En un bar nocturno, en la profunda noche, se oyó una extraña conversación entre dos hombres. Uno de ellos, en el frenesí del alcohol, gritó: -Me siento como un elefante atrapado en un cenicero. Es que nadie se da cuenta, que mi cigarrillo se consume como se consume mi vida, y no puedo escapar! Un hombre delgado y viejo, de rasgos indios, se lo quedó mirando con sorpresa.
-te das cuenta de lo que acabas de decir? Un elefante atrapado en un cenicero.-repitió como para sí.- interesante…
El primer hombre dijo:
-y que hay de interesante?. –su cara reflejaba mil noches como esa, de alcohol y perdición, en aquel bar escondido en una calleja céntrica de una gran ciudad.
-Mira, hace años que no hago esto, pero veo bondad en tu mirada, y la mirada a veces es ciega. Te voy a ayudar. –El viejo indio pensó unos instantes.- Ahora vete a casa, y antes de dormir, pronuncia la frase unas cuantas veces, como si fuera un mantra, y duerme; mañana me cuentas.
El hombre se fue a su casa, y ya en su cama pronunció repetidamente: Un elefante en un cenicero, un elefante en un cenicero, un elefante en un…
Esa noche tuvo un sueño muy vivido: soñó que era un elefante, un grandioso y majestuoso elefante que se paseaba por la selva, en una libertad desconocida, una libertad de la conciencia, un estado primigenio de comunión con la naturaleza; pero en un momento determinado del sueño se encontró preso; intuía quien lo apresaba, pero solo tenía la sensación de estar preso, en un inmenso cenicero. Se despertó sobresaltado y sintió una punzada de temor en los primeros segundos de vigilia, cuando te encuentras en la frontera entre el sueño y el despertar. Encendió un cigarrillo y se quedó mirando el pequeño cenicero de cristal que le regalaron en su cumpleaños. Se sentía aturdido.
A la noche siguiente fue al bar, y se encontró con el viejo indio. Este le hizo un gesto para que se sentara en su mesa. El local estaba en penumbra y casi vacio.
-Has soñado? Preguntó.
-Sí. –Dijo el hombre- y como nunca había soñado, realmente sentía ser un elefante, y era una sensación muy curiosa, no hay palabras para describirla, solo, tal vez…
-Qué? –los ojos del indio brillaban inescrutables.
-Libertad.
-Y qué o quién era lo que te apresó?
-Supongo que el cenicero, ¿no?
-No hagas suposiciones, siente.
-no comprendo.
Se produjo un lento silencio, que duró unos instantes, pero que contenía una magia intrínseca.
-Ahora dejemos un momento el mundo del sueño; vamos al mundo del pensamiento, al mundo de las palabras. Un elefante es un animal muy fuerte, grande, con una gran fuerza, eso nos dice la lógica ¿verdad?
-Sí.
-Siguiendo la razón, ¿como un elefante puede estar preso en un cenicero?
-No sé. Es lo que sentí.
-Eso es! Lo que sentiste. Y lo sentiste en un momento de mucha exaltación; en mi cultura, antiguamente, se le asignaba un animal a cada ser humano; tu animal es el elefante, siéntete afortunado de poseer su fuerza, ahora te toca lidiar con el obstáculo.
-el cenicero?
-Eso es solo simbología, pero los símbolos están muy enraizados en la mente humana. Así que lo usaré para sanarte. Sabes, me gustó mucho cuando gritaste la frase, y la frase en sí.
-Porque?
-Porque le daré la vuelta, escucha: Un cenicero pegado en un elefante. Tienes un problema. ¿Qué tienes que hacer?
El hombre sonrío asombrado por la habilidad del viejo indio, y dijo:
-Tengo que usar mi fuerte trompa de elefante para lanzar lejos de mí ese viejo cenicero, que tanto tiempo me ha causado sufrimiento.
Dicen que no volvió a beber, y se convirtió en otra persona.
Marc Ribas
2 comentarios:
Hola Marc,
me ha gustado aún más este ejercicio. Sigue así!!
Ainhoa.
Felicidades por este relato.
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