martes, 18 de noviembre de 2008

Una tarde con suerte

Fue un robo limpio. Sin heridas, sin gritos y lo más importante, sin disparos. Varios lo vieron, pero por fortuna nadie se atrevió a intervenir. Se limitaron a mirar, mirar y mirar. Una vez el peligro se alejó, sólo dos personas bajaron con timidez sus ventanas y preguntaron desde sus respectivos coches: ¿Estás bien?. Hice un gesto afirmativo con la cabeza, pero pensé: ¡Claro, mejor que nunca. Se llevaron mi móvil, mi cartera y además me acaban de poner una pistola en la nuca!.
Siempre he tenido un miedo excesivo a las armas. Nunca he podido entender como con una ligera flexión del dedo índice puedes acabar con la vida de alguien. Soy de alma pacifista y cada vez que hay un arma cerca, se activa en mí un acto reflejo que me aleja al máximo de la posible desgracia.
Aquella tarde no tuve la oportunidad de alejarme. Mi inocencia me jugó una mala pasada y por eso mi corazón aún late a ritmo de microfusa. Minutos antes estaba muy tranquilo en mi coche. Un Twingo dorado. Venía distraído. Eran las 8 de la tarde y alrededor sólo se veían luces rojas. El tráfico era infernal. Claro, era viernes de quincena. Al parecer un camión se volcó en la entrada más cercana a la autopista y esto provocó que centenares de coches quedáramos atrapados durante 30 minutos.
Busqué distracción en la radio pero el intento fue fallido. Era la hora de las noticias. Lo menos que yo quería escuchar. Era viernes y quería despojarme de mi traje semanal de periodista. Apagué el motor del Twingo por temor a un posible recalentamiento y bajé las ventanas para evitar el sofocón. Con el paso de los minutos comencé a ejecutar una de mis acciones preferidas cuando estoy solo en el coche: observar la fauna caraqueña de conductores.
A mi izquierda una voluptuosa morena embadurnada en silicona habla por el móvil, seguramente planifica su salida de esta noche. Adelante, un taxista calvo, de aspecto guarro, se hurga la nariz y sin disimulo alguno saca su mano para disparar como un obús el contenido pegajoso. Atrás una señora mayor se retoca el maquillaje y a la derecha, un joven en una camioneta ultramoderna se imagina que es un DJ contratado por los presentes en el tráfico.
En el medio de los coches, deambulan los vendedores ambulantes. Uno posee todos los estrenos de la cartelera cinematográfica, Me preguntó: ¿cómo los consigue antes de que lleguen al cine. Sabrá descargarlos por internet?. Otro ofrece comida y cerveza, sin duda el más solicitado. Un tercero oferta juguetes en su mayoría inservibles, aunque una raqueta eléctrica para aniquilar a los zancudos, capta mi atención.
Hago una seña al vendedor de comida y cerveza para que se acerque a mi ventana y le pido patatas fritas y una birra.
- Señor, ¿cuánto es?
- Una patata por 100 y dos por 150. La birra es a 100.
Acepto la oferta. Aunque la segunda bolsa de patatas se debía únicamente a una mezcla de gula con admiración por el marketing callejero del vendedor. La birra era sólo para pasar el calor.
Me dispongo a buscar el dinero en la cartera cuando de pronto siento un escalofrío recorrer todo mi cuerpo. Un material frío y metálico se posa sobre mi nuca. Pensé que podía ser la cerveza pero me volteo despacio y me doy cuenta que el supuesto vendedor, un joven con cara de menor de edad, tenía medio cuerpo dentro de mi ventana y me apuntaba en la nuca con un arma.
- ¡A ver pendejo, dáme la cartera y el móvil! Mis manos comenzaron a sufrir de Parkinson y sólo pude balbucear: ¿Qué?.
- Que la cartera y el móvil. ¡Rápido o te quiebro, maricón!.
- Recordé que en estas situaciones recomiendan mantener la calma y le ofrecí con amabilidad sus dos solicitudes. Mi preocupación ahora era mi vida. Le di ambas pertenencias y él inexplicablemente me tiró las patatas y la birra. A la derecha su cómplice apareció de la nada y también introdujo parte de su cuerpo por la ventana para que el DJ, hipnotizado con su música, no se percatara del robo.
Luego de ser el foco de mira de la pistola durante más de un minuto, reflexioné que lo que mayor temor me daba no era el arma, sino la sonrisa asesina y perversa de ambos. A pesar de sus caras de niños, se alimentaban del miedo ajeno. Era obvio que cargaban con varios muertos a sus espaldas.
¡Gracias huevón, por hoy te salvas! Fueron sus últimas palabras antes de darme un ligero golpe en la cabeza con la base de la pistola. Apenas los perdí de vista respiré profundo, destapé la birra y di un sorbo muy largo. Justo cuando me refrescaba y pasaba el susto, tanto la morena como el DJ bajaron tímidamente sus ventanas y se limitaron a preguntar: ¿Estás bien?
Hice un gesto afirmativo. Di otro sorbo a la cerveza, abrí una de las patatas y les dije: ¡Salud, Es mi tarde de suerte!. Los tres dibujamos una mínima sonrisa en el rostro cuando de pronto retumbaron dos disparos muy cerca: puff, puff!. Venían de atrás.
Del susto se me derramó parte de la cerveza en el jean. Ahora dirán que soy un cobarde y que me mee encima, pensé. Miro por el retrovisor y veo a la vieja de atrás con el maquillaje corrido. Creo distinguir que su cabeza se apoya contra la ventana delantera que ha adquirido un tono rojizo. Los ladrones ya corren a lo lejos. Se escapan. Una vez más nadie hace nada. La indiferencia se hace protagonista. Es lo normal. Ellos tienen armas y nosotros no solemos participar en ése juego macabro.
Me bajo del coche. La gente ya se aglomera alrededor de la señora. Está muerta, dos tiros en el pecho. A quemarropa, estilo sicarios. Un presente comenta: ¿Quién la manda a llevarles la contraria?. Me retiro de la dantesca escena. Camino a mi coche y me doy cuenta que formo parte del combo alienado. Enciendo un cigarro, agarro la cámara para tomar un par de fotos del asesinato y regreso al coche. El tráfico se despeja. Al fin ya puedo avanzar. ¡Qué noche más movida!, pienso. Doy un sorbo al resto de mi cerveza, caigo en cuenta que el asesino ahora tiene mi número de móvil. Oigo una ambulancia venir a lo lejos. Me detengo en un teléfono público, llamo al jefe y le digo: ¡Detén la rotativa, ya tengo una primicia para la portada de mañana!.

