Un televisor un poco cubierto de polvo, sobre el que descansa un pañito que sostiene algunas figuras de porcelana, retransmite el Arsenal-Barça. El partido no está muy emocionante.
Sintoniza otro canal. Ahora es algún documental de Jack Custo.
Desde la cocina, una voz femenina pronuncia su nombre. Julio emite una especie de sonidos guturales, sin llegar a articular ninguna palabra. La misma voz vuelve a intervenir: Le pregunta qué va a querer para cenar. Julio susurra un “tttoootto…” desistiendo al final como si de un trabalenguas muy difícil se tratara.
Mira el televisor. Es como una pecera cuyos peces, amorrados al vidrio, le observan con cierta sorna. Vuelve a cambiar.
Matías Prat anuncia las consecuencias devastadoras que ha dejado a su sombra la tan hablada crisis. Por si los telespectadores aún no están suficientemente aterrados, prosigue hablando de la nueva patera que ha llegado a las costas gaditanas, de las tragedias naturales que está provocando el calentamiento global y de las epidemias que surgen entre los animales de granja. Julio ya no sabe si es mejor estar al corriente de lo que sucede en el mundo exterior. Antes le gustaba mantenerse enterado, aunque tan sólo fuese para tener algo de que hablar en el bar que frecuentaba para hacer unas cañas tras la jornada laboral. Matías termina su informativo con el postre: las caras de niños felices, tras despertar el día en que los reyes han pasado por sus casas para dejar algunos regalos, una mentira piadosa que no sólo pretende endulzar el informativo a los más pequeños. Aunque con el tiempo que lleva sin salir de casa, desde que perdió su empleo, tampoco sabe si el resto de noticias son muy rigurosas. En su opinión se podrían haber ahorrado el postre: ¡a quién le importan los regalos que puedan recibir esas criaturas tras el bombardeo de desastres!
Oye unos pasos que se precipitan hacia la cocina. Es Úrsula, su hija mediana que pasa a través del comedor si ni tan siquiera saludarlo. Instantes después empieza a oír unos susurros. Intenta concentrarse con la intención de descifrar de qué están hablando, pero es inútil. No le sirve de ayuda el extractor, o el rumoreo de la televisión, que no puede apagar: eso lo delataría. Además tampoco quiere hacerle eso a su gran compañera, su única interlocutora.
El televisor cambia de canal. Aparece un hombre de avanzada edad, con una camisa un poco arrugada, sentado sobre una silla que yace en una tarima y con un rotulo digital que lo presenta: Es Julio y hace un tiempo que ya no se habla con las mujeres de su casa. Julio mira intrigado el televisor. Patricia, la presentadora, complementa la presentación de su invitado. Explica que hace años que perdió la comunicación con su mujer y sus hijas: ahora lo único que oye en su casa son susurros. Se dirige hacia su invitado.
- Julio, ¿Cómo comenzó esta situación?- le pregunta con aire interesado.
Julio encoge los hombros y baja la mirada.
- Pues… no lo recuerdo exactamente…- con tono apagado.
Patricia se lo queda mirando fijamente cómo si esperara una explicación complementaria. Descontenta con su escueta respuesta, insiste:
- Veamos, a ver si te podemos ayudar a recordar –caminando de un lado hacia el otro- ¿cómo era tu relación con ellas en su infancia? ¿Las llevabas al parque? ¿Les contabas cuentos? ¿Y con tu mujer?
- La verdad es que siempre que llegaba a casa, las niñas estaban dormidas, siempre llegaba muy tarde del trabajo, ya sabes… empiezas con una caña al acabar tu jornada…
Patricia se gira dirigiéndose hacia el público.
- Bueno… esa no era la mejor manera de cultivar tu relación con ellas – se vuelve hacia Julio- ¿Y con tu mujer?
Julio baja la mirada.
- Bueno, en aquella época… teníamos discusiones, yo creía que ella no administraba muy bien el dinero, y que descuidaba sus tareas de la casa. Ella me echaba en cara que no estuviera nunca en casa… Además, desde que nacieron las chiquillas… usted sabe… dejamos de tener relaciones…
Patricia suspira y añade:
- Veo que no iba muy bien la cosa… bueno, si hubieras estado más presente… o la hubieras ayudado más… Y… ¿Tenías algún detalle con ella? ¿Le decías lo guapa que estaba?
- No… nunca he sido muy detallista… ni me ha gustado echar piropos…
- ¡En fin, esa no es la mejor manera de avivar la llama del amor!- con tono condescendiente.
