Paris. Un jueves a mediodía como tantos otros en un famoso restaurante del sexto distrito.
Este dia, hacía particularmente buen tiempo y la luz del sol atravesaba el gran ventanal que hacia frente a la calle para echarse sobre los radiantes rostros de los clientes habituales. La edad media rozaba los cincuenta años pero no eran por eso menos alegre: Se sonreía mucho, exhibiendo fieramente sus nuevos puentes y liftings. El vino espumoso estaba colocado en cada mesa. Las botellas de San pelligrini burbujeaban. Un murmullo de risas, palabras y de cubiertos pegando la porcelana de los platos acompañaba la coreografìa de los camareros que moviendose con mucha agilidad de una mesa a la otra cumplian verdaderas hazañas para ser tanto rapido como eficaz.
Eran tiempo de crisis pero esta gente era rica y feliz. No se les puede echar la culpa si se lo pasaban tan bien. Es muy difícil filosofar sobre las desgracias humanas cuando uno tiene el estómago lleno.
Sin embargo, en el medio de toda esta efervescencia, el Señor Rochas situado en el fondo del restaurante, no participaba de esta alegria. Era en effecto el unico de todo el establecimiento a ser incapaz de relajar sus mandibulàs.
Nada podía remediar a su pésimo estado de animo: Ni los infortunios que le contaba su mujer sobre el « cahier littéraire », un periódico competidor que no conseguía a hacer despegar sus ventas, ni el suminisitro de nuevos muebles por el recién piso que habian comprado Quai Voltaire. Nada.
El camarero que se adelantò hacia la mesa puso fin al pesado silencio que se habia inexorablemente apoderado de la pareja.
« Señor y Señora Rochas como están ustedes? estaràn muy felices, hoy tenemos de la dorada llegada esta misma mañana de Bretagne! »
« ¡Ah no! » se exclamó el Señor Rochas « ¡Hoy no quiero pescado! »
« ¿Pero que te pasa? ¡Te gusta tanto el pescado normalmente! »
« No sé, es que hoy me gustaria yo que sé.... ¡Carne! ¿qué tienen de llamativo hoy joven? »
« Hoy Tenemos Pollo de la valle d'Auge, lo recomiendo particularmente. Si no tenemos un excellente cordero de sisteron.»
« El coredero me parece muy bien. »
« ¿como lo quiere? »
« al punto. »
« ¿Y para usted Señora? »
« Yo voy a dejarme tentar por la Daurade. »
« No.No.No. » se interpuso nuevamente el Señor Rochas agarrando la mano de su mujer. « ¡ por dios hoy pescado no! ¡Prueba como yo el cordero, escúchame! »
« Pero es que... »
« ¡Por favor! »
« Vale. Vale. Camarero, ¡nos pone dos corderos al punto! »
« Muy bien. ¿Para Beber? »
« Una botella de Sauvairgne. » contestó el Señor Rochas con la mirada ya muy lejana.
« ¿Estas bien cariño? »
No. La verdad es que el Señor Rochas no estaba bien. Para nada. Y eso duraba desde casí una semana. Era aún mas sorprendente pues que justamente estos dias se suponia que gozaba de un gran momento de su vida. Un recien artículo que habia publicado en el periodico del cual estaba cofundador, estaba haciendo mucho ruido y todo Paris estaba hablando de ésto. Hacía mucho tiempo que el Señor Rochas estaba considerado como un importante periodista del país y cada semana el público se deleitaba con su pluma ácìda y destructora, pero su último trabajo venia a consagrar todo lo que había hecho antes, permitiéndole así de entrar por fin en el pantéon de los grandes literatos. No es necesario precisar que el Señor Rochas no solo tenía amigos pero los pocos que estaban a su alrededor estaban muy felices por él. Su móvil no paraba de sonar. Su cuenta gmail era llena de mensajes de felicitaciones..
¿En que consistía entonces este artículo que acaparaba la atención de toda una ciudad? Nada muy diferente de lo habitual en realidad: El Señor Rochas había solamente hecho lo que sabia hacer mejor, es decir pulverizar el trabajo de los demás con estilo. Esta vez, habia elegido como víctima a un joven escritor del nombre de Jean Luc Fexa y su novela « la memoria de los peces de colores ». El articulo era claramente una joya literaria. Sin embargo, mas allá del habitual labor de destrucción, eran esta vez las desgarradoras confidencias sobre su trabajo de critico, lo que habian particularmente emocionado el público.