Gabriel Medina
(Ésta relato es producto de la segunda práctica del taller de Escritura creativa: comenzar una historia con un detonante...)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Realmente escalofriante... por lo real que lo pintas. Supongo que, por desgracia, éste es un episodio violento de los muchos que acontecen allá lejos y, quizá por suerte, quizá por azar, para mí resulta un impecable guión de película de acción americana.

Muy bueno, en serio.

Ainara Rivera.

Anónimo dijo...

¡HOLA!
Me has dejado de piedra.
Sobretodo por la indiferencia de la concurrencia.
Macabro pero realista.
Enhorabuena.

Aula de Escritores dijo...

Pues sí. Real, triste y al mismo tiempo comprensible. al fin y al cabo, en estos casos quién da el primer paso..?
por cierto, conozco el periodismo de cerca y si, en ocasiones puede parecer una profesión un tanto carroñera, en el sentido de que (a veces) vive de las desgracias ajenas.
A todo esto... el relato me ha gustado mucho. Muy bueno.

Manuel Santos.

Aula de Escritores dijo...

Una historia cruda, y por desgracia, reflejo de muchas realidades en el mundo.

Quizá en la introducción, tras "...Se limitaron a mirar, mirar y mirar", entraría directamente al relato, omitiendo el resto de ese primer párrafo, porque todo lo que dices en él, lo enseñas o dices más adelante y queda perfectamente claro.

El relato está muy bien vestido, lo que me ha llevado al interior del coche sin esfuerzo alguno, pero tengo la sensación de que pesa lo mismo la ambientación que la historia, a pesar de que se entiende bien.

Para mi particular gusto le falta dramatismo. No a la historia, que dramática lo es mucho, sino a la manera de contarla, pero me ha gustado.

Juanmi