El público aplaude. Prosigue con intención de obtener más información.
- ¿Y cuando las niñas ya estaban más creciditas? ¿Te interesabas por su vida social? ¿Estabas al día de cómo iban en el colegio?
- Pues, verá… -encogiendo los hombros otra vez- Por aquella época, cuando González…, estaba un poco deprimido después de quedarme en paro, y no tenía muchas ganas de hablar con nadie…
- Pero… ¿hablaste alguna vez con ellas del tema? ¿De cómo te sentías?
- De que serviría hablar de eso con ellas –bajando la mirada.
- Pues como mínimo sabrían qué le pasaba…
Patricia prosigue:
- Y ahora ¿qué relación mantienes con ellas?
- Pues… mi mujer me dejó hace tres años y mis hijas no viven en casa – con tono melancólico.
Patricia se acerca a él con una pose dramática.
- Julio, mírame, ¿qué les dirías si estuvieran presentes? -con un aire dramático excesivamente forzado.
Julio levanta la mirada, ahora sonríe con los ojos nublados.
- Pues, que me vengan a ver y me cuenten qué tal les va con sus maridos… y ¡qué las quiero mucho!
El público aplaude emocionado. La presentadora sonríe. Se gira dirigiéndose a la cámara.
- Pues escuchen bien desde sus casas: hoy Julio va a poder conseguir hablar con una de sus hijas, ya que hemos podido localizar su número de teléfono –levantando el dedo índice- pero señores, señoras, ¡todo esto y más después de la publicidad!
Tras mostrar el logo del canal dónde se retransmite el programa, con una música de ascensor, aparece un niño con una enorme mancha de barro. Su madre entra en escena después explicando que no sabe que sería de su vida sin su detergente favorito. Se oyen unos pasos suaves saliendo desde la cocina. Justo después, oye más susurros, hecho que le extraña ya que su mujer debe estar sola en la cocina. Se concentra con el intento de descifrarlos, pero de nuevo es imposible. Los susurros se detienen intermitentemente. Por momentos piensa que su mujer debe estar volviéndose loca. En la televisión aparece un paisaje en movimiento con una linda melodía. Se relaja. Unos instantes después, irrumpe un coche con la familia perfecta. Julio se pone tenso. Acto seguido se suceden una serie de anuncios insoportables, pero no puede cambiar de canal o se perderá el desenlace. Llega el momento esperado. Aparece, de nuevo, el logo del canal dónde se retransmite el programa, con la misma música.
Patricia hace un breve resumen de la historia de su invitado. Da la señal para que la llamada entre en directo. Se queda a la espera. Diez segundos después se coloca la mano en el oído, arruga su frente:
- ¿Carmen?
No hay respuesta.
- Carmen ¿Estás ahí?
- Sí – con tono displicente.
- Bueno, ahora es tu momento –dirigiéndose a Julio.
- “Hiiijjja…”
Carmen lo interrumpe.
- Mira papá, vivo dos pisos más abajo, y no tienes que ir a un programa para hablar conmigo –con aire indignado.
Patricia, con miedo a perder el dramatismo que mantiene su audiencia, pide una aclaración a Carmen.
- ¿Eso quiere decir que aceptas volver a hablar con tu padre?
Carmen le contesta, con tono displicente
- No, eso quiere decir un: que vivo dos pisos más abajo, y que no tiene que ir a un programa para hablar conmigo –muy solemne. Añade- No pretendas ganar ahora, y menos a través de un programa de televisión, una confianza que nunca has cultivado.
Cuelga el teléfono. Patricia se dirige a Julio.
- Bueno Julio, espero que todo salga bien, y que podáis arreglar vuestro conflicto en un espacio más íntimo –con un tono más tierno.
El público aplaude. Los ojos de Julio están nublados. La presentadora prosigue presentando a su siguiente invitado: Arnaldo, un “travesti” al que no aceptan como tal en su lecho familiar.
Se oye un ruido de platos y cubiertos que chirrían al chocar unos con otros. Sus hijas preparan la mesa para la comida, entre susurros. Consuelo, la mujer de Julio, sale de la cocina con una tortilla en la mano. La deposita en la mesa. Gira la cabeza llamando a Julio a comer. En el sofá, iluminado con el reflejo de la televisión, yace un busto de mármol, con la mirada triste.
Sintoniza otro canal. Ahora es algún documental de Jack Custo.
