lunes, 10 de noviembre de 2008

LA BOTELLA

El campo está lleno. Los gritos de la gente se oyen a varias manzanas del estadio. El reloj corre rápido sin que nuestro equipo consiga marcar ningún gol. Aún vamos cero a cero.
Así no conseguiremos subir de categoría. Es el partido decisivo. Toda la temporada depende del resultado de estos noventa minutos.
Estoy sudando a mares y los nervios hacen que tiemble en las jugadas con mayor peligro. Me duele la garganta de tanto chillar. Sólo faltan cinco minutos para el final y necesitamos urgentemente una diana.
Retuerzo la botella de refresco que me he tomado en el descanso. Las letras se han desdibujado debido al sudor de mis manos. El casco se ha abollado al darle varios golpes cuando hemos fallado.
Ellos atacan, son muy rápidos, se despliegan por el campo como una legión de hormigas, su delantero se acerca a nuestra portería, corre, los nuestros acuden a defender, el otro levanta la cabeza, mira al compañero, chuta y cae al suelo.
El árbitro pita penalti.
¡No! Brama toda la grada. La afición empieza a patear los asientos. Yo me pongo de todos los colores, agarro la botella con todas mis fuerzas y la lanzo al campo. Espero que impacte contra el árbitro pero sólo cae unos metros más allá.
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El estadio se ha llenado de gente. El griterío es descomunal y se percibe en las avenidas cercanas al campo. El tiempo vuela sin que nuestro equipo alcance la victoria. El marcador digital muestra un empate a cero.
Eso imposibilitará ascender de categoría. La importancia del partido es vital. La temporada entera depende del resultado de este encuentro.
Me siento tremendamente ansiosa y la preocupación es tal que en las jugadas de mayor riesgo tiemblo. El sonido de mi voz se difumina pues me he quedado afónica. Sólo faltan escasos minutos para el final y necesitamos un milagro.
Me he tomado un refresco en el descano y ahora retuerzo la botella con tal fuerza que las letras se han emborronado. Debido a los golpes que la inquietud me provoca he abollado el envase.
El equipo visitante lanza su ataque, la velocidad de sus jugadores es admirable. Se despliegan por el campo ampliamente, tocan el balón y se lo intercambian, nuestra defensa les espera, de repente uno de ellos impacta contra la hierba. El silbido del árbitro indicando la pena máxima desespera al público que aúlla de furia golpeando salvajemente los bancos.
La rabia que me sube por todo el cuerpo es tal que catapulto la botella hacia el terreno de juego con la esperanza de golpear al colegiado. Pero las fuerzas me han abandonado y el refresco rueda a poca distancia de mi asiento.

Leonor
Taller de Cuento

De nuevo Manuel.

Había desaparecido pero renazco de mis cenizas.

Manuel

El eco de sus pasos sonaba fuerte en el silencio de la noche. La temperatura era agradable a pesar de estar ya en otoño; como todos los días se acercaba al metro ya bien pasadas las diez de la noche.
Andaba rápido con los ojos mirando al suelo y apenas se cruzaba con transeúntes.
“¡Estoy harto! No puedo seguir así, me quedo hasta tarde todos los días y la empresa no lo tiene en cuenta ¡No puedo más!” se decía.
Llegó a la boca del metro y descendió las escaleras sucias y llenas de papeles; un desagradable olor lleno de humedad le envolvió.
Se enganchó la mochila en el hombro y se dispuso a pagar el billete en la taquilla.
Su cabeza no se desenganchaba; su jefe tenía fama de duro que se había ganado a pulso “¡Cualquiera le pedía un aumento de categoría o de sueldo!”
El tren llegó rápido acompañado de un aire cálido que inundó todo el andén.
Llevaba desde los catorce años en el taller; sí llevaba veinte años en el mismo lugar; empezó de aprendiz y ahora era oficial. Pero tendría que ser jefe de equipo, se lo merecía; se encargaba de los trabajos más difíciles, organizaba a la gente y no tenía horario.
“¿Cómo se lo tomaría el jefe? Estoy seguro que se enfadaría, podría incluso hacerme la vida imposible” se decía. Su cabeza no dejaba de darle vueltas.
El vagón iba casi vacío; en el otro extremo, a su derecha, dos mujeres extranjeras, parecían Rumanas, hablaban en voz baja pero con grandes movimientos de brazos.
A su izquierda y algo más cerca un hombre de rasgos latinos ojeaba un periódico gratuito, tenía cara de cansado.
Cada noche las personas que se encontraba eran del mismo tipo, trabajadores, extranjeros la mayoría, seguramente con empleos no cualificados. Él no debería estar igual, se consideraba un buen profesional y tenía amigos en otros talleres que haciendo menos ganaban mucho más.
“¡Debería decirle que me voy, debo buscarme otro trabajo!” se decía.
Su trabajo le gustaba y siempre le dedicó muchas horas, no sabía hacer las cosas de otra manera, se entregaba; sin embargo desde que se casó su mujer no dejaba de recordarle lo mucho que trabajaba y lo poco que ganaba. Le decía que le faltaba personalidad y ambición.
-¡Estoy harto!- gritó.
Las personas que estaban en el vagón le miraron; no mostraron mucha sorpresa, quizás eran unas palabras frecuentes en estos trenes nocturnos.
El sonido metálico de una voz femenina indicando una parada le trajo a la realidad, aún le quedaban varias estaciones; miró al frente.
Tenía la sensación de que sólo hacía lo que querían los demás. “¿Es posible que siempre fuera así?” se preguntaba.
Recordaba la ocasión en la que su padre les preguntó a él y a su hermano si preferían un balón de fútbol o una bicicleta; él dijo que prefería el balón a pesar de morirse por tener una bicicleta; su hermano no se lo perdonó. Pidió el balón para agradar a su padre ya que sabía que éste no quería regalarles la bicicleta para que no tuvieran un accidente.
¿Por qué tenía tanto miedo a decir sus verdaderos sentimientos? ¿Cuánto tiempo más seguiría siendo así? ¡Ya era un hombre y…con hijos!
¿Por qué todo el mundo me exige? ¡Debo dirigir mi vida y no que sean otros los que lo hagan!
De nuevo la voz metálica; era su parada. Se levantó despacio y se dirigió a la puerta. Anduvo por los pasillos hasta que un aire nuevo le abofeteó la cara.
La noche era hermosa y fresca, apenas le quedaban diez minutos de camino hasta su casa.
Sube al tercer piso andando, prefiere no utilizar el ascensor. Abre la puerta del piso y la cierra tras de sí dejando las llaves en la cerradura.
Su mujer está viendo la televisión y las niñas durmiendo, como todas las noches.
Se acerca a ella y le da un beso; ella apenas hace un gesto. Se va a la habitación y se cambia de ropa, cenará un poco. Como todas las noches cenará en silencio junto a su mujer viendo la televisión.
Un amigo de su padre le preguntó, cuando era niño, si quería aprender a tocar un instrumento ¡le hubiera encantado! Dijo que no.
Las noticias del informativo no impidieron que el estómago le diera un vuelco; dejó la cuchara en la mesa se recostó en el sofá y miró al techo.
Treinta años más tarde se daba cuenta de los errores que cometió y empezaba a sospechar el daño que esta actitud hizo en su carácter.
-¿Te pasa algo cariño?- dijo su mujer.
-¡Hacemos poco el amor!- contestó.
La mujer, asombrada por la contestación no respondió, estaba esperando algún comentario más que le aclarara las intenciones de Manuel.
-Hace tiempo que no hacemos el amor con ganas, como cuando estábamos recién casados- siguió diciendo.
-¿A qué viene esto ahora? ¿No habrás bebido?- la mujer con cara de sorpresa le contestaba sin apenas mirarle.
-Esta noche me apetece hacerte el amor como hace mucho no te he hecho ¡Además tengo una buena noticia que darte!
-He hablado con el jefe y le he dicho que si no me subía el sueldo me buscaría otro trabajo, que ofertas no me faltan-
-¡Manuel por Dios! ¿Cómo has hecho eso? ¿Tú les has dicho eso?-
-¿Como se lo ha tomado?- continuó la mujer
-No sabía qué decirme; se quedó parado ¡Pensaba que no era capaz de decirle algo así en mi vida!
- Pero vio que iba en serio, que mi postura era fuerte ¡Que estaba decidido a irme si no me subía el sueldo!- sus ojos desprendían luz, el hombre estaba radiante, se levantó y sin dejar de moverse afirmaba sus palabras con los brazos.
- ¡Me va a subir la categoría a jefe de equipo, cariño!- gritó
La mujer hizo un gesto para que bajara el tono, las niñas dormían.
-¡Dios mío!- gritó la mujer poniéndose la mano ante la boca.
-¡Pero…si es lo que llevas esperando toda la vida, amor mío!- dijo conteniendo el tono.
- Sí cariño, por fin lo he conseguido, me he puesto duro y no han tenido más remedio que aceptar-.
-Pero lo mejor es la subida de sueldo ¡Serán tres mil euros al año!- dijo Manuel.
-¡Tres mil euros!- repitió la mujer
La mujer llena de alegría se abraza a su marido y le besa-Sabía que lo conseguirías, sólo tenías que ponerte ¡Tu vales mucho mi amor!- terminó diciendo.

Manuel abrazado a su mujer, henchido de orgullo y con lágrimas en los ojos, sabe qué ha de hacer a la mañana siguiente.






