Consuelo seca los platos con un trapo y los coloca en las estanterías. Desde que ha ganado unos quilos, ya no es la misma. Se agota con facilidad…
La puerta de la cocina esta entreabierta. De fondo, le llega el sonido del televisor: Julio, su marido está siguiendo el final de la copa. Consuelo grita su nombre. Como de costumbre, no recibe ninguna respuesta. Suspira y le pregunta, sin moverse de la cocina, que va a querer para cenar. Sigue sin recibir una respuesta y se dice a sí misma, en voz baja, que hará lo mismo de siempre. Empieza a cortar patatas.
Consuelo, espera en correos, para recoger una carta certificada. El calor en la sala es insoportable, lo que hace la espera aún, si cabe, más larga. Por fin es su turno. El hombre de la ventanilla le da la carta. Su expresión se torna agria: es de hacienda. Sale del edificio y se sienta en un banco. Abre la carta lentamente. La lee. Sus ojos se nublan al saber que ha sido multada, y tendrá que pagar en un periodo de un mes, sin la posibilidad de fraccionamiento. Consuelo rompe la carta. Piensa porqué siempre pillan los del pueblo raso. Se apoya en el banco. Decide que será mejor no comentar nada a Julio, no vaya a ser que pierda los nervios. Hace tiempo que no le pasa, pero será mejor no tentar la suerte.
Consuelo, en la cocina, lava los platos un tanto alterada. Susurra algo indescifrable. Levanta el estropajo mirándolo fijamente.
- ¿Cómo me lo voy a hacer para reunir tanto dinero? -le dice- Tendré que pedir ayuda… Pero… ¿a quién?
Espera unos segundos como si estuviera recibiendo una respuesta.
-Si claro… -prosigue- ya sé que lo lógico sería comentárselo a Julio, pero es que siempre que le he hablado de dinero se ha puesto hecho una furia. Si… -continua como si alguien la estuviera interrumpiendo- ya sé que tendría que ser más valiente, pero temo una discusión que acabe con todo, ¿a dónde podría ir con mis hijas teniendo un sueldo tan bajo?
Se hace un silencio. Le cuesta un poco rascar los restos de comida. Ya no es el mismo, está un poco viejo, pero le da pena cambiarlo. Se ha encariñado, ya que es el único de la casa con el que se puede desahogar. Sobre un fogón se fríen unas patatas. Consuelo se detiene, menea la nariz y exclama un “mierda” mientras suelta el plato que estaba fregando. Toma un cucharón y remueve las patatas agarradas en la sartén. Sus brazos están aún cubiertos de jabón, unas gotas del cual han caído sobre las patatas. Úrsula, hija mediana de Consuelo, entra en la cocina.
- Mami… -sollozando- Hoy me han dicho que parezco un niño con el pelo tan corto…
Consuelo, demasiado sumida en sus conflictos culinarios le exclama:
- Tú no les hagas ni caso. Tu corte de pelo es de lo más moderno, al estilo “Ángela Channing”, personaje de una de las series que está más de moda. Además –prosigue- es muy práctico: así sólo tienes que ir a la peluquería una vez al año.
Úrsula se toca el pelo y se va hacia su habitación más tranquila.
Consuelo marca un número en el teléfono. El señor Álvaro contesta al otro lado de la línea. Ella le pide si podrían concertar una cita. Él le propone un encuentro al día siguiente. Cuelga el teléfono. Consuelo casca unos huevos y los bate. Mira las patatas, pero aún les quedan algunos minutos. Coge el estropajo y friega los cacharros que ha ensuciado. Se detiene, y levanta el estropajo hasta la altura de sus ojos:
- Si -en voz baja- ya sé que es muy humillante pedir dinero al Sr. Álvaro, pero la verdad es que me voy a dejar de tantas tonterías, porque de qué sirve la dignidad cuando hay necesidad.
Está inmersa en sus pensamientos cuando entra su hija con las gafas partidas sobre sus manos.
- Pero… ¿Qué ha pasado?
- Pues… jugando a fútbol, me han dado un pelotazo… y… me las he pisado, mientras las buscaba.
- Hija… ¿cómo has podido pisarlas tu misma? –suspirando.
Mientras se seca las manos se queja de lo mal que van de dinero. Mira a su hija, mientras piensa que le gustaría que las cosas fuesen de otra manera, pero que se le va a hacer: ¡son así!
- Ven Úrsula, vamos a hacer un apaño para que puedas aguantar con las viejas hasta final de mes.
Le coge las gafas. Entra en el baño, abre un botiquín y saca el esparadrapo.
