lunes, 28 de noviembre de 2011

Soledad compartida

Soledad compartida

Loreto y Milagros se llevan bien, quizá su relación no es tan estrecha como cuando eran niñas, que resultaban inseparables, pero no hay entre ellas grandes rencillas, al menos aparentemente... Loreto, la mayor, es demasiado alta para la época, de pecho alto y generoso, caderas rotundas y una nariz aguileña que desbarata lo que podía haber sido una cara, si no bonita, al menos agradable. Milagros, por el contrario, es esbelta, delicada, poseedora de una belleza lánguida, casi enfermiza. En su cara ovalada destacan los ojos, de un verde claro casi transparente, en contraste con el rojo intenso de los labios. Es bella y sin embargo, envidia la energía de Loreto, siempre de buen humor, cada vez que la oye reír siente una punzada de rabia en el pecho. Loreto, ignorante de los sentimientos de su hermana pequeña, siente por ella la misma adoración que sintió cuando nació y se la pusieron entre los brazos, envuelta en mantas rosas.

Viven en Meneses, uno de esos pequeños pueblos que salpican la Tierra de Campos, donde los amaneceres componen un lienzo casi inolvidable cuando poco a poco el cielo se va aclarando, desprendiéndose de ese azul oscuro, casi negro, tapizado de estrellas, tan típico de las noches castellanas. El sol se eleva majestuoso, tiñendo de un amarillo luminoso las calles del pueblo. A lo lejos, el ladrido lastimero de algún perro pastor y el canto del gallo anuncian un nuevo día. Las casas de adobe tienen el color del caramelo bajo la luz intensa de la mañana y de la plaza emana una paz, solo rota por el tintineo de los cubos metálicos y los saludos somnolientos de las mujeres que van a buscar agua a la fuente. Entre esas mujeres están nuestras protagonistas, hijas de Don Alfonso, si no el más, uno de los más ricos del pueblo y que a pesar de tener varias personas a su servicio, entre mozos de cuadra y sirvientas, prefieren ir ellas mismas a la fuente. Es de los pocos momentos en los que pueden charlar con sus vecinas, el resto del día apenas salen de casa, pasan las horas entre las labores de punto y ganchillo y el rosario diario, dirigido siempre por Doña Úrsula, su madre, alrededor del brasero en invierno o en el patio, a la fresca, en verano. Y así van pasando los días, se deslizan unos detrás de otros, dejando una pátina de tedio en sus vidas.

Hasta que un día, todo cambió. Un domingo, Loreto no había ido a misa porque no se sentía bien, Milagros preocupada por su hermana no esperó a que Don César diera la última bendición y salió corriendo hacia la casa. Cuando llegó, escuchó unas voces que, aunque susurraban, reconoció como las de Loreto y Don Miguel, el médico. Entró en tromba en la habitación temiendo que su hermana hubiera empeorado pero lo que vio le cortó el aliento. Don Miguel besaba el cuello de Loreto mientras sus manos se aferraban a sus caderas y ésta con la cabeza echada hacía atrás gemía de placer. Estuvo a punto de perder el sentido, tuvo que hacer un gran esfuerzo para llegar a la cocina, mojarse la cara e intentar pensar con claridad. ¿Cómo y en qué momento Loreto había tenido la oportunidad de entablar una relación con el médico? Recordó una noche que Doña Úrsula se puso muy enferma y fue Loreto la primera en reaccionar, se echó una toquilla sobre los hombros y con el moño deshecho fue a buscar a Don Miguel ¿Sería que al verla así, en camisón y con el cabello suelto como una aparición se había prendado de ella? Se dio cuenta de que últimamente Loreto se arreglaba con más cuidado del habitual para ir a la iglesia los domingos, se daba un toque de carmín y prácticamente se bañaba en agua de colonia. También buscaba cualquier excusa para intentar burlar la estrecha vigilancia de la madre, aunque fuera por unos minutos. ¿Y las cartas? Loreto le decía que eran de una vieja maestra que había estado en el pueblo, pero que Milagros era demasiado pequeña para poder recordarla. Ahora ya no se lo creía, ahora ya no se creía nada de lo que pudiera decirle su hermana. ¿Qué podía hacer? ¿Contárselo todo a su padre? No. Don Alfonso era capaz, si no de matar a Don Miguel, si de utilizar todas sus influencias, que no eran pocas, para que le destinaran a otro pueblo y alejarle para siempre de allí. Pero, entonces ¿Qué haría ella sin Don Miguel? Enamorada de él desde que era una niña, hasta donde le alcanzaba la memoria siempre le había querido. Por su naturaleza enfermiza tenía que visitarla muy a menudo, casi todas las semanas. A veces no sabía si la enfermedad venía a ella o, por el contrario, era ella la que clamaba por estar enferma para verle.

Pasaron una, dos semanas, pensaba que se iba a volver loca, no podía borrar de su mente la escena que había visto aquel domingo terrible, hiciera lo que hiciera, la imagen volvía una y otra vez. En cambio, Loreto cada día más guapa, los ojos le brillaban con tal fuerza y su sonrisa era tan radiante que hacían que uno olvidara su nariz aguileña, la misma que hasta hacía no mucho la había afeado. La punzada de rabia que solía sentir Milagros cuando Loreto reía se convirtió entonces en una lanza que la atravesaba al oírla canturrear a todas horas. Y cuando pensaba que ya no iba a poder aguantar más, decidió hablar con Loreto. Pensaba decirle que tenía que dejar a Don Miguel de inmediato, no más cartas, no más visitas robadas y por supuesto no más indecencias. Recurriría al chantaje si fuera necesario, apelaría a su responsabilidad como hija mayor que debe cuidar de la madre. Sin embargo, cuando la tuvo delante, pensó que había enloquecido del todo y que no podía ser verdad lo que estaba oyendo cuando Loreto se adelantó en su discurso y le dijo que ya sabía que las dos querían al mismo hombre (los sentimientos de Milagros debían ser más evidentes de lo que ella misma pensaba). Loreto hablaba y hablaba y ella solo lograba entender frases sueltas, como: Somos tan diferentes… No poseo tu belleza… le hago feliz… pero tu belleza… entre las dos seríamos una… la mujer perfecta para cualquier hombre… ¿Realmente Loreto le estaba proponiendo compartirle? ¿Es que había perdido el juicio definitivamente? Y ¿Si no? Por un momento se imaginó que era ella la que echaba la cabeza hacia atrás y gemía mientras Miguel le besaba el cuello. No, aquello no podía ser, pero… balbuceó unas palabras que ni ella misma llegó a entender. Cuando esa noche se fue a acostar, la cabeza todavía le daba vueltas, y cuando poco antes de dormirse sintió que un cuerpo áspero y masculino la abrazaba por detrás y una voz ronca susurraba su nombre, entonces sí, entonces supo que lo que había balbuceado esa tarde había sido: SI.

María Revilla

2 comentarios:

DAVID RUBIO dijo...

Marutxi, cada relato es mejor que el anterior, las historias son más rotundas. De este me gusta el regusto a drama rural. Me has hecho recordar las historias del pueblo de mis padres, en Almería. Allí los sospechosos de alternar con mujeres eran aparte del médico del pueblo el cura.
Si acaso el oculto amor de Milagros aparece de golpe muy al final podría intuirse un poco antes. Pero vamos por decir. Un saludo

Marutxi dijo...

Gracias. Me ha venido muy bien tu comentario precisamente hoy, estaba un poco pesimista por falta de imaginación para los microrrelatos... por cierto he leído los tuyos y me han encantado, sobre todo el de la maleta ¡menuda metáfora! Saludos