Os dejo con el relato que he preparado para el ejercicio de diálogos que nos puso Daniel:
— Hola, ¿cómo estás? —Mi pregunta flota en el silencio de la oscura habitación.
— ¿Hablas conmigo? —La chica alza la vista. Sus ojos me devuelven una mirada vacía, carente de expresión. Casi de inmediato, baja de nuevo la vista y apoya la barbilla en el pecho.
— Claro que hablo contigo.
— Pues no muy bien, la verdad —suspira—. Estoy cansada —Su aspecto macilento parece corroborar sus palabras. Con una mano temblorosa, se rasca la melena despeinada.
— ¿Físicamente? —inquiero, sin perderme detalle de sus movimientos.
— En realidad, no. Me refiero a que… estoy harta. Estoy agotada emocionalmente.
— ¿Por qué? —pregunto, curiosa.
— Porque te odio —responde súbitamente ella, con inesperada brutalidad, alzando la mirada y perforándome con sus ojos verdes. Se aproxima más a mí—. Porque estoy cansada de tus caprichos, de tu infantilismo, de tu estupidez, de tus baches emocionales y de tu jodida inestabilidad.
— Pero, pero… —Retrocedo unos pasos, asustada. La rabia tiñe su mirada, dándole un aspecto enloquecido, casi inhumano.
— Pero nada —prosigue ella, ahora envalentonada. Se sienta en el suelo y se acomoda el pijama—. Nada de lo que digas me hará cambiar de opinión. Son ya demasiados años.
— Exacto —asiento, entre cínica y dolida—. Demasiados años. Supongo que sólo te quedarás con lo malo. Que no recordarás ni uno sólo de los buenos ratos que hemos pasado juntas, cuando aprobamos el examen de conducir, cuando nos licenciamos… cuando nos enamoramos por primera vez.
— Y cuando me heriste por primera vez—añade ella con voz venenosa—. ¿Eso no lo recuerdas?
— Por supuesto que lo recuerdo —Mi voz estrangulada es apenas un susurro.
— Nadie lo diría —señala ella, todavía temblorosa por la furia—. No has dejado de hacerme daño ni uno sólo de estos años. Ni uno solo.
— Sabes que nunca ha sido mi intención…
— ¡A la mierda tu intención! —me interrumpe ella, golpeándose los muslos con los puños. Empiezo a sentir cómo la ansiedad crece en mi interior.
— Cálmate, por favor. Sabes que no conviene…
— ¿El qué? —Brinca incorporándose sobre las rodillas y aproxima su cara a la mía—. ¿Otro ataque de ansiedad? ¿Más dolor? No podrías soportarlo, ¿verdad? En el fondo nunca has sido más que una cobarde. Una debilucha.
— Sabes que eso no es cierto —musito. Lágrimas de angustia empiezan a resbalar por mi rostro.
— Mírala —se burla ella, riéndose perversamente—. Pobre niña triste. Pobre alma incomprendida. Todos te abandonan. Todos te decepcionan. Tal vez simplemente no puedan soportarte. Eres patética —La chica casi escupe sus últimas palabras, tal es su desprecio.
— ¡Cállate!
— No voy a callarme. Voy a decirte todas las verdades a la cara, incluso las que no quieres oír. Porque sí, nadie te soporta. No eres más que una criatura siniestra y deprimente. Incluso tú misma lo estás viendo. Nacida para destruir… y autodestruirse.
— Sabes bien que hay un modo muy fácil de conseguir que te calles —susurro, y mi voz es casi peligrosa.
— Lo sé. ¿A qué esperas? ¡Vamos! Hazme daño una vez más. Total, ¿qué me importa? El dolor es éxtasis para mí.
— No te pongas cínica. Sabes que no lo soporto.
— Oh, disculpa —La chica sonríe afectadamente—. Olvidaba que casi no soportas nada ni a nadie, exceptuando todas las tonterías que te interesan y las personas que te convienen según el momento, claro.
— Vete a la mierda —mascullo encolerizada, levantándome del suelo. La chica me imita.
— ¿Adónde crees que vas?
— No te aguanto más, ya te lo he dicho. Voy a hacer que cierres esa estúpida bocaza insolente tuya, y lo voy a hacer ahora.
— Nunca podrás silenciarme —insiste ella, mientras busco afanosamente en uno de mis cajones—. Jamás te sentirás feliz. Jamás hallarás la paz, incluso aunque logres enmudecerme durante ciertos momentos. Lo sabes muy bien.
