sábado, 26 de marzo de 2011

Ejercicios primera y tercera persona

Ejercicio en primera persona

Tan intensamente contemplé

Soy un hombre común, con sus cualidades y defectos, con su trabajo, con el intrincado cruce de emociones en la garganta; soy un ser humano, tan solo-o increíblemente- un ser humano. Esto tenía que tener algún sentido; si, yo era paleta, me llamaba Juan, y estaba iniciando una bonita relación con una mujer algo mayor que yo; Tenía mis hobbies, los domingos por la tarde me entristecían, y quería cumplir mis sueños. Dicen que nada sucede por casualidad, sino que hay un sentido oculto en la vida; yo no ví tal sentido cuando por casualidad, subí al segundo piso de la biblioteca municipal.
Caminé poco a poco hacia aquella estantería, la hilera de libros escrupulosamente ordenados, el silencio letárgico pero lleno de vida que trashumaba el lugar, y la intensa emoción que embargaba mi alma anunciando una nueva cita con Carol, debieron alterar mi percepción visual, porque de pronto fijé la vista en un libro, un ejemplar viejo y desgastado que parecía reclamar mi interés, lo cogí entre mis rudas manos de paleta y lo abrí al azar, y en el leí un poema titulado: Tan intensamente contemplé. De Cavafis.
Algo se encendió en mi al leer aquel poema. Empecé, no a mirar, sino a ver. Contemplé parques y jardines, contemple las calles y las aves, vi la luz del sol formar una línea recta, perfecta, en un prado; decidí contemplar la Naturaleza con ojos surrealistas, y de pronto, un árbol era tan bello que sentía su respiración sosegada expandiéndose en el frondoso bosque; contemplé, hasta que quise poner mi mirada en el infinito, allí donde el mar se pierde en una raya imperceptible. Hice mío el misterio de la vida, y fue entonces cuando empecé a vivir.








Ejercicio en tercera persona

Tan intensamente contemplé

Decían en el pueblo que había un hombre, un hombre común, que elevó la cualidad humana al justo reconocimiento que se merece. Era paleta de profesión y no salía nunca a la ciudad. Era, sin embargo, una alma inquieta. Pensaba que la vida era algo más que tener un nombre, un trabajo, una pareja, estar inmerso en una sociedad…
Mientras trabajaba realizando chapuzas en las casas del pueblo, pensaba, pensaba en Carol, su novia, en su trabajo, y en un momento en que el jefe no miraba, se detenía a oler una simple flor.
La vida, con su caprichoso azar, le hizo subir un día, por la tarde, el segundo piso de la biblioteca municipal. La sala estaba en silencio, solo el sonido de algún lector que pasaba las páginas de un libro, y una tenue respiración. Un libro llamó su atención, y fue hacía el, como quien va hacia adelante, en busca de un sueño. Lo abrió al azar y encontró un bello poema: Tan intensamente contemplé, de Cavafis.
El tiempo pasó, inexorable, y el inquieto paleta concibió un proyecto un tanto insólito.
Construyó una alta torre en los límites del pueblo, allí donde empezaba el frondoso bosque, y siempre se retiraba a aquel lugar.
Un día le preguntaron :
-Para que es esta torre?
Y él, con una sonrisa en los labios, contestó:
-Para ver…solo para ver.

Nota: Bueno, he disfrutado mas con el primero, y me ha costado un poco reconstruir el relato en tercera persona, he tenido que hacer algunos cambios, pero los he escrito un poco rápido los dos y sin pensar mucho en la estructura. Pienso que este relato en concreto va mejor en primera persona. Pero ha sido interesante plantearse la historia desde distintos puntos de vista. Si soy sincero, el de tercera persona me ha costado mas.

