Tumbados en la cama, con las últimas olas de un orgasmo furtivo, se abrazaron, él le susurró un “te quiero” al oído, ella le miró con la dulzura que desprenden los ojos enamorados hasta el alma.
—No te marches Lidia
—Carlos, no me lo pidas de nuevo por favor, sabes que es imposible —contestó ella acariciándole la mejilla.
Lidia le besó dulcemente, se incorporó y fue recogiendo aquel reguero de ropa que con tanta efusividad había ido perdiendo camino de la cama. Pausadamente se vistió, como si no quisiera poner fin a aquella escena. Mientras, él la miraba absolutamente embelesado.
No se puede amar más —pensó Carlos— mientras ella acababa de arreglar aquellos rizos rubios por los que él la llamaba “mi sirena”.
—Cuídate amor —dijo ella, después de besarle de nuevo. A continuación se dirigió hacia la puerta de la habitación de aquel pequeño nido de amor junto a la playa.
—Te quiero tanto Lidia… cualquier día haré una locura.
Ella le miró lanzándole un beso, como si no le hubiese oído, después desapareció tras la puerta hacia el pasillo. El sonido al cerrarse la puerta de la entrada devolvió a Carlos a su soledad. Tumbado en la cama, observó como el sol de la tarde aún se colaba por la ventana y se posaba caprichosamente sobre aquella fotografía de Lidia junto al espejo. Se giró hacia la mesa de mimbre de su izquierda, cogió el teléfono y marcó un número.
—¿ Carlos? ¿Cómo está el soltero de oro?
—Hola Rosa, tú si que eres la soltera de oro…
—¿Dónde estás?
—En mi apartamento, necesito hablar contigo.
—Tú dirás.
—Prefiero no hablar por teléfono, mejor quedamos en mi despacho.
—¿No puedes hablar por teléfono?¿A qué viene tanto misterio?
—Es un tema delicado Rosa, prefiero hablar contigo personalmente, hay temas de trabajo y puede que la línea esté pinchada.
—¿Temas de trabajo?¿Tienes algún problema con tu socio, con Juan?
—Te juro que no puedo decirte nada más, y no cites nombres te lo pido por favor.
—¡Me estás poniendo histérica Carlos! Está bien, ¿cómo quedamos?
De vuelta a casa, mientras conducía, Lidia pensaba en la difícil situación en que se encontraba. Locamente enamorada de dos hombres a la vez y con tan pocas posibilidades de que eso fuera posible mantenerlo en el tiempo. Por si eso fuera poco, ahora además…
Aquella fría mañana de invierno, el cielo había escogido su mejor azul para decorar aquel cementerio junto al mar. Lidia y Juan —su marido— se acercaron a Rosa, como ellos, una de las mejores amigas de Carlos. Los tres se fundieron en un efusivo abrazo.
—Juan necesito sentarme, me estoy mareando de nuevo —dijo Lidia dirigiéndose a su marido.
—No te preocupes Juan, yo la acompaño —–comentó Rosa.
Ambas se dirigieron hacia un banco, mientras Juan atendía a familiares y amigos.
—No lo podré soportar Rosa
—Tienes que ser fuerte Lidia, ya sé que es terrible pero…
—¿Cómo pudo precipitarse al mar en una carretera que conocía perfectamente?
—La policía tampoco se lo explica Lidia, ni siquiera hay huellas de frenada, más bien parece…en fin, creo que ahora deberías serenarte. Habla con Juan, todos queríamos a Carlos, pero a él le puede extrañar tu estado; es obvio que tú dolor es más el de una viuda enamorada que el de una gran amiga.
—No tiene porque saber nada. Ahora menos que nunca. Yo amo a Juan tanto o más de lo que he amado a Carlos. Durante todo este tiempo les he amado a los dos y eso Juan no lo entendería, así que lo mejor será dejar las cosas como están. Además hay algo que deberías saber…
—¿Qué sucede?
—Estoy embarazada.
—¡Maldita seas!
—Cálmate Rosa. Cualquiera de ellos podría ser el padre, necesito no saberlo con certeza. Siento que es mejor así.