Consuelo está limpiando el polvo de la habitación de Julio. Hace ya unos cuantos años que duermen separados. Todo está intacto, nada ha cambiado de sitio. Pero parece que precisamente lo que provoque tanto polvo sea eso: el desuso. Deja el plumero y se sienta un momento en la cama. Cinco minutos, piensa. Pero no descansa ni un minuto. Aprovecha que está sentada para poner un poco de orden. Vacía el cajón de los calzoncillos, que está un tanto desordenado. Los saca todos. Mira uno a uno, como si hiciera mucho tiempo que no ve un calzoncillo. La mayoría están agujereados, otros amarillos del color del “ajo frito”. Piensa que ese hombre es un desastre, tendrá que ir a comprarle unos nuevos. Mete la mano para sacar los últimos, ya que el cajón está un poco atascado. Palpa algo extraño. Saca el objeto. Es un monedero. Lo observa como si nunca lo hubiera visto. Finalmente lo abre. En su interior sólo hay billetes. Completamente atónita, se pregunta por qué tendrá su marido setecientos euros escondidos en el cajón de los calzoncillos.
Consuelo, en la cocina, está a punto de darle la vuelta a la tortilla de patata. Úrsula entra.
- Hija, pásame la tapa de la sartén.
- Mamá… tienes que cambiarme de colegio –mientras le pasa la tapa- ¡ya no aguanto más! Hoy en clase una niña me ha puesto pegamento sobre las gafas reparadas. Todos se reían sin parar.
Consuelo le da la vuelta a la sartén. Cuando la levanta, sólo una porción de tortilla ha quedado sobre la tapa.
- “Me cago en la mar” -en voz baja.
Deja la sartén y la tapa sobre el mármol.
- ¡Lo que tienes que hacer es darle un buen guantazo a esa niña!
Úrsula se va. Consuelo recoge los pedazos y los intenta colocar en un plato. Coge el estropajo para limpiar el destrozo. Le susurra:
- Ojalá yo tuviera cojones para darle una buena ostia a mi marido. Yo trabajando como una mula, y él allí, ¡apoltronado en el sofá!
Espera unos segundos como si estuviera recibiendo una repuesta. Continúa:
- Ya sé que ni siquiera soy capaz de contarle que he encontrado el dinero… Pero es que tú no sabes cómo se pone Julio cuando se enfada.
Consuelo lleva la tortilla a la mesa. Úrsula y sus dos hermanas aparecen ansiosas por probarla. Consuelo gira la cabeza llamando a Julio a la mesa. En el sofá, iluminado con el reflejo de la televisión, yace un busto de mármol, con la mirada triste.
La puerta de la cocina esta entreabierta. De fondo, le llega el sonido del televisor: Julio, su marido está siguiendo el final de la copa. Consuelo grita su nombre. Como de costumbre, no recibe ninguna respuesta. Suspira y le pregunta, sin moverse de la cocina, que va a querer para cenar. Sigue sin recibir una respuesta y se dice a sí misma, en voz baja, que hará lo mismo de siempre. Empieza a cortar patatas.
Consuelo, espera en correos, para recoger una carta certificada. El calor en la sala es insoportable, lo que hace la espera aún, si cabe, más larga. Por fin es su turno. El hombre de la ventanilla le da la carta. Su expresión se torna agria: es de hacienda. Sale del edificio y se sienta en un banco. Abre la carta lentamente. La lee. Sus ojos se nublan al saber que ha sido multada, y tendrá que pagar en un periodo de un mes, sin la posibilidad de fraccionamiento. Consuelo rompe la carta. Piensa porqué siempre pillan los del pueblo raso. Se apoya en el banco. Decide que será mejor no comentar nada a Julio, no vaya a ser que pierda los nervios. Hace tiempo que no le pasa, pero será mejor no tentar la suerte.
Consuelo, en la cocina, lava los platos un tanto alterada. Susurra algo indescifrable. Levanta el estropajo mirándolo fijamente.
- ¿Cómo me lo voy a hacer para reunir tanto dinero? -le dice- Tendré que pedir ayuda… Pero… ¿a quién?
Espera unos segundos como si estuviera recibiendo una respuesta.
-Si claro… -prosigue- ya sé que lo lógico sería comentárselo a Julio, pero es que siempre que le he hablado de dinero se ha puesto hecho una furia. Si… -continua como si alguien la estuviera interrumpiendo- ya sé que tendría que ser más valiente, pero temo una discusión que acabe con todo, ¿a dónde podría ir con mis hijas teniendo un sueldo tan bajo?
Se hace un silencio. Le cuesta un poco rascar los restos de comida. Ya no es el mismo, está un poco viejo, pero le da pena cambiarlo. Se ha encariñado, ya que es el único de la casa con el que se puede desahogar. Sobre un fogón se fríen unas patatas. Consuelo se detiene, menea la nariz y exclama un “mierda” mientras suelta el plato que estaba fregando. Toma un cucharón y remueve las patatas agarradas en la sartén. Sus brazos están aún cubiertos de jabón, unas gotas del cual han caído sobre las patatas. Úrsula, hija mediana de Consuelo, entra en la cocina.
