martes, 26 de abril de 2011

El aventurero (1º ejercicio)

EL AVENTURERO (ABRIL 2011)

Por fin, en el último momento, cuando ya parecía que se había dado por vencido, Matías se decidió a salir a la búsqueda de su aventura particular, la que había prometido escribir.

Como cada año por estas fechas su padre había organizado su gran día, se acercaba su 63 cumpleaños y la fiesta prometía…prometía para todos menos para Matías que estaba nervioso y enfadado consigo mismo. ¿por qué? ¿por qué me meteré yo en estos berenjenales? Se preguntaba todos los días desde que hiciera aquella promesa a su tío Daniel.

Después de mucho tiempo el tío Daniel, el que vivía en algún pueblo remoto, de esos que ni vienen en los mapas, había decidido visitar a su hermano y, por supuesto, asistir a su fiesta. Antes de dejarlo todo y retirarse a aquel pueblo perdido, el tío Daniel había sido profesor de literatura en el instituto donde Matías estudió bachillerato y aquí venía, una vez más, a removerle la conciencia, como siempre había hecho.

Por aquel entonces la gente del instituto se dividía en dos grandes grupos “los de ciencias” y “los de letras”. Matías era un buen estudiante y los “buenos estudiantes”, como no, pertenecían a la clase de ciencias, eran los futuros ingenieros, los que sacarían adelante el país. Los de letras eran los que, pobrecitos, si es que no les daba más que para “dedicarse al arte”.

Matías nunca había tenido muy en cuenta lo que le decía su tío. Cuando le reprochaba que no diera a las letras la importancia que se merecían. Siempre le pedía un poco más de esfuerzo en sus trabajos de literatura. No estaba bien visto entre los de ciencias dedicar mucho tiempo a “las letras”, era asignatura obligatoria así que se hacía lo justo y necesario y ni un poco más y Matías no iba a ser “menos” que sus compañeros (que “a letras” se dedican los que andan espesos en matemáticas, hombre).

Su tío Daniel, su profesor, sabía como hacía su sobrino sus trabajos de literatura y cuanto tiempo dedicaba a ellos. Siempre igual, siempre daba a sus alumnos una semana para entregar los trabajos y conocía la costumbre de Matías. Dejar sus trabajos de literatura para el último momento. Ultimo día, última hora, cuando ya había hecho todo lo demás, todo lo que consideraba importante para su gran futuro como ingeniero.

Así que cuando tocaba corregir los trabajos de Matías le picaba todo, sobre todo la moral. Esa imaginación, esa soltura para escribir, esa facilidad que tenía y el zopenco de él no se enteraba o no quería enterarse. No sabía como hacérselo ver, tal vez si hubiera habido una formula matemática que lo expresara, su sobrino sí hubiera entendido la impotencia que sentía él como profesor. No entendía el por qué de aquello. Daniel recordaba cuando el chico aprendió a leer y pronto empezó a subir a la biblioteca del abuelo a leer todo lo que caía en sus manos, por no decir las veces que su madre le había pillado bajo las sábanas, con la linterna, leyendo a escondidas a altas horas de la madrugada y cuando, orgulloso le había enseñado su primer cuento. Solo tenía 9 años y el niño disfrutaba escribiendo, leyendo y mostrándole sus trabajos.

Pero cuando llegó la hora de elegir Matías optó por la clase de ciencias, porque era lo que tenía que hacer, porque aquello era lo que se consideraba querer convertirse en “alguien de provecho”. Vas a comparar uno de ciencias con uno (pobre) de letras. Vas a comparar, un ingeniero con un (pobre) profesor de literatura que escribe en sus horas libres.

Había pasado mucho tiempo y cuando su tío le llamó para decirle que este año estaría para la fiesta de su padre. Le había pedido “por favor escribe algo para mi. Prométeme que vas a escribir algo para tu viejo profesor, una de esas aventuras que inventabas,…venga, sobrino, inténtalo chico, solo intentarlo, a ver que sale, venga que tienes todavía una semana”…. Matías fue incapaz de negarse y ahora se estaba arrepintiendo. No se sentía capaz de hacerlo, pasaban los días se acercaba la fecha y no encontraba el momento, ni las ganas… ni las ideas.

Llegó el último día a última hora, cuando ya había hecho todo lo demás, todo lo que consideraba importante para su presente como ingeniero, pobrecillo, el que iba a sacar el país adelante y se le quedó atrás, 12 horas de trabajo diarias en algo con lo que nunca había disfrutado la mitad de lo que lo hacía escribiendo…tan listo que era, de la clase de “los de ciencias”… había prometido escribir una aventura y por fin, en el último momento, cuando ya parecía que se había dado por vencido, Matías se decidió a salir a la búsqueda de su aventura particular, la que había prometido escribir.

Una vez más, poco tiempo para dedicarse a lo que a uno le gusta,…la aventura de su vida, la única que pudo encontrar. Para su tío, su profesor de literatura, una hoja escrita precipitadamente y solo una frase,”tío Daniel: ¿crees que será tarde para cambiarme a la clase de “los de letras”?



FIN

No hay comentarios: