Las puertas de cristal se abrieron de golpe produciendo el efecto de un pequeño terremoto: sillas bailando, movimiento peligroso de los cuadros, cortinas ondeando como locas, y en el epicentro del desastre: María agitando el movil con cara de loca:
- ¡Chicas! ¡No os lo váis a creer! ¡Me ha llamado un hombre!.
Las chicas, acostadas cada una en un sofá, siguieron mirando hacia la televisión. Apenas un leve movimiento en los sofás demostró la existencia de vida inteligente en el salón, pero no su interés por como le había ido el día a su compañera de piso. María, insensible al fracaso, arrebató el mando a Clarita y con gesto decidido apagó la tele.
- Es encantador, listo, guapo y muy inteligente. Creo que es el definitivo. – muy satisfecha, María se sentó en una butaca tirando al suelo un par de cojines.
Clarita y Marga reactivaron sus neuronas y como dos sierpes se lanzaron sobre María intentando recuperar el mando.
- Esto te pasa todos los días, no es una novedad. – dijo Clarita con sinceridad aplastante mientras intentaba reducir a María.
- Además, ahora va a empezar CSI, y hoy va a ser muy emocionante. – Marga había agarrado a María por un pico del jersey y tiraba de él con tozudez. - Danos el mandooooooooooooooo, y no te sientes encima de el que lo vas a romper.
María se retorció como pudo, hasta que logró ocultar el mando entre unos cojines sobre los que se sentó sin perder la sonrisa:
- No os lo daré, hasta que os lo haya contado todo, veréis como es muy bueno.
Las chicas se dieron por vencidas. Después de un año de convivencia les había quedado claro que sólo la tozudez de María podía igualar a su capacidad de enamoramiento.
De dos tirones, Clarita se hizo con los cojines blandos mientras lanzaba la pregunta que María esperaba desde su entrada catastrófica en la sala:
- ¿cuándo has conocido a ese dechado de virtudes que te llevará al altar?.
Si alguien buscase en ese momento "satisfacción" en la wikipedia, habría aparecido al lado la imagen de María: sentada en una butaca, con las piernas cruzadas a lo buda, las manos sobre la barriga, y una sonrisa tan ancha como su cintura, contemplaba su auditorio esperando despertar la suficiente expectación. Enfadada, Marga le arrojó un cojín que fue atrapado limpiamente, y utilizado para acomodar la espalda por la protagonista del momento:
- Empieza ya a contar, encima de que te aguantamos, no te hagas la interesante. – Marga había empezado a limarse las uñas con rabia decidida a aprovechar el tiempo.
- Y cuanto antes empieces, antes acabas, y aún podemos salvar algo del CSI. – Clarita no se resignaba a perder la noche de televisión y vigilaba con disimulo el lugar donde el mando había sido sepultado.
- Vale, no os mato más de curiosidad: le conocí esta mañana en el metro. – María siempre había hecho gala de una espontaneidad rayana en la locura, pero aquello a las chicas las superó
- ¿Me estás diciendo que has dado tu teléfono a un desconocido que te lo pidió esta mañana en el metro?. Clarita había cerrado los ojos y contado hasta tres antes de abrir la boca.
- No, claro. – Contestó María - no estoy tan tonta.
Suspirazo de Marga:
- Menos mal, vaya susto.
- Yo fui la que se acercó a el, y le dio el teléfono. – explicó María.
- ¿Pero es que te has vuelto loca?. ¿Cómo se te ocurre acercarte a un desconocido y darle tu teléfono?. – la incredulidad impedía a Marga cerrar la boca.
- Y encima en el metro, a hora punta. – el horror de Clarita contrastaba con la tranquilidad de María, que les contestó haciendo uso de su lógica particular:
- Por supuesto que en el metro, y a hora punta, que es cuando van los chicos honrados y trabajadores. Os dije la semana pasada, que se habían acabado los vagos y maleantes en mi vida, a partir de ahora sólo hombres trabajadores, encantadores y guapos.
Marga empezó a recogerse el pelo con unas horquillas.
- Bueno, a hora punta, también van carteristas. ¿O no Clarita?.
- Muy cierto, recordad cuando me robaron el monedero y tuve que pedir prestado para volver a casa, fue horrible.
Insensible a su hipotético matrimonio con un carterista madrugador, María seguía con su relato.
- Sois unas desconfiadas y unas amargadas, así no se puede ir por la vida, hay que ser más alegres, más abiertas de mente, más...
- ¿Aventureras? Las tres sabemos como acaban tus aventuras, pero si quieres te refrescamos la memoria.
- Equivocarse es la salsa de la vida, no podemos ser todos perfectos, como en esa película horrible que vimos ayer, y que al final eran todos extraterrestres, y así, claro, no se equivocaban. Porque, enteraos de una vez, (y aquí María cogió aire para que su teoría tomase más peso) los humanos nos equivocamos, y por eso somos humanos.
Clarita sacudió la cabeza mientras intentaba asimilar lo del desconocido hipotético honrado trabajador o malvado carterista, y la posible imperfección del ser humano que le diferenciaba de extraterrestres, para centrarse en un tema más practico:
- Entonces, te ha llamado. ¿Y que te ha dicho?.
- Ah, pues que con locas no queda, pero que tiene un amigo al que le gustaría conocerme.
Marga y Clarita preguntaron a coro: ¿Que vas a hacer?.
María estiró las piernas, tiró al suelo los cojines, y lanzó el mando hacia Clarita:
- Pues quedar con el amigo e intentar ligarme al otro. Desde luego hoy ha sido un gran día: con un simple gesto he conocido al hombre definitivo y a su maravilloso amigo. ¿Qué más se puede pedir de la vida?.
Noemí Herrera
Segundo ejercicio del curso
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