viernes, 29 de mayo de 2009

MUTANTES

Me llamo Josué y no tengo boca. No es algún tipo de metáfora. Simplemente, nací sin ella. No tengo labios, ni lengua, ni dientes. Nada. Bajo la nariz, todo es piel y hueso. Es como tener otra frente. Tampoco tengo cuerdas vocales. No hablo. De manera que la voz que escuchas en tu mente en este momento en realidad no existe. No suelo contar todo este tipo de detalles cuando me describo. Soy algo más que un chico sin boca, según me han enseñado, pero es necesario que lo tengas claro para que entiendas cómo fueron las cosas entre Dámaris y yo.
En mi pueblo nadie me considera un bicho raro. Mi amigo Efrén solía decirme que todos somos criaturas del mismo Dios. Efrén había nacido con un tercer brazo en la cabeza. Le salía justo del cogote y crecía según Efrén se iba haciendo mayor. Recuerdo que en la época en que Dámaris llegó al instituto, ya casi se le veía el codo. No podía moverlo mucho, así que no le era demasiado útil en realidad, a diferencia de los brazos extra de otros jóvenes del pueblo. Sin embargo, a Efrén su tercer brazo le hacía sentir una conexión especial con Dios; como si fuera una antena que tenía línea directa con el cielo.
- No importa que seamos diferentes. Dios nos ama a todos por igual- me decía.
A mí me gustaba estar con Efrén porque no le molestaba el silencio. Pasábamos las tardes sentados en un tronco en la parte de atrás de la antigua central nuclear donde los demás chicos del instituto se reunían para jugar a fútbol. Les mirábamos jugar en silencio. Era muy divertido ver a Moisés, un chico de tercero que tenía manos en vez de pies, haciendo de portero. Era muy bueno parando penaltis.
A veces Efrén me hablaba del amor. Me decía que el verdadero amor es sufrimiento, pero que a la vez es algo bonito.
- Es el sentimiento más bello del mundo. Un calor interior que todo lo puede, todo lo cree, todo lo espera. Un día lo sentiremos, Josué- me contaba.
Yo le escribía en la libreta que usaba para comunicarme: “¿Cuándo?”.
- Cuando lo sientas, lo sabrás.
Yo me moría de ganas de sentirlo. Lo buscaba por todas partes. Pero en mi vida de entonces no encontraba nada parecido a lo que Efrén describía. Pero él, cada día me hablaba más del tema. Como una rutina. Como si tuviera el presentimiento de que algo iba a suceder. Fue entonces cuando conocimos a Dámaris.
Era un día lluvioso. Recuerdo que no salimos al patio a la hora del recreo. Nos quedamos todos aburridos en el comedor del instituto desayunando. Recuerdo bien el panorama. Tenía sentada delante a Benedicta terminándose su bocadillo de chorizo con las bocas de su mano. A su derecha, su novio Jesús que no paraba de sacarse mocos de la oreja. Efrén, a mi lado. No comía nada esa mañana. Mi sonda ya casi había succionado por completo la papilla de mi bolsa ileoanal. Recuerdo que miraba a Jesús y Benedicta besarse con sus bocas, entre bocados y bocados al chorizo, y me parecía lo más lejano al amor que pudiera imaginar.
Entonces apareció Dámaris, precedida por un relámpago que pareció anunciar su entrada. Estaba empapada. Tenía todo el pelo mojado tapándole la cara. Todos nos la quedamos mirando. Era muy raro ver nuevos alumnos en nuestro instituto. Sentí mi corazón palpitar muy fuerte. Era la chica más hermosa que había visto nunca. Detrás de ella, la acompañaba la chismosa Jezabel con sus cuatro ojos en la frente y sus oídos en los codos. Todo lo que ocurría en el instituto pasaba de inmediato por los ojos y los oídos de Jezabel.
- Y esto es el comedor. En este momento, un montón de chicos desagradables no paran de mirarnos. Mejor nos vamos, Dámaris.
Cuando Jezabel la cogió por el brazo y la guió otra vez hacia la puerta, me percaté. Dámaris no tenía ojos. Se apartó el pelo mojado de la cara. Su rostro era pálido. Una nariz pequeña y una diminuta boca. Eso era todo. ¡Pero qué hermosa! Mi corazón siguió palpitando intensamente incluso después de que se fueran.
Desde el momento en que la vi, quise que Dámaris supiera que yo existía. Pero no sabía cómo hacerlo. Yo no podía hablar y ella no podía verme.
- Es una prueba –decía Efrén-. Tienes que tratar de encontrar la manera. Siempre te has comunicado a través de tu libreta. Pero ya no te sirve. Tienes que aprender nuevas formas de expresarte. Aprende a comunicarte sin palabras.
