sábado, 14 de febrero de 2009

UN PERRO CIEGO

UNO

Tengo veinte años. He llegado a viejo. Para un perro que ha vivido en la pobreza desde que nació, estos veinte años han sido una eternidad. De los de mi familia, sólo yo he sido longevo; ninguno de mis hermanos ni de mis hijos alcanzó los tres años.

Mi amo me adoptó el año en que nací, y desde entonces siempre hemos estado juntos, compartiendo techo, comida, alegrías escasas y privaciones. Hasta no hace mucho, le acompañaba cuando salía a cazar o cuando bajaba al pueblo. Pero ahora, la fatiga y el dolor ahogan mi cuerpo renqueante; ya no soy capaz de correr, mi ceguera apenas me deja distinguir las figuras a la luz del sol, y mi amo tiene que triturarme la comida para que me la pueda comer. Mi pelo, antaño sano y espeso, se ha vuelto ralo y apagado, y mi figura es triste y escuchimizada.

Mi amo es un hombre mayor, seco de carnes, y pelo cano y escaso. Tiene la piel arrugada, ajada por años de trabajo al viento y al sol. Vive conmigo lejos del pueblo, arriba en el monte, sin más cobijo que una casita de paredes de piedra, y sin más sustento que el que le da un huerto, algún queso de cabra que le traen los pastores, y la caza y la leña de un bosque cercano.

Abandonó su hogar en el pueblo hace años, cansado de soportar amenazas y extorsiones. El señor Cruz, el cacique de la zona, controla cuanto allí se hace y se deshace; cualquier pacto o contrato requiere su aprobación, previo pago de un tributo que él mismo fija. No hay vendedor o viajante que no sufra la periódica visita de sus sicarios, y pobre del que se atreva a discutir la cuota de la recaudación que irá a manos del señor Cruz. Incluso los matrimonios y los testamentos deben contar con su aquiescencia.

La alcaldía del pueblo también es propiedad de Cruz. Hace muchos años, el último alcalde que merecía ese nombre quiso poner coto a los desmanes de sus sicarios. Pero cuentan que aquel alcalde desapareció una noche sin que nadie se atreva a explicar cómo. Desde entonces, su despacho lo ocupa quien decide Cruz.

Cuando me adoptó, mi amo ya vivía en el monte. Me llamó Julián. También se llamaba así su hermano mayor, que en su juventud tuvo que huir muy lejos a causa de las amenazas de Cruz. No del Cruz de ahora, sino de su difunto padre. Dicen que Cruz padre era mucho peor que el hijo; que llegó de no se sabe dónde, y que se hizo poderoso cometiendo crímenes horrendos, vertiendo sangre de inocentes, estafando, mintiendo y sobornando, y que ahora sólo puede estar ardiendo en el infierno. Algunos cuentan que Cruz hijo no es tan cruel, que sólo utiliza la violencia para que la gente no se salga de la ley que impuso su padre, y para no perder la herencia frente a los que quieren ocupar su puesto.

Pero eso es sólo lo que algunos cuentan. Esta mañana mi amo ha tenido que bajar a las cercanías del pueblo, para intentar reunir algo de ropa y comida antes de que la estación cambie y llegue el frío. Cuando venía de vuelta, se ha atrevido a increpar en público a unos sicarios de Cruz que estaban vejando en público a un aldeano.


DOS

Tranquilo, Julián, tranquilo…

El que me habla es mi amo. El desliz de esta mañana no podía quedar impune, y ahora se encuentra de pie, armado con un palo a la puerta de su casa, en noche cerrada, frente a los mismos sicarios de Cruz que hace horas se atrevió a increpar. Mi amo sólo quiere que tengamos la fiesta en paz, que esta gente que le ha hecho brincar de la cama se vaya por donde ha venido, y que nosotros podamos volver a dormir. Nada más.

Los hemos oído venir de lejos, y, antes de que llegaran a nuestra casa, mi amo se ha levantado, se ha armado con el palo, y ha salido a recibirlos a la puerta. Cuando han llegado, los matones han callado por un momento, sorprendidos de que el viejo estuviera despierto y dándoles la cara. Aunque no lo admitirán jamás, ha sido algo que les ha merecido respeto. Pero les ha costado poco superar la sorpresa, y ahora sus amenazas y sus gritos resuenan por todo el páramo que rodea la casa.

Mientras, mi amo me pasa la mano por el cuello, sujetándome con fuerza; teme que si yo hago un gesto agresivo las cosas se precipiten. Pero lo cierto es que su esfuerzo por contenerme es innecesario, mis veinte años de vida de perro me pesan demasiado, y apenas encuentro fuerzas para gruñir a los intrusos, que poco parecen preocuparse por mí.

Pero mis achaques y mi ceguera no me impiden darme cuenta de lo que está pasando. Después de todo, aún conservo mi olfato y mi oído, y las voces amenazantes que oigo pertenecen a tres hombres jóvenes, que no traen el olor a tierra y a hierba de la gente del campo, sino que apestan a tabaco y alcohol, como todos los juerguistas del pueblo. Frente a ellos, mi amo aguanta el tipo, muy tenso, sin blandir el palo que lleva en la mano; las pocas palabras que pronuncia le salen en voz baja pero firme, como si le salieran del fondo del estómago. No les insulta, no les amenaza, no hace amago de tener miedo. Su serenidad se va imponiendo, y la euforia del alcohol de los otros se apaga bajo el frío y el viento que siempre sopla en el monte, lejos del pueblo, lejos de sus casas.


TRES

Poco antes de amanecer, mi amo se levanta de la cama por segunda vez en pocas horas. Cuando aún quedaba un buen rato para que el sol saliera, ha hecho pasar dentro de su casa a los tres chavales borrachos que esta noche pasada le han despertado a gritos. Se han sentado al calor de la chimenea, y entre llantos y súplicas de perdón le han contado sus penas y sus remordimientos por tener que cumplir las órdenes del señor Cruz. Ahora están los tres durmiendo acurrucados en el suelo al calor de la lumbre, entre ronquidos y olor de garrafón. Mi amo recoge tres pedazos de leña y los echa para reanimar el fuego que está a punto de extinguirse. Va a preparar una infusión de hierbas que él conoce, gran remedio contra la resaca.

Rubén Bermejo.

2 comentarios:

Joan Villora dijo...

Me gusta la idea del perro viejo fiel al amo solitario. Y también la del cacique.
Aunque creo que el relato pierde fuerza y credibilidad hacia el final. Esta más que claro que el hombre hubiera muerto de la paliza.

Yo creo que le falta protagonismo al perro y al cacique cruz. Un enfrentamiento entre protagonista (el perro) y el antagonista (el señor cruz).

¿Que tal si el amo ofendiera al mismísimo señor cruz y fuera éste el que se cargara al viejo? Luego el perro podría haber encontrado la garganta de cruz, que lo hubiera infravalorado. O bajar al pueblo con la prueba de que había sido el cacique, al menos.

Aula de Escritores dijo...

Ruben,

Ya vimos este relato en clase, y a mi me gusto. es verdad que hay un poco de confusión en la narración pero la historia es tierna y desde luego, muy bien escrita.

Nos vemos en clase,

Irène