Antonio Vallejo

domingo, 9 de noviembre de 2008

LA SOLUCIÓN

Sin mediar palabra los cuatro forman una piña improvisada. Se agrupan con cierta pesadumbre en el punto más central de la nave, se apoyan los unos con los otros y siguen en absoluto silencio. Ni siquiera se plantean darse un poco de calor para luchar contra el creciente descenso de la temperatura; no tendrían tiempo de sufrirlo en demasía. El humo resultante del incendio se va metiendo silenciosamente en la sangre de todos ellos, ahogando unos sueños de libertad que les había costado años construir.
Todo empieza con una explosión. A partir de ese momento la mayoría de los tripulantes comienzan a moverse en torno a ella: Gabriel se afana frente al panel de control, Natasha está a su lado apagando las llamas con el pequeño – y único – extintor que llevan a bordo. Peter se mueve de un lado para el otro. En su boca nacen frases cortas y concisas sin cesar, de sus ojos salen miradas acusadoras que buscan posibles efectos de la explosión. Inspecciona cada rincón de aquella especie de lata en la que están metidos: una nave vieja, pequeña, un cubículo habitado en exceso y que debería estar en desuso, pero al que todos cogieron cariño tras tantos años de trabajo y tantas esperanzas. El denso metal de color gris gastado que les separa del vacío sigue mostrándose viejo y robusto, pero no parece que haya sufrido daños.
Marcos es el único que no hace nada. Muy a su pesar no es capaz de trabajar bajo presión: los nervios le dominan, su mente se queda en blanco. Un inexplicable cortocircuito le impide usar lo que muchos consideran un cerebro privilegiado. Si es la propia vida la que pende de un hilo, esa presión se multiplica a niveles inauditos. De modo que no es de mucha ayuda. Herido en su orgullo, culpable en su propio juicio, se mantiene apartado. El espacio es reducido, pero al menos puede mantenerse a una distancia prudencial de la zona afectada, y a una distancia aún mayor del reciente cadáver. Permanece arrinconado justo frente a una de las pequeñas ventanillas, por las que apenas le cabe media cara. Se asoma y observa con preocupación la pequeña bola azulada que es la Tierra, haciéndose más pequeña a una velocidad tan escasa que parece nula. Sabía que le pasaría algo así, era consciente de que en algún momento u otro tendría que afrontar una situación de emergencia. Pero no ahora, no tan pronto. ¡Por Dios, acabamos de salir! Nos hemos precipitado, piensa. Quizá no era el momento de escapar.
En cuanto Peter ha descartado nuevos desperfectos, centra su atención en el cuerpo sin vida de Wilson. Se agacha escrupulosamente junto a la cabeza, diminuta en comparación con el robusto cuerpo que corona; es una mezcla de sangre caliente, carne quemada y súbita ausencia de cabello. Peter acerca una de sus huesudas manos, temblorosa, pero no llega a tocar ni un ápice de lo que fue su compañero. No es necesario, salta a la vista que allí dentro ya no hay vida. Marcos querría estar allí, tratando de hacer algo útil, o por lo menos de demostrar que le duele infinitamente la muerte de Wilson, pero sigue sin poder mover nada que se encuentre fuera de las cuencas de los ojos. Al contrario, a cada segundo que pasa se encoje más sobre si mismo, se agazapa, se repliega. Querría huir de allí, no tener que ver la desesperación de sus compañeros, no tener que oír esa mezcla de gritos y alarmas, ni el siseo ahogado de un extintor que ya no da más de sí.
Todo cambia en pocos segundos. Las llamas se apagan, las frases breves y exhortativas cesan. Ahora se oyen regueros de tos (pues los filtros que limpian el aire no pueden deshacerse fácilmente del humo), mezclados con susurros severos en torno al diminuto Gabriel. Peter y Natasha están a su lado, tratando de averiguar si van a salir con vida de ésta, pues es el único que puede saberlo. No hace más que teclear insistentemente, con la cabeza gacha, pegada a la pantalla. Marcos apenas puede oírles. Se planeta levantarse y acercarse a ellos, formar parte del improvisado comité de crisis. Pero permanece donde está, mirándoles a ellos y a la pequeña bola azulada de la ventanilla, con el corazón agarrotado.
- ¿Qué demonios ha pasado? ¿La nave aguantará? – pregunta Natasha, mientras se atusa la melena rubia inconscientemente.
- Todavía no lo sé… estoy en ello – contesta Gabriel con dificultad. Peter le hace una señal a ella, como dando a entender que deben dejarle tranquilo para que termine cuanto antes.
Ensimismados como están, los demás no se dan cuenta de que el humo está dejando de desaparecer. Marcos puede ver cómo se aposenta, como se revuelve sobre sí mismo y sobre sus cabezas, al no encontrar salida. Da la sensación de que cada vez es más negro y espeso. Por si fuera poco, comienza a hacer más frío. De pronto las luces fallan, tan solo un segundo, pero fallan. A ojos del petrificado Marcos, el trío está perdiendo el tiempo, ya nada puede hacerse. Los efectos de la explosión son demasiado evidentes.
Llegado un punto, Marcos ya no sabe si se siente mal por que algún soporte vital está averiado o por el terror creciente de saber que éstos son sus últimos momentos de vida. Con un denso nudo en la garganta mira a su alrededor e imagina de cuantas horribles formas uno puede morirse allí dentro. Mira la cabeza abrasada de Wilson y le envidia, al menos lo suyo fue rápido, ni siquiera tuvo tiempo de sentir miedo. Nadie va a venir a ayudarles. Son ilegales, salieron de la Tierra por sus propios medios y asumieron todos los riesgos derivados de usar una mecánica vieja e inestable; incluido el de morir.
De pronto Gabriel da un golpe seco contra el teclado. Luego otro algo más débil, con mayor carga de impotencia. Natasha se tapa la boca con ambas manos, ahogando lo que parece un primer sollozo. Sus grandes ojos no son capaces de ocultar lo que piensa. Peter se pone las manos sobre la cabeza, suspira profundamente y se gira. Parece que la cruel pantalla a la que atosigan con sus ojos les ha mostrado la peor de sus pesadillas.
- Tendremos que decírselo – le dice Natasha a Peter, tras mirar al rincón donde Marcos se refugia.
Sin embargo, Marcos está muy al tanto. Está nervioso pero no es ningún tonto. En un arranque de decisión presiona una palanca roja que hay cerca de donde está sentado. Durante el primer instante le miran horrorizados, pero no hacen nada para evitarlo. También saben que la muerte por ausencia de oxígeno puede ser una de las menos crueles si la nave que les protege del vacío del espacio está muriéndose a pasos agigantados. Es la mejor solución. El humo ayudará a que el final llegue antes, si todo va bien les adormecerá con rapidez.
Efectivamente, los cerebros van apagándose paulatinamente. El de Marcos se sumerge en una difusa ensoñación, en la que sus sueños se hacen realidad, en la que aquella nave termina llegando a la colonia de Marte, ese lugar lleno de oportunidades, ese escaparate que durante tantos años se ha lucido con desvergonzada lujuria ante una humanidad atestada.

Manuel Santos.
Creatividad, estructura y técnicas narrativas.

martes, 4 de noviembre de 2008

LA VECINA DE ABAJO

Apenas hacía un par de horas que Jota se había levantado de la cama, con el estomago revuelto y un leve dolor de cabeza. Su almuerzo, había consistido en una lata de sardinas en escabeche, pan semiduro del día anterior y una bolsa de patatas fritas de las que seguía dando cuentas mientras cambiaba continuamente el canal de la tele con el mando a distancia, todo esto remojado por una cerveza, que era de las pocas cosas que nunca faltaban en su nevera, casi siempre vacía. El timbrazo de la puerta, seguido de unos contundentes golpes, logró sacar a Jota de su estupor. - ¡Ya voy…! ¡Ya voy, joder!- Dijo levantándose perezosamente del sofá. En el momento en que abrió la puerta, dos tipos irrumpieron en el interior de su piso, uno de ellos, le agarró con fuerza del cuello de la camisa. - ¡¿Dónde está María?! ¡Dile que salga ahora mismo o te parto el cuello! - ¿María? ¿Qué María? - Vamos, no te hagas el tonto. Sabemos que vive aquí.- Dijo el otro tipo. - Mirad tíos, no sé quienes sois y me importa una mierda, pero aquí no vive ninguna María. ¿Creéis que estaría así el piso, si viviera alguna María? El que parecía el cabecilla de los dos, miró escéptico el caos reinante a su alrededor. Suspiró comprendiendo que Jota decía la verdad. Acto seguido, metió la mano en bolsillo interior de la americana y sacó una foto y una pitillera, que volvió a guardar en el se mismo bolsillo, después de encender un cigarrillo. Le enseñó la foto a Jota, al que seguía sujetando el otro matón. - Fíjate bien. ¡¿Has visto a esta mujer?! Jota achinó los ojos a causa del humo del tabaco. En la foto, había una chica muy guapa, abrazada a aquel tipo. - Pero si es…- Dudó en contestar, pero ya era demasiado tarde, y el tipo que lo tenía agarrado lo zarandeó con fuerza.- ¡La chica del tres C.! El de la foto, fue a la mesa de sobremesa y de entre el desorden, cogió el móvil de Jota y se lo guardó en el bolsillo, luego unas llaves. - ¿Son estas las llaves de tu casa? Jota asintió con la cabeza. Finalmente el hombre cogió un cuchillo de cocina, se dirigió al teléfono fijo y cortó el cable, clavó el cuchillo en el mueble donde estaba el teléfono y se dirigió a la puerta, haciéndole un gesto a su compañero para que soltara a Jota y lo siguiera. Dejaron a Jota encerrado e incomunicado en su propio piso. Pero mientras cerraban la puerta, escuchó como el tipo que le había estado agarrando del cuello le decía al otro. - Don Luis siempre nos dice que no nos obsesionemos por ninguna mujer y menos pudiendo tener a la fulana que queramos. Nos estamos jugando el cuello. - Yo no quiero una fulana, quiero a María… “¿Y qué hago yo ahora?” Pensó Jota dando vueltas de un lado a otro. Tenía un recambio de llaves, el problema es que no recordaba donde y lo más urgente era avisar a su vecina de lo que se le echaba encima, aunque le hubiera dado calabazas en más de una ocasión. Fue corriendo a su habitación. La cama seguía deshecha, así que cogió las sabanas y las anudo como pudo, después las ató a la barandilla del pequeño balcón, su vecina vivía justo en el piso de abajo, así que esa era la manera más rápida de llegar. Justo debajo, María tomaba el sol boca abajo mientras ojeaba una revista de modas, sin percatarse del trozo de sabana que colgaba por encima de ella. Del interior de la casa salía una suave melodía de música chill-out. María sintió un extraño gemido que venía de encima de su cabeza, justo cuando estaba apunto de mirar para arriba, sonó el timbre. Se levantó y fue hacia la puerta mientras se ponía la parte de arriba del bikini y un albornoz que tenía en el interior del piso. Jota no había sentido el timbre desde donde estaba, pero si que consiguió bajar unos centímetros más, para ver a María dirigirse a la puerta, intentó avisarla, pero ya era demasiado tarde. Todo pasó muy rápido. El matón que momentos antes había estado sujetando a Jota por el cuello abrió la puerta de golpe y María calló al suelo de culo. Miró con sorpresa y terror a sus agresores. -¡Tú! – Dijo al que hacía unos meses había sido su pareja. - Hola María. Te echaba mucho de menos. - ¡Mira quién está en el balcón! - Dijo el otro, señalando a Jota, cuyos pies rozaban ya la barandilla. - Hay que joderse.- Dijo el cabecilla dirigiéndose a Jota mientras metía la mano debajo de la americana. Jota, al ver el gesto, pensó que el tipo estaba sacando un arma y se soltó de su improvisada cuerda. El tipo viendo caer a Jota corrió hacia él, con la pitillera que acababa de sacar del bolsillo en la mano, se asomó a la calle mientras se encendía un cigarrillo, para ver como un grupo de gente se reunía alrededor de Jota. - Será mejor que nos vayamos, ya Mandaré a alguien para que venga a recoger tus cosas.- Le dijo amenazante a María. -¡Recuerdo que te mandé a la mierda, cuando descubrí a lo que te dedicabas!- Le Dijo ella mientras el otro matón la ayudaba a levantarse. - Esto no es una discusión, si no quieres venir conmigo Alfonso te hará una cara nueva.- Dijo acercándose a María mientras su compañero, sacaba una navaja de un bolsillo trasero de los tejanos. Jota podía notar el roce del hueso roto de su pierna derecha, a la vez que un intenso dolor le recorría todo el cuerpo. Los transeúntes, formaron un corro a su alrededor, preguntando qué había pasado y si se encontraba bien. “¡Que alguien llame a una ambulancia!”, “¡Haced sitio que respire!”. Decían algunos. Entonces vio entre la muchedumbre, como los dos matones salían del edificio agarrando a María de los brazos. - ¡Esos son los que me han tirado del balcón! ¡Quieren secuestrar a mi novia! Todo el mundo se abalanzó hacia el trío, liberando a María de sus dos captores. Mientras, un coche que esperaba en doble fila salió disparado. - Un abogado pagó ayer la fianza de ese cerdo. Tendré que ir con cuidado, sobre todo, estando tú aquí.- Le dijo María, tres días más tarde a Jota, que estaba postrado en la cama de un hospital con la pierna escayolada. - Creo que no, mira.- Dijo Jota subiéndole el volumen a la televisión. La cara del exnovio de María ocupaba toda la pantalla, mientras la voz de la presentadora, decía que había muerto por un ajuste de cuentas. Juan Carlos Fernández Fernández

domingo, 2 de noviembre de 2008

INTRUSO

No me lo puedo creer. La puerta está cerrada. Trato de inspeccionarla, de encontrar un resquicio que me permita desmentir tal afirmación. Inútilmente. Siempre había podido entrar sin problemas, no lo entiendo. Venía tan convencido como siempre, pensando en mis cosas, seguro de mi mismo. Ahora ni siquiera sé en qué estaba pensando, las ideas se han vaporizado como lo hace un sueño banal. Me quedo unos momentos plantado frente a la puerta, supongo que con una espantosa cara de desconcierto. Muy a mi pesar, la situación no mejora por el mero hecho de quedarme mirándola.