—¿Se lo has dicho a Juan?
—Eres la primera persona que lo sabe. Cuando pase todo esto se lo diré, seguro que lo hará muy feliz.
—Sinceramente no sé donde te llevará tu forma de hacer las cosas… hay algo importante que debo decirte pero no es el lugar ni el momento adecuado, llámame luego y te lo explicaré. Y por favor medita bien tus decisiones, en esta vida podemos llegar a hacer verdaderas locuras por un amor.
Una vez finalizado el sepelio Juan y Lidia acompañaron a Rosa hasta su casa. Durante el trayecto, Rosa dejó discretamente un sobre bajo el asiento de Lidia mientras ésta fijaba la vista perdida en el horizonte; a su lado Juan conducía sin mediar palabra. Al llegar a casa Lidia marcó un número de teléfono.
—¿Diga?
—Rosa, soy Lidia, me has comentado durante el entierro que tenías algo importante que contarme.
—Así es. El martes, después de marcharte del apartamento Carlos me llamó…
—¿Cómo sabes que el martes estuve allí?
—El mismo me lo dijo, pero eso no tiene más importancia. Me citó en su despacho. Estuvimos solos. Según me dijo había acordado con tu marido hacer una visita a la delegación de Roma y se marchaba el miércoles muy temprano. Me entregó un sobre y me pidió que te lo entregara si algo grave le sucedía. Según me dijo, le seguían desde hacía semanas, temía que se tratase de un grupo relacionado con el blanqueo de dinero a los que había perjudicado en unos negocios. Sospechaba que Juan tenía algún turbio asunto que le ocultaba sobre ese tema y me insinuó que en ese sobre había información que sólo tú debías tener.
—¿Un sobre? ¿asuntos ocultos de Juan y blanqueo de dinero? ¡el propio Juan me comentó, hace unos días, que irían juntos a Roma a una importante reunión por la buena marcha de la delegación! ¿Dónde está ese maldito sobre?
—Lo dejé en tu coche mientras volvíamos del cementerio, bajo tu asiento.
—¿Bajo mi asiento, pero estás loca? ¿Y si lo ve Juan?
—Lo dudo, lo coloqué entre la alfombra y el suelo. Sólo alguien que supiese que está allí lo podría localizar.
Lidia colgó inmediatamente, sin siquiera despedirse. Al llegar, Juan la había dejado en casa y se había marchado a –—según dijo— revisar los documentos que Carlos habría dejado pendientes en el despacho. Ahora, él debía ver como resolvía todo tras la ausencia de Carlos. Así las cosas, sólo le quedaba la opción de esperar a que Juan volviera y ver como localizar el sobre sin levantar sospechas. Por unos instantes, pensó que lo mejor sería ir al despacho de Juan y acceder al parking, pero la idea le pareció tan descabellada que la descartó de inmediato. El tiempo que tardase en volver Juan se le iba a hacer eterno. Pasadas las diez de la noche, Juan llegó por fin.
—¿Cómo estás cariño?
—Bien…¿y tú?
—Bien. ¿Te has vuelto a marear?
—No, no… estoy mucho mejor, ¿qué tal por el despacho?
—Bien. Carlos era el tipo más organizado del mundo y todos los expedientes están en orden. Estos días pensaré en quien delegar todas sus funciones. Al final me tocará ir a mi solo a Roma. En fin…sigo sin creerme todo esto. Me voy directamente a dormir.
—¿Por cierto Juan, has visto una pequeña carpeta que tenía en el asiento trasero del coche?
—No me he fijado cariño.
—Bajaré un momento a buscarla, juraría que la dejé allí. No son más que cuatro notas de un corresponsal de la radio, pero debería echarles un vistazo antes de la reunión de mañana.
