martes, 13 de enero de 2009

326 y 859

- Y dígame, ¿cuál fue su anterior trabajo?
Unas paredes grises, una mesa y una silla gris, un hombre ceniciento.
- Dibujaba caricaturas para los turistas en el paseo de la playa.
Su triste manera de ganarse el pan.
- Mmmm, interesante.
- En realidad soy pintor.
- Bien, si tengo que pintar mi casa le llamaré.
- No, quiero decir pintor de cuadros.
- Ah, un artista. Bueno, dígame, ¿sabe contar?
- ¿Cómo?
- Que si sabe contar.
Una carpeta gris, una chaqueta gris, un hombre ceniciento.
- Eh, sí, claro
- De acuerdo, demuéstremelo.
El entrevistado titubeó. Aquel hombre...¿estaría bromeando?
- Empiece.
- Bien. ¿Hasta que número cuento?
- Usted empiece, ya le diré yo cuándo parar.
- Ejem...uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, och…
- Perfecto. El trabajo es suyo. ¿Puede empezar mañana?
- Eh, creo que sí.

Facturas. Factura cero, cero, cero, cero, cero, uno. Cero, cero, cero, cincuenta mil. Durante ocho horas al día, cinco días a la semana: facturas. Abría un cajón, buscaba la carpeta, buscaba la factura anterior y archivaba.
- Le traigo más facturas para archivar. Y necesito las número 7312, 248 y 8201.
Buscaba rápidamente, encontraba, las entregaba. Recogía las nuevas facturas, las ordenaba, abría un cajón, buscaba la carpeta, buscaba la factura anterior y archivaba. Ocho horas al día, cinco días a la semana: facturas.
Los demás trabajadores, los de los ordenadores, entraban al cuarto gris sin apenas luz, al cuarto sin ventana. Le traían más facturas para archivar y le pedían otras tantas. Él les veía desde su puesto de trabajo y les veía como a máquinas, máquinas que sólo tenían dos movimientos: mirar la pantalla del ordenador y levantarse a pedir facturas. Quizás él pronto se convertiría en eso también, en tener solo dos movimientos: buscar y archivar.

Desde hacía un mes no había vuelto a pintar, desde que empezó a archivar ya no era el mismo. Llegaba a casa y en sus lienzos en blanco sólo veía números. Hablaba con su novia y en su boca veía un cero en lugar del magenta, en su nariz un ocho en vez de su forma abstracta, en sus ojos un dos y no la profundidad del marrón. Ya no salía a la calle con su caballete a cuestas, ahora sólo cargaba el cansancio. Su día a día transcurría entre hojas de papel y gente desconocida que le daba órdenes, que nunca decían un buenos días, que nunca decían gracias. Y así, entre el blanco incoloro y el negro de la nada se había esfumado su inspiración.
Sus cuadros, los pocos que pintaba ya, demostraban el vacío que no mostraban ahora sus bolsillos.
- Cariño es mejor algo estable, esto te garantiza la misma cantidad de dinero cada mes. Me alegra que hayas aceptado el trabajo. ¿Para qué vas a seguir pintando?, total, eso no te llevaba a ningún sitio.
Su novia, una mujer práctica.

- Disculpe señor. Vengo a decirle que mañana llegaré más tarde.
- ¿Y usted es? – unas cortinas grises, un bigote gris.
- Soy..., eh... soy el que archiva las facturas.
- Ah, sí, sí. Y, ¿a qué se debe que mañana llegue con retraso?
- Tengo visita con el médico.
- ¿No puede ir un sábado? -una pregunta descolorida.
- Bueno, eh... los médicos no pasan consulta los sábados.
- De acuerdo, pero no se retrase mucho. Sus compañeros necesitan que esté usted aquí, si tuviesen que buscar ellos las facturas que necesitan tardarían mucho tiempo y la empresa se pararía por unos minutos y no nos podemos permitir perder el tiempo. Pero vaya, vaya usted al médico. Y cuídese, no vaya a ponerse enfermo y se convierta esto en un caos.

Al día siguiente llegó cuatro horas tarde. En su mesa había tres montañas de facturas y en la puerta una fila de trabajadores esperando a que uno de ellos, con la cabeza dentro de uno de los cajones, acabase de encontrar la factura que necesitaba. Cero, cero, cero, cero, cincuenta mil. ¿Cuánta cantidad de color gris le había hecho perder a la empresa en cuatro horas?