Marc Ribas

martes, 22 de marzo de 2011

Veinticuatro rosas rojas (Jovita Ferrer)

Abre bien los ojos, mira.
Jules Verne, Miguel Strogoff


Todavía no ha amanecido en la plaza Tetuán, pero ya se desplazan por su rotatoria cientos de coches que se apresuran a pasar con los semáforos en verde o frenan para dejar pasar impacientes a los pocos peatones que transitan por ella. Es ésta una secuencia del ciclo de la vida ciudadana que se repite incansablemente hora tras hora, día tras día, sin apenas cambios. Al menos aparentemente, porque en realidad a un observador atento siempre se le ofrecen detalles interesantes en un lugar como éste.
Ahí está, por ejemplo, ese curioso objeto tirado en una papelera. A primera vista parece una cometa multicolor abandonada ahí por algún niño, pero basta acercarse un poco para ver que se trata de un ramo de rosas. No es un ramo de rosas cualquiera, sino una de esas composiciones triunfales que sólo salen de las mejores floristerías de la calle Valencia, como indica muy bien la etiqueta sobre el lúcido celofán verde. Son veinticuatro preciosas rosas escarlata dispuestas en espiral dentro de un cesto de mimbre rojo con ribetes dorados, que resaltan sobre un elaborado entresijo de hojas de tuya y helecho. La composición, envuelta en un llamativo celofán, está rematada por un pomposo lazo de rafia dorado.

Mientras el sol naciente va arrancando destellos al ramo de rosas, nada parece cambiar en derredor de la papelera y su extraño contenido. Sólo un perro solitario se acerca a husmearla y encontrándola de su agrado levanta unos instantes una pata trasera para rendirle homenaje.

Cuando, poco después, se multiplican los transeúntes que pasan por la plaza, paseo arriba, paseo abajo, del edificio más cercano a la papelera sale Manuel. Se ha levantado de mal humor esta mañana. El empleado del banco, al que él y sus compañeros llaman el Corbatas, no se ha andado con muchos miramientos para despejar el cajero donde duermen desde hace unas cuantas noches. Le habría gustado dormir un poco más arropado en su manta, le irrita ser arrancado así del sueño, pero no ha dicho nada, no fuera a ser que el Corbatas acabara impidiendo del todo que pasaran la noche allí, justo ahora que habían encontrado un lugar tan cómodo y caliente donde pernoctar.
Manuel acaba de arrastrar la manta mugrienta y el cartón hasta el hueco de la entrada de una tienda que siempre tiene las persianas bajadas, se rasca un momento la espalda con las dos manos, se ajusta los pantalones raídos y recoge del suelo todas sus pertenencias: una mochila ligera y un alambre grueso, curvado por uno de los extremos. Le gustaría irse a tomar un café con leche con el Cojo y el Charli, sus dos compañeros de fatiga, pero hoy ninguno de los tres tiene dinero, así que cada uno toma un camino distinto y se disponen a ir buscando por ahí, en los contenedores de basura, algo que llevarse a la boca o vender por un par de euros.
Sus pasos lo llevan en línea recta hasta el semáforo más cercano y a la papelera que hay al lado, donde a veces se para a mirar si hay alguna colilla aprovechable para liarse un cigarrito. Sólo que hoy en la papelera hay tirado algo que atrae inmediatamente su atención de hombre rastreador. Es, sin duda, una de las cosas más bonitas que ha visto nunca y no es que Manuel no vea nunca cosas bonitas. ¡Al contrario! Su vida de clochard lo lleva a pasar por muchas calles y ha visto escaparates magníficos en muchos puntos de la ciudad. Además, él suele tener tiempo, para mirar y remirar las cosas, con toda calma, meticulosamente, saboreando a través de la sola vista, lo que no le es dado catar con el resto de sus sentidos. Pero es que ese ramo de rosas rojas, envueltas en ese papel tan fino y brillante, tirado así, en esa papelera donde habitualmente sólo se encuentran porquerías, no es algo normal. Manuel se pregunta qué hace ahí “esa cosa” con la desconfianza propia de quien no está acostumbrado a recibir nada gratuitamente y mientras alarga una mano para tocar el extraño objeto ya está pensando en retirarla. Es como si temiera quemarse al tocarlo.
Ahí delante tiene ese precioso ramo de rosas, podría cogerlo, podría llevárselo a alguna de las chicas del puerto y apabullarla, podría ir a vendérselo a los Encantes, pero no puede evitar pensar que algo así no es normal, seguro que trae mala suerte. Por algo será si alguien se ha deshecho de algo tan bonito. Manuel piensa que debe ser porque le ha dado mal de ojo a quien lo haya recibido. Y además fulminante, porque está impecable, sin un pétalo fuera de su sitio, como recién salido de la tienda. La mala suerte te debe asaltar bien rápido si las flores aún no han tenido tiempo de marchitarse un poco. Manuel suelta algunas palabrotas que suenan a conjuro y se aleja de la papelera haciendo gestos groseros con una mano. En cualquier caso, el cenizo no ha llegado a echársele encima, porque no pasa ni media hora y ya tiene el dinero suficiente para ir al bar de la plaza a tomarse un café con leche bien calentito.