Desde la cocina, una voz femenina pronuncia su nombre. Julio emite una especie de sonidos guturales, sin llegar a articular ninguna palabra. La misma voz vuelve a intervenir: Le pregunta qué va a querer para cenar. Julio susurra un “tttoootto…” desistiendo al final como si de un trabalenguas muy difícil se tratara.
Mira el televisor. Es como una pecera cuyos peces, amorrados al vidrio, le observan con cierta sorna. Vuelve a cambiar.
Matías Prat anuncia las consecuencias devastadoras que ha dejado a su sombra la tan hablada crisis. Por si los telespectadores aún no están suficientemente aterrados, prosigue hablando de la nueva patera que ha llegado a las costas gaditanas, de las tragedias naturales que está provocando el calentamiento global y de las epidemias que surgen entre los animales de granja. Julio ya no sabe si es mejor estar al corriente de lo que sucede en el mundo exterior. Antes le gustaba mantenerse enterado, aunque tan sólo fuese para tener algo de que hablar en el bar que frecuentaba para hacer unas cañas tras la jornada laboral. Matías termina su informativo con el postre: las caras de niños felices, tras despertar el día en que los reyes han pasado por sus casas para dejar algunos regalos, una mentira piadosa que no sólo pretende endulzar el informativo a los más pequeños. Aunque con el tiempo que lleva sin salir de casa, desde que perdió su empleo, tampoco sabe si el resto de noticias son muy rigurosas. En su opinión se podrían haber ahorrado el postre: ¡a quién le importan los regalos que puedan recibir esas criaturas tras el bombardeo de desastres!
Oye unos pasos que se precipitan hacia la cocina. Es Úrsula, su hija mediana que pasa a través del comedor si ni tan siquiera saludarlo. Instantes después empieza a oír unos susurros. Intenta concentrarse con la intención de descifrar de qué están hablando, pero es inútil. No le sirve de ayuda el extractor, o el rumoreo de la televisión, que no puede apagar: eso lo delataría. Además tampoco quiere hacerle eso a su gran compañera, su única interlocutora.
El televisor cambia de canal. Aparece un hombre de avanzada edad, con una camisa un poco arrugada, sentado sobre una silla que yace en una tarima y con un rotulo digital que lo presenta: Es Julio y hace un tiempo que ya no se habla con las mujeres de su casa. Julio mira intrigado el televisor. Patricia, la presentadora, complementa la presentación de su invitado. Explica que hace años que perdió la comunicación con su mujer y sus hijas: ahora lo único que oye en su casa son susurros. Se dirige hacia su invitado.
- Julio, ¿Cómo comenzó esta situación?- le pregunta con aire interesado.
Julio encoge los hombros y baja la mirada.
- Pues… no lo recuerdo exactamente…- con tono apagado.
Patricia se lo queda mirando fijamente cómo si esperara una explicación complementaria. Descontenta con su escueta respuesta, insiste:
- Veamos, a ver si te podemos ayudar a recordar –caminando de un lado hacia el otro- ¿cómo era tu relación con ellas en su infancia? ¿Las llevabas al parque? ¿Les contabas cuentos? ¿Y con tu mujer?
- La verdad es que siempre que llegaba a casa, las niñas estaban dormidas, siempre llegaba muy tarde del trabajo, ya sabes… empiezas con una caña al acabar tu jornada…
Patricia se gira dirigiéndose hacia el público.
- Bueno… esa no era la mejor manera de cultivar tu relación con ellas – se vuelve hacia Julio- ¿Y con tu mujer?
Julio baja la mirada.
- Bueno, en aquella época… teníamos discusiones, yo creía que ella no administraba muy bien el dinero, y que descuidaba sus tareas de la casa. Ella me echaba en cara que no estuviera nunca en casa… Además, desde que nacieron las chiquillas… usted sabe… dejamos de tener relaciones…
Patricia suspira y añade:
- Veo que no iba muy bien la cosa… bueno, si hubieras estado más presente… o la hubieras ayudado más… Y… ¿Tenías algún detalle con ella? ¿Le decías lo guapa que estaba?
- No… nunca he sido muy detallista… ni me ha gustado echar piropos…
- ¡En fin, esa no es la mejor manera de avivar la llama del amor!- con tono condescendiente.
El público aplaude. Prosigue con intención de obtener más información.
- ¿Y cuando las niñas ya estaban más creciditas? ¿Te interesabas por su vida social? ¿Estabas al día de cómo iban en el colegio?
- Pues, verá… -encogiendo los hombros otra vez- Por aquella época, cuando González…, estaba un poco deprimido después de quedarme en paro, y no tenía muchas ganas de hablar con nadie…
- Pero… ¿hablaste alguna vez con ellas del tema? ¿De cómo te sentías?
