-Como se dibuja un malestar? –planteó una chica en la clase.
Quedamos todos un poco desconcertados. Tenía razón. Hay cosas que tienen una
calidad etérea para ser plasmadas en un dibujo.
Aquel día me fui a casa con un misterio en mi cabeza. Pero por la noche algo se
encendió en mi. El profesor, en una anterior clase, había recalcado la importancia de
la expresión artística como una vía de descubrimiento de lo más recóndito, lo más
profundo de nosotros mismos.
Dejé que toda la información se colara por los poros de mi mente, absorbiendo cada
detalle de las clases. La verdad es que tenía como una cosa dentro de mi que
necesitaba comprender, algo que hervía.
El lunes tomé otra ruta para ir al trabajo. Pensé que estos pequeños gestos, como
cambiar la ruta, o tomarse el café en otro lugar, me otorgaban una pequeña libertad
para romper la monotonía de ir a trabajar de lunes a viernes en un trabajo que solo
servía de medio económico para vivir.
Al pasar por un callejón y girar por una pequeña plaza, vi un pintor que estaba
pintando un rostro, un rostro de mujer. En ese preciso instante, se hallaba ocupado de
los ojos. El pintor los perfiló, unos ojos inexpresivos, y de repente, con un rápido toque
de pincel, les dio vida. Increíble, pensé; ahora todo el rostro de la mujer había
cambiado: te miraba con una extraña mezcla de ternura y seductora madurez.
Algo tan inefable fue magistralmente expresado por el pintor con unos toques de
pincel.
Esta vez lo que hervía dentro de mí se volvió compacto: expresar la vida, es emprender
un viaje al infinito, me dije en voz alta; un viaje apasionante.
Pasé los días plasmando infinidad de realidades y mundos en mis cuadros. Mezclas
de colores inimaginables que formaban el misterio de un atardecer; Perfiles de
emociones convertidas en explosiones de color; Si un pensamiento, una idea bastante
fuerte como para hacerme vivir crecía en mi, dibujaba todo un mundo simbolista
nacido del inconsciente; y si leía una historia o veía una película que me gustaran tanto
como para llegar a la frontera del dolor, emprendía proyectos artísticos en que
intentaba una serie de cuadros que formaran una imagen unificada y una historia
pintada a ojos del espectador.
Un día recordé una frase de una escritora: no podemos perseguir afanosamente la
belleza, con el miedo pisándonos los talones.
Y entendí que para vivir tenía que conocerme, tenía que conocer mis debilidades
primero. Así como la escritora tomaba nota de su parte oscura para superarla, yo
empecé a sacar el malestar en mis cuadros.
Podían ser dibujos y pinturas bien reales, de algo tan interior e inefable: el llanto
convertido en unos ojos suplicantes que derramaban una sola lágrima, pero pintada de
tal forma, que el lienzo lloraba.
Así, depuré todo mi ser con la expresión artística. Y pude entender muchas cosas
que antes no comprendía. Pero sobretodo, si ahora quería volar, podía hacerlo, dentro
de un cuadro, con unos toques de pincel…
Marc Ribas
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