- Aitona* despierta….venga despierta….- reclamaba cariñosamente su nieta dándole besitos en su arrugada mejilla - ¡despierta ya! No es hora de dormir…- el abuelo se agitó un poco mientras salía de su somnolencia no de muy buena gana - ¡ por favor, por favor! …. Cuéntanos un cuento…..- insistía y volvía a insistir Andrea esta vez ya tirando de la manga de la camisa de verano de su abuelo que descansaba sus cansados huesos en su sillón predilecto, acogedor, envolvente, viejo y gastado como él. Llevaba tanto tiempo sentándose en él que ya tenía la forma y el olor característico de su colonia y el del tabaco de su pipa mezclado con el olor del cuero viejo.
Andrea y sus hermanos adoraban a su abuelo. A pesar de ser un hombre ya casi nonagenario, de la antigua escuela, de educación férrea y estricto en sus deberes y en el de los demás, era también un hombre dulce y cariñoso con sus nietos a los que tenía habituados a sus historias, relatos y cuentos que gustosamente inventaba cada vez que éstos solicitaban su compañía. La única condición que les imponía era que si querían que les relatara un cuento, primero le tenían que servir un vaso de vino tinto para aclararse bien la garganta.
El abuelo, que estaba adormilado mientras su mujer y su hija preparaban la comida en la cocina y su yerno ponía la mesa en el jardín después de una soleada mañana de verano en la playa en familia, abrió pesadamente sus ojos, giró ligeramente su cabeza y vio a través de sus gruesas gafas a sus tres nietos portando en sus manos diferentes manjares tentadores que incitaban al relato de un nuevo cuento.
Andrea, la mayor de los tres hermanos, tenía ocho años y era la niña de sus ojos. Para él, era la niña más bonita y lista del mundo. Con su pelo negro, ondulado y largo hasta la cintura, ahora trenzado y mojado después de la excursión al mar, y sus ojos grandes, negros e inteligentes rodeados de largas y negras pestañas, conseguía con sólo una mirada alegrarle la vida. Sabía exactamente cómo lograr que su abuelo contestara a sus peticiones, ella lo sabía, y es por eso que siempre era la encargada de solicitar el relato esperado antes de la comida del mediodía. Su abuelo observó que llevaba en sus manos el vaso de vino tinto que seguramente sirvió su madre, pensó el, peaje indispensable antes de la narración de ese día. Su nieta tenía los ojos muy abiertos, expectantes ante el nuevo cuento, y una gran sonrisa en sus labios a la que no podía resistirse. Su abuelo, lentamente, alargó el brazo, rozó suavemente su mejilla en una caricia y tras descender su mano hasta la suya cogió el vaso que en ella sostenía antes de que su rojo contenido se derramara en la alfombra de la abuela.
Julen y Mikel, eran los hermanos gemelos de Andrea. Con seis años de edad, eran idénticos físicamente. Morenos de pelo muy corto ya que nada más llegar el verano su madre les rapaba la cabeza, de tez blanca y muy pecosa, tenían una sonrisa muy picarona y ojos verdes claros muy brillantes e infantiles que a su abuelo generaban una gran ternura. Al abuelo le costaba mucho diferenciarlos, pero este verano tuvo suerte ya que a Julen se le acababan de caer dos dientes y a su hermano aún no y así, al poder distinguirlos, no podían seguir tomándole el pelo en sus juegos de cambios de identidad. En cuanto a su personalidad en cambio, eran totalmente divergentes ya que mientras Julen era un niño tranquilo, cariñoso y empático, Mikel era inquieto y travieso, aunque también cariñoso. Los dos juntos hacían un dúo peligroso ya que claramente Mikel era el dominante y Julen el alegre dominado. A su abuelo le encantaba mirarlos cuando jugaban entre ellos, a veces fastidiaban a su hermana, sobretodo Mikel, y hacían travesuras con todo lo que tenían prohibido tocar en casa de su abuela haciendo que ésta les regañara, siempre con una sonrisa escondida. Hacían que añorara sus tiempos de juventud.
Los dos niños estaban a cada lado de su hermana llevando en sus manos un pequeño bocadillo de chorizo, para acompañar al vino, y la pipa para después del aperitivo cada uno mientras mostraban una gran sonrisa y escondían sus manos libres en sus espaldas. Su abuelo se dio cuenta de que hoy era un día especial ya que traían más de lo estipulado con lo que supuso que le pedirían algo más que la simple narración del cuento. Por más que se estrujaba la mente, no sabía qué era lo que tenía de especial el día, pero sabía que algo ocurría, y mientras despejaba su mente y cogía de las manos de los niños los presentes que le traían, intentó averiguar cual era el acontecimiento diferente del día.
- ¡Uy..! ¿qué me traéis? ¡qué suerte la mía! ¡si viene con un pincho y la pipa de fumar! ¿qué será lo que he hecho tan bien que me merezco tantos mimos….? ¿o será que vosotros habéis hecho algo malo y queréis pedirme disculpas antes de que yo me entere de qué es lo que ha pasado?
- ¡No! – contestaron los tres niños a la vez - nosotros nos hemos portado muy bien, hemos estado en la playa, nos hemos duchado y le hemos ayudado a poner la mesa a aita** – continuó diciendo Julen, siempre sin quitar la gran sonrisa de su cara.
- Entonces….¿qué os traéis entre manos? ¿por qué escondéis una mano a la espalda vosotros dos? – contestó su abuelo mirándolos directamente a través de sus grandes y gruesas gafas mientras se incorporaba pesadamente en el sillón.
- ¡Ah! ¿ no lo sabes aitona?- contestó Andrea mostrando ya sus pequeños dientes en una sonrisa que iba en aumento – Hoy es un día especial….
- ¿y qué día es hoy, si puede saberse? – preguntó el abuelo sorprendido y algo desorientado ya que aún no entendía exactamente qué era lo que pasaba.
- Pues…. Que hoy no vas a ser tú quién nos cuente el cuento…… sino que vamos a ser nosotros quienes te lo contemos….
- ¡ Ah sí…! ¡qué suerte tengo! ¿y cuál es la razón de tal honor? – respondió el abuelo cada vez más intrigado.
- Porque hoy queremos hacerte un gran regalo, que es contarte el cuento que hemos inventado entre los tres – le confesó Mikel – y dos pequeños – continuó Andrea mientras miraba a sus hermanos a la vez que les asentía con un ligero gesto de la cabeza y éstos sacaban sus manos escondidas de la espalda mostrándole dos grandes y preciosas conchas blanco nacaradas de mar. Y los tres al unísono gritaron - ¡FELIZ CUMPLEAÑOS AITONA!.
* Aitona : abuelo, en vasco.
** Aita : papa, en vasco.
Ainhoa B.
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