Hace ya más de una hora que el sol ilumina ya de pleno la plaza, cuando del banco donde trabaja sale Miguel para ir a almorzar al bar más cercano. Como siempre, dedica unos instantes a recorrer con la vista los jardines de la plaza, con sus plantas siempre verdes, sus magnolias y palmeras, una imagen que le gusta imprimir en sus retinas para tenerla ante sí, en su mente, durante toda la mañana. Pero hoy hay algo ahí delante que llama su atención. Miguel se pregunta qué será, casi se lleva la mano al bolsillo para sacar las gafas y ver mejor de qué se trata, pero al acercarse un poco más ya ve bien lo que es: un precioso ramo de rosas rojas. Se le escapa un silbido al leer la etiqueta. ¡Un cesto de rosas de Navarrete! Nada menos. Ahora ya no le extraña que una cosa así le haya llamado la atención, desde luego. Lo extraño es que esté tirado ahí, en esa papelera. Ensimismado en estos pensamientos, sus manos se alargan para tocar el cesto, sin levantarlo, como para asegurarse de que es real o para sospesar la oportunidad de cogerlo o no. No sabe si pasa mucho o poco tiempo jugando con la idea de llevárselo, pero de repente parece darse cuenta de que alguien podría estarle viendo ahí, cogiendo algo de una papelera. Quizás un compañero de la oficina o incluso el jefe. Siente que le sube por el cuello una oleada de vergüenza y se pregunta cómo se le puede haber ocurrido una cosa así ¿Y si encima estuviera infectado de bichos o algo así y por eso lo habían tirado?
Sin las gafas no puede ver si hay por ahí algún pulgón, pero ahora no va a perder ni un minuto para sacarlas del bolsillo y ponerse a comprobarlo. Se da la vuelta, se ajusta el nudo de la corbata mirando a derecha e izquierda, como comprobando que no le haya visto nadie, y a grandes zancadas se dirige al bar.

Hacia las doce del mediodía, Ramón, el chico del bar, ve salir al último cliente del almuerzo, deja el trapo con el que está secando unos vasos sobre la barra y sale a respirar una bocanada de aire. Ahora recuerda que hoy dos clientes le han venido con el mismo cuento, no los ha acabado de entender bien, pero hablaban de un extraño ramo de rosas tirado por ahí. No es que Ramón les haga mucho caso a los clientes cuando hablan de esto y lo otro y lo de más allá, pero le choca que dos personas tan diferentes, como Manuel, el mendigo, y Miguel, el empleado del banco, al que en la zona muchos conocen como el Corbatas, le hayan venido a contar más o menos la misma cosa. Picado por la curiosidad, estira un poco el cuello para dirigir la mirada hacia el centro de la plaza y entonces ve los colores vivos y brillantes del ramo de rosas. Se acerca y se queda mirándolo fijamente. A Ramón, que desde hace un tiempo ha descubierto su alma de poeta, el ramo de rosas le hace evocar un amor desgraciado. Casi le parece ver sobre los pétalos rojos las lágrimas de honda pena de alguna mujer traicionada, que arrojando las flores a la papelera hubiese querido deshacerse de un gran desengaño, de un dolor inmenso…
-Una gran mujer, que no se ha dejado comprar por quien no la merece… –musita apartando la vista del ramo. Vuelve al bar y sigue secando vasos, maquinalmente, imaginando cómo debe ser la misteriosa y desafortunada desconocida.
Ni por un momento se le ha pasado por la cabeza la idea de quedarse con el ramo.