Trozos ecogidos:
« Personajes sin sabor, la historia triste pero muy banal de un joven de un barrio pobre probando a empezar otra vez su vida (...) si el objetivo del libro es explicarnos que la vida es triste el autor habria podido ahorarse el esfuerzo de haberlo hecho en 300 paginas. »
« Un trabajo inútil (...) no solo porque nos saca a colación la filosofia ya mas que establecida desde Nietzsche y Cioran sobre la importancia de superar el pasado sino también porque lo que afirma es scientificamente erròneo: parece muy tentador de considerar en efecto que los peces de colores disponen de una memoria de solamente tres segundos. Imaginandolos pegar la pared de sus bocales para en seguida olvidarselo y creer todavia que viven en un inmenso oceano. Sin embargo, recientes estudios llevados a cabo por las universidades de Plymouth y de Belfast desmuestran lo contrario. Este tipo de pez puede acordarse del dolor durante veinticuatro horas y se le puede entrenar a recordar también acontecimientos hasta tres meses en un aquarium a donde recibe descargas eléctricas. »
« Si sería sin duda alguna muy agradable por el pez de color de disponer de dicho poder, tengo que admitir que yo tambien después de la lectura de este churro me gustaria tener esta capacidad. »
« Al final, la única virtud que estaría dispuesto a dar a todas estas páginas envenenadas, es que me ha hecho reflexionar sobre mi trabajo de critico literario: La metáfora del pez ha en effecto llamado de manera considerable mi atención. Es lamentablemente mi destino de ser pescador porque no tengo las calidades necesarias para volverme pez. Es un hecho que no puedo ocultar y si un día tuviese la elecciòn, no hay duda que favorecería la primera posibilidad. Por esta rázon, se critica mucho mi trabajo, se dice que porque nosotros los críticos literarios no podemos producir arte, revertimos nuestra frustración sobre las obras de los demás. Se dice también que no deberíamos estar autorizados a comentar algo que no podemos alcanzar. Todo esto es verdad. Pero no es sólo eso. ¿Algien se ha ya preguntado hasta que punto podemos sufrir y sentirnos sólos frente a la imensidad del mar? ¿Ser consciente de sus infinitos recursos, imaginar todas clases de criaturas acquáticas, de todos sus colores, con múltiples formas y tamaños para al final solo pescar miserables peces de colores? Trabajo hace casi veinte años y he hecho por lo menos la crítica de tres mil obras, de todo esto sólo retengo veinte que se merezcan esta calificación. No cabe precisar que parami la pesca no ha sido buena o por lo menos no buena como me la esperaba. Sin embargo, es la suerte pero también el drama de mi trabajo de ser incapaz de sondear el mar infinito. De esta manera todo puede ocurir todavía, un formidable pez podría un día picar a mi anzuelo y el milagro finalmente cumplirse, dando todo el sentido que considero necesario a mi existencia. Pero del mismo modo podría esperar toda mi vida en vano. Me consuelo como puedo diciéndome que por lo menos hoy habrá un pez de color de menos en el agua. »
Desde el momento de su publicación, el articulo fue un gran éxito y muy rápidamente, se agotaron las existencias de la edicion semanal de la « revue des deux mondes ». Después de haber pedido una nueva entrega, Plenell, socio del Señor Rochas, con quien mantenía habitualmente relaciones conflictivas, le invitó a su despacho para felicitarlo. Habrió una nueva botella de Moet y le aconsejó que cogiera unos días para descansar. El Señor Rochas tenía mucho trabajo pero aceptó. Se las merecia estas vacaciones. Justamente, esta misma noche se estrenaba en el opera national de France su obra preferida, « La Bohème » de Puccini. Se dijo que era la ocasion de disfrutar de un poco de tiempo libre. Realizó unas llamadas para conseguir un buen sitio y invitó su mujer a celebrar allí su triunfo.
Durante la representacion, la emoción que normalmente le hacía tener un nudo en la garganta y a veces le hacia llorar se transfomó en algo mucho mas trascendental. Es que se sentía fuerte y valoroso, teniendo la sensacion del deber cumplido. No compartiba como tantas otras veces las desdichas de los personajes de este opera porque se encontraba encima de ellos y de tan alto no habia sitio por el pathos.
Cuando salieron, la pareja cogío un taxi y mientràs el coche subia el quai Voltaire, pasando delante de las Tuileries, el Señor Rochas no pudo evitar de pensar que a lo mejor por la primera vez en su vida era feliz. Pidió entonces al taxi de continuar su camino cruzando la Assemblea Nacional y la plaza de la Concorde y que volvíera del otro lado de las Tuileries hasta su residencia.