- De que serviría hablar de eso con ellas –bajando la mirada.
- Pues como mínimo sabrían qué le pasaba…
Patricia prosigue:
- Y ahora ¿qué relación mantienes con ellas?
- Pues… mi mujer me dejó hace tres años y mis hijas no viven en casa – con tono melancólico.
Patricia se acerca a él con una pose dramática.
- Julio, mírame, ¿qué les dirías si estuvieran presentes? -con un aire dramático excesivamente forzado.
Julio levanta la mirada, ahora sonríe con los ojos nublados.
- Pues, que me vengan a ver y me cuenten qué tal les va con sus maridos… y ¡qué las quiero mucho!
El público aplaude emocionado. La presentadora sonríe. Se gira dirigiéndose a la cámara.
- Pues escuchen bien desde sus casas: hoy Julio va a poder conseguir hablar con una de sus hijas, ya que hemos podido localizar su número de teléfono –levantando el dedo índice- pero señores, señoras, ¡todo esto y más después de la publicidad!
Tras mostrar el logo del canal dónde se retransmite el programa, con una música de ascensor, aparece un niño con una enorme mancha de barro. Su madre entra en escena después explicando que no sabe que sería de su vida sin su detergente favorito. Se oyen unos pasos suaves saliendo desde la cocina. Justo después, oye más susurros, hecho que le extraña ya que su mujer debe estar sola en la cocina. Se concentra con el intento de descifrarlos, pero de nuevo es imposible. Los susurros se detienen intermitentemente. Por momentos piensa que su mujer debe estar volviéndose loca. En la televisión aparece un paisaje en movimiento con una linda melodía. Se relaja. Unos instantes después, irrumpe un coche con la familia perfecta. Julio se pone tenso. Acto seguido se suceden una serie de anuncios insoportables, pero no puede cambiar de canal o se perderá el desenlace. Llega el momento esperado. Aparece, de nuevo, el logo del canal dónde se retransmite el programa, con la misma música.
Patricia hace un breve resumen de la historia de su invitado. Da la señal para que la llamada entre en directo. Se queda a la espera. Diez segundos después se coloca la mano en el oído, arruga su frente:
- ¿Carmen?
No hay respuesta.
- Carmen ¿Estás ahí?
- Sí – con tono displicente.
- Bueno, ahora es tu momento –dirigiéndose a Julio.
- “Hiiijjja…”
Carmen lo interrumpe.
- Mira papá, vivo dos pisos más abajo, y no tienes que ir a un programa para hablar conmigo –con aire indignado.
Patricia, con miedo a perder el dramatismo que mantiene su audiencia, pide una aclaración a Carmen.
- ¿Eso quiere decir que aceptas volver a hablar con tu padre?
Carmen le contesta, con tono displicente
- No, eso quiere decir un: que vivo dos pisos más abajo, y que no tiene que ir a un programa para hablar conmigo –muy solemne. Añade- No pretendas ganar ahora, y menos a través de un programa de televisión, una confianza que nunca has cultivado.
Cuelga el teléfono. Patricia se dirige a Julio.
- Bueno Julio, espero que todo salga bien, y que podáis arreglar vuestro conflicto en un espacio más íntimo –con un tono más tierno.
El público aplaude. Los ojos de Julio están nublados. La presentadora prosigue presentando a su siguiente invitado: Arnaldo, un “travesti” al que no aceptan como tal en su lecho familiar.
Se oye un ruido de platos y cubiertos que chirrían al chocar unos con otros. Sus hijas preparan la mesa para la comida, entre susurros. Consuelo, la mujer de Julio, sale de la cocina con una tortilla en la mano. La deposita en la mesa. Gira la cabeza llamando a Julio a comer. En el sofá, iluminado con el reflejo de la televisión, yace un busto de mármol, con la mirada triste.
2 comentarios:
Es interesante esta forma de escribir, con tres protagonistas que conforman tres relatos, cada uno con su perspectiva. Si se fueran alternando las narraciones sobre sus vidas podría perfectamente dar para una novela no? Sólo un apunte Txus, los tres relatos tienen una estructura un tanto rígida creo, quiero decir que es párrafo uno, párrafo 2, párrafo 3 ... yo particularmente los intentaría enganchar unos con otros de una forma más suave. Tú a tu bola sólo es una opinión.
Hasta pronto.
Una opinión que me sirve de mucho... para eso los he colgado!!!
Muchas gracias otra vez!!!
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