Son casi las doce y media cuando una furgoneta se para bruscamente junto a la papelera y Toni, el conductor, baja de ella precipitadamente y aferra rápido el ramo. Casi tiene ganas de besarlo, de lo contento que está. A pesar de haber recorrido muchos kilómetros con la esperanza de encontrarlo en alguna parte del recorrido matinal, ahora todo lo que ve le parece increíble: que esté aún en tan buen estado, que nadie se haya llevado ni una sola rosa, que esté ahí impecable, exactamente como si se acabara de caer de la furgoneta.
Toni se siente feliz por la porción de buena suerte que acaba de recibir en este día y piensa que se ahorrará los setenta euros que vale el ramo y la bronca del jefe, lo que vale aún mucho más. Aún así no puede evitar hacerle un comentario al compañero que viaja con él haciendo los repartos:
-Digo yo, que hay que estar ciego para no ver una cosa así y llevársela corriendo. Pero ya es eso, ya, que la gente va por el mundo como ciega, corriendo de aquí para allá sin ver nada, vamos. Nadie le presta atención a nadie ni a nada. Así va el mundo…



Barcelona, 1 marzo 2011

lunes, 21 de marzo de 2011

EL SEMÁFORO

Luz roja, un minuto más tarde, luz verde y la roja se apaga. Luego sólo la luz ámbar y a los pocos segundos, otra vez salta a la luz roja. Sigue su juego de luces.
La lluvia lo tiene empapado, ni tan siquiera sus viseras lo protegen de las húmedas gotas que caen con tal la intensidad que es difícil distinguir los colores.
El viento sopla, sopla sin cesar, lo azota de un lado y luego del otro, haciéndole bailar al son de su música sin dejar de mostrar sus iluminadas intenciones una y otra vez.

Luz verde. Carcasa amarilla y rota por la parte inferior, sin ningún reparo en mostrar sus intimidades a todo el mundo, prácticamente hueco en su interior e iluminado con el color de una hermosa pradera.

Luz ámbar. Con grietas en su lente y prácticamente rota, deja entrever su transparente y encendida bombilla.
Baila y baila sin parar.

Luz roja. Añora la pasión de los primeros días. Ahora, destiñe un vago recuerdo de su pasado.

El viento sigue azotándolo caprichosamente hasta tal punto que no lo soporta más y cae.
Sigue cayendo, arrastrado por el viento hasta que impacta contra el suelo y se rompe en dos. Pero no se queda aquí, una de las partes se arrastra por el suelo hasta impactar contra la pared de un edificio. Allí se sumerge entre el polvo y los escombros. En el olvido.
La otra mitad sigue su recorrido calle abajo, dejando atrás su mitad. Cada vez se aleja más y más hasta donde alcanza la vista. Esperando encontrar a su mitad en el olvido.

jueves, 17 de marzo de 2011

¡Vaya negocio!

Ejercicio en 1ª persona.

Hoy me he levantado de la cama realmente enfadado.