“¿Cómo?”, escribí.
¿Cómo? Parecía imposible. Durante semanas observaba impotente a Dámaris relacionarse con todo el mundo. Moisés, con sus cuatro manos, no paraba de rondarla y tocarla, e invitarla a verle jugar a fútbol. Por primera vez en mi vida envidié las bocas. Deseaba con todas mis fuerzas acercarme y decirle “hola”.
- Olvídate de ella. Lo vuestro es imposible- opinaba Benedicta.
- Esa chica nueva no tiene nada de especial. Mejor búscate algo a tu medida- añadía Jesús, como descanso entre sus babosos morreos.
Solamente hablar de ella me aceleraba el corazón. Era fantástico.
Una mañana me armé de valor. La vi de lejos en el pasillo. Estaba con Jezabel, como siempre. Me acerqué directamente. Sin pensarlo. Sin ningún plan concreto. Y me quedé parado delante de ella. Sin hacer nada. Bastante cerca.
- Hola- dijo Jezabel con cara de asco. Algunos de sus ojos pestañeaban raro. Dámaris tenía una actitud bastante neutra. A los pocos segundos, me sentí ridículo. No tenía ni idea de lo que hacer. Decidí marcharme tras hacer un gesto con la cabeza.
- ¿Quién era?- la escuché preguntar. El corazón estaba a punto de salirse de mi pecho. No sería el primer caso en el pueblo.
- Josué. Un chico sin boca de la clase de al lado. Es un poco tonto.
Aunque había conseguido que Dámaris supiera mi nombre, me sentía un fracasado. La había tenido tan cerca y no se me había ocurrido nada que hacer. Me quería morir.
“No puedo”, le escribí a Efrén.
- No te rindas, Josué. Estás más cerca de lo que crees. Confía en lo que sientes. Házselo sentir. Háblale con el corazón.
En esos momentos, yo era un mar de dudas e inseguridades. Quizá no era yo lo que Dámaris necesitaba. Quizá era realmente imposible. Pero a la vez sentía que no podía rendirme. Lo que mi corazón me decía es que nunca había latido con tanta fuerza por nada, ni por nadie.
- ¿Vendrás a ver el partido de fútbol esta tarde?- me preguntó Benedicta-. Estará todo el mundo.
¿Sería esa mi oportunidad?
Me acerqué bastante tarde, con el partido ya comenzado. Estaba muy nervioso. Y, efectivamente, allí estaban todos. Moisés se pavoneaba con piruetas en su portería. ¿No se daba cuenta de que Dámaris no podía verlo? Pero allí estaba Jezabel encargándose de narrarle con todo detalle las monerías de Moisés. Era el típico caso de la amiga a la que le gusta más el pretendiente que a la propia interesada.
Pero de pronto, surgió la oportunidad. Dámaris se quedó sola un momento porque la chismosa Jezabel se había ido a contrastar un nuevo cotilleo con sus fuentes de información. Siempre aprovechaba las reuniones con mucha gente para eso. Sin dudarlo, sin pensarlo, otra vez, me acerqué y me senté a su lado. Durante unos segundos no pasó nada. Entonces ella dijo:
- Hola, Josué. He reconocido tu olor. Es un olor muy especial. Me llamó mucho la atención cuando te conocí. No puedes hablar, ¿verdad? ¿Me dejas que te toque la cara? Es algo que hacemos mucho las chicas como yo.
Dámaris pasó sus manos por mi cara. Todo mi cuerpo latía. Me temblaban las rodillas. Su piel era suave. Sus dedos se deslizaban por mi rostro como plumas sobre el mar.
- Eres un chico muy especial. Se nota. Y muy sensible, ¿verdad?
Era el momento que había esperado siempre. Antes de que Efrén me hablara del amor. Antes de conocer a Dámaris. Antes de saber lo que esperaba de la vida, mis sueños ya anhelaban un sentimiento como ése. Ese palpitar. Recordé todos y cada uno de los consejos de Efrén. Cogí suavemente las manos de Dámaris y las conduje hasta mi pecho. Hice que sintiera los latidos de mi corazón. Rotundos, llenos de significados. Acelerados. Profundos. Y Dámaris lo entendió. Cambió la expresión de su rostro. Sentí que me veía. Y le dije, no sé cómo, de alguna manera que soy incapaz de explicar, pero sé que entenderéis: “Eres la mujer de mi vida”.
Dámaris y yo nos fundimos en un abrazo. Mis manos en su espalda. Sus manos en mi cuello. Unimos nuestras mejillas. Fue intensamente más sincero que cualquier beso. Y hoy, todavía, después de tantos años juntos, siento que seguimos abrazos. Tenía razón Efrén. Era amor y lo supe desde el principio.

