sábado, 30 de mayo de 2009

EL ACCIDENTE

El día del accidente, Jerónimo Villalba abrió los ojos media hora antes de que sonara el despertador. No era extraño en él despertarse antes de haber descansado lo suficiente. Como cada mañana, permaneció en silencio observando la lámpara de cristal colgando del techo. La había escogido Silvia, su mujer, especialmente para el dormitorio hacía ya más de diez años. Jerónimo contemplaba todas y cada una de las piedras de cristal moviéndose ligeramente sin vida. Le parecía siempre que estaba a punto de caérsele encima.
Sus ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad de la habitación. Sin luz, todos los recuerdos resultaban tétricos: los cuadros de la pared de rostros monstruosos; las muñecas de porcelana de Silvia con sus rasgos angulosos; el retrato de bodas en el que Silvia y Jerónimo parecían advertir que la plenitud de una sonrisa puede resultar una maldición irónica. Incluso las arrugas de las sábanas a los pies de la cama eran rostros deformados frunciendo sus rasgos con asco. Frente a él, todo eran caras observándole. Por eso, Jerónimo prefería mirar la lámpara del techo que tanto le había gustado hacía ya más de diez años. Aunque también tétrica, la lámpara se dejaba mirar en vez de juzgarle. Sin luz, tan bella y sin embargo, apagada, fría, sin vida. Tal cual su mujer, que dormía a su lado ajena a sus pensamientos.

El día en que su vida cambió, Jerónimo Villalba se levantó cinco minutos antes de que sonara el despertador. Se lavó la cara con violencia. Se afeitó con destreza aunque irritándose la piel. Dedicó unos segundos a contemplar la cicatriz de su frente. Se puso el traje de los martes y salió de casa sin decir adiós a Silvia, como acostumbraba últimamente. Un taxi esperaba en la puerta. Jerónimo odiaba el transporte público y no tenía carnet de conducir. Aparte de la dirección de su oficina, Jerónimo le dijo al taxista:
- Ponga la radio, por favor.
Y eso fue toda la conversación que hubo en el trayecto.
Siempre que iba en coche, Jerónimo recordaba el día en que conoció a Silvia. Un día cualquiera en el que cruzó la calle sin mirar y Silvia le atropelló con su utilitario blanco. Jerónimo se abrió la cabeza contra el suelo. La mala conciencia de Silvia, o quizá su ética estricta, la obligó a acompañar a Jerónimo al hospital y estar con él hasta que se recuperara. La compasión o quizá el destino hizo que se enamoraran.
Así la cicatriz de la frente de Jerónimo le hacía tener siempre presente a Silvia. Cuando se miraba al espejo. Cuando le dolía la cabeza. Incluso cuando Beatriz, su secretaria, lamía sus labios infieles pasando su mano por el pelo, cerca de la cicatriz. Se podría decir que aquella cicatriz pertenecía más a Silvia que al propio Jerónimo. Todo en la vida de Jerónimo parecía pertenecer a Silvia, todo lo que desde su cama observaba en la habitación; de alguna manera, su propia vida.
Silvia y Jerónimo no tenían hijos. Jerónimo nunca había querido, muy a pesar de Silvia. Era como si para él, ese “no” fuera lo único que de verdad le pertenecía. Ni siquiera su amante la sentía como suya.

El día que supuso una inflexión en su vida, Jerónimo entró a su despacho gris de muebles grises sin haber saludado a Beatriz, como de costumbre. Tenía preparado un montón de informes, trabajo acumulado del día anterior. Así como el sol recorrió el cielo de este a oeste, los informes de Jerónimo, como cada día, pasaron de la bandeja de entrada a la de salida a esa misma velocidad. Despacio pero al fin, concluyó la jornada.
- Jerónimo, tenemos que hablar- irrumpió Beatriz en el despacho. Cerró la puerta con sigilo. Se colocó la falda y se sentó sobre la mesa.
- Voy a dejar a Silvia. No hace falta que hablemos más- mintió Jerónimo.
- Estoy harta de tus mentiras. No he venido a hablar de eso. He venido a decirte que se acabó. Ya me has hecho bastante daño. Ahora he encontrado a otra persona. Alguien que me valora y me cuida. Un hombre divorciado que cumple sus promesas. Lo siento, Jerónimo. Pero ya me he cansado.

El taxi de vuelta tenía puesta una emisora de música clásica. Jerónimo subió las escaleras de casa arrastrando los pies; golpeando el maletín contra la barandilla. Abrió con desgana y dejó caer las llaves y lo demás encima de la mesa. Entró al dormitorio y se derrumbó sobre la cama.
- Jerónimo, tenemos que hablar- irrumpió Silvia en la habitación. Jerónimo se sentó.
- ¿Qué pasa?
- Quítate los zapatos para estar en la cama.
- ¿Es eso lo que has venido a decirme?
- No te reconozco, Jerónimo. ¿Qué nos ha pasado? Esto no puede seguir así. ¿Qué va a pasar con nosotros?
En ese mismo instante, por una de esas casualidades que tanto celebran los románticos, la lámpara de cristal del techo se descolgó y cayó sobre la cabeza de Jerónimo golpeándole como la pregunta de Silvia; dejándolo inconsciente.

Minutos después del accidente, Jerónimo Villalba abría los ojos encontrando frente a él a Silvia explicándole lo sucedido. La imagen le resultaba familiar. Su mujer sentada a los pies de la cama cuidándole. Ella siempre había estado ahí. Le parecía tan hermosa de repente. Sin la lámpara, la habitación parecía mucho más luminosa. La bombilla desnuda, radiante, alumbraba sin artificio los cuadros de la pared. Y la sonrisa del retrato de bodas parecía sincera. Las muñecas de Silvia eran sólo un simpático adorno. Las sábanas, lisas, blancas y puras.
La única mirada que sentía entonces, tras el accidente doméstico, era la de Silvia, cálida y cercana, limpiándole la sangre de la nueva cicatriz. La misma mirada que cuando cuidó de él tras el viejo accidente de coche. Dos cicatrices. Dos nuevos comienzos.
- Tengamos un hijo, Silvia. Vamos a intentarlo.
Silvia sonrió.
- Parece que te has dado bastante fuerte- le dijo ella.
Lo que Jerónimo no sabía es que en aquel momento, Silvia ya estaba embarazada.
IVAN F. MULA

2 comentarios:

Marien dijo...

Hola IVAN,
Me gusta como escribes una situación que podría no ser extraordinaria, con tanta naturalidad. El ritmo y la buena descripción hacen que el relato se lea de un tirón, me parece una escritura fresca y natural. El desplome de la lámpara le da un punto de originalidad. Entiendo que como a todos nos cuesta limitar nuestras historias a dos folios y a veces comprimimos el final. Me gusta como lo haces.

Lapiz 0 dijo...

Realmente es un relato completisimo por si solo, muchas vueltas entre los sucesos, y al final un climax inesperado...
La velocidad es genial, ligero pero profundo en detalles, lo hace muy asimilable y grato.

saludos