Ayer por la tarde se me cayó el primer diente y como mi madre me dijo que esa misma noche seguramente vendría el ratoncito Pérez a llevárselo para su colección y que a cambio me dejaría un regalito, yo antes de que se lo llevara quería conocerlo personalmente. Pretendía hacerle unas cuantas preguntas y llegar a un acuerdo con él ya que yo no quiero que me haga regalitos cada vez que se me caiga uno, prefiero tener un regalo grande, que ya tengo decidido qué puede ser, a cambio de todos los dientes que se me vayan cayendo. Decidí que lo mejor era que me fuera dejando vales por mi gran regalo cada vez que yo le cediera uno de mis dientes para que con el último que se me desprendiera me trajera lo que yo tanto deseo.

Pues bien. Decidí mantenerme despierto toda la noche, claro que haciéndome el dormido ya que según mi madre el ratoncito Pérez no viene si ve que estás despierto, para pillarlo in fraganti y tener una conversación larga y provechosa con él. Pero, tanto hacerme el dormido…. al final caí rotundo.

Antes de acostarnos, llegué a un acuerdo con mi hermanita, que duerme en la cama de al lado en la misma habitación, pidiéndole que a cambio de mantenerse despierta conmigo, por si yo caía, le dejaría usar mi gran regalo cuando lo consiguiera. Pero, también se durmió con lo que también me he enfadado mucho con ella.

No creo que sea para tanto lo que le quiero pedir ya que se dedica a dejar tonterías a todos los niños por todos sus dientes, que yo creo que le tiene que salir una pasta, y yo sólo quiero uno. A mi madre se lo pedí por mi cumpleaños, pero me dijo que yo aún era muy pequeño y que lo que pedía era demasiado caro por lo que ella no me lo podía comprar. Por eso decidí pedírselo a él. Sabía que me iba a suponer un gran reto mantenerme despierto toda la noche, pero en mi opinión merecía la pena. ¿O no creéis que se merece un esfuerzo la moto de Batman? ¡Es la mejor moto que he visto en mi vida! Corre más que los coches de los malos, puede volar y pegar unos saltos increíbles, ¡es preciosa!

Yo sé que mi hermanita es demasiado pequeña para utilizarla, pero le mentí para conseguir que me ayudara, aunque de momento no ha funcionado, pero bueno aún me quedan más dientes. No pasa nada porque yo le puedo dar una vuelta, pero despacito para que no se maree. Mi madre dice que yo también soy aún pequeño para una moto, pero ¡yo ya tengo 6 años! No importa. El día que lo consiga la esconderé en el cobertizo y de vez en cuando, sin que mi madre se entere, me escaparé con ella a darme un paseo. Ahora, lo más importante es conseguirla primero.

De todas formas, ¡qué le vamos a hacer! Esta noche he perdido la primera oportunidad de negociarlo, pero como digo aún me quedan más dientes. Por lo menos no está tan mal el regalito que me ha traído el ratoncito Pérez ya que me hacía falta un balón para jugar al fútbol, porque el que tenía se pinchó la semana pasada cuando jugando con mis amigos se nos cayó a la carretera y lo pilló una moto, por cierto, bastante parecida a la que yo quiero. Siempre me queda seguir soñando con ella por las noches mientras espero a que se me caiga el siguiente diente.