En el ascensor, el ardor de los besos de la Señora Rochas le confirmó en la idea de que esta noche su suerte se iba a prolungar. Entraron. El se apresuró a ir al baño para cepillarse las dientes y agarar su Viagra. Cuando salió, sintió sin embargo decepcion al veer que su mujer se habia dormido en la cama. Estaba allí acostada, el vientre sobre el colchón, la manta cubriéndole todo el cuerpo y la cara. Se lanzó entonces sobre ella y poniendose encima, empezó a cubrirle la espalda de besos, esperando así reanimar el fuego inicial. Uno a uno, estaba lentamente subiendo, pero despues de esos multiples segnos de afeccion, cuando finalmente llego a la cabeza de su querida y tiró la cobertura para tambien depositar aqui un beso, ¡oh Dios mio! en lugar de su mujer encontró un gigante palangre de al menos dos metros! El Señor Rochas saltó con estupefacción. Su mujer entró al mismo tiempo en la habitacion y se puso a gridar de espanto a la vista de este monstruo maritimo. En un instante se desmayo, cayendo al suelo.
Una vez que se reanimó, El Señor Rochas la llevó al hotel de las Tuileries. Obviamente, no podia pasar la noche en casa. La dejó entonces diciendole que iba a solucionar todo esto y volvió luego en su piso, pero esta vez lentamente, subiendo por la escalera, esperando en segreto que todo esto fuera solamente una pesadilla y que entrando en su casa este maldito pez hubiera desaparecido. Desgraciadamente, no era el caso. El palangre lo esperaba todavía en su cama, la boca abierta con sus numerosas dientes aguzadas y brillantes. ¡Sus ojos parecían tan vivos! uno habría dicho que estaba partiendo de risa. A menos que queria revelarle un segreto que la muerte había impedido que cumpliera.
Después de haberlo bien mirado, el Señor Rochas lo levantó con dificultad. ¡Estaba tan pesado y su piel era tan viscosa! Lo echó sobre la mesa de la cocina y en seguida se limpió las manos con asco. Que hacer de ésto ahora? Se abrió una nueva botella de vino y empezó a reflexionar. ¿Llamar a la policia? y que iba a decir la gente de todo esto? Seguro, le hubieran tomado por el pelo durante días y días, hubiera sido la risotada de todo Paris. No, mejor mantener segreto todo esto. Pero poner este pez en la basura iba a ser también muy complicado. Se decidió por fin a tirarlo en la Sena, al final era la mejor solucion y la más poetica, o mejor dicho la mas absurda. Acabó de un trago su vaso de vino y sollevando otra vez con horror este pez, salió del piso. Cruzando la calle encontró un coche de policia.
« ¿Señor que esta haciendo? »
« Es un regalo de un amigo. Lo...lo llevo a casa. »
« ¿Tiene licencia por esto? »
«¿ Necesito una? no lo sabia... »
« En Paris si Señor... Bueno lo vamos a dejar que se vaya tranquillo esta vez, pero no se olvide que le estamos vigilando de cerca. »
« Gracias. Buenas noches. »
El Señor Rochas esperó un momentito y bajó hasta la muelle. Entonces, tiró el pez en el rio que hundiéndose de manera muy teatral boca arriba se llevó sus segretos en el fondo de la Seina. Para siempre. El se quedo un ratito allí, sin pensar en nada, mojandose los pies en el río.
« ¡Oye cariño! ¿estas aquí ? »
« ¿Como? ¿como? »
« ¿Que haces? hace casi diez minutos que no dices nada y no tocas tampoco a tu plato. Es muy embarazoso, ¡la gente nos mira! »
« ¡Aie lo siento, es que no me encuentro bien! »
« ¿Todavia con esta historia he? ¡vete a ver un psicologo por dios! »
« Te voy a dejar, necesito descansar en casa. »
El Señor Rochas se levantó y se dirigió rapidamente hasta la salida. Tenía prisa, sobre todo queria evitar a cualquier persona que lo conocia. Pero no ha tenido esta suerte. Es que delante de la puerta, estaba un colega del « cahier littéraire » y una vez que sus miradas se encontraron era muy complicado pretender que no lo habia visto.
« ¡Rochas! »
« ¡Soulier! »
« Otra vez, ¡felicidades por su articulo! De verdad un ejemplo de elegancia. Pero no se preocupe, un dia seguro que llega el pez de sus sueños. »
1 comentario:
Un relato inquietante, muy original.
Mary Aranda
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