— Ahora mismo, lo único que quiero es dormir —contesto algo más calmada, mientras sigo hurgando en el cajón. Por fin, mis dedos se cierran en torno a lo que estoy buscando, y lo saco cuidadosamente de su escondite.
— Cuando despiertes, seguirás encontrándote igual de mal —prosigue ella, incansable—. Con hacerme daño no te sentirás mejor.
— ¿Eres un disco rayado? He oído tus monsergas un millón de veces. A ver si te das cuenta de que tus chorradas no te servirán de nada conmigo —Horrorizada y fascinada a un tiempo, observo el brillo de la cuchilla destellar entre mis dedos a la escasa luz de la lamparilla de mi mesita de noche.
— Nunca te lo perdonaré —murmura ella, ahora con lágrimas en los ojos—. Jamás perdonaré todo el daño que me estás haciendo.
— Vaya —Sonrío amargamente—. Por fin coincidimos en algo.
Ella trata de farfullar, pero es demasiado tarde. Sabe que ninguna de sus palabras podrá convencerme. Lo sabe porque yo lo sé, y a fin de cuentas, somos la misma persona.
Con una precisión escalofriante, trazo cuatro cortes paralelos en mi antebrazo. Al momento, ella enmudece y cuando la miro de nuevo, ha vuelto a convertirse en el trémulo y mortecino reflejo de mí misma en el espejo.
— Esta noche he logrado silenciarte —susurro, apretando un Kleenex limpio contra mi magullado brazo, mientras sigo observándome en el espejo que hay frente a mí. Las lágrimas resbalan por mi rostro pálido y ojeroso, como diamantes sobre nieve sucia—. Pero ¿cuántas más podré hacerlo?
En ese momento, el dolor empieza a manifestarse con más intensidad, propagándose en latidos sordos que reptan velozmente por mi brazo, borrando cualquier otro pensamiento de mi mente. Con un suspiro, doy por terminada la conversación sin esperar una última respuesta, y me deslizo entre las frías sábanas, rindiéndome al inevitable abrazo del olvido.
7 comentarios:
Buenas tardes Myriam. De tu estilo como siempre tengo que decirte que atrapa de principio a fin. La pasión y la fuerza que le imprimes, total. Dicho esto te comento un par de detalles a ver que te parecen. Cuesta creer que dos personas que están al borde de una ruptura sentimental en ese tono dramático recuerden como un momento memorable el carné de conducir e incluso cuando se licenciaron, yo buscaría momentos más bellos o dulces de sus vidas. Y por otra parte al final parece que la intención es cortarse las venas como en anteriores ocasiones, pero si es así, luego se despierta más cansada porque la otra chica la salva?? aquí me he perdido un poco, incluso al describir la imagen del espejo he dudado sobre si la conversación no la mantenía toda la escena con ella misma.
Ya me contarás. Un abrazo
Vaya, pues sí, veo que no lo has entendido bien :) Ha estado hablando todo el tiempo con su reflejo. Y no se corta las venas... sólo se hace unos cortecitos, se llama autolesión. La gente que lo hace normalmente prefiere el dolor físico para olvidar el psicólogico. La protagonista se autolesiona y así deja de pensar y se duerme.
Si habla en plural (cuando se sacaron el carnet, cuando se licenciaron...) es porque habla de sí misma :) Fíjate en cuando dice que la otra enmudece y que cuando vuelve a mirar, el reflejo vuelve a estar quieto como siempre.
Si crees que es difícil de entender dímelo porque lo intentaré poner más claro :/
Gracias por comentar como siempre :)
Me gusta mucho la idea, esa polaridad que tenemos tantas veces, como si dos voces discutieran en nuestro interior... Pero estoy con Conrado, tal vez debería aclarar más que habla con ella misma...
Gracias Txus :) Quizá yo tenía la idea muy metida en la cabeza y por eso no me di cuenta de que no se entendía. Voy a cambiarlo pues :3
Besitos a los dos y nos vemos mañana.
Ya está, he añadido alguna frasecilla que espero que lo aclare...
Genial como siempre.
Yo opino que se entiende que el diàlogo es consigo misma, para sus adentros.
Felicidades
Hoy no puedo ir al aula, trabajo, trabajo y más trabajo.
Hasta el próximo viernes.
Muchas gracias, Carmen :) No te perdiste teoría, porque estuvimos leyendo relatos todo el tiempo. De hecho, ¡faltó bastante gente aparte de ti! Un poco curioso. Ya nos vemos la próxima semana, y de nuevo gracias por comentar ^^
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