Ainhoa Barriola

jueves, 10 de marzo de 2011

UN SABADO COMPLICADO

— ¡Por fin sábado! —exclamo Luisa acariciando el negro pelo a Mario.
—Si cariño, déjame dormir un poco más. — respondió Mario.
—Mario cielo si ya son las diez En quince minutos te espero en la mesa para desayunar, voy haciendo las tostadas y el café.
—Ya vooooy.
Luisa se viste y se dirige hacia la cocina.
— ¡Máriooooooooooo! —grita Luisa pasada media hora.
—Ya estoy aquí
—Venga púes desayunamos que después tenemos que ir al Súper que estamos con la nevera vacía y vienen tres días de fiesta. Además tenemos que pasar por el sastre a recoger tu traje.
—Siempre andas con prisas, eres un nervio, —responde Mario—, te tienes que tomar las cosas con más calma.
—Ya son las once, entre que llegamos allí y volvemos ya será hora de comer y hoy tenemos que comer pronto que a las cinco tenemos que salir de aquí sino llegaremos tarde a la boda. —responde Luisa—. Si acaso ves a buscar el coche al parking mientras yo acabo de recoger esto, cojo la lista de la compra y cierro la casa.
—Como tú mandes, tú eres la que diriges el cotarro, como todas las mujeres, no si ya lo decía mi madre… en fin mejor me callo. ¡Te espero abajo!
Pasados diez minutos Mario recoge a Luisa en la portería.
—La ciudad esta medio vacía, casi no hay tráfico— comenta Mario— acabaremos pronto
—Eso espero.
Realmente encuentran el Súper casi vacío, en media hora han pasado por la carnicería, la pescadería y la frutería. Han cargado las bebidas y ya están pasando por caja.
—Son 130 € — dice la cajera— ¿Tienen la tarjeta cliente?
—Si aquí la tiene la cliente y la visa. —Dice Luisa
—El DNI por favor.
—Aquí está.
—Perfecto. —Dice la cajera.
Pasados unos segundos se vuelve a dirigir a Luisa
—Disculpe pero esta tarjeta me da error.
Luisa pone cara de circunstancias.
—No puede ser si ayer la utilice y no me dio ningún problema.
—La volveré a pasar.
—Sigue dando error.
—No se preocupe yo siempre llevo efectivo —dice Mario. — tenga y disculpe las molestias. Adiós buenos días.
—Gracias. Adiós buenos días.
—Que manía tienes de no llevar nunca efectivo ¿tanto te cuesta llevar 200€ de reserva para emergencias?
—Cariño es la primera vez que me ocurre una cosa así. —contesta Luisa
— Venga no nos entreténganos, vamos al parking.
— Y tu ¿Cómo es que has pagado en efectivo en vez de con tarjeta?—Pregunta Luisa
—La mía caducó ayer, tenia que ir al banco a recoger la nueva, pero cuando Salí de la oficina era tarde y ya habían cerrado.
— ¿Te queda dinero para pagar el traje o pasamos por el cajero y saco? El cajero está muy cerca de aquí.
—Púes la verdad me has dejado pelado.
Al cabo de diez minutos ya han cargado el coche y salen del parking.
—Para en la siguiente esquina, bajo y saco 200€.
Pasado el semáforo Mario para y Luisa baja del coche y se dirige al cajero.
No me lo puedo creer, —piensa Luisa— Tampoco me deja sacar dinero
Luisa vuelve al coche cabizbaja.
—Tampoco me deja sacar dinero. Me da error—Comenta Luisa a Mario.
— ¡Púes ya me dirás que hacemos yo necesito el traje para esta noche! — Exclama Mario— ¡Y tu como siempre sin un duro! ¡Esa manía tuya de pagarlo todo con tarjeta y no llevar nunca efectivo ¡
— Pero eso no es verdad. Si que llevo pero no en las cantidades que llevas tu. Llevo para las pequeñas cosas del día a día, que si un café, que si una tarjeta de metro, cosas así y luego llevo 20€ por si tengo que coger un taxi.
— Mira mejor cállate un poco y empieza a pensar como solucionamos lo del traje, que ya me estoy empezando a poner nervioso.
— Llamaré a mi hermana ella es de los tuyos siempre tiene efectivo en casa.
Luisa saca el móvil del bolso y marca.
—Hola cariño, soy tu tía Luisa ¿Se puede poner tu madre?
Pasados unos segundos dice:
—Muy bien, no, no te preocupes ya la llamare en otro momento. Adiós cielo.
Luisa cuelga el teléfono.
—Se ha ido de fin de semana con Pepe.
— ¡Perfecto!—exclama Mario—, ¿Y ahora que hacemos? ¿Me lo puedes decir?
— ¡En vez gritarme te agradecería que aportaras tu alguna solución!
— ¡Que solución ni que leches yo no tengo a nadie en esta ciudad, ni amigos ni familia! — Responde Mario—
— ¿No puedes llamar a tu amiga Eva? Con ella tienes mucha confianza. ¿No? Os pasáis las noches hablando por el Messenger según tú.
—Pásame el bolso porfa que buscare su número en la agenda.
— ¡Otra cosa que no entiendo! ¿Por qué no te grabas los números en el Móvil?
—Porque la agenda es para siempre y el móvil no. ¿Entiendes? Y por favor cálmate un poco.
—Toma tu bolso, saca la agenda y soluciona esto de una vez.
—No la encuentro.
—No si ya lo digo yo, siempre llevas un montón de cosas en el bolso y nunca encuentras lo que buscas.
—Aquí esta, ya la tengo, voy a llamar.
— ¡Eva! Hola ¿Qué tal estas? Soy Luisa. Oye necesito pedirte un favor. ¿Tienes 200€ para dejarme? Me he quedado sin Visa y tenemos que ir a recoger el traje de Mario para la boda de esta tarde.—OK gracias ahora pasamos por tu casa a recogerlos
Luisa cuelga el teléfono y mira a Mario y le dice “Tiene el dinero, ¡vamos a buscarlo!”
—Guíame que yo no se como llegar a casa de esta chica.
—No te preocupes esta muy cerca, es la tercera calle a la derecha y luego la segunda a la izquierda.
Pasados cinco minutos Luisa toca al interfono de Eva, sube a por el dinero y vuelve al coche coche. “Venga vamos a recoger tu traje que están a punto de cerrar suerte que nos queda a dos minutos de aquí. Solo tienes que bajar esta calle, esta a cien metros.”
Mario pone el coche en marcha y se dirigen hacia la sastrería.
—La persiana esta medio bajada. —comenta Mario.
—No te preocupes —dice Luisa — tienen timbre fuera.
Luisa baja del coche, toca el timbre y entra. Al cabo de diez minutos sale con el traje colgado en una percha y lo deja en la parte trasera del coche.
—Ves todo solucionado— dice Luisa— a veces nos ponemos nerviosos por tonterías, ojala todos los problemas en este mundo fueran estos.
Mario la mira de reojo y le dice:
—Prefiero no contestarte. Vamos a casa a comer y a descansar un poco antes de la boda.