El proceso nunca había fallado antes: entraba por el patio interior, al que se puede acceder fácilmente – si sabes cómo -, y luego iba hacia la puerta que conecta dicho patio con la casa en sí, que siempre está abierta. No puede verse desde fuera, de modo que su cerradura es su secreto. O lo ha sido hasta hace poco. Ahora se erige seria e imperturbable, orgullosa de poder ignorarme impunemente.

Por suerte, hay otras formas de entrar. Durante años viví allí, conozco algunos de esos pequeños trucos que espero que sigan existiendo tras mi larga ausencia. Doy un rodeo y me acerco a la ventana del comedor, justo un piso por encima. Tengo que hacer algunas peripecias para subir hasta el balcón, pero no es tan difícil como podría parecer. Afortunadamente no hay nadie cerca que pueda ver y juzgar mis actos.

De las tres ventanas del comedor hay una que no se puede ajustar; está cerrada, pero cede con una leve presión. La abro y entro. La primera sensación es la de siempre: una dulce bofetada de ese olor particular que tiene cada casa pero que nadie sabe muy bien dónde se genera. Como todo buen olor, enseguida se mete – sin permiso -  en mi cerebro para abrir cajones a voluntad, lanzando el contenido en forma de imágenes, de aquellas que los ojos pueden ver por la parte trasera.

Enseguida comienzo el ritual acostumbrado durante mis visitas: me dedico a recorrer las estancias, despacio, dejándome llevar por los estímulos que me provoca cada rincón. El sofá, la televisión, la mesa, la alfombra… todo parece estar en su sitio, como siempre ha estado. Son estancias espaciosas, algo desvestidas pero cómodas. Casi sin darme cuenta llego hasta el dormitorio. Desde el marco de la puerta miro hacia la cama. Deshecha, como siempre, como a mí me gusta. En ella pasaba las noches con él. Hace tanto que no le veo… La casa está vacía, lo he notado nada más entrar. En verdad desde que me fui no he vuelto a encontrarle, los pequeños retornos furtivos que he hecho de vez en cuando no nos han reunido de nuevo. Pese a ello, sé muy bien que él sigue viviendo aquí y que sigue con su rutina, con sus manías. La ropa está tirada en el suelo, junto a la cama, las persianas medio bajadas, las puertas de los lavabos cerradas a cal y canto. Sin duda él también habrá notado mis visitas, de algún modo.

La cama todavía conserva un poco del olor que ha debido dejar ésta mañana, antes de irse a trabajar. Lo aspiro suavemente. Vuelve a entrar en mi cabeza, aunque esta vez no busca imágenes, sino sensaciones. Sensaciones agradables: tranquilidad, confianza, roce... Todavía no sé porqué me fui. Sin duda sería muy feliz viviendo aquí, pero supongo que hay cosas que uno no puede evitar.

De repente algo me llama la atención. También es un olor, pero no lo reconozco. Ya lo he notado antes, pero ahora se me hace más intenso, más evidente. Me levanto de la cama y empiezo a recorrer la casa otra vez, con los ojos bien abiertos. Poco a poco me voy poniendo nervioso, como si en el fondo ya supiera lo que estoy a punto de descubrir.

La segunda pista de que algo no va bien la encuentro en el pasillo. Ya lo había recorrido hace un momento, al ir al dormitorio, pero entonces no me había dado cuenta de que mi foto ya no está sobre el pequeño mueble que sostiene la pared. Eso hace que me mueva directamente hacia la cocina, donde espero encontrar algún tipo de confirmación definitiva para mis sospechas. Así es. Era esperable, lógico. Pero me quedo unos minutos inmóvil frente a la prueba irrefutable de que tiene un nuevo compañero. No me resulta agradable saberlo. Hoy deben de haber salido juntos, por cierto, lo cual ha sido una suerte; no me hubiera hecho ninguna gracia encontrarme al nuevo inquilino frente a frente. Menuda situación.

            De pronto esa insistente pregunta sobre las razones de mi marcha resuena con más fuerza que nunca. La nostalgia se hace casi dolorosa. De nuevo me muevo hacia la cama, ahora con paso lento, mirando a mi alrededor con la sensación de que aquel ya no es – definitivamente – mi lugar. Subo de un salto y doy unas cuantas vueltas sobre mi mismo hasta que me decido a echarme. Puede que ya no sea mi casa, puede que ya no deba volver. Pero al menos puedo disfrutar, una vez más, de dormir en esta cama en la que tanto he disfrutado. Lentamente, con los ojos entrecerrados, voy lamiendo caprichosamente mi pelaje mientras llamo con susurros al sueño.


Manuel Santos.

Creatividad, Estructura y técnicas narrativas.

viernes, 31 de octubre de 2008

Ayer le arranqué las uñas a mi padre con unas tenazas oxidadas. (Albert Monforte)

Ayer le arranqué las uñas a mi padre con unas tenazas oxidadas. No suelo usar mucho mis herramientas, más de una vez las he dejado olvidadas por el jardín y, claro, con la humedad se acaban estropeando. Recuerdo cuando mi madre me regaló la caja, un set perfecto de bricolaje, lleno de compartimentos con clavos, tornillos, tacos. Fue un gran regalo, me hizo mucha ilusión. Creo que fue por mi veinticinco cumpleaños. Hicimos una fiesta en el jardín, invité a Juan, mi mejor y único amigo imaginario, soplamos las velas del pastel, bailamos, bebimos vino y whisky y fumamos cigarrillos hasta hartarnos. Recuerdo que Juan también trajo un regalo, una camiseta de Jabba El Hutt, el sapo gigante asqueroso de Star Wars. Lo que ya no sé es si la camiseta era verde o negra, al final era de un color intermedio de tanto que me la puse. Yo suelo llevar camisetas. No me gustan las camisas, son un engorro con tanto botón. Pero eso sí, me cambio cada día, puedo ser un tipo algo informal y desordenado, pero no sucio. Lo que no he conseguido nunca es lavarme los dientes al mediodía, es un hábito que no consigo adquirir. Así que solo me los cepillos dos veces al día. Me suelo duchar por la mañana, normalmente tengo que esperar a que mamá salga de la ducha, me pone un poco nervioso que tarde tanto pero bueno, tampoco pasa nada por esperar, la vida es eso, espera, ¿no? No sé lo que esperamos pero esperamos, nos pasamos la vida sentados esperando. No sé quién me dijo eso, quizás fue mamá. La verdad es que la pobre empieza a estar un poco vieja y desastrada, últimamente se cuida poco, no me extraña porque no es fácil maquillarse sin dedos. Le regalé una bata rosa para su santo pero no se la pone, eso también me enfada y me pone triste. Lo que me molesta más es que esté todo el día con los rulos en la cabeza, no sé por qué se preocupa de sus rizos si está medio calva. Además debería preocuparse más por comprarse un ojo de cristal, da un poco de grima mirar la cuenca vacía de su ojo derecho. Lo haría yo, lo de comprarle el ojo de cristal, pero es que no sé su talla, tampoco sé de qué color quiere el ojo, no sé si le apetece que haga juego con el que le queda o le hace gracia jugar a tener los ojos de dos colores diferentes, como Elizabeth Taylor, era Elizabeth Taylor, ¿no?, la de los ojos de dos colores, nunca supe si se referían a que tenía un ojo de cada color o que cada ojo tenía dos colores. Pero si cada ojo tenía dos colores y esos no coincidían con los del otro ojo, entonces dirían que tenía los ojos con cuatro colores, ¿no? Dicen que Elizabeth Taylor se casó siete u ocho veces, pero de ellas tres o cuatro con el mismo, Richard Burton. Parece que no tenían las ideas claras, pero supongo que se debían querer mucho si lo volvían a intentar después de tantos fracasos. En el fondo admiro a la gente que es así, son tenaces. Hablando de tenaces, a ver si me acuerdo de guardar las tenazas en la caja, no quiero que se oxiden más.

jueves, 30 de octubre de 2008

TALLERES GRATUITOS EN KOSMOPOLIS


Dins de Kosmotica, l’exposició sobre literatura digital que proposa Kosmopolis, us convidem a participar als tallers de literatura


Divendres 31 d’octubre

18 a 20 h Rosa Llop. Tipografia. Noves eines per a la poesia - Català

La columna Trajana, la bíblia de Gutenberg, els poemes de Marinetti, el logotip d'IBM, la portada de Never Mind the Bollocks dels Sex Pistols, etc... Aquests són alguns dels exemples que il·lustren com la forma de la lletra ha esdevingut part de l'essència estètica de la nostra cultura.

L'objectiu d'aquest taller és familiaritzar-nos amb l'estilística de la lletra i les seves possibilitats literàries, experimentant amb la composició i forma de les paraules des d'una perspectiva lúdica però conscient.



Dimecres 5 de novembre

18 a 20 h David Casacuberta. Literatura y web semántica - Castellà

L'objectiu d'aquest taller és presentar el concepte de web semàntica, els seus principals llenguatges i tecnologies associades i, especialment, les possibilitats que aquest nou paradigma de comprensió d'Internet té per al desenvolupament de la creació i experimentació de la literatura.

En primer lloc, s'analitzarà en què consisteix la web semàntica o web 3.0 i les seves relacions i diferències amb la web 2.0. Seguidament, es presentaran alguns projectes que utilitzen alguns aspectes de la web semàntica per a desenvolupar narracions i projectes literaris, introduint finalment algunes tecnologies que poden utilitzar-se per a crear els nostres propis experiments narratius en el context de la web 3.0.



Dijous 6 de novembre

18 a 20 h Raquel Herrera. Afinidades electivas (o por qué algunas de mis obras digitales favoritas son narrativas) - Castellà

Aquest taller pretén donar a conèixer les diferents possibilitats de desenvolupament de la narrativa vinculada a noves tecnologies a través d'exemples paradigmàtics dels principals gèneres del camp (joc, literatura i audiovisual). A partir de presentacions teòriques i del diàleg constant amb els participants, el taller servirà per familiaritzar-se amb la noció de "relat digital" i els diferents conceptes de cultura hipermèdia que inclou.



Divendres 7 de novembre

18 a 20 h Daniel García Andújar. Taller: e-paisajes. Una nueva herramienta de narración descriptiva - Castellà

El paisatge, com a representació, és una construcció de la imaginació que va conformant gradualment una memòria en contínua mutació. El seu desxiframent ha estat un dels recursos expressius més recurrents de la nostra literatura. L'inventari de la nostra realitat ha estat una tasca literària de certa tendència històrica que ha inclòs des de l'inventari geogràfic a la crònica passant per una intensa literatura de viatges que ens ha apropat al paisatge com una gran figura retòrica als seus vessants múltiples i variades: èpic, utòpic, il·lusori, fantàstic o urbà. Sens dubte el paisatge continua sent una gran figura retòrica per a tot bon narrador.

