En su apartamento de treinta metros
cuadrados, situado en un barrio no muy lejano del centro de la capital búlgara,
está sentado el señor Gregorio. La cara de Gregorio se ve arrugada por el paso
de los años y él, tomando por costumbre el café matutino del día, no piensa en
fumar. En lugar de eso, entre sorbo y sorbo observa como los políticos en un
plató de televisión discuten sobre algún tema (esta vez se trata de cierta
consecuencia de la crisis económica en el país, la pobre venta de cigarros), sin
reaccionar. Igual que siempre.
No obstante, esta mañana la rutina se
rompe. De hecho, asustado por la actual situación - muchos ciudadanos no tienen
suficiente dinero para comprar los paquetes enteros - el gobierno hizo una
especie de ley hacia los propietarios de todos los kioscos con el objetivo de
vender cigarros por unidades y de esa manera aumentar su venta.
Con la intención de llegar cuanto antes al
kiosco más cercano a su piso, el hombre mayor se levanta de la silla, se dirige
a la puerta, la abre y baja las escaleras hasta la salida del edificio. Desde
allí entra en la calle.
Por el asfalto agrietado camina tan
fácilmente que oye los pasos en su interior. Frecuentes éstos, resuenan como un
eco motivador de siete palabras. ¡A por la solución en tu crisis!
Palabra por palabra, paso a paso, yendo
casi flotando, gira por una esquina, a continuación por otra, hasta alcanzar
una plaza entre varios pisos pintados de verde. Allí se encuentra el deseado
kiosco; adentro de él, una joven dependienta de ojos grandes. El hombre se le
dirige amablemente, recordándose de la frase que con el miedo crecen los ojos y
queriendo prevenir un probable asusto, con la demanda:
- Un cigarrillo, por favor.
Después de percibir esa petición poco
usual, a la chica se le quedan los ojos como platos. Sin embargo, manteniéndose
en su puesto, temerosamente explica, como si se estuviera justificando:
- Señor Gregorio, no es factible eso.
No sé de dónde sacó usted la idea de pedir...
Permaneciendo sin voz en medio de la
frase, desagradablemente sorprendida por la mentira con la cual ha tratado de
resolver la crisis en la que el pensionista le involucró. Como si él fuera una
amenaza, por la cabeza de la dependienta voló una pregunta incómoda. ¿Y si el
hombre roba una revista durante que ella le da la espalda, coge una caja y
ábrela con el fin de atrapar un cigarro? De hecho, si alguien hurta cualquier
cosa del mostrador, el daño se compensa con el salario de la dependienta. No
preparada para tomar ese riesgo, decide fingir como si no hubiera oído hablar
de dicha praxis. Así se libraría del peligro y también de los pobres reclamos,
repetidos otra vez por el pensionista:
- Escuche, en la televisión dijeron
que es posible obtener tabaco por unidades.
- No sé lo que usted habrá advertido
en la televisión. En este kiosco no se lleva a cabo. Al menos todavía no. ¡Lo
siento!
- ¿Pero dónde vivo yo si aquí no
puedo comprar lo que se vende en Bulgaria?
La joven resta callada, mas sus ojos
continúan parloteando. Escondiéndose detrás de unos parpadeos, advierten que
ambos residen en Sofía, la ciudad cuyo noble nombre significa sabiduría. ¿Y qué
persona sabia podría llegar a la idea de que se venden cigarrillos por unidades
casi en su centro?
Como si supiera lo que ella está
cavilando, el hombre mayor responde:
- Niña, precisamente los políticos
sabios lo procuran llevar a cabo.
Al contar eso, se va sin despedirse. Está
tratando de, contando los pasos, cubrir la vergüenza antes del eco alentador de
la ida. Un paso en vez de un cigarro que no ha conseguido comprar. Dos, en vez
de dos ojos miedosos. Tres, en vez de tres últimos mañanas desde que no fumaba.
Cuatro, en vez del cuarto día que no alcanza la pensión por la cual no posee
suficiente dinero para adquirir un paquete de cigarrillos.
Deja de enumerar en el número cinco. La
vergüenza por el fracaso no se puede ocultar, medita, tampoco contar. Por lo
contrario, similar a los pasos, los intentos se pueden computar y por ellos no
hace falta avergonzarse, sino alegrarse. Así como por los días, piensa y luego formula
para sí mismo:
- Únicamente si los hubiera más.
Aunque sin tabaco.
No obstante,
como si ya hubiera oído estas palabras, la chica fija su mirada al hombre
alejándose del kiosco. Él, bien que de espalda y en la distancia, intuye que,
si la vendedora no intenta frenar que sus ojos miedosos continúen agrandándose, correrá el peligro de que pronto llenen el interior del kiosco, de la
ciudad o incluso del mundo y dentro de poco no causen otras crisis, sino una
nueva realidad. La realidad del susto a la cual no siempre es fácil hallar una
solución.
2 comentarios:
Muy bueno a mi gusto, aunque en un par de frases he releído para no mezclar dos ideas diferentes, lo cual es muy normal en la cabeza de tu protagonista y en el de todos en general, pero a veces los lectores poco sabios como yo tenemos que adaptarnos a la montaña rusa pensante de personajes que para variar, no se muestran predecibles y lineales. Abogo por más curiosos y complejos Gregorios. :)
¡Muchas gracias, Lusch! Tendré en cuenta tu consejo en los próximos relatos. :)
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