miércoles, 9 de marzo de 2011

La huida

RELATO PRIMERA PERSONA

- Nos está siguiendo la policía -. Dije a mi socio que conducía, mientras miraba por el retrovisor de mi lado.
Estaba nervioso, íbamos por la autopista a doscientos veinte kilómetros por hora. Se oía perfectamente el silbido del aire al chocar contra nuestro coche. Un Lamborghini Reventón, negro como la más absoluta oscuridad, con motor que parecía una manada de caballos de la más pura sangre que jamás existió.

Mi socio, seguía sin decir nada, estaba concentrado en la carretera y mirando por el retrovisor cada poco rato. Yo seguía mirando a la carretera y pensando como podíamos salir de aquella situación, pensando como podríamos esquivar a la policía.

- Esto se pone interesante -. Dijo mi socio con tono irónico.
- ¿A qué te refieres? -. Le miré preocupado, esperando saber que quería decir con aquello.
- Sólo fíjate en el coche que nos está alcanzando -. Dijo mientras exhalaba el aire con fuerza, intentando relajarse.

Miré por el retrovisor y vi un vehiculo que se acercaba, en su techo mostraba las parpadeantes y azules luces de un cocho de policía. Cada segundo que pasaba se acercaba más. Cuando a unos pocos metros de nuestro coche, conseguí distinguir el modelo. Era un Chevrolet Corvette, un deportivo que no daría dolores de cabeza si queríamos despistar a la policía.
No tuve tiempo de corroborar a mi compañero lo que veía porque el Corvette nos embistió, usaba las dos barras metálicas y verticales que tenía en el frontal del coche para agredir a nuestro vehículo.
Con el impacto, mi socio movía el volante para poner bajo control el Lamborghini, dado que las sacudidas a esa velocidad podrían hacernos volcar y dar vueltas de campana.