L'objectiu fonamental del taller és forjar un diàleg estret entre els participants que permeti, des de la pràctica, entendre nous processos transformadors de la nostra realitat. ens permet generar una infraestructura real de treballfeina amb tecnologies d'informació i comunicació i introduir la comunitat literària en nous conceptes derivats de la introducció de noves tecnologies, la irrupció d'Internet i l'ús extensiu de la informàtica i l'electrònica en la nostra vida quotidiana i el nostre treballfeina habitual



Dissabte 8 de novembre

18 a 20 h Laura Borràs i Castanyer (Hermeneia). Taller de poesia digital – Català

El taller de poesia digital vol ser una oportunitat per endinsar-se dins del món de les textualitats electròniques des de la interconnexió de llenguatges i la permeabilitat dels discursos artístic, estètic, tecnològic, poètic... Després d'una introducció genèrica a la literatura digital, presentada en relació al net-art i a les pràctiques pròpies de la cibercultura, tindrà lloc un exercici d'hermenèutica lectora mitjançant el qual, des de la immersió i el comentari guiat, es presentarà la variabilitat de propostes que existeixen avui en dia i els seus diferents ordres de lectura.

Taller impartit per Laura Borràs Castanyer, Directora del grup de recerca internacional HERMENEIA i del Màster en Estudis literaris en l'era digital Grup 62/UOC



Kosmotica estàra oberta fins al diumenge 9 de novembre



ENTRADA LLIURE (tant a l’exposició com als tallers)

No cal inscripció prèvia



CCCB Montalegre, 5. 08001 Barcelona tel. 933 064 100 www.cccb.org

VECINO DE VERONICA

VECINO DE VERÓNICA


Sin perder el desespero que traía, abrió el portón a la calle, subió las gradas a grandes zancadas y se dirigió al escritorio, por los documentos que le interesaba. Buscó con manos temblorosas y sudorosas entre el fajo de papeles. Un torrente de ideas le cruzaba la cabeza.- ¿Cómo es posible, tantos días aquí, sin darme cuenta? ¿Cómo no lo supe si estaba tan pendiente de este envió? Ya había pasado un mes de angustiosa espera.

-Debe ser este, -se dijo rompiendo un sobre y mirando de reojo el reloj en la pared. -De haberlo sabido antes, muchos insomnios me hubiera evitado.

Este era justo el último día de plazo para radicarlos en el juzgado penal No 5, a punto de cerrar. No tenía más tiempo y salió a la carrera con la carpeta bajo el brazo.

-Solo tres cuadras. Es más rápido llegar a pie en medio de tanto tráfico. -Pensó.

Cinco minutos antes, Lina lo llamó al celular para preguntarle como le había ido con el envió que ella le había hecho. -Desde hace quince días y por correo certificado, le repitió. Martín recordaba que para ese preciso día debió viajar a la costa y regresar al día siguiente, de noche, cansado, luego de seis horas de viaje por carretera en mal estado. No tuvo el ánimo para repetir la rutina diaria de revisar los papeles llegados.

-¿Porqué las cosas tienen que ser así? -Se dijo.

Ingresó a la oficina del juzgado con el pecho palpitante, la respiración jadeante por el esfuerzo, y la fe puesta que dentro del sobre a medio abrir estaba todo lo necesario. Era una suerte que no se le hubiera desencadenado la crisis asmática, que habitualmente le ocurría en situaciones de máxima tensión.

- No puedo recibir sus documentos está relacionados como recibidos desde hace dos días y no repetimos este proceso, -le dijo el encargado.

- No es posible!, no los he traído antes, ¿cómo llegaron?

- Ya estamos cerrando y no tengo tiempo para buscarle explicaciones.

-Pero necesito certeza de lo que dice, no tengo más tiempo si hay algún error.

- Tendría que revisar el libro de actas de recibido de esa fecha y ya se fue la oficinista, vuelva mañana

- Mañana es tarde, y no puedo dejar de ir a mi oficina a trabajar cuando quiera, cumplo unos horarios y requiero de permisos con tiempo. Colabóreme por favor.

- No puedo meter la mano en una oficina que no es la mía. Además ¿para qué se angustia si ya están registrados?

Salió a la calle confundido.- Ahora si que no podré dormir. Tengo que calmarme o me volveré loco. Continuó caminado y respirando profundo. Estaba en juego su futuro a partir de mañana: quedar libre, continuar con libertad condicional o ser detenido y perder su reciente contrato en una compañía comercial. Esta era la última oportunidad para demostrar que él no era el culpable del caso que se le imputaba.

De regreso a su apartamento en la Unidad de Bloques F en el Oeste de la ciudad de nuevo una llamada de Lina: -¿por qué me colgaste?

- Corría con los documentos para el juzgado.

- He tratado de comunicarme para confirmar que los hubieras recibido y como no te pude localizar decidí enviar ayer una copia al juzgado directamente dada la importancia que sabemos. Espero que no falte alguno y este proceso salga a tu favor.

Lina, estudiante de derecho, había reunido las pruebas que el juez pedía para demostrar que Martín Ante Penagos, su primo, era sólo un homónimo del verdadero delincuente y no quien se encontraba en el sitio y hora del insuceso dos meses atrás.

- Que ironía, 15 días con ellos, sin darme cuenta, -se dijo Martín ya en su apartamento, donde vivía solo y recordó que la comunicación con Débora, la aseadora, se limitaba a notas y documentos que se entrecruzaban en el escritorio.

Desde hacía 1 semana la misma duda y las mismas imágenes borrosas lo asaltaban cada noche al irse durmiendo: -si no hubiera estado tan borracho aquel sospechoso día todo sería mas claro para mí. -Ya no le alcanzó más la noche para oír la tercera llamada de Lina.

Mequí Barrero G.

miércoles, 29 de octubre de 2008

AROA

Inconscientemente resonaron sus viejos dedos en contacto contra la madera. Siendo éstos, agrietados, desgastados por las heridas del tiempo, no podían producir sino acordes sin ritmo, los cuales expansionados por el vacío fenecían contra las paredes.
Intentaba concentrarse, una vieja melodía resonaba en su mente. En su memoria el repiquetear de una campana perteneciente a una vetusta época le conmovía removiendo su memoria. Reiteró el acto, añorando aquella espléndida semblanza. Aquellos sutiles recuerdos de una adolescencia inalcanzable, volvieron a resonar en su mente. En un arrebato se levantó de la silla remisamente, apoyando ambas manos sobre los brazos de la silla. Erguida, caminó cojeando, ayudada de un báculo. En su mente, una imagen que le instaba a ejecutar su acción sin réplica alguna. Sus rugosas manos, víctimas de un tembleque, recogieron el cuadro contenedor de una vetusta fotografía, descubriéndose, un simple retrato, un joven apuesto, repeinado. Sintió nuevamente una sensación pérdida, casi olvidada por su avanzada edad. Iluminado su rostro con la dicha, desando sus pasos lentamente, mientras se aferraba con fervor al objeto. Repitió la misma operación a la inversa. Asentada, retornó con satisfacción a repicar sobre la mesa, mientras observaba con ternura el cuadro embelesándose con él. Recordó aquellos años de grata adolescencia en el instituto de la capital, con su ulular por los pasillos, con sus longevas tardes de estudio. Rebuscando entre la memoria, encontró el significado de su recordatorio, el momento exacto en el que todo quedó trastocado. Se hallaban en un patio trasero de dimensiones cuadrangulares, coronado éste por una fuente seca.
- Míralo… - Le señaló la localización con denuedo, obedeciendo su compañera, cercó con su vista aquella periferia. - ¿Lo ves? ¿Continúa mirándome? – Le cuestionó instintivamente, mezclando en su tonalidad la sorpresa de ser admirada con su dignidad como mujer. Un individuo coetáneo merodeaba, discurriendo continuamente por su mismo espacio.
- Sí…- Exclamó fascinada Marta, hipnotizada también por su presencia, percatándose de su frustrada vigilancia el interfecto le sonrió abiertamente a su observadora, mientras les contemplaba. Sonrojada, confesó a su amiga con timidez. – Nos está sonriendo…
- ¿Cómo? ¡Será fresco! ¡Pero que se habrá pensado! – Se giró bruscamente, hallándole con la mirada, oteó su desvergonzada actitud, pues le sonreía nuevamente. Confusa se vio abrumada, siendo capaz tan sólo de avistar su introducción en el instituto. Impactada, quedó durante unos instantes, vacilando acerca de que resolución elegir.
- ¡Aroa! ¿Estás bien?... – Le pregunto Marta con cierta socarronería. -Creo que te gusta… - Mencionó con énfasis, enmascarando su refocilación.
- No digas, eso… No me creas tan tonta de enamorarme de un chico por tan sólo su forma de contemplarme. – Le replicó, sintiendo cual la ironía abrazaba sus últimas dicciones.
- Yo no he dicho eso… ¡Lo has dicho tú! – Exclamó mientras se carcajeaba por el descubrimiento. Sonó la campana. Rápidamente aquel patio trasero, se rellenó instantáneamente de estudiantes, deambulando cual si fuesen un mare mágnum. Estudiaban en clases distintas. Presto su acompañante se marchó tras insistirle en que abandonarán ese lugar, eludió sus prisas, rehuyendo de aquellos pensamientos que le instaban a desertar. Quedó apoyada en la base de la fuente ruinosa, con sus codos posados sobre sus rodillas al mismo tiempo que sujetaban su rostro, intentando quimerizar nuevos encuentros con el sujeto que empezaba a obsesionarla. Abstrusa en esa intensa mirada azulona, conformada por un rostro angelical, se deleitaba con su reproducción incansables veces, definiéndose así un nuevo orbe. Ante ella el gentío indiferente, un patio despoblado, una realidad mezquina, desdeñable. Ante ella una sombra que vigila sigilosa rebotando entre la umbría de cada columna que encubren los soportales. Cabizbaja, se niega a partir, a pesar de las represalias, han tocado rebato, pero continúa con su obcecación, siente que no debe abandonar este lugar, que una razón que no comprende le obliga a su permanencia.
(Error estructural en los tiempos)
- ¿Me esperabas…? – Sintiendo entonces una dulce voz tras su espalda, nota como un escalofrío recorre su cuerpo, despertándola de su letargo. <<>> se repite así misma infantilmente. Presa de la indecisión, mecida bajo las circunstancias, siente como su cuerpo se queda paralizado por tamaña sorpresa. Paulatinamente, comienza a girar su rostro, impacientándose al no escuchar su respiración. Impactada asimila la situación, levantándose rápidamente, recorre la fuente entera, intentando darle caza, pero no lo encuentra, recorre entonces el patio entero, pero no le halla. Desconsolada, se desanima, tildando de desquiciante su actuación, regresa a la fuente para recoger el libro de texto que ha depositado en el suelo. Obsesivamente continúa divisando su rededor, esperando encontrarle. Percatada de su soledad, suspira, nadie le ha visto caminar en tan ridículo circuito, intenta recobrar la normalidad serenándose, alejando de su mente aquella voz fácilmente impuesta a un desconocido. Recoge el libro no sin avistar de soslayo, descubriendo vespertinamente mientras se iza, una anotación arrugada desprendiéndose de su interior. Asombrada, desenvuelve la parte doblada de la anotación, se trata de una octavilla, tan sólo reza una inscripción, una citación en letras grandes. El mensaje es contundente, pretencioso se diría, como su aparición.
Aún así, se halla entusiasmada con la dádiva, relanzando otra redada para descubrirlo, pero no lo halla. Cautivada se la lleva contra el pecho, abrazándola tenazmente, tras doblarla, la guarda con cuidado en un bolsillo de la chaqueta. Reflexiona en la insistencia del sujeto en acaparar su atención, dubitativa queda asaltada por las dudas, su sorprendente visión, su sonrisa embaucadora, se halla ante un dilema.
Se adentra en el interior del edificio, sumida en sus cavilaciones intenta asemejar normalidad, saluda a sus compañeros.
En la misma clase se encuentra ausente, no atiende a las explicaciones, se encuentra con una sensación de angustia que la corroe interiormente. Vespertinamente con cuidado deposita la anotación en su mano, visionando con intenso dolor su mensaje, se siente incomoda en el asiento, nerviosa no deja de removerse mientras sostiene aquel mensaje entre sus dedos. La angustia comienza a increparla, hallándose lívida, siente un imperioso deseo de sollozar. Su profesora advierte sus síntomas de malestar.
- Aroa, ¿te encuentras bien?
Escucha la voz de su profesora, cabizbaja, siente que no puede aguantar más los síntomas, que su estómago se revuelve, sus manos sudan, temblorosa, se siente incapaz de contestar. Vespertinamente se levanta del pupitre, la profesora le acompaña, siente entonces las afiladas miradas de sus alumnos (compañeros) acuchillándola, con sus cuchicheos sentenciosos, escucha las burlas, las sonrisas medianamente acalladas. La puerta se cierra, la profesora continua con sus clases. Siente ganas de vomitar, corre velozmente hacía los servicios, una vez dentro se encierra en el mismo, donde comienza a plañir desconsoladamente.
Aquella anciana de rostro afable, surcado por las arrugas que dotan la vejez, sonríe, recordando ahora con cierta resignación los avatares cargados de vicisitudes que aguarda el destino. Una presencia encorvada, de coetánea edad, de ojos azulados, camina hacia ella con su paso limitado, vislumbrando con satisfacción, el trofeo que sujetan aquellas manos temblorosas. Esboza una sonrisa su rostro, suspira, antes de abordarla, antes de enfrentarse a aquel apuesto joven, fiel reflejo suyo de su lozanía. Apoya entonces una de sus manos sobre el hombro de su amada, besando su cabeza, exclama emocionado con su voz envejecida, sosegada. -Siempre te he dado las gracias por haberme esperado

