Si algo me deprime en esta vida, es cumplir años, o descubrir una cana alzándose retadora. Y justo recibí aquella invitación, cuando acabábamos de constatar que unas arrugas empezaban a hacer estragos en nuestras caras.
“Cata de vinos, esencia milenaria - Elixir de juventud” - Asista a nuestra cata de vinos, cosecha de cepas ancestrales, efectos antioxidantes.
Fue mostrártela y no te lo pensaste dos veces. Sin opción a negativa, aseguraste divertida que aquello era la solución a todos nuestros problemas. Me arrastraste y me vi obligada a acompañarte.
Estuvimos de suerte. Encontramos un aparcamiento a la primera.
A zancadas, haciendo equilibrios sobre los tacones, intentamos ganarle como siempre la carrera al tiempo; contigo era imposible llegar puntual a ninguna cita. A pesar de ello, la suerte andaba de tu parte, el evento llevaba retraso.
Se desarrollaba en un torreón a la vera del mar, antiguo fortín, defensor de piratas. Cruzamos el puente y nos adentramos en la penumbra salpicada de antorchas y luces indirectas. Las paredes de piedra albergaban años de historia y configuraban junto con las barricas y con los candelabros un perfil añejo del acontecimiento. Nos sentamos entre desconocidos a cual más avejentado, en sillas ordenadas frente al pequeño escenario e ignorándolos, aguardamos a que la joven sonriente de rizada y oscura melena que nos observaba desde la tarima, empezara su intervención.
La acústica era perfecta y la voz seductora de la muchacha se paseaba a lomos de la melodía de una guitarra por toda la estancia. Ella, sin una arruga por cierto, se autodefinió como una contadora de cuentos y nos descubrió su intención; deleitarnos con un cuento de vendimia. Mientras, una pareja solícita nos obsequiaba con una copa de vino a los asistentes.
Permanecí con mi copa en la mano, sospesando si debía catarlo, nunca bebo vino. Tú en cambio saboreabas con placer el purpúreo elemento y me animabas a hacer una excepción.
- Para eso hemos venido.
Acerqué la copa a mis labios y un aroma afrutado invadió sin mi consentimiento mis fosas nasales. Retiré un poco la cabeza para volver sobre mis pasos y tomar un sorbo que detuve sin tragar, paladeando su textura; lo encontré exquisito, a pesar de mi aversión al líquido más saboreado de todos los mortales.
Sentí calor en mis mejillas y abrumada, miré a mi alrededor por si alguien se había percatado del hecho; en realidad, nadie, todos atendían en silencio a la narración, excepto tú, que impaciente movías tu pierna izquierda insistentemente con ese tic que se adueña de ti cuando te pones nerviosa. Yo, había perdido el hilo del cuento, distraída entre la copa que sostenía en mi mano y tu temblor ansioso. De nuevo degusté el vino, me reconfortaba y me animé a terminarlo. Aproveché que tú habías hallado la forma de atraer la atención sobre los chicos ocupados en remplazar las copas vacías por llenas y me apunté a la cata de un nuevo vino.
No puedo discernir si este era mejor que el otro, en realidad de eso no entiendo, pero lo mecí como una experta, lo olí con los ojos entrecerrados y lo inspeccioné al trasluz como si esperara una revelación y finalmente lo dejé resbalar por mi garganta a cámara lenta. Me pareció que la temperatura ambiente se había elevado algún grado. La niña del entarimado seguía contando el cuento con una vocecilla dulzona. ¿La niña? ¿En qué momento esa niña sustituyó a la joven? No me di cuenta, si bien, mirándola con atención, tenían un parecido, probablemente serían hermanas.
U La joven me retiró la copa y me ofreció amablemente otra. Tú te echaste a reír, no sé porqué y me sugeriste la posibilidad de irnos.
- - ¿Qué dices? Con lo bien que lo estamos pasando. ¿Sabes qué tienes acné?
Por la cara que pusiste, no te gustó en absoluto que te lo dijera. Lo cierto es que yo tampoco lo entiendo, ¿cómo podías tener acné con cincuenta y tantos años? No iba a averiguarlo, en realidad me daba lo mismo, a mí lo único que me interesaba era probar ese nuevo vino; así pues, no le di tiempo a que se evaporara, me lo tragué de golpe.
Estaba del diez. Empecé a ver estrellitas y tuve la sensación de que estaba sentada en una mecedora o ¿quizás eran los demás los que se mecían? Era tan feliz y los veía a todos pendientes del parloteo de aquella niña que ya empezaba a hartarme, y tan callados que al poco, no sé cómo, me encontré de pie. Debí decir o hacer algo que no recuerdo, pues todas las caras estaban pendientes de mí, incluso la expresión atónita de la niña de la tarima me lo confirmaba. Y ¿sabes? Me gustó. De normal, soy siempre tímida, intento pasar desapercibida y esa sensación nueva de ser el centro de atención, era una experiencia agradable. Brindé por ello. Nadie me secundó, al contrario, me miraron con sonrisas burlonas y eso me enfureció. Les increpé y les solté un largo discurso. No sirvió de nada, sus rostros con descaro juvenil, digo juvenil porque me parecieron muchachos y muchachas, empezaron a ignorarme y tú, como si aún anduviéramos en la escuela me agarraste del brazo y eso sabes que no lo soporto.
Me solté enojada. Miré una vez más a todos, recordé que nos estábamos bebiendo el elixir de la juventud y me asusté, tiré al suelo la copa que aún sostenía en la mano y salí a toda prisa. Tropecé con una silla, las piernas parecía que no me obedecían y temí que hubiera rejuvenecido tanto que aún no hubiera aprendido andar, y así sería, porque se me aflojaron las piernas y caí al suelo. Aún pude escuchar a la gente gritar y ver tu cara sobre mí, moviendo los labios sin entenderte, después de eso, nada, los párpados dejaron de obedecerme, no podía abrir los ojos y me desesperé al tener la certeza de que posiblemente había vuelto al útero de mi madre.
4 comentarios:
Me ha encantado tu relato María.
Muy sensible y ala vez profundo
Saludos
Ferran Villergas
Gracias Ferran.
Saludos
Maria
Me ha gustado tu relato. Muy bien contadas las sensaciones de la protagonista.
Mary Aranda
Muchas gracias Mary
Saludos
Maria
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