Aquel día de primavera, Ania se encontraba en el edificio de la Facultad de Literatura cercano al Danubio. El día era claro y ella, sentada enfrente de la ventana en un aula, de vez en cuando miraba el crecido río y los magníficos puentes que conectaban dos orillas de la capital pensando qué debía escribir. De hecho, en la próxima hora y media en su ensayo tenía que responder a la pregunta de si los puentes conectan o separan, a pesar de que no estaba segura de cuál de las dos opciones era la correcta. Por un lado, el escritor Ivo Andrić, a cuyas palabras a menudo basaba sus trabajos, sostuvo que los puentes, como los de la capital, siempre conectan. Por el otro, recordó un ejemplo diferente de su infancia: un modesto puente, construido en el pueblo del cual procedía (también en el Danubio), en 1992 comenzó a separar dos países opuestos a causa de una guerra.
Una mañana del mismo año, Ania y su padre, con el objetivo de visitar al hermano de éste, se dirigieron hacia el pueblo donde realizaba el servicio militar. El pueblo se situaba en la otra orilla del río, en la provincia vecina (el Danubio formaba frontera natural entre dos de las seis provincias). Contando con que el pueblo estaba a tan sólo media hora andando de la casa familiar de Ania, ambos fueron a pie; mientras cruzaban el puente, el padre hizo una pausa para observar el nivel del Danubio, el cual les pareció muy alto, tan alto que en cualquier momento inundaría tanto su pueblo como el otro (debido a la nieve que se derretía de las montañas, cada primavera el nivel del río crecía). Además, en el agua se reflejaba el cielo gris, así como las nubes de lluvia, cosa que, con su sombra, causaba que los alrededores aparentaran lúgubres; por el miedo a que lloviera - no trajeron paraguas – prosiguieron su camino.
Pronto llegaron al campamento militar. El tío les esperaba a la entrada. Los llevó a uno de los edificios adentro del campamento y les presentó al resto de soldados. Los soldados estaban sentados en una gran mesa cuadrada (con el tiempo, Ania se enteró de que todos, menos su tío, eran de la provincia vecina) y, después de conocer a los huéspedes, uno se levantó y trajo sillas para ellos dos. A continuación, sirvió café al padre y a Ania le preguntó qué quería. La niña respondió que le diera algo dulce.
Inmediatamente el soldado se agachó y empezó a buscar algo en una caja por debajo de la mesa. Haciéndolo, sin darse cuenta provocó que la niña viera una escopeta apoyada contra la pared justo detrás de él (aunque Ania era consciente que los soldados tenían armas, nunca divisó una escopeta tan de cerca). El miedo anterior - que de repente no lloviera – ahora le resultaba totalmente insignificante en comparación con el que la escopeta despertó en ella. Por eso, apretó con toda su fuerza la mano de su padre y hundió la cabeza en la parte superior de su brazo. Desde la misma posición contempló al soldado levantándose y ofreciéndole una bolsita llena de sus bombones favoritos. Si bien la niña no los tomó. Al lado de un arma, no podía disfrutarlos.
Al sentir en su mano el fuerte apretón (que demostraba el miedo de su hija), el padre rápidamente se despidió de su hermano y de los soldados. Luego, de camino a casa, a Ania le parecía que el cielo se había despejado y el nivel del Danubio había bajado. Sin embargo, estaba equivocada. Estos dos pequeños pueblos, mucho más próximos entre sí, equiparándolos con la capital donde Ania estudiaba, dentro de poco se volvieron “lejanos”. Un par de semanas más tarde se prohibió cruzar el puente porque la guerra de los Balcanes - por la independencia de las provincias – se expandía como una inundación.
Diecinueve años después del inicio de la guerra, Ania estaba a punto de escribir el ensayo. Tenía dos cosas claras. Primero, que si hubiera nacido en otro lugar del país – no en un pueblo fronterizo - una vez más basaría su trabajo en las palabras del Andrić. Y segundo, si hubiera recordado su única comunicación con los soldados del país enemigo antes de la guerra solamente por el miedo de su primer encuentro con una escopeta, estaría convencida de lo contrario (el miedo separa la gente, no conecta). No obstante, ella se acordaba de ello también por los bombones ofrecidos, como un gesto de buena voluntad. Por lo tanto, decidió aprovechar la hora restante para plasmar en el ensayo su propio argumento: que los puentes y conectan y separan, dependiendo de su ubicación y de la época en que se vive. Y como ilustración serviría el puente de su pueblo, construido para conectar dos pueblos en dos provincias yugoslavas, que empezó a separar dos estados, Serbia y Croacia.
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