ANA

Estaba paralizado en el interior de mi coche. Ana yacía inmóvil sobre el asfalto con la pierna ensangrentada. Apenas podía oír su llanto porque el casco cubría su cabeza pero sus ojos reflejaban un intenso dolor. Su motocicleta, aún en marcha, invadía el carril contrario de la carretera. Pronto se formaron dos largas colas de coches en ambos sentidos de la carretera y pocos minutos después pude escuchar las sirenas de una ambulancia y un coche de policía. Yo no estaba herido. Un policía descendió de su coche, se acercó al mío, me pidió la documentación y me hizo la prueba de alcoholemia. Yo estaba pendiente de Ana. Todo sucedió muy rápidamente. Solo pude ver la suela de sus botas que sobresalían ligeramente de la camilla. La puerta de la ambulancia se cerró y se marchó a toda pastilla con la sirena sonando.
Los policías me dijeron que debía acompañarles a comisaría para tomarme declaración. Se quedaron mi documentación y las llaves de mi coche. Llegaron dos policías más para controlar el tráfico. El camino hasta la comisaría se hizo eterno. No podía dejar de pensar en Ana. Estaba asustado, se me rompía el corazón de pensar en el dolor que ella podía sentir. Era sólo una niña de dieciocho años, como yo. La quería tanto que hubiera dado mi vida por ella.
El coche se detuvo delante de la comisaría. Un policía me abrió la puerta y me acompañó hasta el interior de aquel edificio gris y frío. Nos detuvimos en la recepción donde me hicieron firmar un impreso y seguimos por un largo pasillo hasta una sala donde por fin me interrogaron. Conté lo ocurrido con todo detalle. Lo recordaba perfectamente. Había ido a casa de Ana para hablar con ella. Habíamos discutido y ella no contestaba a mis llamadas. Cuando me vio llegar en mi coche salió de su casa, se puso el casco, subió a su moto y arrancó apresuradamente. Yo la seguí y ella aceleró. Sabía que estaba nerviosa y no controlaba la moto. La quise adelantar para que redujera la marcha, tenía miedo de que sufriera un accidente. Yo también estaba nervioso y me acerqué demasiado a su moto, hasta el punto de tocarla y hacerla volcar.
Pregunté por Ana pero nadie me supo dar ninguna explicación. Le pedí al policía que me había interrogado si me podía marchar porque necesitaba ver a Ana pero me dijo que de momento debía esperar hasta que llegaran noticias de ella. Pasaron más de dos horas. Yo seguía sentado en un banco de la sala de espera. Un policía al que no había visto en todo el tiempo que estuve en la comisaría me llamó, me hizo levantar, me colocó unas esposas y me dijo que debía acompañarle a una celda donde pasaría la noche porque había una denuncia contra mí por violencia de género e intento de asesinato. También supe por él que Ana estaba bien. Sólo tenía una pierna rota, algunas heridas y contusiones pero ya había salido del hospital.
Mi padre y mi hermano han venido esta mañana a la cárcel para llevarme a casa. Han pasado tres años y ciento veintisiete días desde el accidente. Al llegar a casa he encontrado a mi madre en la cocina con los ojos llorosos. No la he visto durante todo el tiempo que he pasado en la cárcel. He sabido de ella porque mi hermano me ha ido contando que sufría una fuerte depresión. Mi madre siempre fue una persona depresiva y a menudo me echaba las culpas a mí y a mi padre diciendo que nosotros le habíamos amargado la vida con nuestros reproches y falta de cariño hacia ella. Me he acercado a ella para abrazarla pero me ha rechazado y ha estallado a llorar y gritar que no la tocara, que ya no era su hijo y que para ella yo había muerto. Mi hermano me ha llevado a mi habitación y me ha pedido que comprendiera a mi madre. Según me ha dicho ella se ha puesto del lado de las mujeres maltratadas y nunca ha creído mi versión de los hechos y también me ha dicho que él y mi padre han intentado por todos los medios que me creyera pero que ella estaba muy asustada.
En mi habitación ya no está mi cama, ni mi ordenador, ni mi ropa. Ahora hay un sofá, una máquina de coser y una tabla de planchar. Sobre el sofá hay un paquete y una nota que no me atrevo a leer. Estoy desorientado, no se que hago en esta casa. Por un momento he tenido ganas de volver a la cárcel, donde ya tenía una rutina, una vida ordenada, aunque siempre fui rechazado por los demás asesinos, ladrones y todo tipo de delincuentes. Para ellos yo era un niñato perturbado que había intentado matar a mi novia.
Mi hermano ha cogido la nota, me la ha dado y al final la he leído: “Toma este paquete y ábrelo donde quiera que vayas. Aquí no te quiero ver más. No te mereces ni mi cariño ni mis cuidados”. Después me ha dado el paquete y me ha dicho que me acompañaba al lugar donde iba a vivir provisionalmente hasta que me pudiera conseguir algo mejor. Hemos caminado unos veinte minutos hasta llegar a un barrio alejado del centro, cercano a un polígono industrial, me ha dado unas llaves con una dirección escrita en una etiqueta: “24, 4º 3ª.” Nos hemos despedido y he entrado al edificio con el número 24. Una escalera fría, vieja y mugrienta me ha conducido hasta el cuarto piso. He puesto la llave en la cerradura de la puerta con el número tres grabado. He entrado a una sala oscura, sin ventanas, con una cocina diminuta, un baño con ducha y nada más. Aquí es donde tengo que vivir ahora, una celda un poco más grande que la de la cárcel, pero más oscura y solitaria. Me he sentado en el suelo y he mirado el paquete. He abierto todos los cajones de la cocina buscando un cuchillo o unas tijeras para abrir el paquete, pero están vacíos. Con las llaves he conseguido abrirlo. Me he pasado la tarde mirando las fotos de mi infancia, todo lo que contenía el paquete. El mensaje es claro. Mi vida empieza a partir de este momento, en una sociedad donde los hombres siempre estamos bajo sospecha.





Esta párrafo adicional es para aclarar que aunque lo parezca no estoy a favor del protagonista. Sólo he querido intentar ponerme en la piel de un hombre maltratador que piensa, como la mayoría, que lo que ha hecho es por el bien de su pareja, porque la quiere con locura y tiene que protegerla porque no es nada sin él. Los hechos, tal y como él los cuenta son claros. También está claro que desde su punto de vista él no ha hecho nada malo, simplemente ha hecho lo que debía hacer y lo ha hecho por amor.

INSEGURIDAD

El tremendo estruendo procedente de la calle nos llevó a todos a mirar por el escaparate de la agencia de viajes donde trabajo. En los dos años que llevo en ella, he visto tantos accidentes de tráfico a través de su cristalera que he perdido la cuenta. Sin embargo, aquel me conmocionó el alma más que ningún otro, porque reconocí la matrícula del coche gris plata que se hallaba empotrado bajo las ruedas de un camión. Salí de la agencia como fantasma conducido por el diablo y vi, en el asiento del conductor, inconsciente, al único hombre que he conseguido amar. El hombre que ocupó mis sueños y mis desvelos, que por azares de la vida se alejó de mí antes de poder hacerle percibir cuánto lo amaba y que, a pesar de los años trascurridos sin verlo ni saber nada de su vida, aún conmovía mi ser.

Las sirenas de la ambulancia me sacaron de mi abstracción y solo un pensamiento me inundaba la cabeza: «que esté vivo, que esté vivo».

— ¿Dónde lo llevan? —pregunté al enfermero que lo sacaba en camilla.

— Al Gregorio Marañón —me contestó.

Al salir del trabajo, fui al hospital: «Está en la UCI —me comunicó la enfermera de recepción—, no puede verlo si no es familiar directo».

Así pasó un tiempo. Las visitas al hospital se convirtieron en una rutina diaria hasta que, por fin, en una de ellas, la enfermera me dio una noticia favorable:

— Está en planta recuperándose.

— ¡Ah!¡Qué alegría¡ —suspiré aliviada.

— ¿Quiere subir a verlo?

Después de un momento de duda, rechacé la propuesta:

— No…, seguro que tendrá una novia que lo cuide.

— ¿Quiere que, al menos, le diga que ha estado interesándose por él? —me preguntó de nuevo.

— No, no hace falta, con saber que se va a poner bien es suficiente —contesté pensando que, después de tanto tiempo sin saber nada el uno del otro, poco le iba a importar que anduviera por allí preocupada por su estado.

Cuatro meses después del accidente, en uno de esos días grises en los que mi ánimo parecía haberse escondido entre las nubes y ni el mejor maquillador me habría hecho sentir guapa, apareció por la agencia. Sus maravillosos ojos azules se hallaban ante mí buscando el viaje de novios perfecto para su prometida: una enfermera que conoció en el hospital tras un reciente accidente sufrido en la esquina de esta misma calle, según me fue narrando mientras mi corazón se comprimía de dolor. Mis dedos tecleaban con dificultad las opciones del viaje, en tanto pensaba si debía decirle que yo también había estado en el hospital cada día, preocupada y rezando por su recuperación. En la duda extravié mi oportunidad. Le sonreí, le deseé buena suerte y nos despedimos; su silueta se diluyó en la claridad de la mañana.