Lidia bajó hasta el garaje con el corazón en la boca. Juan no sabía nada del sobre, ella le conocía bien y su forma de actuar lo corroboraba. Abrió la puerta del copiloto como un rayo, golpeándose la pierna violentamente. Ni siquiera sintió dolor, con desespero comenzó a buscar bajo el asiento. Por fin, entre la alfombra, localizó su tesoro. En su interior encontró primero una breve nota: “La carta cerrada que encontrarás junto a esta nota me la entregó Carlos para ti. Rosa”. Hacía apenas unas horas del entierro de Carlos y ahora recibía a través de su mejor amiga una carta de él mismo… destrozó literalmente el sobre que acompañaba a la nota mientras el corazón latía con violencia, con la única esperanza de encontrar en su interior una respuesta coherente a tanta locura.
“Amor mío, si esta carta llega a tus manos es porque algo muy grave ha sucedido. Hace días que me siguen, ya sabes que a través del negocio tanto Juan como yo nos hemos creado enemigos capaces de todo, aunque tampoco descarto que sea el propio Juan quien esté detrás de todo esto, he descubierto unas cuentas en Suiza a nombre de una sociedad de las que él forma parte. También es posible que lo sepa todo de nosotros dos. En cualquier caso créeme si te juro, que durante todo este tiempo he luchado por intentar convencerme de que no eras una maldita egoísta. En realidad, no sé que nos hace pensar que no se pueda amar a más de una persona a la vez, aunque yo no he logrado entenderlo. Esté donde esté te amaré siempre “mi sirena”. Carlos.”
Lidia no podía creer lo que estaba leyendo. ¿Juan siguiendo a Carlos? ¿Ocultándole negocios? ¡Era todo una absoluta locura! Lloró desconsoladamente, con rabia.. En su interior, el dolor se mezclaba con un incontenido sentimiento de rabia hacia la vida, hacia lo establecido, hacia las normas. Un sentimiento de culpa la invadía, mientras ella misma trataba de justificarse, pidiendo al cielo que le explicase porqué maldita razón nadie podía entender el modo de amar que ella sentía. ¿Y cómo preguntar a Juan sobre sus “negocios en Suiza”? La más mínima insinuación a Juan por su parte supondría destapar su propio secreto. ¿Acaso lo sabía todo ya?
Unos días más tarde, mientras volvía de la emisora, sonó el móvil de Lidia.
—¡Juan!
—Cariño ¿cómo estás?
—Bien acabo de salir de la emisora, voy para casa.
—¿Porqué no cenamos fuera? Tengo que contarte algo importante.
—¿Algo importante?
—No te preocupes cariño son buenas noticias. ¿Quedamos a las nueve en el “Guesarde”?, así podrás cenar pescado como a ti te gusta.
—De acuerdo quedamos allí. Un beso.
—Hasta luego amor. Un beso.
Las ideas se amontonaban en la cabeza de Lidia. ¿Qué diablos sería lo que tenía Juan que contarle? ¿Tendría ella la oportunidad de averiguar algo sobre sus movimientos “mafiosos”? ¿Cuánto tiempo más podría esperar para decirle lo del embarazo?
Después de la cena el mundo se tornó mucho más dulce para ambos. Juan explicó a Lidia que un grupo suizo había mantenido contactos con él meses atrás interesándose por el negocio y que, siguiendo normas de la institución, habían solicitado todo tipo de informes contables nacionales e internacionales y —lo más revelador— habían hecho un seguimiento personal a Carlos y a él mismo durante varias semanas. El presidente del grupo desde Zürich le había informado del interés real por comprar y le había pedido “excusas” por el procedimiento y los seguimientos alegando que formaban parte de la política de compras.
Lidia empezaba a entenderlo todo. Y el estúpido de Carlos sospechando de Juan, que había sido para él prácticamente como un hermano, pero…¿no sabía nada Carlos del grupo suizo? ¿Cómo preguntarle a Juan sin levantar sospechas?
—¿Y qué pensaba Carlos de todo este asunto con los suizos?
—La verdad es que no estaba muy contento con el tema. Sabes lo duro que ha sido levantar esta industria durante todos estos años y él no parecía demasiado dispuesto a ceder el negocio a unos “oportunistas” según sus propias palabras. En cualquier caso no hablamos más que una tarde sobre el tema y en realidad yo tampoco pensé que pudieran tener un interés real así que no insistí, después el accidente…
Lidia quedó pensativa un instante, imaginando su vida hace sólo unas semanas, sus sentimientos, sus pensamientos…
—¿Dónde estás Lidia?
