito las gotas de sudor que me caen por la frente.
Phill le entrega el sobre a la mujer sin cuestionamientos. Esta mira al hombre de traje negro que se encuentra a su lado y murmura alguna cosa que no alcanzo a oír.
Ambos se ponen de pie, y luego de mirarme fijamente a los ojos, y esbozar una cruel sonrisa, cruzan la puerta del bar desapareciendo de mi vista.
Ahora sí, mi mujer será liberada. Podrá olvidarme y comenzar una nueva vida. Ya no la haré sufrir más.Saludo a Phill . Me marcho al baño.
Hola, mi nombre es Mark Stevens, y si no tienen nada mejor que hacer, los invito a que lean esta carta, en la que les contaré por qué me encuentro solo en este bar, y la razón por la que dentro de una hora estaré muerto.
El hombre con traje y sombrero negro y la mujer pelirroja sentados en frente mío me invitan a una copa, para que nadie sospeche, especialmente Phill, que están allí sólo para quitarme lo poco que me queda. Aunque ella me mira a través de sus oscuros lentes, puedo verle la misma mirada amenazadora con la que me miró aquella noche, hace ya un mes, cuando sentados alrededor de una mesa redonda, en aquel cuartucho húmedo y abandonado, y junto a cinco perdedores más, me arrebató lo poco que me quedaba de dignidad. Phill, el camarero, ajeno a lo que está sucediendo, me sirve un whisky con hielo. Sabe que es mi bebida favorita.
Acudí aquella noche a aquel antro convencido de que sería la última vez. Sólo deseaba, sólo necesitaba, ganar mi última partida para saldar todas mis deudas. No podía regresar a casa y decirle a Linda que había vuelto a perder. Que nuestra casa ya no era nuestra, que nuestro auto, ya no nos pertenecía. Pero es obvio que la suerte nunca me acompañó, y menos desde que la bebida se transformó en mi mejor compañera.
La tienda que se encuentra al frente del bar de Phill, es mía, es lo único que me queda, pero debo elegir entre la tienda y Linda, a la que ellos han secuestrado hace dos días. Y todo por no pagarles la deuda de aquella noche, iluso, pensando que me la perdonarían. Si le hubiera hecho caso a Linda cuando me imploró no seguir reuniéndome con aquella gentuza, y dejar la bebida, quizás ahora estaríamos juntos, aún tendríamos nuestra casa y seguiríamos trabajando en nuestra tienda. Quizás. Pero como de costumbre, la ignoré y me dejé llevar por las promesas irresistibles de una vida más cómoda y lujosa que me ofrecía aquella mujer, tan irreal, tan atractiva, tan endemoniada, que ahora no me quita la vista de encima.
Ya no me queda nada, sólo este vaso de whisky y la sonrisa amable de Phill. La calle oscura está desierta. No puedo salir corriendo del bar ni pedirle ayuda a nadie. Por una vez en la vida debo hacer algo de lo que Linda se sienta orgullosa, aunque no vuelva a verme. No puedo refugiarme en mi tienda, porque ya no es mía. Luego de entregársela a esta gente me dirigiré al baño de Phill.
Allí he dejado escondida mi pistola, detrás de la papelera. La colocaré justo en medio de mi frente, encima de mis ojos, y apretaré el gatillo. No creo que me sea tan difícil, ya la he usado otras veces, algo que Linda nunca sabrá de mi pasado.
La mujer de los lentes oscuros me hace la seña acordada, y yo le entrego a Phill un sobre en donde he guardado el poco dinero que me quedaba y la llave del local para que se lo alcance. La policía que hace su recorrido nocturno no debe sospechar nada. Debo mantenerme en calma. Con un pañuelo quito las gotas de sudor que me caen por la frente.
Phill le entrega el sobre a la mujer sin cuestionamientos. Esta mira al hombre de traje negro que se encuentra a su lado y murmura alguna cosa que no alcanzo a oír.
Ambos se ponen de pie, y luego de mirarme fijamente a los ojos, y esbozar una cruel sonrisa, cruzan la puerta del bar desapareciendo de mi vista.
Ahora sí, mi mujer será liberada. Podrá olvidarme y comenzar una nueva vida. Ya no la haré sufrir más.Saludo a Phill . Me marcho al baño.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)