Trabajo retrasado, presión, más rápido, horas extras. Llegaba a casa, cenaba por cenar, arrastraba los pies hacia la cama, veía un pincel y suspiraba. Dormía, tenía pesadillas e iba trabajar.

Con la 326 pensaba en su paleta, con la 2541 pensaba en pagar el gas. Con la 859 pensaba en cómo conseguir el azul del mar, con la 10.593 pensaba en el alquiler.

- Le traigo más facturas y necesito la 326 y la 859.
- ¿Ninguna más?
- No, por ahora estas dos son las que me corren más prisa.
Su paleta y el azul del mar.
- ¡Muévase, vamos, no puedo perder el tiempo!
No podía perder el tiempo. Se le ocurrió la idea en tonos pastel y seguidamente en colores cálidos. Lo desordenaría todo sin que nadie se diese cuenta, nadie iba a enterarse porque él era el dueño absoluto del archivador. La empresa no se podía permitir perder el tiempo, pero él sí que se podía permitir perder su tiempo, su tiempo de creación; a cambio de seis euros la hora vendía el resto de su vida como máquina.
En el orden que había producido, el 34 no iba delante del 35 y el 1569 no estaba en la carpeta de los 1500. Llegaba a casa y urdía el plan, cenaba y veía un bodegón. Veía un pincel y sonreía. Dormía, soñaba al estilo Dalí e iba a trabajar. Poco a poco lo consiguió, no habría nadie capaz de desenredar el lío que había montado. Miró a sus queridos compañeros por última vez y pensó que quizás algún día le buscarían y le darían las gracias por haberlos liberado de su mundo en sepia.
- Señor, mañana no vendré.
- ¿Y usted es?
- El que archiva.
- Ah sí...y ¿por qué mañana no asistirá a su lugar de trabajo?
- Porque no hay ventana.
- ¿Cómo ha dicho? En la época en la que estamos, es un lujo perder un trabajo. ¿Se puede usted permitir el lujo de perder un trabajo como éste, tan bien pagado, un trabajo tan importante, del que depende la eficacia de sus compañeros, y con ellos que la empresa siga adelante?
- Sí, creo que sí me lo puedo permitir.
- Bien, dígame entonces por qué.
- Porque soy pintor -una respuesta a todo color.
Salió del despacho y supo que aquél jamás le daría las gracias, porque ése era un hombre ya demasiado ceniciento.

- Y dígame Sra. García ¿cuál fue su anterior trabajo?
El mismo hombre de color gris.
- Trabajaba en un archivo municipal.
- Es decir, que sabe contar.
- Sí claro: uno, dos, tres, cuatro, cinc...
- Perfecto el trabajo es suyo, ayer mismo nos quedamos sin nuestro anterior archivador y nos urge ocupar el puesto. ¿Puede empezar ahora mismo?
- Sí.

Nunca había visto un archivo cómo ese. Parecía que hubiese habido un terremoto en cada uno de los cajones, en cada una de las carpetas. Con resignación pensó en pagar el colegio de sus hijos y se puso manos a la obra, como poniendo en marcha una máquina, sin saber que nunca encontraría la factura 326 ni la 859.

8 comentarios:

Aula de Escritores dijo...

Me olvidé de firmar!!

"326 y 859", por Judi Cuevas

Aula de Escritores dijo...

La historia engancha, es como un ruido de maquinaria. Me ha gustado.

Juanmi dijo...

Me ha gustado el tema que planteas, esa dualidad entre lo necesario para sobrevivir, y lo necesario para vivir.

Transmites muy bien ese color gris del tedio, la rutina agobiante que asfixia la propia naturaleza, y también el colorido de lo que uno es en realidad y le permite expresarse.

Se da con mucha frecuencia ese enfrentamiento en la vida diaria, y te identificas muy deprisa con ello.

Está todo muy bien dibujado, me ha gustado.

Aula de Escritores dijo...

Judi,

No sé quien eres pero de verdad que me dan ganas de conocerte para felicitarte en persona!.

Brillante y conmovedor

Irène

Aula de Escritores dijo...

Irene!!!!

Muchas gracias, de verdad. Uf, me ha hecho mucha ilusión tu comentario. Que personas desconocidas, que no tienen por qué alagarte te feliciten es un subidón. Jejeje

Judi Cuevas

Juanmi dijo...

Pues si sigues en esa linea, te tendrás que ir acostumbrando ; )

Aula de Escritores dijo...

Qué buenos que somos!
jajajajaj
Irène

Aula de Escritores dijo...

Qué buenos que somos!
jajajajaj
Irène