Lidia tardó unos segundos en reaccionar. Por fin despertó de su momentáneo letargo reflexivo y concluyó que era el momento de…
—Yo también tengo algo importante que decirte Juan…
Juan la miró profundamente, acercándose todo lo que le permitían aquellas copas altas. Entonces ella alargando el brazo cogió su mano y le devolvió una mirada dulce.
—Juan, estoy embarazada.
—¡Gracias al cielo Lidia! ¡Camarero, champagne por favor!
Los meses posteriores transcurrieron lentamente, del dolor inicial por la ausencia de Carlos, tanto Lidia como Juan, pasaron a un estado de ilusión por el pequeño que estaba en camino. En ocasiones, Lidia sentía que Juan estaba como ausente, dubitativo, frío quizás; de repente, entendía que esas sensaciones no eran más que una mala pasada de su mente ante ese atroz sentimiento de culpa que día y noche la acompañaba. Tras un embarazo difícil, nació Olver. Lidia y Juan estaban radiantes de felicidad. Lidia sentía que aquel pequeño parecía haber llegado a iluminar alguna ausencia. Aquella tarde de verano, cuando Olver contaba con apenas un mes de vida, Lidia salió para hacer unas compras junto a Rosa, sólo serían un par de horas en las que Juan se encargaría del pequeño. No se marchaba muy tranquila, Juan no tenía mucha práctica con el bebé y además, en los últimos días, lo había notado especialmente nervioso con el cierre definitivo de la venta del negocio al grupo suizo. Finalmente se marchó, no sin antes hacer que Juan le prometiese que si tenía algún problema la llamaría. Las dos horas de compras se le estaban haciendo eternas, así que decidió llamar para ver como iba todo.
Cogiendo a Olver, Juan observó con detenimiento aquella pequeña manchita rosácea con forma de flor junto a su pequeño pié. Volvió a mirarse su propio pié comprobando, como con el paso de los años, aquella mancha seguía allí, rosácea, junto al tobillo.
—Rosa, Juan no contesta.
—No te preocupes por Dios, estará haciendo algo y no podrá atender la llamada.
No habían transcurrido ni dos minutos cuando decidió intentarlo de nuevo.
—No insistas Lidia, él verá que le has llamado y te llamará.
—Sigue sin contestar Rosa, creo que algo no va bien…
—¡Por Dios Lidia!
—Rosa, ahora mismo me vuelvo para casa.
—Pero Lidia por favor…
De repente sonó el teléfono de Lidia.
—¡Juan!
—¡Lidia, debes venir enseguida, acaban de llamarme del despacho, unos encapuchados han entrado directamente a la oficina de Claudia, mi secretaria, y sin mediar palabra le han disparado varias veces, estaba oyendo tu llamada al otro móvil cuando hablaba con la policía!
—¡No! ¿Un atraco?
—Según me ha dicho la policía no se han llevado absolutamente nada…apresúrate por favor me han pedido que vaya lo antes posible.
—¿Por Dios Lidia que pasa? —preguntó angustiada Rosa.
—¡Calla Rosa!
—Lidia pídele a Rosa que vaya para allí, ella conoce bien a Claudia y a su familia y quizás pueda hablar con ellos.
— Esta bien Juan, ahora mismo voy para casa.
—Unos encapuchados han entrado en el despacho y han disparado a Claudia varias veces…
—¿A Claudia?¿Un atraco?
—No se sabe nada pero debe estar muy grave. Vete para la oficina de Juan para localizar a su familia, yo voy para casa con Olver, Juan me espera para poder marcharse.
Lidia paró el primer taxi que vió y se dispuso a ir para casa. Rosa se quedó esperando para coger igualmente un taxi y dirigirse a la oficina de Juan.
—Nada más llegar a casa, Lidia, en una primera visión del salón, comprobó varios cajones abiertos y tremendamente revueltos.
—¡Juan!
—¡Juan!