- Creo que se están cabreando -. Dije con cierto tono irónico.

Entonces mi compañero, giró el volante hacia la derecha y tomó a la salida, derrapando y chirriando las ruedas. El coche seguía derrapando en plena curva, yo me agarré a la puerta para no salir despedido encima de mi socio, mientras él sujetaba firmemente el volante. Al salir de la curva vimos que enfrente de nosotros había un pueblo, así que nos adentramos. Estaba muy tranquilo y como habíamos despistado a la policía, lo que nos preocupaba era escondernos y deshacernos del vehículo.

Nos metimos en un granero vacío, mi socio detuvo el coche, puso el freno de mano y apagó el motor. Luego salimos del Lamborghini, cogimos el botín y limpiamos el coche rápidamente para no dejar huellas.

Oímos un ruido, como si fuera de lejos, no sabíamos que era exactamente, pero cuando nos quisimos dar cuenta de que era un helicóptero, la policía nos rodeó.

- ¡La próxima vez seré yo quien planee el robo al banco y quien conduzca! -. Le dije a mi socio muy enfadado.

La policía nos dijo que nos rindiéramos, que nos pusiéramos de rodillas con las manos en la cabeza y ambos así lo hicimos.




RELATO EN TERCERA PERSONA

Eran las doce del mediodía en al autopista, a las afueras de la ciudad. Un deportivo circulaba a toda velocidad, mientras era perseguido por la ley y el orden, montados en sus vehículos.

Este deportivo, el Lamborghini, huía de la policía salvando cierta distancia con ellos gracias a la potencia italiana que producía este vehículo. A simple vista parecía que tenía todas las de ganar para librarse de ellos despistándolos, dado que los demás vehículos que lo seguía eran simples turismos. No obstante, se les acercaba otro vehículo toda velocidad y no daban señales de haberse dado cuenta de ello.

Otro deportivo, con las intermitentes luces azules encima del capó del coche, un Chevrolet Corvette. Otro deportivo, de potencia americana, que pondría a prueba las habilidades de ambos conductores.
El Corvette seguía acercándose hasta el punto que embistió al Lamborghini, haciendo que este perdiera momentáneamente el control del vehículo. Al recuperarlo, este se desplazó a la izquierda al carril de más a la izquierda, fregándose contra el muro de hormigón y haciendo chispas de su carrocería, para poder evadir el bloqueo policial que tenía enfrente. El Lamborghini pasó a través del bloqueo pero no sin haber sacudido uno de los vehículo policiales que hacía de barrera, haciéndole perder al Lamborghini su retrovisor derecho.

Los demás vehículos de la policía que seguían a los ladrones que iban en el Lamborghini, tuvieron que derrapar y frenar en seco porque no se atrevía a cruzar el bloqueo que ellos mismo pidieron. Faltó muy poco para que provocasen un accidente de tráfico entre ellos mismos.
Mientras que los ladrones tomaron la primera salida, arriesgando sus propias vidas al no reducir la velocidad. Su coche derrapaba con tal intensidad que el contacto del neumático con el asfalto provocaba que la goma de las ruedas se calentara en exceso y se quemasen las ruedas, soltando una humareda blanca que seguía toda la curva que estaban tomando.

Los ladrones, al salir de la curva redujeron la velocidad, tenían enfrente de ellos un pueblo y querían aprovechar la confusión del recién bloqueo policial para esconderse. Pero no se dieron cuenta que durante toda la persecución les seguía un helicóptero de la policía que iba dando indicaciones de cada uno de sus movimientos.

El helicóptero dio claras indicaciones que el Lamborghini entró en un granero y que la zona parecía libre para poder actuar y detenerlos. Y así fue, al cabo de un par de minutos, coches de la policía rodearon el granero y entraron sujetando sus armas.