- Mami… -sollozando- Hoy me han dicho que parezco un niño con el pelo tan corto…
Consuelo, demasiado sumida en sus conflictos culinarios le exclama:
- Tú no les hagas ni caso. Tu corte de pelo es de lo más moderno, al estilo “Ángela Channing”, personaje de una de las series que está más de moda. Además –prosigue- es muy práctico: así sólo tienes que ir a la peluquería una vez al año.
Úrsula se toca el pelo y se va hacia su habitación más tranquila.
Consuelo marca un número en el teléfono. El señor Álvaro contesta al otro lado de la línea. Ella le pide si podrían concertar una cita. Él le propone un encuentro al día siguiente. Cuelga el teléfono. Consuelo casca unos huevos y los bate. Mira las patatas, pero aún les quedan algunos minutos. Coge el estropajo y friega los cacharros que ha ensuciado. Se detiene, y levanta el estropajo hasta la altura de sus ojos:
- Si -en voz baja- ya sé que es muy humillante pedir dinero al Sr. Álvaro, pero la verdad es que me voy a dejar de tantas tonterías, porque de qué sirve la dignidad cuando hay necesidad.
Está inmersa en sus pensamientos cuando entra su hija con las gafas partidas sobre sus manos.
- Pero… ¿Qué ha pasado?
- Pues… jugando a fútbol, me han dado un pelotazo… y… me las he pisado, mientras las buscaba.
- Hija… ¿cómo has podido pisarlas tu misma? –suspirando.
Mientras se seca las manos se queja de lo mal que van de dinero. Mira a su hija, mientras piensa que le gustaría que las cosas fuesen de otra manera, pero que se le va a hacer: ¡son así!
- Ven Úrsula, vamos a hacer un apaño para que puedas aguantar con las viejas hasta final de mes.
Le coge las gafas. Entra en el baño, abre un botiquín y saca el esparadrapo.
Consuelo está limpiando el polvo de la habitación de Julio. Hace ya unos cuantos años que duermen separados. Todo está intacto, nada ha cambiado de sitio. Pero parece que precisamente lo que provoque tanto polvo sea eso: el desuso. Deja el plumero y se sienta un momento en la cama. Cinco minutos, piensa. Pero no descansa ni un minuto. Aprovecha que está sentada para poner un poco de orden. Vacía el cajón de los calzoncillos, que está un tanto desordenado. Los saca todos. Mira uno a uno, como si hiciera mucho tiempo que no ve un calzoncillo. La mayoría están agujereados, otros amarillos del color del “ajo frito”. Piensa que ese hombre es un desastre, tendrá que ir a comprarle unos nuevos. Mete la mano para sacar los últimos, ya que el cajón está un poco atascado. Palpa algo extraño. Saca el objeto. Es un monedero. Lo observa como si nunca lo hubiera visto. Finalmente lo abre. En su interior sólo hay billetes. Completamente atónita, se pregunta por qué tendrá su marido setecientos euros escondidos en el cajón de los calzoncillos.
Consuelo, en la cocina, está a punto de darle la vuelta a la tortilla de patata. Úrsula entra.
- Hija, pásame la tapa de la sartén.
- Mamá… tienes que cambiarme de colegio –mientras le pasa la tapa- ¡ya no aguanto más! Hoy en clase una niña me ha puesto pegamento sobre las gafas reparadas. Todos se reían sin parar.
Consuelo le da la vuelta a la sartén. Cuando la levanta, sólo una porción de tortilla ha quedado sobre la tapa.
- “Me cago en la mar” -en voz baja.
Deja la sartén y la tapa sobre el mármol.
- ¡Lo que tienes que hacer es darle un buen guantazo a esa niña!
Úrsula se va. Consuelo recoge los pedazos y los intenta colocar en un plato. Coge el estropajo para limpiar el destrozo. Le susurra:
- Ojalá yo tuviera cojones para darle una buena ostia a mi marido. Yo trabajando como una mula, y él allí, ¡apoltronado en el sofá!
Espera unos segundos como si estuviera recibiendo una repuesta. Continúa:
- Ya sé que ni siquiera soy capaz de contarle que he encontrado el dinero… Pero es que tú no sabes cómo se pone Julio cuando se enfada.
Consuelo lleva la tortilla a la mesa. Úrsula y sus dos hermanas aparecen ansiosas por probarla. Consuelo gira la cabeza llamando a Julio a la mesa. En el sofá, iluminado con el reflejo de la televisión, yace un busto de mármol, con la mirada triste.
1 comentario:
Me encanta cómo has hecho el relato desde tres puntos de vista :) Eso sí, ¡me he quedado intrigada con lo del dinero!
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