Iván F. Mula

9 comentarios:

Sonia dijo...

Hola Iván,

Me lo perdí en clase, y es realmente tan bueno como me dijeron. Me pasa muy pocas veces con muy pocos relatos, y esta vez me ha pasado, que hubiese querido escribirlo yo. Envidia sana. Felicidades

Oscar_Vt dijo...

Fabulosa imaginación y personajes entrañables. Y todo con una narración muy fluida, ha sido un placer leerlo.
Es tan imaginativo el relato, que la historia de amor (me da la sensación) se le queda corta...y el final como un pelín forzado.
Pero lo dicho, pedazo de inventiva!

Marien dijo...

Hola Iván,
Un relato genial, con una imaginación desbordante y bien contado,con un buen ritmo. Coincido con Sonia, me hubiera gustado escribirlo a mi.
Felicidades.

Anónimo dijo...

Muchas gracias por vuestros comentarios. Me alegro de que os haya gustado. A veces se me quedan cortas las dos paginas por eso lo del final. De todas formas estoy muy contento con las opiniones de clase y las vuestras. Gracias por leerlo.

milagros dijo...

Un relato muy original, con una imaginación envidiable.
Me ha gustado mucho.

rosa dijo...

Hola Ivan, lo que más me ha gustado de tu relato es que describes los personajes como si realmente existieran, menuda pareja Benedicta y Jesús con sus besuqueos, je,je. te felicito por ese derroche de imaginación. Sigue así...
SALUDOS

Anónimo dijo...

Gracias a todos.

Joan Villora dijo...

Muy bueno: una cosa es la imaginación y otra conseguir que los personajes tan "peculiares" sean creíbles.

Muy bien trabajada la idea.

Joan Villora

Lapiz 0 dijo...

Buena imaginacion, aunque desde que comence a leer visualice los mutantes y los compare con personas como nosostros, con limitaciones fisicas, psicologicas y sociologicas...

Tu imaginacion es buena y lo relatas muy bien, t dejo un saludo desde un punto de vista mutante...

a otra cosa... "Moisés, con sus cuatro manos, no paraba de rondarla y tocarla, e invitarla a verle jugar a fútbol." ¿verle?