Rosa Mª Montoya

EL LEÓN CALVO

Por Sonia Ramírez


No se podría decir que Leoncio león fuese un animal feliz. Perdedor por naturaleza, nunca fue el más rápido cazando, ni el macho dominante, ni el rey de la selva. Solitario, vivía resignado y triste, comiéndose las sobras de los demás cuando las había, y cuando no, mascando todo tipo de hiervas cual rumiante. Las leonas le ignoraban, los leones lo despreciaban, y se pasaba la vida huyendo de las hienas, los cerdos salvajes y hasta de los pájaros.

Un día, Leoncio león se quedó calvo.
En verdad hacía tiempo ya que había comenzado a vomitar bolas de pelo grandes cual pelotas de tenis después de su aseo diario. Un día, se quedó con un mechón completo en la boca. Otro, el suelo amaneció con una almohada de pelo mullida y dorada. Desesperado, intentó camuflarlo pegando injertos en su piel con la resina de los árboles. Al principio funcionó, pero al poco tiempo, era tanta la resina que necesitaba, que empezó a quedarse pegado a todos los lugares, y el aroma dulzón y aromático que desprendía, mezclado con su propio olor, atraía a todo tipo de insectos que morían enmarañados en los postizos. En definitiva: una porquería.

El día en que se dio cuenta de que no podía ocultarlo más, fue a bañarse al río, y la corriente se llevó las hebras de su dorada y preciosa melena, junto con la poca dignidad que le quedaba. La imagen que se reflejaba en el río era desoladora. Leoncio león decidió entonces que la vida no merecía ser vivida, y pensó en dejarse merendar por las hienas, los cerdos o incluso por los pájaros.

A esa misma hora, como cada tarde, Leonora leona se acercó al río para admirar su propia belleza reflejada en la orilla. Sin embargo, lo que vio al llegar al río la dejó totalmente deslumbrada: Era un león de piel rosada, porte atlético, mirada melancólica…Un león exótico. Un león que venía de muy lejos, seguro. Un león que seguramente habría vivido aventuras y desventuras recorriendo el mundo antes de llegar allí. Venciendo su timidez se acercó a hablar con él. Leoncio león la vio acercarse estupefacto. No salía de su asombro. No le hizo falta hablar demasiado. Sin saber ni como, quedó claro que su origen era Ruso, un país lejano y misterioso, que se encontraba a 5 Sabanas de allí. Había llegado caminando y de ahí su extrema delgadez.
Leonora decidió compartir con su manada aquel extraordinario descubrimiento.

Para Leoncio león fue la época más feliz de su vida. Salía a cazar con los machos, y aunque su habilidad era la misma, es decir, ninguna, sus compañeros le ofrecían siempre las mejores piezas. Entendían que su torpeza no era tal, sino la forma refinada e intelectual de cazar que se tenía en Rusia.
Las leonas se le ofrecían con descaro. Ninguna de ellas quería dejar pasar la oportunidad de criar con aquel interesante ruso. Éste se hacía de rogar, pero no despreciaba nunca a ninguna, se resarcía de tantos años de soledad.

Una mañana descubrió con horror como en su pata derecha empezaba a brotar una fina pelusilla. Nervioso, se arrancó los pelos a bocados. Otro día, al rascarse la cabeza descubrió un matojo de pelos creciendo en libertad. Se fue al río y empezó a arrancarse el pelo con las zarpas.
En menos de una semana, el pelo le había crecido con tanto brío que era imposible arrancárselo sin sangrar. Y para entonces, ya todos le miraban mal.
Cuando descubrieron que Leoncio león era Leoncio león, los leones, las leonas, las hienas, los cerdos y los pájaros disfrutaron de un festín sin igual.

UNA MUESCA EN LA CULATA

Sonó el teléfono.
Raquel Hernández leyó ese nombre en la pantalla de su móvil y sintió un escalofrío recorrer la parte baja de su espalda.
–Hola cariño, soy Lucas
–Dichosos los oídos, subinspector.
Lucas sonrió –oye, necesito que me hagas un favor
–Lo que quieras.
El policía se alegró de oír eso y pasó a exponer su duda.
–Un segundo que te lo miro –Lucas escuchó a través del teléfono como Raquel tecleaba rápidamente, buscando el dato en su ordenador –Ese caso se ha vuelto a abrir –informó la agente.
–¿Que han reabierto el caso? ¿Cuándo?
–Ayer mismo
–Vale ¿quién lo lleva?
–Creo que los AI
–¿Asuntos Internos?
–Ajá
–¿Y por qué cojones Asuntos Internos ha reabierto un caso que lleva cerrado diez años?
–No lo sé, Lucas ¿Por qué utilizas tú ese tono conmigo?
–Perdona cariño, perdona, perdona,
–No importa.
–Vale, vale, vale gracias, gracias venga hasta luego.

Marta miró a Raquel desde su mesa. Eran compañeras en la comisaría del distrito de San Blas desde hacía años. La conocía muy bien y también sabía quién era Lucas Fernández. Al ver la radiante expresión de su compañera no pudo contenerse.
–No te emociones tanto, Raquel. Es un chulito.
–No te lo discuto, pero también es un buen hombre y tiene un gran corazón. Es Lucas. No hay más que hablar.

Nerea, la joven becaria de la unidad, veía en su jefa el perfecto espejo donde mirarse.
–Algún día tienes que acabar de contarme esa historia, Raquel –la alentó con simpatía.
–Tal vez algún día –asintió la mujer vagamente. Su mente viajaba de forma veloz al pasado.


Se conocieron, siendo ambos becarios. Más tarde patrullaron juntos un tiempo y se entendían bien. Los inexpertos Hernández y Fernández, los llamaban cariñosamente sus compañeros. No hacían mala pareja. Como en las aventuras de Tintín. Los dos prometían, cada uno en su estilo. Ella admiraba las ganas y el énfasis que él ponía en su oficio y Lucas agradecía la paz que ella le transmitía. Se complementaban a la perfección. Raquel era de manual y de saberse los códigos de memoria. Lucas era más de calle. Además de compañeros, eran amigos.
Un día acudieron a la llamada de una mujer que decía estar recibiendo malos tratos por parte de su exmarido. Lucas, después de identificarse, entró en el domicilio. Raquel lo cubría. Oyeron el llanto de un niño al fondo del pasillo y el joven policía corrió hasta allí. En ese momento, un hombre salió de la habitación más cercana a la entrada, agrediendo a Raquel por la espalda
–¡Suéltala ahora mismo, hijo de puta! –Lucas apuntó sin vacilar con su arma reglamentaria, al tipo que estaba reteniendo a su compañera.
El individuo liberó a Raquel y Lucas acudió a comprobar que ella estaba bien, durante unos segundos que el agresor aprovechó para escapar escaleras abajo.
En Comisaría, el Inspector Zabalza, su más inmediato superior, no daba crédito.
–¿Me pueden explicar qué coño hacían ustedes entrando en ese domicilio sin pedir refuerzos?
–Ha sido culpa mía, inspector, Raquel sugirió que esperásemos, pero yo insistí en entrar. Ese cabrón no es la primera vez que maltrata a su familia.
–Fernández, existe un procedimiento que usted no se puede saltar a la torera. Quiero el informe en mi mesa antes de mañana. Ahora apártense los dos de mi vista, por favor.
–Claro, jefe –contestó Lucas abriendo la puerta y dejando pasar a su compañera en primer lugar.


–¿Sí Raquel?
–Lucas, tengo la información que me pediste.
–Sí, lo de la cuenta bancaria. Dime.
–Se trata de un ingreso que se hizo el 25 del 11 del 97
–¿Estás segura?
–Segura Lucas ¿o no te fías de mí?
–Sí, claro, cariño.
Raquel colgó hipnotizada. Aún la llamaba cariño…
Se preguntó en qué andaría Lucas. Lo notaba preocupado y le estaba pidiendo ayuda con el caso que se abrió tras la muerte de su padre.


En una ocasión en que estaban tomando las huellas a un detenido, el Comisario Blázquez llamó a Fernández a su despacho. Raquel esperó fuera, con las manos en los bolsillos de los vaqueros. Expectante. No necesitó preguntar nada cuando lo vio salir de la oficina. La cara afligida de Lucas le indicó que algo grave había pasado. Su padre había muerto.
Raquel se ofreció para conducir hasta el lugar de los hechos. Los rayos casi horizontales del sol del amanecer impedían a la agente tener una visibilidad óptima, aún así la joven colocó la sirena en el coche patrulla y aceleró más de lo que tenía por costumbre, intentando reconfortar al hombre con delicadas palabras.
Más tarde lo ayudó con los trámites y no se separó de él hasta que finalizó el sepelio.

Durante una guardia en el coche patrulla, Raquel rompió el silencio.
–¿cómo te sientes, Lucas? – preguntó la joven.
Lucas la miró un instante con tristeza y luego, sin contestar, continuó mirando al frente.
–Estoy segura de que ahora mismo en tu corazón es invierno y que hace mucho frío.
–Un frío de cojones –aseguró Lucas con la voz entrecortada.
–Ningún invierno es eterno y tarde o temprano llegará la primavera para curar ese frío, créeme.
–¿Por qué tendría que hacerlo?
–Porque así es la vida. Porque hay que cosas que se escapan de nuestro control. Es la vida quien nos lleva y no nosotros a ella.
El agente se quedó pensativo un instante, luego se removió en su asiento.
–Una vez, cuando era pequeño –empezó a explicarle a su compañera –miraba desde la ventana como se agitaban los árboles. Le dije a mi padre que por qué no paraban de moverse y de levantar tanto viento. Él me contestó que, aunque no pudiera verlo, era el viento el que meneaba los árboles y no al revés.
Raquel lo escuchaba con atención. Lucas se quedó un instante pensativo y luego continuó hablando.
–Me alegro de que mi madre no haya vivido para verlo morir.
–¿Quieres hablar de ella?
–Era muy guapa, aunque siempre estuvo delicada de salud. Recuerdo que tenía unas manos muy finas. Cuando me peinaba antes de ir al colegio, con una sostenía el peine y con la otra me aguantaba la barbilla para que me estuviera quieto. Luego me acariciaba la cara con delicadeza –Lucas dio una calada al cigarrillo, sentía que fumando, el vacío se hacía menos doloroso.
Raquel observaba los largos dedos de Lucas sujetando el pitillo.
–Estoy segura de que sus manos eran muy bonitas.
Lucas la miró articulando un silencioso “gracias” con sus labios.
Ella, azorada, le devolvió una sonrisa tímida. Lo amaba desde hacía tiempo. Nunca se lo había dicho, pero trabajar a su lado era un regalo diario.


–Nerea, niña, ¿has almorzado? –preguntó Raquel a la joven, al salir de su despacho.
–No, creo que estoy a dieta.
–Déjate de tonterías, anda, que estás estupenda. ¿Me acompañas a La Cantina?
–Bueno, pero… ¿me hablarás de tu Lucas? ¡Por fa… venga!
–Hoy hemos hablado de nuevo ¿sabes?
Nerea soltó de golpe sobre la mesa, las carpetas que llevaba en la mano y corrió hacia la puerta, junto a su jefa. Le encantaba escuchar esa historia y no desfallecía en intentar convencer a Raquel de que tenía que intentar recuperar al hombre de su vida. Ella nunca había tenido una relación estable. A veces salía con amigos pero se sentía fuera de lugar. Eran unos críos que sólo esperaban el fin de semana para ponerse hasta arriba y tirarse a todo lo que se moviera.
Nerea creía ser de otro tiempo, porque anhelaba enamorarse y vivir una bonita historia romántica.


