jueves, 4 de febrero de 2010

Intro...

Dicen que los muertos no hablan y es que quizá ya soy un fantasma.
Aunque si lo fuera, ¿porque siento el estomago en la garganta, huelo el rancio de ésta habitación y noto éstas punzadas en el espinazo?
¡Por Dios, no sé cuanto mas aguantará esta puerta!

Hace apenas un par de horas que acepté el trabajo. El último, me dije para variar, sencillo y rápido, me dijeron para variar.
Ahora estoy seguro que ha sido el último.

Solo un transporte, como otras veces, llevar un paquete al lugar indicado, sin preguntas y con sigilo.
Nunca sé lo que transporto, aunque lo intuya, pero debe ser algo que a mucha gente le hace gracia poseer y que, a su propietario, no le hace ninguna extraviar. Eso implica que, desde que el bulto pasa a tus manos, debas atenderlo como si fuera tu vida. Cualquiera pensaría que es una locura, pero la necesidad y el dinero fácil, hacen que deposites muchas esperanzas en llegar al destino.

El lugar de entrega, una pequeña farmacia de barrio, no queda muy lejos del lugar de recogida, apenas una hora en transporte público. El trayecto ha sido limpio, como le llamamos nosotros al transporte perfecto, sin traspiés, sin sobresaltos, como el electrocardiograma de un cadáver.

Todo en el establecimiento parecía normal, un local repleto de estantes atiborrados de vetustos recipientes y en la que, no sin esfuerzo, caben unas 4 personas.
No había nadie, he entrado y ha aparecido, de la rebotica, esa en la que ahora estoy atrapado, un hombre en bata blanca. Demasiado joven, he pensado, para una farmacia tan anticuada, aunque a decir verdad, no conozco a muchos farmacéuticos.

Debía ser tan sencillo como intercambiar las contraseñas y entregar el paquete, pero justo en ese momento, un silbido, que se ha acercado por mi espalda, me ha sobrepasado y ha ido a impactar en la frente del farmacéutico, manchando todo de rojo.
No me ha dado tiempo a pensar en lo que sucedía, que ya estaba saltando tras el mostrador y cayendo sobre el cadáver del farmacéutico. Las defensas se me han activado de tal manera que creí estar sudando adrenalina.
Aquel hombre aún estaba caliente y las náuseas me han empezado a convulsionar, cuando he oído correr a alguien hacia mí.
De un rápido vistazo, dos opciones. La primera, salir hacia la puerta principal y enfrentarme al sujeto que se acercaba o, la segunda, encerrarme en la trastienda. La segunda me ha parecido la mejor, ese sujeto no daba la impresión de atender a negociaciones.
Por suerte, o quizá no, aún tengo el paquete en mi poder.
En cualquier momento ésta puerta cederá y aquí no hay salida posible, ¡soy fiambre!

¿Oigo sirenas?
¿Vendrán hacia aquí?
Los golpes en la puerta han cesado y oigo pasos que se alejan, alguien huye del lugar.
¡Si, las sirenas ya están aquí!
Genial, parece que, a pesar de todo, aún no me toca ser fiambre.

-¡Atención, le habla la policía, grupo operativo nuclear, biológico y químico! – se oye desde un megáfono -. No se mueva de donde esta, no manipule el paquete y siga las instrucciones que le daremos para su salida. Deje en el suelo cualquier arma que posea y no nos obligue a usar la fuerza.

-No tengo armas. ¡Déjenme salir! – grito.

-Bien, siga las instrucciones – prosiguen desde el megáfono -. Quítese toda la ropa y solo coja el paquete. Salga de la trastienda, en la farmacia le esperan dos agentes. Déles el paquete y espere instrucciones.

-¡Ya esta, salgo de la trastienda! – replico impaciente, mientras me dirijo hacia la farmacia como mi madre me trajo al mundo.

¡Pero que diablos esta pasando! El grupo nuclear y biológico de la policía, dos agentes que van vestidos de astronauta y estas luces que me ciegan…

-Señor, déme el paquete y quédese quieto mientras lo inspeccionamos – me indica uno de los dos agentes que habían entrado en la farmacia vestidos con atuendos de astronauta.

-Tenga. No sé lo que hay ni me interesa. Solo quiero salir. Me asfixio – exhalo con poco aliento, acercándole el paquete.

-¡Mierda! Aquí agente uno, el paquete no esta intacto. Repito, no esta intacto y el receptáculo esta vacío. Esperamos órdenes – indica el agente por radio, mientras inspecciona el paquete.

-Aquí agente dos. El medidor de constantes indica que el sujeto no tiene pulso, no respira y su temperatura ya ha descendido. Además – prosigue el segundo agente, vestido como el primero, pero acarreando un extraño aparato a hombros conectado a una especie de pistola estroboscópica y que en todo momento había estado dirigiendo hacia mi -, presenta un orificio en el pecho, parece la salida de una bala. En la espalda se puede observar la entrada de la bala y la inflamación de la zona espinal, típica de lo que buscamos. Jefe, este ya es otro títere movido por los hilos de nuestro querido amigo.



-¡Atención agentes, eliminen al sujeto y limpien la zona! - anuncian desde el mismo megáfono con tono grabe e implacable -. Repito, eliminen al sujeto, no podemos dejar que el parásito salga de ahí metido en su cuerpo. ¡Procedan!



-¡Agentes, informen de la acción!



-¡Agentes uno y dos, respondan!



¿Qué me sucede?
¡En un pestañeo y solo con mis manos, acabo de despedazar a dos hombres!
¿Un parasito?
¿Dentro de mí?
Me siento tan…sobrehumano.


Antoni Esteve

2 comentarios:

CONRADO dijo...

Antoni creo que el ritmo del relato es muy adecuado y me gusta mucho que la intriga se mantenga justo hasta la última línea. Hay un momento justo cuando los dos policías están frente a él que me he despistado un poco con el agujero de bala en el pecho.

Un abrazo.

Antoni Esteve dijo...

Hola Conrado, cierto, no savia muy bien cómo enfocarlo. La idea es algo rebuscada, pero era dar a entender que lo que le ha matado ha sido el mismo disparo que ha matado al farmacéutico, entrándole por la espalda y saliendo por el pecho, hasta impactar en el farmacéutico.
En el primer tramo, él solo percibe el disparo como algo que se acerca por su espalda, lo “sobrepasa” e impacta en el farmacéutico, aunque en realidad no lo sobrepasa, sino que lo atraviesa.

Gracias por el comentario!