Binomio fantástico
La ciudad de los muertos está rodeada de elefantes tallados en piedra, símbolo de
las antiguas supersticiones. Un cenicero repleto de puros humeantes se encuentra
anclado junto al epitafio que sigue: “Al alma inmortal que habitaba en ella”.
Cada año, en la noche de difuntos, se reúnen las ánimas que han traspasado el
umbral. Fuman Havanos y beben orujo que depositan junto a sus tumbas aquellos
creyentes que aún cumplen las tareas asignadas a sus antepasados, porque si
dejaran de cuidar de ellos, los espectros sobrepasarían su confinamiento en busca
de diversiones a los pueblos colindantes.
Este año le toca a Demiurgo limpiar los restos de la reunión, y ensimismado en sus
pensamientos, tropieza, y cae sobre toda la ceniza. Su cara gris, su boca repleta,
escupe y tose. ¿Porqué tendrán ellos una noche especial y él no? ¿Habrá de
esperar a la muerte para que le honren sus congéneres? ¡Maldita vida esclava!
Llena de decepciones, torpe y miserable, relegado a la mediocridad.
Tal vez esa sea la solución, pasar a ser espectro es la alternativa perfecta: “honrado
para toda la eternidad”.
Planea su viaje a la eternidad, este es el día. Ahorcarse es la forma más limpia e
impactante que se le ocurre, y en un lugar visible, para que no tarden en enterrarle.
Allí mismo, y cuando lleguen los familiares a visitar a sus antepasados, lo
encontrarían, llorarían su pérdida, y organizarían la parafernalia que le es propia a
la despedida.
Y se ahorca, tras unos espasmos, queda inmóvil. Cuando el resto del pueblo va
llegando, se horrorizan ante el espectáculo. Esperan al médico, para certificar la
muerte, al juez para levantar el cadáver, y al capellán, que lo excomulga de su
parroquia, ningún suicida es enterrado en la ciudad de los muertos.
Pobre Demiurgo, ni en la muerte descansa en paz.
Lúa
1 comentario:
Me ha gustado como has relacionado las palabras y el trasfondo de búsqueda de libertad.
Mary Aranda
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