Sin apenas aliento, Lidia se dirigió hacia su dormitorio, y una vez allí a la cuna de Olver temiéndose lo peor. Primero Carlos, después Claudia…¿Qué estaba sucediendo? ¿Ahora Juan y Olver? Horrorizada, comprobó como en la cuna sólo quedaba aquel pequeño pijamita con el nombre de su bebé. Y algo más. Allí estaba, en la cuna de Olver, un sobre gris, exactamente igual al que Rosa le dejó en el coche el día del entierro de Carlos. A diferencia del suyo, éste ya estaba abierto, con el corazón en un puño cogió la carta de su interior y empezó a leer:
“Querido Juan, si lees esta carta querrá decir que algo muy grave me ha sucedido y que Rosa, nuestra común “amiga”, ha cumplido el encargo con total discreción, le pedí personalmente que te la entregase sólo en un caso extremo. Supe hace unos días, gracias a tu “fiel” secretaria Claudia, que eras tú el responsable de mi seguimiento. Según me confirmó, tú habías contratado a alguien porque sospechabas de mi integridad y temías que realizase negocios a tus espaldas; evidentemente debías pensar que actuaría tal y como tú has hecho con el tema de las cuentas de Suiza…. Ya ves, tu querida y “fiel” Claudia”, informándome a mi de tus actuaciones…seguimientos, cuentas en Suiza… como ves todo el mundo tiene un precio. . Habrás podido comprobar que a diferencia de ti, soy un socio fiel, pero supongo que habrás podido comprobar también que en lo que se refiere a cuestiones de amores, ni yo, ni tu querida esposa lo hemos sido. Aunque Carlos tú…, ¿has contado algo sobre ti y Claudia a tu querida esposa?, es probable que te entienda, ella sabe perfectamente lo que es “jugar a dos bandas”. Como ves todos tenemos puntos oscuros. Os deseo “toda la felicidad del mundo”. Carlos.”
En una línea inferior, manuscrita, una pequeña nota en tinta roja, que se veía claramente añadida con posterioridad a la carta:
“Después de haber leído esta carta, no llames a la policía, no nos obligues a derramar más sangre. Nuestro pequeño estará bien si tu te olvidas para siempre de los tres”. JUAN.
De rodillas ante la cuna, mirando obsesivamente aquel pijamita, absolutamente ida, extenuada, al borde la histeria, Lidia gritó:
—¿Los tres?
Instintivamente se llevó la mano al bolsillo y cogió su móvil. Buscó en la agenda y marcó ayudándose con ambas manos para que el temblor no ganara su batalla y poder llamar de una maldita vez. Al otro lado de la línea alguien contestó:
—Muy bien Lidia. Acertaste de pleno, Juan, Olver y yo misma “los tres”.
—¡Nooooooo! ¡Hija de puta! ¡Devuélveme a mi hijo! —gritó de una forma absolutamente desgarrada.
—¡Escúchame bien tú a mi! ¡Tanto Juan como yo tuvimos conocimiento de lo que decían las dos cartas de Carlos desde el mismo día de su entierro! ¡Tú eras la primera que tenía intención de engañar a todos! ¡ Olvídate de tu hijo, de Juan y de mi! Y te lo advierto muy seriamente… si no nos olvidas y nos buscas problemas no tendré ninguna duda en hacer que ocurra algún “accidente” como el que sufrió Carlos o un “atraco” como el de “Claudia”. ¡Hasta nunca Lidia!
—¿Rosa por Dios cómo puedes hacerme esto? —gritó Lidia entre sollozos —Rosa por favor…por favor…
2 comentarios:
Vaya, no me esperaba para nada ese final, ¡me ha gustado! Menudos hijos de puta todos juntos xD
Por cierto, qué vaga es el resto de gente, no parece que haya mucha actividad por aquí >_<
Menudos hijos de puta eh, ja ja, pero si te ha gustado ya está bien.
Hay épocas de más actividad pero ahora está flojo el tema. En cualquier caso si te apetece leer algún relato mío hacia atrás hay varios y los títulos si no recuerdo mal son El abuelo, Payaso o Sohw must go on y creo que hay otro que es Justicia y Venganza.
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