Un día, después del turno, Raquel visitó la casa de su compañero.
–¿Necesitas alguna cosa, Lucas? Si necesitas ayuda con algo, sólo tienes que decirlo.
–Creo que no, gracias, estoy bien. ¿Quieres entrar y nos tomamos una cerveza? –la invitó Lucas amistosamente.
–¡Venga! –asintió la joven.
Primero fue una cerveza, luego fueron varias… mientras más bebía Lucas, más rienda suelta daba a sus sentimientos. Raquel era de las que con una cerveza ya se achispaba, así que dejó que fuera él quien bebiera y hablara.
Lucas lloró ante la foto que le entregaron entre las cosas de su padre. El Subinspector Tomás Fernández la llevaba en su cartera. Aparecían él y su hijo, con unos seis o siete años. Lucas sabía que su padre se sentía orgulloso de él y en esos momentos se lamentaba porque él lo idolatraba, pero nunca se lo había dicho.
Raquel ayudó a Lucas a levantarse y lo guió hasta el dormitorio. El hombre balbuceaba. Ella lo escuchó paciente hasta que por fin se durmió. Lo estuvo observando embelesada durante un rato hasta que cayó, vencida por el sueño, en la butaca de al lado de la cama.
Lucas despertó al amanecer y descubrió a su compañera dormida y con la cabeza ladeada en una postura bastante incómoda.
La miró durante un instante con agradecimiento, recordando lo bien que se había portado con él en las últimas semanas. Observó el rostro relajado de la mujer y sintió una gran ternura en su corazón. Fijándose en una belleza que anteriormente le había pasado inadvertida, acercó su mano hasta la mejilla de Raquel y la acarició despacio, sintiendo la suavidad de su cara y de su cuello. Luego, con delicadeza, rozó sus carnosos labios, notando en la yema de los dedos la cálida respiración de la chica.
La joven abrió los ojos lentamente experimentando una enorme alegría al ser la bonita sonrisa de Lucas lo primero que vio. Volvió a cerrarlos de nuevo, convencida de estar soñando.



–¿Qué era lo que más te gustaba de él? –Preguntó Nerea –¿Era guapo?
–Físicamente era muy atractivo, imagínate: veinticinco años, alto, esbelto y muy guapo. Tenía una manera de andar que me volvía loca. Su mirada era franca, te hablaba con los ojos y su voz era algo que me embrujaba… sabía modularla según las circunstancias. A veces gritaba como un poseso, amedrentando a los detenidos. Pero otras, en la intimidad… ¡uf! ¡Mira! –Raquel se señaló el antebrazo –aún se me eriza el vello al recordar aquellos susurros. Nunca olvidaré esa voz.
–¡Dios! ¡Qué hombre!
–Yo no sólo lo adoraba por su físico, Nerea, tuve el privilegio de conocerlo bien y te aseguro que nunca he visto a nadie más desprendido, generoso y noble. Amaba su trabajo porque no soportaba las injusticias. No era un gran conversador, pero con sus acciones te lo decía todo –Raquel hablaba con la vista perdida en un punto.
–Raquel, tienes que reanudar eso, te lo he dicho muchas veces.
–Nerea, bonita, como decía Azorín, yo vivo para verlo volver.


Una tarde de sábado de intensa lluvia, Raquel leía un libro estirada en el sofá. La sobresaltó el sonido del timbre y más aún abrir la puerta y encontrarse a Lucas ahí delante, con el casco bajo el brazo. Empapado de agua sonreía como un cachorrillo que esperase ser adoptado.
– ¡Lucas! ¿Qué haces así?
–¿Puedo entrar, cariño?
– Claro, perdona, pasa, pasa.
–Salí a dar una vuelta con la moto, ¡cómo iba a saber yo que caería el puto diluvio universal!
Raquel sonrío mirando la espalda de su compañero.
–Entra al baño y date una ducha caliente si quieres. Si continuas con esa ropa mojada, cogerás un resfriado. Ahora te traigo unas toallas.
–Gracias, preciosa –repuso Lucas agarrando a su chica por la cintura y atrayéndola hacia sí para besarla.
–Motorista, me gusta tu aroma, es tan…masculino.
El hombre la miró con una sonrisa y luego acercó su boca hasta el oído de la joven.
– ¿Te digo lo que me gusta a mí de ti? –preguntó en un susurro.
–Soy toda oídos –respondió Raquel temblorosa.
–Anda, ven aquí –Lucas llevó sus manos hasta las mejillas de ella y sujetándole la cara, la besó con esa tierna dulzura que a Raquel nunca dejaba de sorprenderla.



–¡Qué bonito, jefa! ¿Por qué se acabó?
–Fui yo, Nerea.
–¡No puede ser! ¿Tú? –preguntó la joven incrédula.
–Ahora parece una decisión precipitada pero entonces fue lo mejor –aclaró Raquel con nostalgia.


Poco después a Fernández lo trasladaron de comisaría para entrar a formar parte de la unidad donde había servido su padre.
Al principio se seguían viendo, aunque la distancia no favorecía los encuentros. Lucas se adaptó muy bien a su nuevo equipo. Su superior siempre lo había tratado como a un hijo. Era un gran tipo. Pasó el tiempo y la relación con Raquel se fue enfriando.
Hasta que ella rompió.
Sufría porque él no estaba tan involucrado. No buscaban lo mismo. Ella quería algo más estable y, para él, lo que tenían era suficiente. Pero ella nunca le pidió nada, simplemente se retiró cuando creyó que el dolor de su ausencia era mayor que la alegría de los ratos que pasaban juntos. Nunca dejaría de quererlo. No se sentía triste por perderlo, sólo contenta por haberlo tenido.

Un día, tras unos meses sin saber nada de él, Lucas apareció por comisaría. Estaba radiante. Le explicó con una sonrisa en los labios que le iba muy bien, que tenía unos compañeros excepcionales y que lo ascendían a subinspector.

–Te lo mereces, Lucas, estoy convencida. Me alegro mucho, de verdad.
–Muchas gracias, cariño –contestó el policía con el afectuoso apelativo que solía utilizar mientras estuvieron juntos.
Raquel se ruborizó y bajó la mirada.
Lucas le subió la barbilla y la besó suavemente en los labios.
–¿Vendrás a la condecoración? –preguntó después con voz ronca, casi en un susurro.
La mujer sintió como las lágrimas acudían a sus ojos.
–Allí estaré –dijo asintiendo con un movimiento de cabeza.



–¿Entonces volvisteis? –inquirió Nerea con ilusión.
–¡Fue tan fácil recaer! Yo seguía amándolo y él estaba pletórico, contentísimo. Quiso compartir conmigo su alegría y fue maravilloso volver a tenerlo cerca.


Pasaron varios años en los que Lucas aún llamaba a Raquel de vez en cuando, casi siempre por motivos de trabajo.
Raquel se ponía nerviosa al oírlo, pero lo ayudaba con gusto. Conservaba por él ese cariño especial que no sabía explicar. Siempre le estaría agradecida por los mejores meses de su vida.

Más tarde, Lucas se casó con Silvia, una policía forense guapísima que lo amaba con locura. Lo pasaban bien juntos. Él la quería aunque no estaba enamorado.

Raquel seguía pensando en Lucas. Lo hacía muy a menudo. Le gustaba fantasear con imágenes que permanecían vívidas en su memoria. En todas las veces que sus manos habían recorrido la musculosa espalda de él y como le gustaba sentir la calidez de su piel morena. Se negó a olvidar esos recuerdos. Prefirió asumirlos. Vivir con ellos. Entendía que no volvería a tenerlo nunca, pero ella era la única dueña de sus pensamientos y ahí nadie podía entrometerse.
Su vida siguió adelante. El trabajo rutinario delante de un monitor o entre montañas de informes se veía salpicado de alegría cuando, esporádicamente, Lucas Fernández la llamaba para pedirle ayuda con alguna información. Oír su voz le animaba el día, la semana…
Él, por supuesto, no sospechaba nada de eso. Ni lo sabía, ni lo sabría nunca.

Tiempo después, tomaron una copa juntos, una noche que coincidieron en una celebración. El matrimonio de Lucas había sido breve. Lucas le contó a Raquel que estaba divorciado. Intercambiaron amables palabras. Raquel absorbía cada segundo, disfrutando con avidez de cada instante. Consciente de la fugacidad del presente.
Lucas bebía su cerveza y fumaba. Estaba como siempre. No. Estaba incluso mejor que antes. Raquel por un momento pensó en la posibilidad de sincerarse con él. Las piernas le temblaban. Notaba las manos sudorosas. No sabía por dónde empezar. Qué pensará él. Qué hago. Creerá que estoy loca. Cómo le digo que no he podido olvidarlo.
–Lucas…
–Dime –contestó el hombre, animándola seguir hablando.
Raquel leyó en sus ojos que se sentía ilusionado. Tuvo suficiente para alegrarse por él. –No, nada, perdona.
Decidió no intentarlo. Volvió a casa serena, tranquila. No iba a llorar.
Lo tenía superado.
¿Lo tenía?
Daba igual.



–No te dio igual. Estoy segura. Es el amor de tu vida y es libre. Tienes que decírselo, Raquel o si no, siempre te preguntarás qué pudo pasar.
–Ya pasó algo entre nosotros, amiga. Algo muy grande. No importa si lo veo a diario o no. No importa si oigo su voz a menudo o no. No importa. Él vive en mis pensamientos y, sobretodo en mi corazón.
–Raquel eso está muy bien, pero… ¿no crees que sería mejor si se lo dijeses?
Nerea le alargó el teléfono a su amiga.
–Sé que todo sería distinto si lo tuvieses cerca. No conviertas la distancia en una excusa. Le quieres ¿no? El mundo es de los valientes. ¿No dices siempre que lo jodido de Lucas es tenerlo lejos? Pues coge el teléfono y rompe de una vez esa distancia.
Raquel miró pensativa a su a amiga, mordiéndose el labio inferior.
–¿Sabes qué te digo? –Anunció la agente, con una amplia sonrisa – ¡Que tienes razón! Animada, marcó el número de Lucas y sonrió a su compañera al oír la conocida voz del policía al otro lado. Luego se alejó unos pasos, buscando algo de intimidad.


–Lucas, ¿qué tal? –Raquel tomó asiento, intentando controlar los nervios que le punzaban en el estómago.
–Bien, Raquel, ¿y tú? –contestó Lucas con tono amistoso.
–Muy bien…quería comentarte algo.
–¿Ah, sí? Qué casualidad porque yo también tengo algo que decirte.
Raquel dio un respingo en su silla. ¿Sería posible? Sus labios se curvaron dibujando una sonrisa en la cara. La repentina ilusión la hizo llamar a su compañera con un gesto de la mano.
–¿Qué es, Lucas?
–No te lo vas a creer, estoy enamorado como un idiota y ella de mí –A Raquel se le aceleró el pulso. Miró a su amiga con complicidad, tocándose el pecho, sintiendo en su mano el galope desbocado del corazón –Se llama Sara –añadió el hombre.

El impacto de una mágnum 44 la hubiera dañado menos. Tras unos dolorosos segundos logró reunir fuerzas.
–Me alegro por ti, Lucas –contestó sincera – y por ella.

