La escritora Diana Wilde salió del bar Espejo pensando qué hacer. Acababa de pasar dos horas con su mejor amiga Dora y sufría el dilema de si debía crear un personaje acomplejado muy similar a ella. Por un lado, le parecía muy conveniente para su novela el personaje que, consumiendo vitaminas, tenía la intención de identificarse con su reflexión de un espejo distorsionado. Por el otro, intuía que mucha gente reconocería a Dora en ello, cosa que implicaría el final de su amistad de toda la vida ya que la orgullosa Dora se enfadaría para siempre.
De hecho, justamente cuando Diana se unió con su rubia amiga y pidió un café, ella le sorprendió preguntándole en voz muy baja (la cincuentañera Dora evitaba que las personas se enteraran de sus complejos, así como de intentos de superarlos) qué opina acerca de su intención de usar ciertas vitaminas en cápsulas con el fin de transformar su apariencia mayor – el complejo más grande de Dora - en una más juvenil. A falta de una opinión particular sobre el tema, Diana respondió indefinidamente:
-Tales pretensiones han existido hace mucho tiempo. Incluso las antiguas civilizaciones contaban con el principio de la juventud. Sabes que los héroes más famosos de la época eran jóvenes. Hércules, por ejemplo.
Entendiendo esta respuesta como un apoyo, Dora sacó inmediatamente de su bolsa una revista dirigida a mujeres, la puso en la mesa, la abrió y se sumergió en alguno de sus contenidos. Poco después comenzó a leer en voz alta:
-La vitamina E se conoce como la vitamina de la juventud.
Hasta ese momento sorprendida, Diana empezó a imaginar la posible situación del futuro en la cual Dora huía de su apariencia. En ese caso hipotético, corría el peligro que Dora no entendiera el uso de ésta y otras vitaminas de la juventud como una oportunidad, sino como una necesidad. Por eso, la escritora añadió:
-Sin embargo, Víctor Hugo dijo que los cuarenta son la vejez de la juventud y los cincuenta la juventud de la vejez. Eso denota que las dos somos de alguna manera aún jóvenes.
Bien que, la amiga no renunció a la lectura. Por el contrario, jugando con su pelo largo y rizado, Dora prosiguió con lo suyo sin poner atención en lo que le decía Diana:
-El efecto de las cápsulas de vitamina E sobre la piel es muy positivo. Su efecto se describe principalmente como el detenimiento del proceso de envejecimiento prematuro.
Ahora aparentaba que el caso de Diana, hipotético e imaginado, se convirtiera en un caso real. El alma de Dora era captada en el texto relacionado con las vitaminas encapsuladas y ella, en vez de hablar con Diana y disfrutar de la tarde en el bar Espejo, intentaba sentirse más joven, tan joven como era su reflexión supuestamente construida por parte de un simbólico espejo distorsionado. Por lo tanto, no corría el peligro de que Dora huyera, ella ya huía de su verdadera cara arrugada. Tratando de rescatarla de esa huida, esta vez la escritora era quien formuló la pregunta:
-¿Envejecimiento prematuro a tu edad?
-Por supuesto. Hoy en día, tanto como antes, la juventud se pone en un pedestal y con cincuenta años es demasiado pronto envejecer. A parte, no era descabellado afirmar que la juventud salvará al mundo. ¡El mundo necesita a los jóvenes!
-Y si fuera así, el mundo necesitaría a los jóvenes, no a falsas reflexiones de un espejo distorsionado.
Consciente de la posibilidad de que sus palabras pudieran romper el vidrio de la propia reflexión distorsionada de Dora (debido a que eso significaría una afectación de su larga amistad), Diana casi se horrorizó. Si bien, Dora no reaccionó. Actuando un poco enfadada por las duras palabras, mas inconmovible en su intención, volvió a leer.
Quizás porque su apellido al pronunciarse en inglés suena salvaje, Diana no se disculpó. Únicamente llamó al camarero por la cuenta, se levantó y se dirigió a la salida del Espejo caminando rápidamente, emocionada por la idea que le vino a la mente. ¡Creará un personaje acomplejado, muy similar a Dora, en su novela sobre la versión femenina de Dorian Gray en el siglo XXI!
Después de cinco minutos frente al bar, Diana solucionó el dilema de si eso era una buena idea y decidió seguir con ella. La razón de esa decisión se escondía en la creencia de que la novela experimentaría un gran éxito, lo que significaría mucho más que una simple prolongación de la juventud. ¡Significaría la vida eterna (no sería posible, cada escritor lo sabe, esperar nada menos que eso de una novela que posee alma)! Y esa novela separaría el alma de la escritora del de su amiga – dándose cuenta de que, a través de ese personaje, mucha gente se enteraría cuál era su complejo, Dora se enfadaría para siempre – y lo capturaría. Lo convertiría en polvo y lo guardaría eternamente en sí mismo como en una cápsula.
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