Luz roja, un minuto más tarde, luz verde y la roja se apaga. Luego sólo la luz ámbar y a los pocos segundos, otra vez salta a la luz roja. Sigue su juego de luces.
La lluvia lo tiene empapado, ni tan siquiera sus viseras lo protegen de las húmedas gotas que caen con tal la intensidad que es difícil distinguir los colores.
El viento sopla, sopla sin cesar, lo azota de un lado y luego del otro, haciéndole bailar al son de su música sin dejar de mostrar sus iluminadas intenciones una y otra vez.
Luz verde. Carcasa amarilla y rota por la parte inferior, sin ningún reparo en mostrar sus intimidades a todo el mundo, prácticamente hueco en su interior e iluminado con el color de una hermosa pradera.
Luz ámbar. Con grietas en su lente y prácticamente rota, deja entrever su transparente y encendida bombilla.
Baila y baila sin parar.
Luz roja. Añora la pasión de los primeros días. Ahora, destiñe un vago recuerdo de su pasado.
El viento sigue azotándolo caprichosamente hasta tal punto que no lo soporta más y cae.
Sigue cayendo, arrastrado por el viento hasta que impacta contra el suelo y se rompe en dos. Pero no se queda aquí, una de las partes se arrastra por el suelo hasta impactar contra la pared de un edificio. Allí se sumerge entre el polvo y los escombros. En el olvido.
La otra mitad sigue su recorrido calle abajo, dejando atrás su mitad. Cada vez se aleja más y más hasta donde alcanza la vista. Esperando encontrar a su mitad en el olvido.
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