- Creo que estás exagerando.
- Pues yo creo que no - sentenció Michael. - Tú acabas de llegar Daniel, y yo llevo una eternidad haciendo este trabajo, y te digo que ya no queda nadie que quiera ser salvado.
Íbamos por la calle, caminando a toda prisa en busca de su siguiente ‘encargo’ y yo debía de estar empezando a ponerle de los nervios.
- ¿Y entonces por qué sigue enviado ángeles aquí? – pregunté. - ¿Qué sentido tiene?
- Nos sigue enviando porque forma parte del sistema, pero el sistema se ha quedado anticuado, somos parte de la rutina. Llevo siglos viendo como los protegidos cada vez nos escuchan menos, no se dejan guiar ni aconsejar. Se encierran en sus burbujas de independencia y no distinguen cuándo están tomando las decisiones equivocadas. El mundo moderno les ha absorbido el cerebro y ya no ven más allá de sus narices.
Hizo una pausa para coger aire y me miró de reojo. Michael tenía que explicarme cómo funcionaba nuestro trabajo y no lo estaba pintando de color de rosa precisamente.
- Pero sabes que en el fondo aun tienen la idea en su subconsciente – continué con una media sonrisa. – Que saben que siempre hay alguien que vela por ellos.
- ¿La idea en su subconsciente? ¿De ángeles de la guarda? – contestó exasperado – Te diré una cosa: ni siquiera como criaturas mitológicas nos tienen en cuenta. ¿O es que no te has dado cuenta de que vampiros y hombres-lobo son los nuevos “guays” de la clase?
- Creo que te estas volviendo un poco cínico.
- Puede ser – continuó. – Pero ya veremos lo que piensas tú cuando lleves tanto tiempo como yo bajo esta piel, viviendo entre ellos y sintiendo como ellos.
Dando por zanjado el tema, Michael me pidió que sacara mi móvil del bolsillo del pantalón.
- Bueno, si queremos encontrar al siguiente protegido más nos vale entender qué es lo que estamos buscando, ¿qué decía el mensaje? – preguntó mientras yo abría el último sms recibido.
- "El rojo del fuego perdido atravesará el río que no duerme ni de noche ni de día" - leí en la pantalla.
- Firmado: ‘El Jefe’ – añadió Michael con ironía. – Tan críptico como siempre… ¿Alguna idea de a quién estamos buscando? – remató alzando una mano para que le pasara el aparato.
De repente se detuvo en seco agitando el teléfono justo delante de su cara.
- ¡Genial! ¡Perfecto! – soltó en el tono más sarcástico del que fue capaz. – Ayer me doy de bruces contra el cristal de la puerta automática del supermercado que no se abrió a mi paso y ahora el maldito Iphone no reconoce el tacto de mis dedos… Esto debe de ser la constatación definitiva de que ya he perdido mi alma… - concluyó pasándome el móvil mientras yo me carcajeaba ante la ocurrencia.
Después de aclararme que no había ningún río en la ciudad y que era poco probable que nada en llamas atravesara un supuesto cauce, nos encontramos sin pistas que seguir por lo que sugerí dejar la búsqueda para el día siguiente y propuse un atajo para llegar a casa.
En la artería principal de la ciudad, junto a nosotros, en la isleta que separaba los tres carriles en cada sentido, vimos como la joven con auriculares en los oídos y tecleando en su Blackberry comenzaba a cruzar la vía sin percatarse del camión de reparto que se aproximaba, más rápido de lo que debería.
Michael se abalanzó sobre ella y agarrándola de la cintura tiró hacia atrás, amortiguando la caída de la joven con su propio cuerpo. Pasado el susto Michael la ayudó a levantarse y, cuándo ella alzó la cabeza y la miró a los ojos, entonces ocurrió: el cínico que tenía respuestas para todo se quedó sin habla.
- Vaya… mi ángel de la guarda – dijo la joven con una sonrisa, alternando la mirada entre los ojos de Michael y sus manos aun entrelazadas. – Espero volver a cruzarme contigo.
Michael reaccionó lo suficiente para soltar lentamente su mano, y como en medio de un sueño vio a la mujer con un abrigo color rojo intenso atravesar la corriente incesante de coches. Parpadeó y giró la cabeza para susurrar:
- ¿Qué ha sido eso?
- Eso, ha sido la forma de demostrarte que a veces hasta los ángeles de la guarda necesitan de un ángel de la guarda que los guíe cuando se pierden – contesté sonriendo.
Michael volvió la cabeza de nuevo, mirando a lo lejos la silueta roja que se alejaba.
- Por cierto – añadí, - deberías ir a buscarla. Creo que a los dos os vendría bien vuestra mutua compañía.
Con un sincero ‘gracias’, Michael emprendió su nuevo camino y yo continué el mío, con la satisfacción del deber cumplido.
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