Las lágrimas que llevaban un buen rato luchando por aparecer, brotaron en sus verdes ojos. Colgó el teléfono despacio.
Nerea, ansiosa por conocer el desenlace de la conversación, se acercó a su amiga.
–Bueno, ¿qué tal? –inquirió expectante.
Raquel se encogió de hombros, resignada y, secando sus mejillas con el dorso de la mano, intentó sonreír.
–Pues eso… Lejos. Lo jodido de Lucas es tenerlo lejos.




SOHO. Fan Fic. Taller de Escritura Creativa.
EL POSTE

Se sentía inmensamente solo. Hastiado de tantas charlas inútiles. Agobiado de ser el poste emisario de millones de recados, seguramente muy importantes para quienes los enviaban y recibían. Para él, simples palabras. Frases cotidianas, repetidas, aburridas. Y luego estaban las universales, no las aguantaba. Sentía que si oía un ¿dígame? más, reventaría. Recordaba que de muy joven todas las conversaciones le atraían. Se involucraba en las historias. Después solamente le divertían las extranjeras. Era fantástico escuchar los líos que se formaban entre las operadoras y los usuarios. Ninguno dominaba en realidad el otro idioma. Sabía que se entendían finalmente porque intuían lo que la otra persona les pedía. Tampoco existen muchas modalidades para llamar por teléfono.
Con el paso de los años había aprendido algunas frases en varios idiomas. ¡vaya desperdicio! No tenía a nadie a quien decírselas. En su mundo, sólo estaban él, los cables y las frases de los demás.
Después llegó la mala noticia. No más llamadas al extranjero. Los satélites de comunicaciones eran una realidad. Solamente quedaban las llamadas nacionales. Eso fue lo que cambió su estado de ánimo para siempre.
Su única esperanza era que algo sucediera. Alguna llamada verdaderamente importante que le diera en que pensar… no llegó jamás.
Por eso se sentía más sólo que nunca. Aburrido de escuchar que en Galicia llovía. Harto de los romances de los jóvenes. Deprimido por los pleitos de familias desquiciadas. Sabía que nunca podría hablar con los otros postes. Le habría gustado saber cómo se sentían, qué pensaban. Ya solo quedaba rezar para que un rayo le partiera. Era la única salida a tanta frustración. Jamás viajaría a otros parajes, no podría llamar y contar como era el clima del sitio visitado. Ni siquiera podría saber lo que costaba una llamada. Estaba destinado a ser un poste, aunque no era eso lo que le amargaba. Era el saber que había otros mundos, otras formas de vida.
No podía ya pensar más. No quería. Deseaba la muerte más que a nada en el mundo.
Por fin llegaron las lluvias. Eran intensas y venían acompañadas de tormenta eléctrica. Los fuertes vientos le silbaban alrededor. Tuvo que esperar varios días hasta que su rayo salvador le partió casi por la base. ¡Brum! Cayó con un fuerte estruendo. Las hojas del suelo volaron con el impacto. Apenas le había dolido.
Se quedó tumbado mirando al cielo. La agonía duraría poco. Sintió una paz profunda. Conoció el silencio. A la mañana siguiente llegaron unos hombres en una furgoneta. Apenas entendía lo que decían, frases entrecortadas y varios gritos. Vestían trajes naranjas llamativos. Pudo oler el diesel que la furgoneta despedía. Lo rodearon con una cuerda gruesa y escuchó un nuevo motor que se encendía. Con angustia sintió como lo levantaban. El rayo le había dado en la base y podría ser reparado afirmó uno de los hombres. Estando en pie vio cómo le ponían una base nueva. Era una plataforma de concreto casi invencible.
Los hombres se subieron a la furgoneta y se marcharon rápidamente. Se quedó solo y aterrorizado. De pronto, oyó una voz que le sonó conocida. Hola, ¿cómo estás? Comprendió que estaba de nuevo atrapado en su realidad. Decidió no escuchar las voces. Nunca más les prestaría atención. Se limitaría a ser un poste como los demás, sin involucrarse en las llamadas, sin ser parte de su historia. Sin tratar de comprenderlas. Y justo en ese momento, se dio cuenta de que no le quedaba nada….

Libertad Ordovás Joven
Taller de Relato
EL CERDO

Mi vecino Carlos es un buen tipo. Es bonachón y un poco ingenuo, sin embargo le ha ido bastante bien en la vida. Casi cada mañana me lo encuentro en el rellano y bajamos juntos al parking charlando sobre cualquier noticia relevante o sobre fútbol. Como nos entendemos bastante bien y yo no tengo demasiados amigos, ni invitaciones, ni familia, se me ocurrió pedirle que se viniera un viernes a cenar. Algo informal, un pica-pica, unas cervezas, charla distendida y sin complicaciones. Llegó muy puntual y me trajo una botella de Rioja Reserva. Saqué un par de copas de vino y los embutidos que ya tenía preparados junto con el pan con tomate. Tras comer, bebernos casi toda la botella y discutir sobre el derbi del siguiente domingo, se me ocurrió preguntarle cómo le habían ido las vacaciones. Desde hace años sé que se marcha por lo menos quince o veinte días con el coche a recorrer Europa.
Me contó que éstas habían cambiado su vida. Ahora tenía un cerdo valiosísimo que pertenecía a la realeza Austriaca. Me quedé atónita y con la boca abierta ante tremenda revelación. Yo, que no podría ni con un caniche… Sin tiempo para reaccionar ni para articular palabra alguna, Carlos empezó a contarme lleno de excitación su viaje y cómo encontró sin querer la Granja de los Cerdos de Sissi, Emperatriz. El nombre le llamó tanto la atención que entró para ver de qué se trataba. Allí conoció a Ingrid, tataranieta de la Emperatriz Sissi de Austria, la más grande, la más bonita, la más noble y fina del mundo, según palabras de la propia Ingrid. Le explicó que esa Granja había pertenecido a su tatarabuela, y la familia la había conservado por generaciones dedicándose a la cría de ¨cerdos reales¨, mismos que, aparte de ser hermosos e inteligentes, proporcionaban los mejores productos porcinos de todo el planeta.
Todos tenían su propio nombre ¨real¨ y desde que nacían hasta su matanza ella personalmente los alimentaba, bañaba y cuidaba, procurándoles las mejores atenciones dignas de su ¨real¨condición animal.
Vendía tanto sus productos como a los propios animales, eso sí, con su correspondiente certificado de garantía. Amablemente le invitó a probar una degustación de jamón y salchichas que Carlos encontró extraordinarios, así que le preguntó todo lo necesario para comprar y mantener a un cerdito hasta su matanza y posterior fabricación de los productos.

Pensé que bromeaba, pero no, compró a Herbert Von Furst y se lo trajo. Pagó por él tres mil quinientos euros. Lo tiene en su salón, el cual ha sido habilitado para que el cerdo esté como en su granja natal. Lo cuida con mucho esmero, siguiendo al pie de la letra las instrucciones que Ingrid le dio, afortunadamente, en castellano.

Me invitó a conocerlo en horario de tarde, antes de su baño, por si me apetecía cepillarlo…

Ahora me levanto quince minutos antes y bajo por las escaleras.

Libertad Ordovás Joven
Taller de Cuento

EL CERDO


lunes, 27 de octubre de 2008

Criaturas

De hecho era irresistiblemente guapa. Mostrábase infatigablemente vital, energética, ilusionada. Sus blancos rizos emanaban una gracia y cariño naturales. Una criatura de tal insistencia afectuosa, tal apego incondicional que sin darse cuenta la tenia arrapada a sus pies, siguiendo juguetonamente el más ínfimo movimiento.

No tubo mas remedio que autoconvencerse de su buena fe y enorgullecerse de su buena acción. Pero cada vez que lo revivía, que graso error! Cómo pudo acoger a tal mascota así como así, sin valorar ventajas e inconvenientes?! Lo que menos soportaba era el penetrante e incesante hedor canino de dejadez y descuido. Y esa pelusa blanca omnipresente! En cualquier bolsillo de los elegantes trajes, en sus preciados calcetines de algodón, en la bañera! Quién cojones era esa perra para obrar así, desmoronando su cuidadosamente construida reputación, su pulcra imagen, esa meticulosamente calculada existencia suya!?

Tampoco pudo evitar asustarse al sorprenderse a sí mismo en busca de un amo al que acoger.

David Long
TERRAZAS DE VERANO EN BCN
Relaciones urbanas

Agosto. Las 8. Es viernes.
Me pongo a buscar en mi agenda cultural digital un plan para hoy.
Slam poetry, videoarte, cyberpoesia…
La oferta es virtualmente infinita, pero palpo una temperatura tan agradable
esta noche que lo que realmente me apetece, es sentarme en una terraza al aire libre, a encontrarme con ella.
Aunque no será por la tranquilidad que se respira, porque solo de imaginármela, ya me veo repartiendo disculpas a diestro y siniestro al atravesar un camino de mesas y sillas
viendo como se cae más de un bolso al suelo a mi paso entre ellas, antes de llegar
a la puerta del bar.
Mientras espero a que me acomoden en una mesa ya que no hay ninguna libre, observo a todo el entramado social que charla bajo una luna llena provocadora, consumiendo cañas.
Entre sentimientos de ilusión, añoranzas, miedos, celos, frustración…se tejen miles de conversaciones paralelas que flotan en un mismo espacio que en este momento
solo observamos la luna y yo.
Cada persona es una historia. A veces observo a la gente desde arriba, por la ventana de mi habitación, y me imagino como a su paso cada persona va dejando de rastro una estela, la de su vida, la de su propia historia. Estelas que se entrelazan mientras una persona y otra se cruzan.
Historias que de hecho, como una huella dactilar, dan forma a sus reacciones, aspiraciones, fisonomía y manera de caminar.
En esta terraza, Roberto quiere a Ana pero no se atreve a decírselo, Irene deja el país para siempre, Oscar sospecha que Paula le engaña, a Sergio lo han ascendido, Raquel está en plena crisis existencial, Carlos está planeando un cambio de rumbo laboral, a Silvia le diagnosticaron algo feo, César ha conocido a alguien interesante, Marta confiesa su secreto y Carol está gestando en su interior, en primera y segunda persona, una nueva vida...
Ojala hubiera una carta de sentimientos positivos y el camarero pudiera servir
un poco de esperanza, motivación y serenidad a modo de tapeo. Un menú degustación.
Pero me alegro de que en esta era digital, la estación, temperatura u horario estival
hagan desaparecer esta noche entre unos y otros, una pantalla.
Intercambiando todas sus impresiones en un chat real convertido en un cara a cara.
Esa cosa que gesticula y transmite que te hace empatizar con el de enfrente sin hablar.
Esta terraza podría ser un facebook a pequeña escala.
Esta es la nueva modalidad de relaciones sociales en esta ciudad.
El teclado además de llevarte a un nuevo trabajo, casa , novio o amistad, ahora como en un corta y pega nunca fue más fácil ser amigo de los amigos de tus amigos o de quien no conoces teniendo acceso a un pedazo de su estela colgado en un perfil.
Perfiles que suman, restan, planean, comparten,
solo que en el chat real no te agregan con tanta facilidad.
Mientras espero mi mesa, me pregunto:
¿En cuántos gigas cabe tu dolor? ¿Dura más el amor en HTML? ¿Adoras cada píxel de su piel y no te responde a los mails? ¿Puedes cambiar el formato de tus ideas? ¿activar tu antispam en lo que te colapsa? ¿minimizar tus angustias? ¿ hacer doble clic a tus proyectos? ¿Porque no llevas ese recuerdo a la papelera de reciclaje?

Cristina Morales